En el relato
Guillermo Tell, Descubrimiento del Mundo del Libro, describí como mi padre nos
leyó, en el rancho El Salvador, cuando tenía cuatro años, la historia de este
héroe suizo, que fijó en mí un precoz enorme interés por la lectura.
Al trasladarnos
a Atotonilco e ingresar a la primaria en enero de 1945, con casi nueve años de
edad, veía a la salida todos los días, tanto a las doce de la mañana, como a
las cinco de la tarde, que en uno de los puestos fijos de la plaza principal,
se aglomeraban muchos condiscípulos, aparte de a comprar alguna golosina o
preparado de frutas, las famosas revolturas, que tan solicitadas era ahí, principalmente a leer los “monitos” o
revistas de caricaturas.
En cuanto logré
“juntar” las letras y leer más o menos de corrido, me hice inmediatamente
partícipe de esta afición desbordante con tantos adeptos, que contra lo que
muchos digan, fue un factor importante de cultura para el pueblo mexicano. El
puesto en la plaza, en donde había varios, a diferencia de ahora que no hay
ninguno, era el de don Juan Gómez, que en exclusiva manejaba las publicaciones
o revistas. Chamaco, Chamaco Chico, Paquín, Paquito, y otras, de editoriales
privadas y de edición o frecuencia diaria; Figuras, semanal de formato más
grande, de la Secretaría de Educación Pública y además en el templo se vendía
Chiquitín de Buena Prensa, también semanal, a través de la que me conecté de
inmediato con su fondo editorial, así como con el de su hermana Librería
Editorial San Ignacio, que importaba libros de España y Argentina. De esta
revista incluso encuaderné artesanalmente: Mowgli, de R. Kipling, El Gigante
Egoista, Tacuche y Pitorro, y otros.
Chicharrín y el
Sargento Pistolas, de Armando Guerrero Edwards, que recuerdo muy bien, quizá lo
haya leído en Jueves de Excelsior o Revista de Revistas. Chema Tamales y Juana,
en el popular Cancionero Picot, de distribución gratuita, lo disfrutaba
permanentemente. Y un tanto fuera del tema, ejercían en mí una gran fascinaban
los calendarios anuales de cigarrera La Moderna, con pinturas de Jesús
Helguera.
Sin descuidar
para nada mis obligaciones escolares, en las que fui en los seis grados, sin
falsa modestia, el alumno número uno, e incluso me hacía cargo de la
cooperativa escolar y otras actividades que me encomendaba la directora maestra
María Felícitas Sánchez Ramírez, esperaba todos los días con renovadas ansias,
para separar y pagar el alquiler de las revistas que iba a leer, a fin de darle
seguimiento a las historias que se publicaban en las mismas. También, asistía,
con la mayor frecuencia posible no obstante mi escasa economía, al cine Ideal
de don Manuel Navarro Ruiz y después al Gran Teatro Cine Atotonilco de don
Margarito Ramírez (ver mis cinco relatos sobre el tema)
Era muy
emocionante seguirles el hilo a los episodios e historias de títulos como
Majestad Negra, de Guillermo de la Parra; Wama y El Pirata Negro (Tirando a Gol
o El Diamante Negro) de Joaquín Cervantes Bassoco; Rolando El Rabioso, de
Gaspar Bolaños Villaseñor; Los Súpersabios, de Germán Butze; Escuadrón 201, de
Sealtiel Alatriste; La Raza de Bronce, autor no especificado; y Ricardo
Lacroix, de Carlos Riveroll, del Chamaco. Almas de Niño (Memín Pinguin) y
Ladronzuela de Yolanda Vargas Dulché; Corazón del Norte, de Eduardo Martínez
Carpinteiro; Espuelas de Oro, de Eduardo Galindo y Ernesto Cortázar con gráfica
de José G. Cruz; Kid Azteca, de J. Pita Cabrera; y Los Superlocos (El Señor
Burrón o Vida de Perro, La Familia Burrón) de Gabriel Vargas, del Pepín. Muchos
de estos nombres tuvieron segundas y subsecuentes etapas y de no pocos se
hicieron películas y telenovelas. A La Familia Burrón, completa, la importante
Editorial Porrúa le hizo una colección especial de 14 volúmenes, que desde
luego poseo. Del fondo de historietas encuadernadas de Buena Prensa (Chiquitín)
recuerdo, entre otras, Zenebi, con dibujos de Brick Foster (Jesús Quintero) al
igual que Dos Años de Vacaciones y Miguel Strogoff de Julio Verne; Pepe Trucha, de Alberto Lara
Jr.
Literatura
barata, subgénero literario y hasta porquería, han sido calificativos con que
muchos puristas de la literatura clasifican los monitos o historietas, que por
otra parte, afortunadamente, también tienen defensores y estudiosos de
reconocidos méritos, Al caso, voy a
citar sólo tres ejemplos: Puros cuentos, la historia de la historieta en
México, Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, Editorial Grijalbo/Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes Populares; Apocalípticos e integrados,
Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino, El péndulo de Foucault) y
Narrativa Gráfica, los entresijos de la historieta, Ana María Peppino Barrale,
coordinadora, Universidad Autónoma Metropolitana.
En el penúltimo
párrafo anterior menciono sólo unos cuantos títulos, a los que les podía dar
seguimiento en las revistas que mi tiempo disponible me permitía, de los muchos
más que contenían las mismas en ese tiempo. A quienes se interesen en la
historia integral de la historieta mexicana, les recomendaría la obra del Sr.
Aurrecoechea mencionada y la página de la hemeroteca de la UNAM La historieta y
la caricatura en México, que él actualmente dirige.
Aunque el asunto
lo retomaré en escrito posterior, dentro de la etapa de edad adulta, cuando fui
distribuidor exclusivo (1974-1998) de Publicaciones Herrerías, luego Novedades
Editores (NESA) de los señores O´Farrill, que ostentó muchos años el primer
lugar como editora y distribuidora de publicaciones populares (fueron los
dueños de Chamaco y Chamaco Chico que menciono al principio) quiero decir aquí
que títulos como El Libro Vaquero, El Libro Semanal, La Novela Policiaca, y
otras, eran las más importantes en su línea. El Libro Vaquero llegó a tirar
1´500,000 ejemplares semanales, como Kalimán en sus mejores tiempos, y un poco
más que Lágrimas y Risas; recibía Guadalajara 75,000, bien medidito el 5% del
tiro, con devoluciones en promedio entre el 2 y 3%, por lo que estábamos
dejando de vender, no pudiendo las impresoras producir más para llegar en
cuatro semanas a 100,000. El Libro Semanal, que se sigue también imprimiendo,
fuera del sello NESA, andaba mi dotación en los 50,000, siendo la más antigua
de todas, en la cual las señoras Alicia Ibáñez Parkman, directora, y Laura
Bolaños (Abril) entre los argumentistas, jugaban un papel muy importante.