En Atotonilco las actividades cotidianas en los
cuarentas del pasado siglo XX, cuando llegamos al inicio de enero de 1945, del
rancho El Salvador la familia de la Torre Galindo, eran, y siguen siendo ahora,
primordialmente, todos los días de lunes a domingo, a diferencia de otros
lugares, como Tepatitlán donde descansan los jueves. Aquí, para cumplimentar el
día de asueto obligatorio, no se trabajaba la tarde del sábado y del domingo.
El sábado, mucho más que el domingo, se
desarrollaban los principales festejos planeados y esperados toda la semana.
Algunos eran verdaderos acontecimientos que se comentaban varios días después.
Independientemente de celebraciones en casas particulares
o en el Centro Social Recreativo Atotonilco del señor Benjamín Navarro
Hernández, ubicado frente a la plaza principal en 5 de Febrero y Juárez, por
Primeras Comuniones, Quinceaños, Matrimonios, etc., los días de campo o paseos
eran muy socorridos. Balnearios como Los Sabinos, Taretan, Los Chorritos, Los
Tepames, El Brinco de los Viejos, La Cueva de Rentería, la Cueva del Agua, así
como en las primorosas huertas de naranjos que tanto abundaban en la ciudad,
que le dieron con mérito sobrado, el nombramiento de El Jardín de Jalisco.
Los Sabinos por la salida hacia
Ayotlán, así como Taretan al lado izquierdo, antes de la cuesta a los Altos, eran,
y siguen siendo, manejados por la presidencia municipal en turno, con sus abandonos
periódicos y reconstrucciones significativas, como toda obra oficial. Los
Chorritos, alimentado por las primorosas aguas rodadas semi termales del gran
yacimiento de Taretan, antes de que construyera el balneario en su forma actual
don Margarito Ramírez, lo llegamos a disfrutar cuando era un simple estanque
propiedad, creo, de la familia Valvaneda. Se dijo que don Margarito compró la
propiedad en tres centavos.
Los Tepames, sitio en las inmediaciones del rancho
Lagunillas en el camino hacia San Francisco de Asís, a donde se hacía la
romería anual La Burrada al principio de la temporada de lluvias, (ver relato)
organizada por la señorita Arcelia Valle Núñez, en la que hasta más de 150
jinetes burreriles conformábamos la expedición, que si no se acompañaba de una buena
tormenta mojándonos hasta los huesos, y de azotones por caídas de los jumentos en
lodazales y breñales, la cosa no tenía mayor chiste. La gran cantidad de cuadrúpedos
perfectamente ajuariados eran proporcionados mediante renta por el conocido
arriero, creo que de apellido Zamudio.
El Brinco de los Viejos estaba más retirado por el
mismo rumbo, mediante un camino de a pie entre breñales y pedregales, para
acceder a un corte o relís a plomo en la
montaña que alojaba en el fondo un pozo natural que nos servía de estanque para
bañarnos. Aquí las excursiones que hacíamos eran de puros hombres, unos cinco o
seis, cargando cada quien lo que se le asignaba para la comida y necesidades del
festejo.
También eran idas de grupos pequeños de hombres las
idas a La Cueva de Rentería. La leyenda dice que ahí guardó al morir un ladrón
cuyo apellido tiene la cueva, su enorme fortuna en oro y plata y otras cosas de
valor, y que desde entonces todos los que pretenden tomar algo del tesoro, oyen
la voz de su fantasma sentenciando que deben llevarse todo o nada, y que en esa
imposibilidad deben dejar en el lugar lo que lleven de pertenencias personales para
poder salir del sitio infestado permanentemente de murciélagos.
La Cueva del Agua, está a unos cuantos kilómetros
por la carretera rumbo a Tototlán a mediados de lo más alto del cerro a mano
derecha. Se llegaba a ella a campo traviesa en línea recta desde la carretera,
también básicamente en grupos pequeños para hacer día de campo en el interior
muy fresco de la cueva, tomando agua de los veneros o revenideros que manaban
de su lecho, que dicen que ahora ya no tiene.
Respecto a las huertas de naranjos, que cubrían
entonces la mayor parte de lo que ahora es la mancha urbana consistente en aquel
tiempo en calles empedradas, muchas tenían en su interior instalaciones y bodegas
para las necesidades de trabajo, y no pocas casas de campo para el descanso y la diversión
de los propietarios o invitados. Destacaban algunas huertas de la familia Valle, que encabezaba don
Lorenzo Valle Valle (ver relato La Familia Valle) a cuyos festines concurrían
invitados tanto locales como de otros lugares, principalmente de Guadalajara.
En especial recuerdo la huerta denominada Las Corrientes rumbo a la hacienda de
Milpillas, por lo que ahora es la salida de la carretera a La Barca.
Ahí curiosamente, un domingo, no sábado, se ofreció en
1954 o 1955, una comilona a la que asistieron algunos funcionarios de la
sucursal Guadalajara de Banamex. Yo había ingresado al banco en junio del 54.
Beatriz Orozco Zepeda, hija de don Alejandro Orozco ex corresponsal de Banamex,
invitó a su amiga Teresa de Jesús Gutiérrez García, quien a raíz de ese
encuentro luego fue mi única novia y esposa durante 52 años (19/8/1961 a 13/10/2013)
Otros lugares a los que concurríamos, generalmente
por invitación en mi época atotonilquense Banamex (1954/1961) eran a Ayotlán con
el corresponsal don Salvador Gaytán Sevilla, don Ramón Escoto, don Manuel
Rivas, papá del dueto de las cantantes Hermanitas Rivas, y otros clientes; al
balneario Agua Caliente en Santa Rita; a la hacienda, creo de nombre La
Sabinilla, de don Bernardo Velazco. A Arandas con los señores José y Salvador
Torres Pérez Vargas, corresponsales y dueños fundadores de Tequila Centinela, don
Juan N. López conocido comerciante. Al rancho y presa de Coina llegando a Tototlán,
con don Juan Villarruel, cliente de Atotonilco.
En sábado solíamos, casi siempre después de las
comidas o festejos del mediodía, seguirla en el citado Centro Social Recreativo
Atotonilco, en el tradicional Bar Los Naranjos en la esquina sur de Morelos y
oriente de Juárez, la del Chino Escoto en Terán frente al costado poniente del
mercado Hidalgo. Casi siempre ya bien entrada la noche en el Gato Tuerto, donde
ahora es calle Dr. Espinosa, frente al costado norte del mercado, o bien ya
amaneciendo a tomarse un amargo para las bilis en la cantina de don Pancho “El
Cargador” y doña María su esposa, frente al costado sur del citado mercado, ahora
calle Ávila Camacho y entonces Lacroix, en que a media cuadra estaba también el
Bar 201 de don Maclovio Navarro.
También en sábado solíamos hacer nuestras rondas al área
y lugares de las “mujeres alegres” que estaban confinadas a la parte que
llamábamos la zona o el cañonazo, al término de la calle Madero hacia el sur,
en seguida del cruce con la carretera vía corta a México, pero aun persistían
en sus sitios de origen algunas como la Mosaica en la calle Terán, Trina Gamiño
en continuación Matamoros al norte cerca del puente leñero, y hasta en la casa
de la mamá de la Cinia, en la citada Matamoros al sur del puente. Ya casi
llegando al cañonazo por Madero a mano derecha estaban La Ranchera, y alguna
otra, y ya pasando el puente de las carretera, entre otras muchas casas non
sanctas más, la del señor Campos que no recuerdo su nombre. Era la única que
tenía un anuncio luminoso de neón en movimiento, con el caballo insignia del
Tequila Siete Leguas, muy llamativo y tentador desde lo alto de la carretera.
En una ocasión en plena madrugada en que andábamos tres o cuatro amigos ya en
las puntadas medio locas del final de juerga, se me ocurrió apostar que desde
ahí, unos veinticinco o treinta metros, con una botella que había quedado vacía
destruiría el anuncio que por estar de bajada, no veía tan difícil, y ¡zas! que
hago un tiro maravilloso, aterrizando el montón de vidrios con todo y equino en
la banqueta. Después José Guadalupe Pérez Serrano (QEPD) ex compañero Banamex, en
las visitas casi diarias del lenón al banco, decía que iba a cobrarme el destrozo
causado.