martes, 29 de julio de 2014

UNA HISTORIA COMO TANTAS

Tendrá unos setenta y tantos, a lo mejor ochenta; se ve que fue una mujer hermosa, con todo y que su físico esté maltratado. Denota un carácter distinguido y de mujer de mundo. Al salir al pasillo de su puesto de comida en el mercado municipal, sus pies vendados ocultan várices y otros padecimientos añosos; no obstante atiende ágil y diligente a la clientela, y si ésta no existe, siempre está ocupada preparando algo.  
El hombre que la auxilia en el manejo del negocio, es bastante menos viejo; unos cincuenta y cinco, sesenta. Es un hombre robusto, chaparro y de rasgos indígenas. Renquea. Pudo haber sido soldado o cargador; su devoción a la señora, luego se ve que es muy especial.  
En los cuarentas del pasado siglo veinte, la casa de “La Canica” era una de las más socorridas por los parroquianos pudientes y distinguidos. Las no más de diez muchachas que ahí trabajaban, a diferencia de las otras casas de diversión del lugar, eran elementos más distinguidos en el medio; bien capacitadas y entrenadas por su patrona, Doña Martina, para departir y convivir con su clientela local y de lugares vecinos; seleccionada de manera rigurosa por la dueña.  
Elena Robles era la adquisición más reciente de la casa. Llegó ahí aferrándose a lo que consideró, como varias de las demás muchachas, una tabla de salvación a sus desgracias. Un ingeniero de caminos, medio pariente, la había deslumbrado y engañado, en lo que mucho tuvieron que ver las facilidades de su mamá. Con la desgracia encima, tanto la propia familia, como la del novio que tenía, al no querer pasar ninguna el trago amargo de la deshonra, dejaron a la infeliz muchacha deslizarse en el barro de la prostitución.   
El pretendiente, cuando sucedieron los hechos, ya tenía rato disputando el noviazgo con  un subteniente del destacamento militar asentado en el lugar. En una boda al calor de las copas y más de la condición en que andaban, llegaron a las manos y a las armas, tocándole perder la vida al teniente y al novio la tierra. Las insistencias de algunas de las pupilas de la canica acabaron convenciendo a Elena para ingresar al lenocinio.  
Las cosas, sí se puede decir así, iban saliendo. El nuevo manjar de la casa de citas era apetecido por muchos de los clientes; pero no cualquiera lo obtenía. La muchacha se manejaba con ciertas normas que muchos no llenaban. La señora de la casa conoció luego los buenos sentimientos de su nueva pupila, pero también conocía bien las posibilidades económicas de su negocio, y obviamente, lo que cada muchacha y cliente  podía dejarle.      
Uno de ellos se encaprichó de Elena. Era bastante violento y medio loco con copas. En una ocasión juró que Elena se las iba a pagar por haberse negado a acompañarlo, llevándose esa vez a varias muchachas al mismo tiempo, a quienes hizo vejaciones terribles que prometió repetir en la compañera de éstas.  
En la temida como esperada siguiente visita del pelafustán, su objetivo era ensañarse con Elena. La matrona de la casa trató enérgicamente de disuadirlo; al no lograrlo le pasó a escondidas a su pupila una pequeña pistola calibre 25, para que en última instancia se defendiera del rufián. Éste se la llevó a una de las habitaciones y la mancilló desaforadamente hasta dejarla exhausta; para enseguida continuar golpeándola furiosamente. La víctima se defendía infructuosamente, devolviendo algunos golpes, que hicieron que el agresor, más enfurecido, tomara su pistola de la ropa que había dejado en una silla. Elena se le anticipó disparando mortalmente con la pequeña pistola que había escondido debajo de la almohada.      
En el juicio, si se pudo llamar así la farsa que se hizo, de nada valieron las declaraciones de descargo de la patrona, sus demás pupilas y el mozo de la casa, un jovencito que había causado baja del ejército a unos meses de su ingreso, por una herida en combate. La familia de Elena no prestó mayor ayuda, y la del occiso presionó con dinero e influencias para que se  castigara a la acusada con los veinte años de sentencia que entonces se daba por homicidio. El mozo fue la única persona que la visitó y ayudó durante su condena.  
Al salir de la prisión en los sesentas, Elena trabajó como sirvienta en varias casas y en la última el dueño, funcionario municipal, a quien le gustaba su arte culinario, le consiguió un puesto en el mercado municipal, que hasta la fecha maneja, ayudada por el fiel mozo que ha sido su apoyo y pareja desde su encarcelamiento.      

AMENAZA CUMPLIDA

En un pequeño e incomunicado pueblo del sur del Estado, conforme al dicho,  lugar dejado de la mano de dios, manejaba las cosas a su antojo con la ley del más fuerte, el cacique correspondiente, como en muchos otros lugares similares de la entidad y el país.   
Ahí, don Darío Ramírez era la encarnación típica de este personaje. Tenía junto con mucha riqueza, comprobada fama de hombre implacable, violento y mujeriego. En los negocios y muchas cosas, obraba siempre con ventaja, valido de su prepotencia y fortuna material. Sus malos instintos identificaban sus principales actos.  
Rosario era una hermosa mujer, casada con Santiago Sánchez, campesino y mediero, para su desgracia, de don Darío. Éste pretendía a la esposa con resultados repetidamente negativos. Valiéndose de artimañas infames, logró al fin hacerla caer, en lo que intervino, como casi siempre sucede en estos casos, una alcahueta del pueblo. La bella mujer se negó firmemente a tener nuevas relaciones con el patrón, por lo que éste inició un acoso feroz del más variado tipo en contra de los esposos, que no era desconocido por la comunidad.  
En el término normal nació una niña fruto de la villanía del cacique.  El esposo ofendido  desapareció unos meses antes, no volviéndose a saber más de él. Unos, sin comprobarlo, decían que se había ido lejos donde ya tenía otra familia. Otros, que lo encontraron luego de su partida tirado en un barranco cercano. El potentado siguió pretendiendo de manera tenaz a la viuda.  
En lugar tan pequeño, tenían que verse las caras víctima y victimario de alguna manera.  En un convivio familiar, en que por enésima vez quiso el malandrín hacer de las suyas, unos invitados de Guadalajara, que no temían represalias del agresor, impidieron que llevara a cabo sus intenciones, siendo tal el enojo que profirió ferozmente amenazas de muerte, que en la primera oportunidad cumpliría contra Rosario.  
No tardó en encontrar la ocasión. Rosario al quedar sola, se ayudaba económicamente confeccionando ropa a las mujeres del pueblo que se lo requerían. Por sus penurias había visto un tanto mermada su salud. De visita a una de sus clientas para entregarle unos vestidos, coincidió que ahí se encontraba el odioso abusador, en compañía de otras personas. Quizá con la complicidad de la dueña de la casa, con quien la recién llegada había ido a una recámara a probarle una de las prendas, don Darío vertió en la taza del té de Rosario, que a todos les habían servido, una fuerte dosis de laúdano, que a las pocas horas le quitó la vida a la desdichada mujer, en el lecho de su casa.  
Con la ayuda de una de las asistentes en la reunión fatal que la había acompañado, mandó llamar de urgencia al señor cura del pueblo, que era su padrino al igual que de Margarita su hija de unos cuantos meses de edad. Después de la confesión y recibir los demás auxilios religiosos en artículo de muerte, le entregó y encargó mucho a la niña, y con el testimonio de la vecina presente, acusó al culpable de su desgracia.  
El pueblo indignado pretendió hacer justicia por mano propia. Secuestró al malhechor y después de inmovilizar a sus principales achichincles, pretendían colgarlo de una de las arcadas de la casa grande de su propiedad. Suplicaba piedad, como sucede generalmente a estos tipos cuando les llega la soga al cuello. El señor cura impidió el linchamiento con ayuda de algunas personas respetables del pueblo.  
La turbamulta le advirtió al rufián que si seguía en las mismas, después de darle una paliza, lo castrarían antes de ahorcarlo. La amonestación no sirvió de nada, el sujeto no dejó de satisfacer sus apetitos. Castigó rabiosamente a varios de los atentadores. Además, con renovada voracidad aumentó sus tranzas de agio, acaparador de tierras y ganados, puestos políticos y otras ambiciones, haciéndolo más temible y poderoso.  

Al tiempo, cerca de su fin, enajenado, veía fantasmas en todas partes queriéndolo envenenar. Murió abandonado como un Pedro Páramo de tercera, de más de ochenta años de edad. Sus hijos, varios de ellos medios hermanos, algunos venidos de otros lugares, acudieron más por interés de la herencia que por afecto. Como buenos hijos de hiena, ya se estaban disputando los bienes aún sin terminar el sepelio.   

MARGARITA

Margarita era una vivaracha jovencita de catorce o quince años a mediados de los años veinte del pasado siglo. Había quedado, unos meses después de nacida, a cargo de su tío y  padrino, el señor cura del pueblo. Su madre, esposa mancillada, murió envenenada por órdenes del cacique del lugar al continuar siendo rechazado por ésta, después de que en un despreciable acto de violación, le había dejado a Margarita como fruto de su vileza. El marido de la víctima, que era campesino y mediero del patrón, tuvo que dejar el destino de la niña en manos del párroco, su pariente más cercano, para abandonar el pueblo con su demás familia.  
La muchacha había permanecido al cuidado del recto y bien querido sacerdote, quien desde al nacer la niña, mayormente conociendo la tragedia de su madre, le tenía especial   cariño, como así mismo se lo profesó a la víctima del malvado hombre fuerte del pueblo.  Viéndole facultades para el comercio a la jovencita, le puso un tendejón, en el que pronto confirmó sus habilidades. Su buena presencia, trato y carácter eran notables. Muchos jóvenes  se sentían afortunados con su amistad y no pocos aspiraban ir a terrenos más formales.  
En aquellos años, el país estaba todavía muy revuelto. Los levantamientos en armas de hombres en desacuerdo con la mala situación prevaleciente y de otros por el simple oportunismo de riqueza y poder, eran cosa normal. Los caciques, como siempre, seguían disputándose encarnizadamente la explotación de un pueblo a su merced.  
Entre los levantados se encontraba Jesús Penella, hábil campesino y caballerango, de veintitantos años, a quien su gente respetaba y quería bien. Se le tenía en la comunidad  por hombre valiente y arrojado, pero también violento e inclinado al alcohol y a las mujeres. Su actividad le redituaba un buen número de enemigos.  
Frecuentaba Jesús cada que podía, sobre todo los domingos, la tienda de Margarita y se veía a las claras que la joven le gustaba. La relación no iba más allá de los usuales y lacónicos saludos de la gente del medio rústico jalisciense de entonces. La muchacha, aunque no le disgustaba el rudo pretendiente, le  guardaba mucho respeto y ... temor. La gente conjeturaba acerca de aquella relación. El señor cura, como buen tutor quería lo mejor para su ahijada y la trató de disuadir. El pretendiente estaba cada día más metido en las armas y el destino de la pareja, por lo tanto, no era nada prometedor.  
Los rumores de que se la iba a robar y un beso en la frente, hurtado un domingo ante varios testigos, fue el compromiso, tácito, de matrimonio entre los dos jóvenes. Este hecho, junto con el rapto, era considerado por la costumbre como signo ineludible de compromiso nupcial y al realizarse éste, lavaba la deshonra de la consorte. En los tiempos actuales estas cosas resultarían del todo intrascendentes y hasta increíbles para tan serio compromiso,  pero entonces era todo lo contrario.  
El matrimonio, a pesar de las condiciones adversas y los vaticinios en contra, fue bien avenido, y en lo posible feliz. Desafortunadamente duró poco menos de un año y medio. La joven esposa había continuado manejando su tienda y el marido sorteando las dificultades de su peligrosa actividad que en ningún momento dejó. 
Jesús fue siempre respetuoso y responsable de sus obligaciones conyugales, con las salvedades que le imponía su situación de hombre fuera de la ley. De la misma manera satisfizo como mejor pudo las necesidades de la gente que no dejó de seguirlo. Falleció en una emboscada que le preparó el ejército, mediando la traición del capitán al mando, que era su coterráneo y supuestamente su amigo.  
Procrearon dos hijos. El primogénito, venido a los nueve meses de sus bodas, falleció a consecuencia de una caída del mostrador de la tienda, cuando Margarita atendía su trabajo. La niña, concebida unos días antes del fallecimiento del padre, después de una niñez y juventud azarosas, se dedicó a la docencia en la capital del estado y en algunas de sus cabeceras municipales.  
Margarita, ya viuda, le tocó auxiliar en agonía a una amiga de la infancia, quien faltó al dar a luz dejando ocho huérfanos a su esposo don José Romo, reconocido hombre de campo y de a caballo en la región. Al quedar solo se había convertido en un atractivo partido para las mujeres casaderas. Admiraba a Margarita desde chica, y más por las atenciones prestadas a su esposa y a sus hijos.
En una ocasión concurrió la viuda a regañadientes a un día de campo con otras amigas. Antes de la comida decidieron bañarse en el estanque del lugar. Margarita se enredó en unas raíces profundas en el fondo del agua. A los gritos de ayuda de las muchachas apareció el señor Romo para rescatarla.  
El matrimonio se celebró después de guardar los dos años de luto tradicional por la amiga fallecida. La nueva pareja iniciaba su destino con siete hijos, cuatro niñas y dos niños del esposo y la  niña de ella. Junto con el amor y agradecimiento a don José por haberla salvado de ahogarse,  Margarita tuvo que tener también muy presente el compromiso,  hecho a su amiga en artículo de muerte, de cuidar de su esposo  y de sus hijos.  
Las jovencitas entenadas, no obstante los esfuerzos y afanes de su madrastra, fueron siempre su quebradero de cabeza, y no pocas sus acciones incorrectas. Lograron, empezando, que su marido convenciera a Margarita de enviar a unos parientes lejanos a su hija del primer matrimonio, que así jamás vivió con ella. A sus cuatro nuevas hijas, sus medias hermanas, les hicieron mil tropelías, varias de estas realmente graves.  
Aparte de vicisitudes por la tierra, como muchas otras familias en tiempos difíciles, afrontó Margarita otros contratiempos. A mediados de los cincuentas emigraron a Guadalajara porque la salud de su cónyuge empeoró paulatinamente. Un despojo político como opositor municipal lo desilusionó mucho. En la capital del estado tuvo un mal negocio comercial, en el que sus hijas mayores más extraían que aportaban. En pocos años falleció.
Viuda de nuevo, el personaje principal de este relato, tuvo que sortear otros problemas para formar a su numerosa familia, integrada principalmente por mujeres, en un medio por esto último, mucho más difícil. Al final entre las malas artes de sus entenadas, sufrió el despojo de un terreno que con todo derecho le había dejado sus esposo, cooperando en el acto algunos cónyuges de éstas, y de cuyo usufructo además nunca le rindieron cuentas. 

INCIDENTE CASERO

Mi amiga se decidió por fin a salir de vacaciones una semana con la familia de su única hija y le ofrecí revisar su casa por aquello de los ladrones, y cambiarles el agua y la comida a los pajaritos que tenía en una jaula metálica gigante de varios niveles, así como atender de la misma manera a las dos perritas que deambulaban en las áreas del lavadero y la azotea de la finca. Programé hacerlo por la noche el martes, jueves y sábado.  
El chequeo correspondiente al jueves, decidí hacerlo diferente al del martes, en el que en la mesa de la cocina había hecho un tiradero que no me gustó; así que las labores descritas las realicé en el lavadero en el traspatio de la cocina, pero al abrir la puerta del pasillo, que por cierto no cerraba muy bien, las dos perritas salieron a corretear por toda la casa y a meterme luego en un brete  para regresarlas a su lugar.  
La cocina tenía otra puerta al lavadero, de dos hojas, un tanto desvencijada y prácticamente clausurada, que incluso a mi sugerencia se había reforzado con un aldabón metálico de pasador y cadena, y además una tranca transversal de madera.  
El sábado quise asegurarme que las perritas no me repitieran el jueguito del jueves, cerrando más la puerta; pero ya fuera porque con el talón del zapato izquierdo le di un jalón o por la contribución del airecito que estaba haciendo, la puerta de acceso al lavadero se cerró de golpe.  
¡En la madre! Después de auto pendejearme severamente unos segundos, decidí que iba a salir del lío a como diera lugar. Eran pasadas las nueve de la noche. Mi diabetes me mantenía ya a dieta y en una o dos horas podía empezarme a bajar el azúcar por falta de alimento. Aparte de que no me convenía llamarle a algún conocido, que tendría primero que buscar un cerrajero en sábado y a deshora, y que el vecindario se diera cuenta; la solución de todas maneras duraría mucho más tiempo. Aparte, ¡Peor cosa! Mi celular estaba al alcance, ¡pero en mi saco colgado en un mueble de la sala.  
La finca en el centro de la ciudad, en zona de casonas en parte abandonadas por sus dueños, tenía contigua sólo una ocupada, que el propietario, de quien yo no era de los santos de su devoción, pero me guardaba respeto, tenía amurallada su casa, por lo que pedirle auxilio, que era lo último que quería hacer, resultaba difícil y podía perderse mucho tiempo.   
Busqué inútilmente entre los tiliches del lavadero algún duplicado de la llave. Si la puerta a la cocina hubiera sido reforzada con la tranca de madera, ¡doblemente en la madre! No habría esperanzas de abrirla, pero sí, si solamente tenía puesto el aldabón metálico. Le di un fuerte empujón y se movió cosa de nada; insistí y logré una pequeña abertura como de dos o tres centímetros y la esperanza de que no hubiera tranca. Varios intentos después cedió un poco más, pero mi mano izquierda ni siquiera encontraba la cadena que jalaba el pasador del cerrojo.
Encontré el travesaño de madera de una jaula desechada por vieja. En el primer intento de usarla a modo de palillo chino, se deshizo en varios pedazos por lo podrido que estaba. Encontré al cabo de varios minutos otra tablita en mejores condiciones debajo de una caja desvencijada, y reanudé mis intentos por salir de ahí.
Para esto, el par de perritas tan cariñosas y fiesteras conmigo antes, una vez visto que mi objetivo era cosa poco menos que imposible, se largaron a la azotea y me dejaron solo.
En mis rezos suplicaba a Dios y a la Virgen de San Juan de los Lagos que me sacaran de la bronca en que me había metido. Batallé más de dos horas, sin poder arrastrar el pasador al punto de salida o desprendimiento. Traía ya bastante raspados los nudillos de mi mano zurda con algunos hilitos de sangre. De repente sentí que la cadena reculaba más espacio y ¡zas! que oigo el sonidito liberador de la misma. Empujé una de las hojas de la destartalada puerta y ¡gran alivio!  Estaba al fin en la cocina.  

Un vaso con refresco de cola y unos minutos de reposo, para normalizar la glucosa, me facilitaron regresar a mi casa sin novedad.      

ESMERALDA

Era una muchacha esplendorosa. Una gacela de cuerpo juncal, ojos verde jade que en momentos se tornaban negros, color de sus largas y risadas pestañas, como de sus arqueadas y bien delineadas cejas; frente amplia y recta su nariz; labios rojos y carnosos que delineaban una boca sensual, resguardo del más fino marfil de sus dientes; mentón y pómulos bien señalados. Era, sin más, una soberana criatura.  
De sus muchos hermanos, todos bien dotados por la naturaleza, las mujeres eran rubias como la mamá, y los hombres bastante morenos, aunque no tanto como el papá, que denotaba las señales cotidianas del sol por muchos más años. Esmeralda era pues, una mezcla resplandeciente de los dos colores raciales.   
La señora se dedicaba a los hechizos y la brujería. Muchos daban santo y seña, de variadas formas, acerca de sus artes sobresalientes en la materia. Incluso, falsamente, la atrofia en una mano de su esposo, se la achacaban en castigo a una fuerte discordia que tuvieron antes de casarse. La realidad era que se la había causado un balazo mal atendido en sus tiempos de soldado de la revolución.   
Como madre que se precie, deseaba y buscaba lo mejor para su familia, y en particular para las hijas casarlas con buenos partidos, pero por las circunstancias de su actividad, pocos galanes osaban acercárseles, no obstante los preciados dones de éstas y por supuesto, los sobresalientes de Esmeralda.  
Se hizo novia del heredero y administrador del rancho más importante de la región, del que se había hecho cargo unos años después de la muerte de su padre, bajo la tutela de la viuda, quien se oponía férreamente al noviazgo. Se comentaba mucho el resultado de la relación entre los vecinos. 
Aparte de la oposición de su madre y la diferencia social, el novio no tenía mucha firmeza en el noviazgo. Temía, con razón, no poder dar pleno cumplimiento a sus obligaciones afectivas como consorte, por la dedicación tan apegada a las obligaciones del rancho y a negocios personales que con especial apego había emprendido. Esmeralda era sin duda para un hombre de mejores recursos maritales. Vino la ruptura y el grito en el cielo de la güera mamá, que ya contaba con el conveniente emparentamiento de las familias.  
Esto lo conocí de cerca cuando de chico iba seguido al rancho en cuestión, propiedad de mi abuela materna, y además de que un primo hermano que vivía ahí, me enteraba de muchos detalles.
Unos 25 años después, casado, en asuntos sociales inherentes a mi actividad, en la casa de un distribuidor de una conocida marca de refrescos, vi una pintura de Esmeralda que me causó curiosidad, ya que la esposa del empresario era otra persona. El pariente y compañero de trabajo que me invitó al lugar, me sacó al momento de la duda.  
-Es la primera esposa de mi amigo, anfitrión del festejo, ella, por cierto era de un rancho cercano a tu natal Garabatos. Fue muy apreciada por esta familia. Se te hace raro ¿verdad?
 -Si, desde luego. 
-Resulta que murió en el viaje de bodas sin consumarse aún el matrimonio.
Ante mi asombro, continúo contando.
-Al llegar al hotel destino del viaje de bodas, se empezó a sentir de tal manera mal que no valió lucha alguna para salvarla. Los médicos que la atendieron, ni siquiera lograron diagnosticar el padecimiento.  
-¿Sabes que fue novia de un hermano de mi mamá?   
-Claro, e hija de una señora muy bonita que decían que era bruja.
-Sí, todavía vive, y sigue en esa actividad aunque ya está muy grande. 
-Se dijo entonces, entre otras cosas, que había maldecido a la hija porque no quería al yerno. Esto no era cierto, pues recuerdo que estuvo muy contenta con su familia política desde la boda, en la que estuve presente. Además me consta que desde el fallecimiento de la hija, hasta contraer segundas nupcias el viudo, la señora y su esposo lo visitaban con gusto.   

-Fueron compadres de mis papás. Nos visitaron más de una vez por allá de 1942 o 1943, en el rancho El Salvador donde vivíamos. Esmeralda era la ahijada.   

INTERCEPCIÓN TELEFÓNICA

El personal ya se había retirado. Me quedé a terminar algunos pendientes, antes de asistir, como ya era costumbre, a la reunión comida sabatina con un grupo de clientes del centro de la ciudad. Tuve que contestar varias llamadas telefónicas, entre ellas una de mi esposa preguntándome sobre unas cosas para la también sabatina reunión cena de ese mismo día, con el grupo de matrimonios amigos de la colonia, que nos tocaba presidir.  
Como a las dos y media contesté la última, no relacionada con  las actividades del banco.  
Era de una señora que había conocido unos días antes en la cena de bienvenida que me había ofrecido uno de los principales empresarios y político relevante de la localidad, de quien el esposo de la señora era pariente. El buen porte de la señora no nos pasó desapercibido en el ágape a ninguno de los presentes, como tampoco el de otra dama igualmente atractiva, encargada de la compañía de teléfonos, que en una ciudad chica, independientemente de sus prendas personales, la convertía en personaje importante, No se necesitaba mucho para entender luego que ambas damas rivalizaban en lo que provocaba su belleza en la concurrencia.         
Al contestar noté el sonidito o clic propio de que alguien más estaría conectado y lo di por hecho. Impliqué instantánea e intuitivamente la propuesta íntima recibida a una supuesta operación bancaria lógica para su esposo, a tratar el lunes siguiente.  
Después de la comida, que siempre se prolongaba hasta preludiar la noche, llegué como siempre a tiempo para la reunión nocturna con el grupo de vecinos de la colonia, que componíamos nueve parejas.  
El tema de las esposas concurrentes, terciando algunos de los cónyuges, fue la llamada del excitante capricho femenino, con el enlazamiento desde la central, a cuando menos dos auriculares más, el que contestaba mi esposa y el de una tercera dama apropiada del grupo, para que lo cacareara a todo color en la reunión.  
Que la señora ya estaba para otros trotes, que no, que todavía aguantaba. Que por su culpa el marido no daba una en los negocios desde hacía años, que por ella había conseguido buenos ídem, y como muestra estaban los contratos que papá político le había conseguido en el gobierno del estado. Que con la mandamás de la telefónica eran tal para cual, pero que con menos chance por vieja y no poder espiar como la otra. Que la segunda no se aventaba tanto, porque tenía su amigo en turno al que le tenía que guardar, si no respeto, sí consideraciones por el apoyo económico que recibía. Y otros chismes por el estilo.  
Unos meses después en el hotel donde se hospedaba una amiga y también atractiva cliente foránea, sus llamadas telefónicas fueron seguidas con toda precisión, haciéndome echar mano de las mejores estratagemas para mantener a salvo los asuntos que teníamos que tratar.  
Lo comenté con un amigo y cliente de confianza. Me informó de varios casos similares y algunos con consecuencias mayores. Que lo sabían sus jefes de  la dirección estatal de la telefónica, pero no hacían nada porque alguien arriba la protegía.  
Que en el evento del senador, había confesado su inclinación por el invitado principal, y que la parienta del anfitrión no le preocupaba, sino un poco su aspecto de formalidad y aparente seguridad en sí mismo que iba a costar trabajo derrumbar. 
Durante mi estancia en la plaza, manejamos con cierta frecuencia asuntos de trabajo, siempre en ese estricto sentido teniendo en cuenta su inclinación al espionaje telefónico, además de que mantenía supuestas relaciones con uno o dos clientes y personajes conocidos del lugar. 

CURRÍCULUM VITAE

                                                                                                             Jueves 3 de octubre de1996 Querida Mamá:  
Para que estés completamente segura, me concebiste el domingo 4 de febrero de este terrible año de crisis mexicana recurrente, a las cuatro de la madrugada, cuando tú y mi papi llegaron muy amorosos, de la boda de mi primo Carlos, hijo de la tía Laura, tu hermana mayor y el tío Ernesto.
Este tío, rabo verde, hubiera podido ser mi padre, pues siempre anduvo tras tus huesos y en la fiesta se te aventó tres veces: una al llegar al festejo cuando les asignaron mesa, otra cuando tu hermana pidió que le ayudaras en la entrada a recibir invitados, y la tercera al acomedirte a ir con tu cuñadito cuarentón a entregarle al capitán de meseros más botellas de tequila.
Conozco estos datos porque los platicaste a tus amigas en varias ocasiones, principalmente los miércoles en las reuniones de tu Club, pues yo a partir del cachondo suceso dominical estuve en posibilidades de llevar mi Currículum Vitae.
Debes darme a luz, si tu aún un tanto loco comportamiento no interfiere con la ley de la naturaleza, el jueves 31 del presente, alrededor de las 7 de la mañana, conforme a la programación de cesárea en el Hospital El Carmen, a cargo de tu Ginecólogo Nacho Novavida, fecha en que cumplo justo, más dos días y 3 horas, los 270 de gestación. Tu cuarto será el 104 de la planta baja. Te internarás a las 5, el anestesiólogo será el Dr. Jacinto Hernández y la Dra. Rebeca Martínez la ayudante. Convence a mi papá que no entre al quirófano porque sólo complicaría mi arribo a este mundo.
Mi cuna que sea la 4 o la 10 y que te informen de inmediato cuál de estas dos fue, para evitar molestas confusiones. No quiero que me pongan la ropa que me regalaron el tío Neto y la tía Laura, ni la del gerente del banco, que nunca ha dejado de echarte también los perros. Tampoco quiero, aunque a ti te gustaría darle gusto, el de la vecina latosa del condominio. Ponme el conjunto azul y blanco marca Baby Dior que me compraste en Kindermoda.
Si te arrepientes a última hora de amamantarme, lo que de ninguna manera me parecería bien, haciendo a un lado la tradición familiar y las recomendaciones de tu costoso curso Psicoprofiláctico, que el lácteo que sustituya tu leche sea el mejor, específicamente prescrito por el prestigioso pediatra José Luis Zepeda.                
Te voy a relacionar con pelos y señas actos tuyos que han puesto en riesgo mi desarrollo y supervivencia en los últimos cinco meses de mi vida prenatal.
1.-El 30 de abril y el 10 de mayo se desvelaron ustedes dos hasta las 3.12 y 4.32 de la madrugada respectivamente. Además te tomaste tus copas y, si no es por la advertencia de tu mamá, mi abuelita, te pones a fumar. Los días del niño y de la madre ya tendremos, Dios mediante, oportunidades de celebrarlos más apropiadamente a partir del año entrante. En estos dos, como en otros convivios en casa o fuera, tus incómodos pretendientes no desaprovecharon pisada para cortejarte, y mi papá Andrés como si nada.
2.-El jueves 13 de junio día de San Antonio, a las 14.45 horas, por ir correteando retrasada a la comida de los dos Toños del grupo, chocaste contra un Tsuru verde. Tú tuviste la culpa, sólo que el dueño se conmovió por tu embarazo, al igual que el agente de tránsito y no hubo cargos, pero ya te andaba con tu marido y a mí con esto por poco te me quedo en el camino.
3.-En las vacaciones del primero al siete julio, todavía me zarandearon en la alberca y en la playa del hotel en Puerto Vallarta, así como en el lecho cotidiano más de la cuenta. Espero que mis futuros hermanitos lleguen con menos jaleo que yo.
4.-El, otra vez jueves, 15 de agosto, había que festejar a las Marías y a ti se te ocurrió acuatar la reunión, en tu casa, con mi primer Baby Shawer. Tuviste que pasar  por segunda vez una semana de reposo total evitando, de milagro, que yo irrumpiera escasamente sietemesino a este maltrecho mundo.
5.-Afortunadamente, para mi por supuesto, no fueron este año a Las Vegas en el puentote de las Fiestas Patrias. Aparte de ahorrarse unos buenos dólares y cuidarme mejor en casa, el grito debemos celebrarlo en México, ¡Bonita cosa hubiera sido que yo fuera a darlo accidentalmente gringo! 
6.-Espero que el susodicho 31 del actual, salga todo normalmente. Como ya tiene escogido mi papá nombrarme Francisco José, este sonoro y hasta monárquico nombrecito no me disgusta y sí ¡Nemesio! el del santoral. No quiero que sean mis padrinos de bautizo el tío Neto y tu hermana. Sí ustedes dos hicieran honor a la regla tradicional, casi ley de nuestros ancestros, mis padrinos como primogénito serían tus papás. Que el padre Adalberto oficie este mi primer sacramento el sábado 30 de noviembre, cumpleaños y santo de mi papá, en la parroquia de la colonia. 

RIQUEZA INTRANQUILA

Es un hombre bastante rico. También bastante enfermo y viejo. En edad, no obstante, le aventajan varias de las hermanas que tiene. En enfermedades, con mucho, él les gana a todas, mayores y menores.  
Con todo y que hace años heredó en vida a sus muchos hijos e hijas, su patrimonio sigue siendo muy grande. Terrenos de los mejores del rumbo, cuentas millonarias en bancos en moneda nacional y dólares; seguramente oro, el que ha sido muy de su estima; joyas y otros atesoramientos, forman parte de su amplio caudal.
Sexto de una familia de doce hermanos, segundo de sólo dos hombres. Quedó, a finales de los años treintas, al frente de los negocios rurales de la familia como hombre de la casa, después del fallecimiento de su padre y del asesinato de su hermano.  
Antes de morir, su señor padre repartió teóricamente las tierras a todos sus hijos, lógicamente sin usufructo o beneficio alguno. Esto se formalizaba legalmente haciendo las escrituras o hijuelas correspondientes. Debe haberse pactado o acordado tácitamente, que el reparto efectivo se haría hasta que faltara la  esposa viuda,  propietaria por derecho conyugal de la mitad de los bienes.  
Este procedimiento, seguido por muchas otras familias en aquellos tiempos, obedecía a la par, para protegerse de un gobierno repartidor de lo ajeno, y al posible despojo de las hijas por parte de sus esposos.   
También por costumbre general, o porque así lo haya deseado el padre fallecido o bien, porque la viuda se haya apoyado en causa común con el hijo, la totalidad de los bienes de todo tipo en el rancho, quedó al cuidado de éste, quien de inmediato se encargó de hacer y deshacer a su libre albedrío en los asuntos del rancho.  
A un yerno de sobrados méritos de trabajo y honradez a carta cabal, le fueron retiradas  las concesiones de trabajo, no de bienes, que recién le había concedido su suegro. Este hombre desde muy joven se había hecho cargo, en circunstancias casi heroicas, de su madre viuda y sus muchos  hermanos, por el robo de unas tierras de parte de un intermediario sinvergüenza.  
Las ventajas que daba el rancho por su tamaño, buenas condiciones y prosperidad manifiesta, nuestro personaje las aprovechó muy bien, agregando sus grandes habilidades innatas para los buenos negocios o tratadas como se dice en la región. En buena mesa todo se daba para que el hábil comensal se despachara a su gusto. Sin embargo, por otra parte, también había podido ser de otra forma, pues ha habido casos similares en que los hijos o encargados han menguado y hasta acabado con grandes fortunas.  
Se cuidó mucho de no agrandar vecinalmente las tierras del rancho. Desechó más de una buena oportunidad para hacerlo en los casi treinta años que lo usufructuó a sus anchas. Sus negocios favoritos, eran a corto o inmediato plazos, más productivos y convenientes a sus proyectos. La compra de tierras  y más a lo cortito, le provocaría problemas familiares. 
Más allá de simples habladas o quizá de alguna débil reclamación aplacada conveniente-mente, no tuvo nunca mayores problemas con sus hermanas y sus respectivos esposos. Las inconformidades mencionadas vinieron curiosamente de dos o tres de los cónyuges con mejor situación económica y de uno muy flojo con quien tenía  mayores lazos de parentesco. Los demás, principalmente el que por méritos el suegro había querido ayudar, jamás reclamaron nada.  
No llevó durante todos esos años de ambición y trabajo febril, un orden de vida adecuado para su salud. Malpasadas frecuentes de todo el día sin comer nada por andar en camino o haciendo labores que no quería interrumpir; desatenciones en épocas de calor y de frío ante las inclemencias del clima y poca o nula atención a gripas y similares, fueron factores importantes para   la quebrantada salud que ahora padece de manera crónica.  
Fue muy calculador y sagaz en cuestiones de negocios y tratadas. Lo que se dice un verdadero friega quedito. Era fama que con él todo mundo salía trasquilado. La cría y engorda, más esta última, de ganado bovino en pastizales propios del rancho, que año con año guardaba de aguas a secas en varios potreros, le facilitaban hacer un magnífico negocio. Les llevaba así ventaja a otros engordadores que pudieran competirle.  
Otros dos muy buenos negocios para su patrimonio personal, fueron el cultivo de mezcalillo o agave tequilero y la habilitación de tierras de siembra al tiempo o a la cosecha. Esta última operación, de antigua y arraigada tradición en el campo, se equipara con ventajas, al agio.
La gente, normalmente muy necesitada, le ofrecía sus bienes ya rebajados en precio. El presunto comprador, después de atacar con las historias de una serie de desgracias y problemas que decía le sucedían, preguntaba de manera sorpresiva y a boca de jarro el precio. El vendedor, atribulado e impresionado, proponía un precio aún más rebajado del que había pensado. De ahí, casi siempre, venía una contraoferta y regateo en que terminaba por pactarse; a menos que el necesitado, cosa muy poco frecuente, no lo fuera tanto que lograra desembaucarse y no hacer trato.  
Argumentos como los siguientes, eran parte de su estrategia:
-Tú sabrás, si no me vendes los becerros se te van  morir de hambre.    
-Los fríos vienen muy fuertes, ya lo ví en el Calendario de Rodríguez, a lo mejor hasta los mezcales se helan.
-El año pasado no fueron buenas las cosechas como esperaba y en este que va a ser muy pinto de lluvias, no creo que sean mejores.
Su carácter y trato siempre calmado y conciliador, no hacían desentonar en su plática la gran cantidad de malas palabras que folklórica y cotidianamente usaba. Siempre las lanzaba con habilidad admirable hacia terceras personas o cosas, que en vez de ofender le ayudaba.
Con esta tesitura personal también controló problemas familiares graves. Como cuando en el asesinato de su único hermano, éste de carácter festivo muy diferente al de él y muy popular entre medieros, vecinos y conocidos, no quiso seguir ninguna acción legal. Lo mismo pasó cuando varios años después aprehendieron al asesino por otros delitos.
Su manera de vestir fue siempre muy sencilla y hasta humilde. En una ocasión se encontraba en un patio de exhibición de una agencia automotriz de Guadalajara. Los vendedores no lo tomaban en cuenta. Después de comprometerlos con rebajas extra-ordinarias en los precios si compraba de contado, los dejó atónitos al pagarles un camión y un tractor con todos sus implementos, con parte del dinero que llevaba en una bolsa de ixtle. 
Sus  hijos en una ocasión, casi a fuerzas, lo treparon a un avión para que acompañara a su esposa a una excursión por Europa en los años en que los hippies andaban a pata rajada por todos partes. Regresó renegando por que lo habían llevado a ver, correteando, una bola de piedras viejas y gentes deschavetadas, de malas costumbres que seguramente no se bañaban ni se cambiaban de ropa, por el tufo que expedían.
Las enfermedades crónicas que padece lo acompañan desde hace muchos años. La longevidad buena salud de sus hermanas, y de otros familiares y conocidos, son ajenas a su diabetes, osteoartritis o mal de parkinson. A esto han contribuido seguramente también, otros problemas y sinsabores propios de los hombres ricos.
Han sido parte de su vida: amenazas de secuestro, chantajes económicos y "préstamos de Santa Anna", robos de ganado por abigeos que solapa el gobierno, así como descalabros morales y económicos que no han dejado de darle algunos de sus hijos. A lo anterior habría que agregarle una conciencia seguramente inquieta, compañera de su fortuna intranquila buena parte de su vida.
 Cambiaría ahora con gusto su riqueza por la salud, aunque con limitaciones económicas, de sus hermanas y otras personas que ve disfrutando de la vida, como él no quiso y ahora no puede hacer.     

SANJUANEROS

Este, como cada año, la gente del pueblo de Sotabara, mayormente en peregrinaciones a pie, ha ido a pedirle milagros a la Virgen de San Juan de los Lagos. La gran mayoría lo hace en el tiempo de las fiestas patronales de la Candelaria, en que empiezan las romerías con el año y terminan pasando el mero día, que es el dos de febrero.  
El ex presidente municipal con sus burócratas, amigotes e incondicionales, todos años atrás cacareadores comecuras y rojillos del pueblo, han desfilado o desfilarán ante la Santísima Madre de Dios con sus peticiones. Entre esta tropilla compuesta también por agiotistas, lenones, medio políticos/medio comerciantes y entes similares, todos al fin oportunistas favorecidos del hache ayuntamiento, algunos, pretendiendo obtener mejores indulgencias, lo han hecho o lo van hacer a pie en lugar de automóvil. Andan muy azorados porqué la oposición, después de tanto tiempo, ganó las elecciones y les puede cobrar sus desmanes y atrocidades de siempre.  
Es mediados de enero, las peregrinaciones a golpe de calcetín, de lugares cercanos y lejanos, confluyen de todos los puntos cardinales en la parada en escampado del rancho Tres Palos, correspondiente a la primera jornada del grupo que venimos siguiendo. En lo oscuro, casi negro de la noche, toman descanso diversos grupos de familias y de amigos.  
 El frío es intenso. Al calor de las fogatas se reza el rosario. Cenan. Se cuentan las experiencias del día. Afloran los deseos callados. Como siempre sucede, a algunos se les suben las canelas con "piquete", los tequilas u otros licores que no faltan. No pocos se dedican a curar sus magulladuras u otras dolencias.  
En el corrillo de los burócratas. 
-No hombre, esos azulejos, son muy pendejos, no encontrarán nada, les faltan muchas tablas.
-No estén tan seguros, en cualquier parte hay de donde se agarren, -dice uno de los contertulios, rara avis ajeno a las trapisondas de sus ex compañeros.
-Ya sabemos que te andan haciendo la ronda, mucho cuidado con lo que digas, -tercia otro.
-Yo soy pico de cera y no ando buscando chamba como falsamente presumen ustedes. Para lo que van a descubrir, que no sería poco ni difícil, no necesitan mayor ayuda.    
-No se preocupen, como todos, van a entrar al ajo y sanseacabó.

-Mira, allá están los de Jamay y Ocotlán, no los vimos pasar por Atotonilco.
-No, ni a los de Tototlán, pero otros sí los vieron, además, nunca cambian la fecha.
-Los que se van a venir para la mera Candelaria son los de San Pancho.
-A ver como les va con la rejolina que va a haber para todo en San Juan.
-Pos dicen que hasta en una troca puerquera se regresan, aunque lleguen peor de molidos y apestosos a sus casas.

-Te dijimos muchacho babieco que esas botas mineras nuevas te iban a fregar, ¿Cómo te sientes?
-Pues aparte de las ampollas y bien despellejados los talones y los tobillos, hasta calentura traigo.
-Yo te la quito, papacito -se avienta una de las muchachas salidoras del grupo, y luego cambiándole un poco, viendo el sonrojo –no te creas, que ya se te subió el color, pues de prisco ¡Guau! se te subió a jitomate.
-Será mejor que te vayas a dormir, si no te nos rajas mañana, como ahora lo hizo el Chuy Muñoz a mediodía.
-Que dizque el Atlas se lo anda llevando a prueba.
-¡Va,  furris jugador van a tener!
-Yo soy chiva, hay que se las arreglen.

-Oye Marielena, sigues estando rebuena. Deja dormido al ruco de tu marido y cúmpleme las promesas de cuando éramos novios.
-¿Y tu nieve? ¡No friegues! Lo nuestro fue en otros tiempos y tú por zopenco los dejaste pasar.

-Rosita, ya se durmió tu tía. ¿Vamos a ver las estrellas allá solitos?
-Bueno, adelántate, yo te alcanzo, nomás llévate dos cobijas.
-¿Una para abajo y otra para encima?
-¡No, ah, como serás!

En otro lugar, entre tanta gente desconocida, separados de los demás, están una mujer madura que aún conserva claras muestras de su belleza; se ve enferma, como que carga medio mundo de penas encima. La acompañan un hombre poco más joven pero sano y fuerte, de aspecto duro y rústico, y una muchacha muy bonita, en la flor de su edad, que no obstante acusa cierta tristeza y pesadumbre, lo que sin empañar su hermosura, la hace verse un tanto misteriosa y lejana.

-Te digo que son los papás y su hija.
-No, debe ser una hermana menor de la señora, o su sobrina.
-Más bien eso debe ser.
-Sí, la muñeca no mira al hombre con ojos de padre sino de otra cosa.
-Pos si, verdá, -interviene un tosco en la plática.
-¿De donde vendrán?
- Se ven muy cansados, como que ya llevan muchos días de camino.
-¡Quien  sabe cuántas sean sus penas!
-Ya párenle, hay que aprovechar el resto de la noche para dormir y no para estar comiendo gente.
-Sí, mañana muy temprano tenemos el segundo día de camino, que será más pesado que este.
-¡Ay! con todo lo que le voy a pedir a la virgen, a ver si no me la ganan las demás -dice una de las muchachas simplonas del grupo.

 -Papá, mi mamá está muy mal ¿Que no la ves? El doctor dijo que no veía nada bien este trajín de la manda. Yo no quiero cargar con la culpa, se nos va a morir. 
-Yo como tú tampoco quero que eso suceda ¿Cómo cres? Si la Virgen no le quere quitar sus tristezas y tanta enfermedá, ningún dotor puede hacer nada. Nomás nos están acabando lo poco que nos queda. Yo la quero a mi modo, tú lo sabes bien Natalia, pero no tanto como te quero a ti; el día que no estamos juntos ando que me llevan todos los diablos.
-Esos a los dos nos van a llevar por el pecado que estamos cometiendo. Yo ya no hallo cómo seguir con esta situación. ¿Qué vamos a hacer si salgo con niño?
-Pos, no lo quera Dios y que Él y la Virgen nos ayuden y nos amparen.
-Pero mi mamá seguro se lo imagina, o de plano lo sabe ya. No hay duda por cómo hace las cosas y nos trata.

Al día siguiente muy temprano.
-¡Ah como diste guerra anoche, parecías ánima en pena! ¿A qué horas te dormiste?
-Ya muy en la madrugada. Es que Nacho dizque me dio una pastilla para dormir por lo de mis pies y resultó que era para no dormir. 
-¡Que pendejo! ¿Cómo te equivocaste?
-A lo mejor el que se equivocó fue él. Trae de muchas.
-¡Canija Chaira! ¿Y cómo le vas a hacer? ¡Estás bien jodido!
-No, con lo que dormí tengo, las botas ya deben haberse amoldado, le sigo a como dé lugar, aunque llegue de rodillas o de sentaderas. Ya me vendé bien y las muchachas me curaron anoche.
-¿Sííí...te quitaron el color, cabroncillo?
-¡No, ¿Cómo?
-¡Dejarías de ser un terco alteño lomilargo!
-Mejor vamos agarrando camino ya.

Unos un día, otros en los siguientes, todos se fueron postrando y desvistiendo sus almas ante la milagrosa Madre del Salvador. Unos más rápidos y otros sin enfermos, alcanzaron y pasaron en el camino a los demás.  
En la terminal de autobuses hay gran concentración procurando pasajes para regresarse a sus casas. El hombre rústico y la hermosa y enigmática joven compran dos boletos. En una de las bolsas tejidas de plástico azul y blanco, en donde llevan sus escasas pertenencias personales por separado, se ve con una imagen de la Santísima Virgen, recibida a cambio de sus limosnas, un sobre de funeraria, rotulado:

Tanila Ramírez de Santos, Acta de Defunción.


Nota.-Los personajes del trío incestuoso son un homenaje al cuento Talpa de Juan Rulfo.