sábado, 6 de septiembre de 2014

LOS MONITOS EN ATOTONILCO

En el relato Guillermo Tell, Descubrimiento del Mundo del Libro, describí como mi padre nos leyó, en el rancho El Salvador, cuando tenía cuatro años, la historia de este héroe suizo, que fijó en mí un precoz enorme interés por la lectura.
Al trasladarnos a Atotonilco e ingresar a la primaria en enero de 1945, con casi nueve años de edad, veía a la salida todos los días, tanto a las doce de la mañana, como a las cinco de la tarde, que en uno de los puestos fijos de la plaza principal, se aglomeraban muchos condiscípulos, aparte de a comprar alguna golosina o preparado de frutas, las famosas revolturas, que tan solicitadas era ahí,  principalmente a leer los “monitos” o revistas de caricaturas.
En cuanto logré “juntar” las letras y leer más o menos de corrido, me hice inmediatamente partícipe de esta afición desbordante con tantos adeptos, que contra lo que muchos digan, fue un factor importante de cultura para el pueblo mexicano. El puesto en la plaza, en donde había varios, a diferencia de ahora que no hay ninguno, era el de don Juan Gómez, que en exclusiva manejaba las publicaciones o revistas. Chamaco, Chamaco Chico, Paquín, Paquito, y otras, de editoriales privadas y de edición o frecuencia diaria; Figuras, semanal de formato más grande, de la Secretaría de Educación Pública y además en el templo se vendía Chiquitín de Buena Prensa, también semanal, a través de la que me conecté de inmediato con su fondo editorial, así como con el de su hermana Librería Editorial San Ignacio, que importaba libros de España y Argentina. De esta revista incluso encuaderné artesanalmente: Mowgli, de R. Kipling, El Gigante Egoista, Tacuche y Pitorro, y otros.   
Chicharrín y el Sargento Pistolas, de Armando Guerrero Edwards, que recuerdo muy bien, quizá lo haya leído en Jueves de Excelsior o Revista de Revistas. Chema Tamales y Juana, en el popular Cancionero Picot, de distribución gratuita, lo disfrutaba permanentemente. Y un tanto fuera del tema, ejercían en mí una gran fascinaban los calendarios anuales de cigarrera La Moderna, con pinturas de Jesús Helguera. 
Sin descuidar para nada mis obligaciones escolares, en las que fui en los seis grados, sin falsa modestia, el alumno número uno, e incluso me hacía cargo de la cooperativa escolar y otras actividades que me encomendaba la directora maestra María Felícitas Sánchez Ramírez, esperaba todos los días con renovadas ansias, para separar y pagar el alquiler de las revistas que iba a leer, a fin de darle seguimiento a las historias que se publicaban en las mismas. También, asistía, con la mayor frecuencia posible no obstante mi escasa economía, al cine Ideal de don Manuel Navarro Ruiz y después al Gran Teatro Cine Atotonilco de don Margarito Ramírez (ver mis cinco relatos sobre el tema)
Era muy emocionante seguirles el hilo a los episodios e historias de títulos como Majestad Negra, de Guillermo de la Parra; Wama y El Pirata Negro (Tirando a Gol o El Diamante Negro) de Joaquín Cervantes Bassoco; Rolando El Rabioso, de Gaspar Bolaños Villaseñor; Los Súpersabios, de Germán Butze; Escuadrón 201, de Sealtiel Alatriste; La Raza de Bronce, autor no especificado; y Ricardo Lacroix, de Carlos Riveroll, del Chamaco. Almas de Niño (Memín Pinguin) y Ladronzuela de Yolanda Vargas Dulché; Corazón del Norte, de Eduardo Martínez Carpinteiro; Espuelas de Oro, de Eduardo Galindo y Ernesto Cortázar con gráfica de José G. Cruz; Kid Azteca, de J. Pita Cabrera; y Los Superlocos (El Señor Burrón o Vida de Perro, La Familia Burrón) de Gabriel Vargas, del Pepín. Muchos de estos nombres tuvieron segundas y subsecuentes etapas y de no pocos se hicieron películas y telenovelas. A La Familia Burrón, completa, la importante Editorial Porrúa le hizo una colección especial de 14 volúmenes, que desde luego poseo. Del fondo de historietas encuadernadas de Buena Prensa (Chiquitín) recuerdo, entre otras, Zenebi, con dibujos de Brick Foster (Jesús Quintero) al igual que Dos Años de Vacaciones y Miguel Strogoff  de Julio Verne; Pepe Trucha, de Alberto Lara Jr.         
Literatura barata, subgénero literario y hasta porquería, han sido calificativos con que muchos puristas de la literatura clasifican los monitos o historietas, que por otra parte, afortunadamente, también tienen defensores y estudiosos de reconocidos méritos, Al caso,  voy a citar sólo tres ejemplos: Puros cuentos, la historia de la historieta en México, Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, Editorial Grijalbo/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Populares; Apocalípticos e integrados, Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino, El péndulo de Foucault) y Narrativa Gráfica, los entresijos de la historieta, Ana María Peppino Barrale, coordinadora, Universidad Autónoma Metropolitana.      
En el penúltimo párrafo anterior menciono sólo unos cuantos títulos, a los que les podía dar seguimiento en las revistas que mi tiempo disponible me permitía, de los muchos más que contenían las mismas en ese tiempo. A quienes se interesen en la historia integral de la historieta mexicana, les recomendaría la obra del Sr. Aurrecoechea mencionada y la página de la hemeroteca de la UNAM La historieta y la caricatura en México, que él actualmente dirige.    
Aunque el asunto lo retomaré en escrito posterior, dentro de la etapa de edad adulta, cuando fui distribuidor exclusivo (1974-1998) de Publicaciones Herrerías, luego Novedades Editores (NESA) de los señores O´Farrill, que ostentó muchos años el primer lugar como editora y distribuidora de publicaciones populares (fueron los dueños de Chamaco y Chamaco Chico que menciono al principio) quiero decir aquí que títulos como El Libro Vaquero, El Libro Semanal, La Novela Policiaca, y otras, eran las más importantes en su línea. El Libro Vaquero llegó a tirar 1´500,000 ejemplares semanales, como Kalimán en sus mejores tiempos, y un poco más que Lágrimas y Risas; recibía Guadalajara 75,000, bien medidito el 5% del tiro, con devoluciones en promedio entre el 2 y 3%, por lo que estábamos dejando de vender, no pudiendo las impresoras producir más para llegar en cuatro semanas a 100,000. El Libro Semanal, que se sigue también imprimiendo, fuera del sello NESA, andaba mi dotación en los 50,000, siendo la más antigua de todas, en la cual las señoras Alicia Ibáñez Parkman, directora, y Laura Bolaños (Abril) entre los argumentistas, jugaban un papel muy importante.