sábado, 26 de agosto de 2017

EL TÍO JOSÉ GALINDO CASTELLANOS

Era tío bisabuelo materno, hermano de mi bisabuelo Justo de los mismos apellidos, padre del abuelo Manuel Galindo González. Don Justo fue jefe político y de la acordada de Tepatitlán en tiempos de la Revolución Cristera, a quien junto con el citado hermano su padre el tatarabuelo Rafael Galindo Castellanos, asentado en el rancho San Antonio o La Paleta también de Tepatitlán, para aplacarlos y sentaran cabeza, según decían los antiguos, les compró sendos ranchos, al primero La Hiedra y a mi bisabuelo La Esperanza, ambos del citado municipio.
Don José fue un terrateniente muy acaudalado en la región; propietario de muchos ranchos, ganados, valores monetarios y demás bienes de capital. Con su esposa la Sra. Rosa Martínez no hubo familia. Fueron padrinos de bautizo de mi madre María Dolores Galindo González. Muchos años estuvieron con él dos señoras solteras a su servicio y adoptó a un familiar de las mismas, Cástulo de Loza, quien a la postre fue uno de sus principales herederos (ver relato “Cómprate una soga para que te ahorques”) junto con sus sobrinos varones Galindo y “ni agua” para las mujeres (ni mi madre como ahijada y menos por la animadversión que injustificadamente le tenía a mi padre, como explico adelante)   
Al casarse mis padres (7/5/1935) mi abuelo Manuel, le pidió a mi papá, por su extraordinaria y reconocida capacidad de trabajo y hombre de bien, que le ayudara en el manejo de su rancho en Garabatos, municipio de Tototlán, división con los de Tepatitlán y Atotonilco, que era el más importante de la zona, en lo que por cierto mi abuela Emilia González Franco no estaba muy de acuerdo. Mis tíos maternos eran siete mujeres y dos hombres, Rafael y Gabriel, y a ambos, todavía jóvenes, convenía que mi padre los enseñara a trabajar.    
Sucedió que en tiempos de la trilla del trigo, que pudo ser por ahí de fines de marzo o abril de 1939 (ya había faltado mi abuelo) se presentó en la era el tío José furibundo ante mi padre reclamándole traer una yegua de su propiedad en la manada que pisoteaba las matas del grano. No valieron para nada las explicaciones de que se ignoraba que el animal fuera suyo, llegándose a palabras fuertes. Le dio en la casa la queja a mi abuela, quien lejos de defender a su yerno, como debía haberlo hecho, aceptó las reprimendas de su pariente señor feudal intransigente de horca y cuchillo. Doña Emilia un poco después prescindió de los servicios de mi padre, regresándose él en situación desfavorable a su casa materna, ya como parte del malhadado ejido propugnado convenencieramente por Cirilo Franco Hernández, donde previo a su matrimonio había construido anexa una vivienda (ver relato Un hombre excepcional en esta parte infantil)       
Viviendo ya en el rancho El Salvador municipio de Atotonilco, a donde llegamos a fines de 1940, me tocó casi tocar con la mano al susodicho tío José, que trasladaba con su gente una manada inmensa de reses a los ranchos de su propiedad rumbo a San Francisco de Asís del mismo municipio.  
Junto con un montón de chiquillos más de ahí del rancho, pegados a la cerca de piedra del camino real, vimos aparecer la punta de la enorme fila de cuadrúpedos desde lo alto del cerrito pelón, colindante con Garabatos (aunque ese lugar le nombraban y aún identifican como El Carmen los parientes herederos del tío Cirilo Franco Hernández) De dicho punto transitando El Salvador hasta el otro punto alto contrario, hay aproximadamente una y media o dos leguas, seis ocho kilómetros. La caminata de animales, sino cubría dicha distancia poco le faltaba. El tío iba a la retaguardia con varios caporales y ayudantes y una bola de perros pastores. Portaba indumentaria toda de cuero rústico de elaboración casera, chaparreras y chaleco, barba hasta el pecho y amputado uno de sus dedos pulgares por la soga de lazar al atravesársele en alguna de las faenas en la cabeza de la silla de montar. Estampa muy impresionante.    
Entre las muchas anécdotas que se cuentan de este célebre tío, cuento la siguiente. Más de algún ladrón individual o acompañado que, sin conocerlo, trataban de robarlo en casa o asaltarlo en sus labores, salían a buscarlo o encontrar la muerte por su mandato en otro lugar, al indicárselos él mismo al confundirlo con alguien de su servicio.
Volviendo a su herederos, Cástulo de Loza compró propiedades por los rumbos del municipio de La Barca y los sobrinos, solo hombres como se dijo, fueron los hijos de sus sobrinos carnales Manuel, mi abuelo materno, Delfino y Pedro, a su vez hijos de su hermano Justo.