viernes, 28 de abril de 2017

BANAMEX ATOTONILCO BIS precisiones previas a la salida a Guadalajara

Aunque lo menciono en los relatos Banamex Atotonilco y Guadalajara Uno, deseo ampliar datos y circunstancias por las que después de siete años en la primera, el banco por fin me tomara en cuenta y le diera luz verde al desarrollo de mi carrera.
Ya tenía prácticamente siete años de antigüedad y la mayor parte de estos de ofrecimientos fallidos de mis gerentes para continuar la carrera en ascenso en otras encomiendas, para las que ya estaba preparado, pues había recorrido todos los departamentos en que se integraba la operación  bancaria de BNM, dando vacaciones, por ausencias y por el gusto de cooperar con todos, en lugar de que lo hiciera, brincándolo, José Silva Carranza, que como volante le hubiera correspondido. Solamente en una sucursal chica y lugar tan apropiado como Atotonilco, se podía aprender, queriendo, tan rápidamente.   
Estos departamentos de servicio, no los de los funcionarios de la sucursal, eran Cobrador, Cartera, Cobranzas, Cambios, Cuentas Corrientes, y Volante para ejercer las funciones que en su lugar yo hacía; el puesto de Secretaria de la Gerencia, único femenino, así como el de sirviente u Office Boy, se consideraban aparte. Los de funcionarios eran Gerente, Contador y Cajero Principal.
Cuando ingresé a principios de junio de 1954, José Silva Carranza que había ingresado al banco tres años antes desde el cargo de empleado en la proveedora abarrotera La Colmena de la que me hice cargo a finales de 1951 (relato Mi trabajo en La Colmena) tomó en ese momento el cargo de Volante, y los de Contador y Cajero Principal, Enrique Moncada Hernández, supliendo a Ignacio García Garcia promovido a Tampico, Tamaulipas, y José Guadalupe Pérez Serrano, no estoy muy seguro si a Andrés Lecuanda Arreola. El gerente era don Urbano Díaz Aguirre, quien desde que ingresé a La Colmena me estuvo invitando, realmente rogando, que me fuera al banco (ver Banamex Atotonilco)
El gerente precedente y que inauguró la sucursal el domingo 5 de febrero de 1950 en un evento con la crema y nata atotonilquense e inició al público el lunes 6, en su primer domicilio de 16 de Septiembre y Prisciliano Sánchez, fue Raúl Morales González, y después del Sr. Díaz Aguirre, como emergente Carlos Mendoza Casasa, por tres meses mientras llegaba Antonio Billión Vidal que a su tiempo le entregó a Salvador Dávalos Gutiérrez y éste a Rafael Esqueda Garibay, que fue quien por fin junto con Roberto de la Rosa Nuño, lograron sacarme de Atotonilco a la sucursal Guadalajara, el 15 de mayo de 1961, a un cargo nuevo y desconocido, después que desde fines de 1955, cuando tenía sólo un año tres meses de antigüedad, el Sr. Díaz me quiso llevar, como ayudante de contador, a su nueva gerencia en la sucursal La Paz, B.C. que era la No. 9 del Banco del Pacífico fusionado por BNM; pero Antonio Billión Vidal, nuevo gerente titular, no me dejó, poniendo de pretexto, vil pretexto, mi poco tiempo en el banco, cuando sabía que había pasado por todos los departamentos y era un apoyo para él, en el conocimiento de la clientela.  
Durante su suplencia el Sr. Mendoza, que ya estaba a punto de jubilarse, solamente cubrió de pasadita el expediente en una sucursal que necesitaba muy poco para manejarse, en virtud, sin falsa modestia, del personal que la conformábamos. Sin embargo tuvo un desaguisado en una visita de inspección de gerencia del Sr. Joaquín Ruiz Fernández de la sucursal Guadalajara, que hacía en la zona las veces de gerencia regional, cuando aún no existían éstas ni las direcciones divisionales. En el desconocimiento de varios clientes y personajes base de la sucursal, oficiosamente les estuve proporcionando sus datos, incluso formular conjuntamente con ellos un listado integral de éstos; circunstancia que asombró al Sr. Ruiz, pero que, lo reconozco, mi toque involuntario de cierta arrogancia, en un funcionario que de eso pecaba con demasía, no fue tal vez calificado como debiera.    
El titular del puesto Antonio Billión Vidal, provenía de la sucursal en Ciudad Juárez que un poco antes había sufrido un asalto violento que anímicamente lo perjudicó mucho, y sus secuelas las vino a desahogar en una sucursal y ciudad de gran tranquilidad apropiada para recuperarse, pero a la vez muy festiva, cosa esta última que a la postre lo perjudicó. Al caso se acuñó el dicho de que habían robado un  millón pero habían dejado un billón.        
Su carácter irascible e inconsecuente con el personal, no con la clientela, de alguna manera  aprendimos a manejarlo, en lo que me tocaba una muy buena parte por la relación mencionada con él, y más por mi indocibilidad ante sus exabruptos, aparte de haberme impedido ir a La Paz, B.C. Entre sus arranques en una ocasión andaba corriendo a Antonio Macías el Office Boy de la sucursal, nomás porque no le hizo bien un mandado extra laboral que le encargó, desistiéndose al hacerle yo el quite. Luego, contra mi opinión Toño le pegó abajo del escritorio, con una rociada de agua bendita, una imagen de la Vírgen de San Juan de los Lagos, que el día que la descubrió, armó una furiosa escandalera de varios días.
En una ocasión le encargó a Jaime Orozco Orozco, que al igual que otros compañeros me había tocado enseñar a su ingreso a BNM, que le estacionara la camioneta Jeep que había pedido al banco le autorizara en vez de auto sedán, supuestamente para visitar clientes en caminos vecinales o brechas.
-Oye Gallo, al estacionarme le di un golpe a la camioneta en una de las bancas de la plaza
-¿Qué tanto la fregaste? 
-Nomás fue un putacito, ¿qué hago?
-Hay que decírselo, si quieres te acompaño
Luego viendo la camioneta
-¿Putacito? ¡Putazote! ¡A como serás pendejo!
Como Jaime había sido recomendado por su tío don Víctor González Orozco, uno de los principales clientes y ricos de Atotonilco, el asunto no pasó de ahí; aunque de todas maneras Jaime no hizo huesos duros en el  banco.
Menciono al principio que Atotonilco es muy apacible pero a la par muy fiestero; al Sr. Billión, que repito, la sucursal marchaba bien, en algunas juergas con clientes se le fueron las cabras al monte con desfiguros en la vía pública. Enterada la dirección del banco, no se supo cómo, lo bajó como subgerente a una de las sucursales de nivel medio de la ciudad de México. Lo visité al ir con unos amigos y parientes, en una de las pocas ocasiones que salí de vacaciones. Me ofreció la sub contaduría de la sucursal y que luego vendría más porque el seguramente iba a ocupar de nuevo una gerencia. Vi que su situación interpersonal no era muy amigable con sus compañeros y decliné su ofrecimiento.
Su sucesor en Atotonilco fue el Sr. Salvador Dávalos Gutiérrez, quien desde su llegada me ofreció promover mi cambio, que jamás se realizó. Se fue ascendido a la sucursal Santa Mónica Guadalajara, en donde en dos ocasiones en los días feriados de las semanas santas de 1960 y 1961 le pidió a su a la vez a sucesor Rafael Esqueda Garibay, que me permitiera ayudarle en sendos problemas que tenía en su dependencia.
En 1960 para sacar unas diferencias que había en el arqueo de caja de documentos del departamento de cobranzas, y así el cajero principal saliente Vicente González Gollaz le pudiera entregar al entrante J. Trinidad García. Al Sr. González Gollaz, siendo un funcionario sin tacha laboral alguna, el banco lo había despedido por asistir a un mitin político del PAN de su hermano Ignacio.
En esta sucursal se recibían de manera muy grande, más que en otras sucursales,  documentos al cobro (letras de cambio y pagarés) que en aquella época, mediados 1950´s 1960´s, a diferencia de los tiempos actuales de los medios electrónicos, eran la forma de formalizar ventas y los cobros correspondientes. En especial Santa Mónica, ubicada en la aglomeración comercial principal de Guadalajara las transacciones mercantiles eran muy cuantiosas en todos los ramos.
Particularmente de la empresa Goodyear Oxo, que en la región representaba la casa de don Benito Albarrán, recibía Atotonilco una buena cantidad, que registraba la receptora con una máquina de escribir mecánica manual que marcaba los caracteres con puntos, resultando que por el uso el 5 en la ficha original pintaba más como tres, haciéndose un relajo en las comprobaciones documentales períódicas que se tenían que hacer, por  lo que ya conocíamos el problema. En jueves y viernes santos confrontamos los listados mecanografiados y sumados manualmente, con aquellas clásicas máquinas mecánicas, no eléctricas, marca Burroughs de manija, los cuatro diversos registros contra el original, corrigiendo las múltiples diferencias de 2. Nos sobró sábado y domingo para descansar.    
Lo de igual manera de la semana santa de 1961, fue para sacar una “pata” en el arqueo pero del efectivo, que arrojaba un supuesto fraude de $22,000.00, pesos de ese tiempo, que el cajero García había dispuesto. Igual Santa Mónica por su vocación comercial, recibía una cantidad ingente de moneda metálica, al grado de que un cuarto añadido a la bóveda de caudales, estaba prácticamente lleno de piso a techo.
-¿Ya revisaron toda la morralla?
-Sí, la suma de todas las bolsas checa bien
-Pues hay que recontarlas
-¡Uf, cuánto  nos vamos a tardar!
-No es tan complicado, vamos a recontar y pesar de forma inéquivoca una bolsa completa de cada denominación y sacamos el faltante
-¿Cómo no se nos había ocurrido?
En varias bolsas, sobre todo las de 1,000 monedas de Morelos de $1.00 faltaron hasta 200 y el monto faltante sobrepasó un poco los $22,000.00    
Es pertinente dejar en claro que estas acciones últimas y todas las anteriores no merecieron  que oficialmente la institución me otorgara reconocimiento alguno. Solamente don Urbano Díaz Aguirre, previo a trasladarse en 1955 a La Paz, le recomendó al contador Enrique Moncada Hernández, que había que tenerme muy a la vista porque podía llegar lejos en el banco, pero éste me tenía ojeriza desde mi ingreso por un error de operación que detecté (ver Chupatintas 1) Otro signo de reconocimiento de don Urbano fue cuando pidió a la dirección general que le permitiera iniciar visita de crédito de gerencia en otra sucursal y no en la mía de Independencia Guadalajara en 1971 o 1972, porque no iba a encontrar mayor cosa que reportar.
También obviamente a quien debo agradecimiento por haberme enviado a Guadalajara en mayo de 1961, es al Sr. Rafael Esqueda Garibay, quien estando ya en Guanajuato, Gto., le pidió en noviembre de 1962 a mi gerente el Sr. Amador Murguía Blancarte, que me permitiera ayudarle en un desfalco en la cartera de Préstamos Personales. Acepté con mucho gusto dejando de lado mis vacaciones anuales. Actué del 15 de noviembre al 15 de diciembre. Me acompañó mi esposa Teresa de Jesús Gutiérrez García en estado grávido, gozando la estancia maravillosa de un mes en una ciudad por muchas razones admirable, y el trato con personas amigables y valiosas. Nos hospedamos en una casa particular del centro, cerca del banco y de la catedral, tratándonos el matrimonio sexagenario propietario como si fuéramos sus hijos. En los primeros días aclaramos el problema del fraude y seguí apoyando a mi ex jefe en otras labores y eventos sociales importantes de los clientes.   

sábado, 15 de abril de 2017

SERVICIO MILITAR

De enero a diciembre de 1956 cumplí con mi Servicio Militar, Cartilla No. 2795043 liberada el 9 de diciembre de dicho año, con el 100% de asistencias dominicales (50) que en los terrenos del campo de Fut Bol Almenas y otros sitios de Atotonilco nos impartió el Capitán Botello y aprobaron el General de División Gustavo G. León González y de Brigada Rosendo Cuevas y Rojas.
Por falta de información e ignorancia fue extemporáneo mi cumplimiento, pues debí hacerlo en 1954 o 1955 tomando en cuenta mi nacimiento en 5/2/1936. Estaba muy cargado de trabajo; en los principios de 1954 trabajaba los 7 días de la semana como encargado de la tienda La Colmena y en los de 1955 estando ya en Banamex, los domingos suplía a mi padre en la tienda de abarrotes familiar. 
Los remisos éramos varios, entre ellos mi primo Heliodoro de la Torre Hernández, con quien y creo que con David Verduzco, formamos el trío de comandancias en que dividió el capitán la nómina de conscriptos correspondiente. En mi condición de remiso, que también lo era Heliodoro, teníamos algunas restricciones como no formar parte del equipo de fut bol, ni representar a la generación en actos con las autoridades municipales u otras.
Pero sí tomamos parte preponderante en los extras o eventos y tareas sociales de servicio a la comunidad.
Así, en mi comandancia de 36 elementos, realizamos la limpia del río Taretan desde el desagüe del manantial hasta el estanque o baño público al aire libre muy concurrido por la gente, principalmente los fines de semana. Consistía en retirar las piedras, verdaderas rocas,  troncos, matorrales secos y otras basuras acumuladas, así como reforestar con tules o laureles de la india el tramo de poco más de un kilómetro. Algunos de esos árboles aún deben de estar frondosamente decorando el  paisaje.
Entre los ejercicios y de fortalecimiento que realizábamos fuera del campo almenas, en una ocasión el capitán Botello nos sacó a la carretera rumbo a Tototlán en dos filas indias a sus  márgenes u orillas. Habíamos marchado, en despoblado entonces, peligrosamente por el tráfico existente, un poco más de dos kilómetros, por ahí a la altura de El Nacimiento, ahora totalmente urbano.
A uno de los compañeros conscriptos se le ocurrió cruzarse del margen derecho al izquierdo, sin tomar en cuenta que en sentido contrario venía un camión torton con arena. El conductor, que creo era un hermano de Javier Oliva “El Gancho” que conocíamos bien, maniobrando con gran dificultad y mucha pericia, logró esquivar las dos filas de los bisoños soldados sin, gracias a Dios, alcanzar a golpear a ninguno. Recuerdo con claridad que vi pasar reguileteando a unos cuantos centímetros la carrocería del vehículo. Resultó que Luis Sepúlveda, hermano de David, que se había hecho la pinta, apareció descolorido como pan de cera entre la arena.      
Este servicio militar lo tomé muy en serio y con miras a fortalecerme en todos sentidos. El trabajo intenso de todos los días, tanto en los tres años a cargo de La Colmena, lo que llevaba en Banamex, y también los seis años de la primaria, así como, dentro de esta, el haber contraído la danza de san vito por desnutrición y sobre cargas de trabajo (ver relato) no me habían dejado muy bien parado.  

jueves, 13 de abril de 2017

PIZCA DE LEGÍA EN LA CAJETA

En el tiempo en que manejaba la proveedora abarrotera La Colmena, fines de 1951 a mediados de 1954, eventualmente apoyaba a La Colmenita tienda chica de atención al menudeo, propiedad de inicio en el ramo, rebautizada, del Sr. Cecilio Hernández Quiroz, cuando por alguna razón Francisco Hernández Aceves el encargado no ocurría a su trabajo.
La Colmena se ubicaba en la calle 16 de Septiembre, entre Juárez y Prisciliano Sánchez, frente al mercado Miguel Hidalgo, y La Colmenita en este centro municipal, en la esquina de dicha calle esquina con la ahora Dr. Espinoza. Por el mismo costado o sea 16 de Septiembre, dos locales de por medio, hacia la ahora Álvaro Obregón, se encontraba el negocio similar del Sr. Víctor Padilla, luego atendido por su hijo del mismo nombre, y en el interior los de los Sres. Alfonso Anaya, quien después se cambió a Colón y Niños Héroes, así como de los hermanos Alfredo y Jesús Sepúlveda Navarro, siendo estos últimos negocios más importantes.
La clientela tempranera, conformada básicamente por mujeres, era muy nutrida y había que jugársela para darles atención adecuada. Teníamos que despachar con rapidez y mucha agilidad las casi siempre pequeñas cantidades para las necesidades cotidianas del diario de las compradoras.
Había una cliente diaria, muy pequeña consumidora, de presencia y vestimenta desaseadas, que con los dedos de una de sus manos observé que le sacaba cajeta de membrillo a la pieza que vendíamos a granel en el  mostrador, desempacada de una lata alcoholera de veinte litros. A eso de las doce, ya calmo el movimiento afortunadamente, la maqueta fresca del dulce calló al piso, teniéndola que colocar de lado contrario en su lugar.
Al día siguiente al repetir su hazaña, empezó la señora a escupir borbotones de espuma y a amenazarme furiosa hasta de lo que me iba a morir, al no notar que junto con la cajeta había engullido un poco de la legía, masa previa en la elaboración del jabón de lavar, de color muy similar a la golosina, que coloqué en la marqueta del producto. Incluso tuvo cara la señora de ir a darle la queja, obvio infructuosa, a mi patrón el Sr. Hernández Quiroz.