lunes, 8 de mayo de 2017

VÁMONOS HACIENDO ...

Cuando don Amador Murguía Blancarte me nombró jefe del Departamento de Análisis de Crédito de la sucursal Guadalajara, que de alguna manera abarcaba parte de lo que después se hicieron cargo la Gerencia Regional y luego la Dirección Divisional correspondientes, en lugar de Juan Ramírez Méndez y en vez de mandarme, a lo que iba destinado, a la calle como investigador de crédito supliendo a José Guadalupe García Ochoa, me encomendaba ya como Subcontador, varios asuntos que recaían, aparte de su cartera propia en las de los subgerentes Joaquín Ruiz Fernández y Alfredo Bué Vázquez, y luego en lugar del primero al irse a abrir la gerencia de la urbana Vallarta, de Miguel Belmán Torres, de quien eran más frecuentes las encomiendas.
Había, como lo menciono en Guadalajara Uno y en Un gerente excepcional, el caso del cliente de crédito venido a menos Rafael Flores y Flores que en sus ranchos agrícolas por varias razones fuera de su control: malos temporales de lluvias e invasión de sus terrenos por paracaidistas ejidales con  los que estaba en litigio, y otros de menor importancia, habían provocado su caída a cartera vencida en el banco.
El señor Flores tenía además varias propiedades urbanas en Guadalajara en el barrio de San Juan de Dios, colindantes en lo que fue la antigua Plaza de Toros El Progreso, que el gobierno estatal de Flavio Romero de Velasco no le acababa de indemnizar como terrenos que formarían parte de la Plaza Tapatía. Esto obviamente lo conocía don Amador y, aparte de la confianza que le tenía como cliente, le había estado concediendo algunos préstamos directos indispensables para mantenerlo a flote.
Circunstancia con la que don Leopoldo Morales Solórzano primer director de la Gerencia Regional Guadalajara, no estaba de acuerdo y en repetidas ocasiones tajantemente había indicado que el caso se fuera a juicio. A la repetida orden escrita me indicó el Sr. Murguía que la guardara y luego me dictaba la respuesta. Varios días después al revisar pendientes me repitió lo mismo. Al repetirse la misiva drástica de don Leopoldo, a mi pregunta, me dijo simplemente hazte y yo con mi sentido un tanto bronco de la dignidad, le contesté de rebote inmediato ¡¿cómo que hazte!? Y él igualmente: ¡Bueno … vámonos haciendo!       
Con la indemnización aludida, las cuentas de don Rafael quedaron pagadas a toda cabalidad, don Amador acrecentó su estatura gerencial, y aminorada un tanto la de don Leopoldo Morales. En tanto, por gestión de mi entrañable jefe, estaba ya desempeñando mi cargo de contador en Tepic, Nay., ante, afortunadamente, otro gerente de calidad don Gilberto Sarmiento Maldonado. En las ocasiones que me tocó venir a Guadalajara, la sucursal ya en el nuevo espléndido nuevo edificio de Av. Juárez 237, ocurría a saludar a don Amador, quien me repetía que “no me dejaba curar parado” y lo mismo cuando después, ya avanzado de edad lo visitaba en su casa de la colonia Providencia.