Había, como lo menciono en Guadalajara Uno y en Un gerente excepcional, el caso del cliente de crédito venido a menos Rafael Flores y Flores que en sus ranchos agrícolas por varias razones fuera de su control: malos temporales de lluvias e invasión de sus terrenos por paracaidistas ejidales con los que estaba en litigio, y otros de menor importancia, habían provocado su caída a cartera vencida en el banco.
El señor Flores tenía además varias propiedades urbanas en Guadalajara en el barrio de San Juan de Dios, colindantes en lo que fue la antigua Plaza de Toros El Progreso, que el gobierno estatal de Flavio Romero de Velasco no le acababa de indemnizar como terrenos que formarían parte de la Plaza Tapatía. Esto obviamente lo conocía don Amador y, aparte de la confianza que le tenía como cliente, le había estado concediendo algunos préstamos directos indispensables para mantenerlo a flote.
Circunstancia con la que don Leopoldo Morales Solórzano primer director de la Gerencia Regional Guadalajara, no estaba de acuerdo y en repetidas ocasiones tajantemente había indicado que el caso se fuera a juicio. A la repetida orden escrita me indicó el Sr. Murguía que la guardara y luego me dictaba la respuesta. Varios días después al revisar pendientes me repitió lo mismo. Al repetirse la misiva drástica de don Leopoldo, a mi pregunta, me dijo simplemente hazte y yo con mi sentido un tanto bronco de la dignidad, le contesté de rebote inmediato ¡¿cómo que hazte!? Y él igualmente: ¡Bueno … vámonos haciendo!
Con la indemnización aludida, las cuentas de don Rafael quedaron pagadas a toda cabalidad, don Amador acrecentó su estatura gerencial, y aminorada un tanto la de don Leopoldo Morales. En tanto, por gestión de mi entrañable jefe, estaba ya desempeñando mi cargo de contador en Tepic, Nay., ante, afortunadamente, otro gerente de calidad don Gilberto Sarmiento Maldonado. En las ocasiones que me tocó venir a Guadalajara, la sucursal ya en el nuevo espléndido nuevo edificio de Av. Juárez 237, ocurría a saludar a don Amador, quien me repetía que “no me dejaba curar parado” y lo mismo cuando después, ya avanzado de edad lo visitaba en su casa de la colonia Providencia.