sábado, 16 de agosto de 2014

EL TÍO RAFAEL

El primero de dos hermanos varones y ocho hermanas, más dos que murieron bebitas, el tío Rafael Galindo González, hermano de mi madre María Dolores, era muy diferente al segundo, el tío Gabriel, en la familia de los abuelos Manuel Galindo González y Emilia González Franco, en el rancho Garabatos, municipio de Tototlán, Jalisco, en los linderos de los de Atotonilco y Tepatitlán.
Gozaba del apoyo y la simpatía de propios y extraños. Los medieros y otros dependientes del rancho paterno de la familia, que era el más importante de los cuatro que se denominaban con el mismo nombre en el lugar, prácticamente lo idolatraban por su bonhomía y desprendimiento con todos. Nació en Ojo de agua de latillas en mayo de 1913. Falleció violentamente el 20 de noviembre de 1943, a manos del comisario ejidal de Garabatos, Alfonso Aranda, después de arreglar algunos asuntos, visitar a mi madre, y tener una fuerte discusión con el ejidatario, en el rancho El Salvador, donde vivíamos.
El día fatal fui el último que lo vio al entregarle el atado de botellas forradas de lazo para que no se rompieran.  
-Abisinio -así nos llamaba, nunca supimos por qué razón, a Manuel mi primo y a mí- traite las botellas del alcohol para desmoler los caballos.
Al entregarle las cuatro botellas de litro vacías, se despidió, muy bien montado en su fino y famoso caballo El Aguilillo –nos vemos después.   
En la tarde el primo y yo andábamos apartando los becerros de sus madres para la ordeña del día siguiente, cuando oímos tres disparos secos, así identificables cuando dan en el blanco. Mencionamos que si el objetivo fuera un cristiano, habría muertito. Estábamos muy lejos de imaginarnos que antes del anochecer llegarían con el cuerpo del tío Rafael a la casa.
El asesino y el tío se traían de encargo desde la implantación amañada del ejido a instancias falaces de Cirilo Franco Hernández, concuño del abuelo Manuel, quien le confió el comisariado siendo un fuereño, al no haber representante local que aceptara el impopular y odiado cargo. El concepto de propiedad y pertenencia es sagrado e irrenunciable para los alteños jaliscienses. El reparto de las tierras, que tantas irregularidades e injusticias tuvo, lo equiparan a un robo.  
Cuando el falso ejidatario, se rajó en el convenio de agostadero que mi papá tenía celebrado con él para pastorear, en terrenos ejidales que le habían sido usurpados a su padre, mi abuelo Cipriano de la Torre Angulo, con el simple hecho de dejarle el aviso de cancelación a mi mamá, y mi padre enfurecido, por suerte no lo encontró donde se le ocurrió esconderse, el tío Rafael, su cuñado, le echó la mano comprándole a precio justo, las doce o quince cabezas de ganado vacuno con que ya contaba, para irnos a experimentar a San José de Gracia (ver relato con este nombre)
La principal ocupación del agrarista era politiquear, quejándose consuetudinariamente de los propietarios privados, amenazándolos con solicitar ampliación de tierras al gobierno.  Las rencillas, conocidas de todos, con su luego víctima, que no era nada dejado, a diferencia de su hermano Gabriel, eran permanentes, en las que, como granitos de arena,  casos como el  del ganado de mi papá, las aumentaba.            
Al caballo El Aguilillo, lo impactó en la cabeza una de las tres balas del fallecido; se lo llevó a cuidar mi padrino de confirmación Jesús Franco González, su primo hermano, hijo del ya nombrado Cirilo Franco. Era una magnífica bestia que nunca se recuperó, entraba en trance todos los días a la hora que se cometió el asesinato.  
El malhechor, como era de rigor, perdió la tierra, es decir, escapó. Al tiempo por otras de sus fechorías, cayó en la cárcel. Silverio Plascencia, amigo oficioso de la familia, se lo informó al tío Gabriel, quien por haber pasado muchos años, por exceso de prudencia o porque la muerte de su hermano no se iba a remediar, no quiso aumentarle otra denuncia a Alfonso Aranda, y éste salió libre y después las pagó todas enfrentándose a otro malandrín como él.