No tenía tierras ni otros bienes de importancia que apoyaran negocios valiosos y el nivel de vida que llevaba. Hacía poco había llegado al rancho sin antecedentes previos, en compañía de su esposa. Unos decían que era villista o cristero. Esto último, si acaso en algún otro lugar, pues ahí y en los alrededores, tierra alteña jalisciense de cristeros, nadie daba cuenta.
No socializaban y
a su mujer sin éxito, trataron de amistarla las demás mujeres del rancho. La
casa y solar donde llegaron se las prestaron los dueños, emigrados a San Pedro
Tlaquepaque en 1927, huyendo de la revolución cristera, con motivo de la criminal
concentración de civiles que ordenó el gobierno callista. Esa propiedad y otras
las habían venido rentando o prestando a
conocidos o personas de confianza. Nunca se supo su relación con el nuevo
inquilino.
De manera casual
lo visitaban individuos desconocidos, que rápido se regresaban. Se veía que
eran de fuera por su aspecto y cabalgaduras. Ninguno se supo y menos dijo a qué
iba. Alguien del rancho aseguraba a los de más confianza que cuando menos uno
de estos forasteros, que le había llamado especialmente la atención, no se
había regresado.
El ejido del
rancho, único en muchos ranchos alteños vecinos a la redonda, solicitó en 1943
ampliación de tierras. Éste se había creado más por causas e intereses
mezquinos de entrampados y sucios negocios entre administradores caciquiles de
las tierras y autoridades corruptas.
Muchos de los
camaradas ejidatarios, habían sido traídos de fuera y de actividades que no
tenían nada que ver con el campo. Esto incrementaba el malestar y coraje que
hacia el agrarismo tenían los pequeños propietarios y demás campesinos y
medieros del lugar.
Se vio entonces
a Silverio Plascencia visitar en más de una ocasión al comisario ejidal y
secuaces que solicitaban más tierras. Luego de repente el comisario se puso en
paz y dos o tres de los peticionarios desaparecieron del rancho. A alguno lo
vieron en la cabecera municipal desempeñando otras actividades. Alguien de los
sabelotodo, que nunca faltan, aseguraba que los otros habían pasado a mejor
vida. Don Silverio en tanto, fortalecía su economía y relación con los
principales del rancho.
En estos años
sobrevino al país la desastrosa fiebre aftosa, 1946-1947, al ganado vacuno. Con
el apoyo técnico y material de los Estados Unidos, el gobierno mexicano al
mando de Miguel Alemán Valdés, 1946-1952, decidió sacrificar todas las reses,
en perjuicio de millones de mexicanos del sector agropecuario. Un amigo del
titular de este relato con chamba en el ejército, lo contrató, junto con un
pequeño equipo de ayudantes, como gatilleros del rifle sanitario ejecutor de los bobinos.
Hubo reclamos locales
y a lo largo y ancho del territorio nacional por la desenfrenada matazón. Los
ganaderos exigían entre otras cosas, cuentas de partidas de animales que habían
ido a engrosar los hatos y bolsillos de políticos y civiles del sistema, en vez
de sacrificarse. El papel al respecto de Silverio Plascencia en el rancho y
alrededores, no se aclaró pero para muchos era obvio.
En el tiempo en
que se formó el ejido, mediando las circunstancias oscuras mencionadas, el
cabecilla agrario venido de fuera como otros de sus camaradas, cometió varios
atropellos en el rancho. En uno de sus actos mató a uno de los terratenientes y huyó. En otros lugares
siguió delinquiendo y al tiempo lo apresaron. Silverio se enteró del
encarcelamiento y presto fue a ofrecer sus servicios a los dolientes del
difunto.
Éstos, apaciguados por el tiempo ya
transcurrido, o por no ser gente de pleito y que además, la denuncia no iba a
revivir al muerto y sí los malos recuerdos y nuevos riesgos, según su personal
parecer, no quisieron agregar su denuncia a los cargos del preso. Así don Silverio sumó, una vez
más, puntos a su favor.
Murió este
hombre ya octogenario. Hasta sus últimos días se dedicó al mismo modo de vida.
A su velorio asistieron gentes del rancho y de otros cercanos, así como
personas de más lejos. Entre estas últimas se encontraban algunos que decían
ser sus hijos. A muy pocos de los concurrentes pasó desapercibido que las mamás
de éstos, aunque no estuvieran presentes, debían ser más de una.
La viuda conocida,
duró muy poco en el rancho. Antes de irse, hizo visitas a algunos de los
terratenientes. La escasa mudanza de sus bienes fue transportada, junto con
ella, en una troca propiedad de uno de los rancheros.
Al tiempo
llegaron a la casa desocupada, unos familiares de los dueños. Traían unos
aparatos para buscar tesoros e hicieron por todos lados un escarbadero
infructuoso, salvo que encontraron algunos esqueletos humanos. El
descubrimiento, que no era el único de su tipo por esos rumbos, no fue motivo
de indagación oficial alguna. Los cadáveres exhumados, según decían dos o tres
lugareños que contrataron los dueños para escarbar, eran unos de la época de
Silverio Plascencia y otros de tiempos más remotos.
En un rancho
incomunicado, dejado de la mano de Dios, que no obstante en la actualidad tiene
ya medios de comunicación esenciales, hay para otros tipos de sorpresas, por
acontecimientos pasados de la historia turbulenta de nuestro país.