jueves, 7 de agosto de 2014

RECUERDOS REMOTOS

En el relato Garabatos, dije que nací ahí el 5 de febrero de 1936; y en el de Guillermo Tell, que a la edad de 4 años, ya viviendo en el rancho El Salvador, mi padre nos leyó a su familia la historia de este héroe suizo, que a tan temprana edad, analfabeto total,  me descubrió el mundo de los libros. Tengo recuerdos de edad más temprana. Voy a describir los tres siguientes:

IMAGEN DE UNA CASA EXTRAÑA
Tendría un año, a lo mejor año y medio, empecé a caminar a los nueve o diez meses, cuando veía a mi padre, que me había dejado por ahí, junto con personas que lo acompañaban, que seguramente eran sus amigos y algunos parientes, entrar y eventualmente salir de una casa en la que también había varias mujeres, platicando todos alegremente entre sí.       
Durante las primeras décadas del siglo XX, los medios rurales eran mucho más poblados y autosuficientes. Luego la migración a zonas urbanas y a los E.U.A., la Revolución Cristera y sus resabios, y la creciente depauperación provocada por un gobierno cacique e indolente, produjeron regiones prácticamente “dejadas de la mano de Dios” Garabatos en los treintas contaba al menos con veinticinco familias, y cantidades parecidas o mayores otros ranchos vecinos. 
Después entendí que mi precocidad natural tan temprana confirmaba que la casa en cuestión era non sancta, propiedad  del “Tunco” Arcadio Rodríguez, en donde, entre otras mujeres,  trabajaban sus hijas. No era entonces difícil identificar en el rancho a los miembros del lenocinio, incluso, fuera de ahí, en tiempos posteriores. En una ocasión en Atotonilco, en mis treintas de edad, una de las tuncas, mujer todavía de nada malos bigotes, me hizo una fiesta enorme, con no menos carga de sensualidad, al reconocerme como retoño de mi padre.

IDENTIFICACIÓN DE MI ABUELO MATERNO
A principios o mediados de 1938 falleció en Atotonilco mi abuelo Manuel Galindo González, en la finca que recién había reconstruido, por compra a la Srta. Carolina “Niña” Salazar, en la calle entonces Juárez  número 31, que después como eje poniente, de acuerdo con el sistema nuevo de nomenclatura, cambió a Colón y a los numerales 109, 111 y 113. La parte oriente hasta el puente llamado rastrojero, donde terminaba y convergen e inician las calles Allende, Iturbide y Madero, después al extenderse la mancha urbana, en lugar de continuar con el nombre, extrañamente  la nombraron Av. South San Francisco. La Colón, a diferencia, no cambió de nombre con todo y dar vuelta a unas cuadras en la que era llamada calle de los Pozos.    
De dos años o unos meses más de edad, de visita ahí, me acuerdo de mi abuelo, quien en las mañanas alimentaba en el patio de la casa unos gallos finos de su propiedad, y además, para mayores señas, tenía unas hileras o cercas de escobetas de raíz, ambas posesiones que después confirmaron los parientes que no me creían la rememoración. Con las escobetas le había pagado un acreedor una cuenta.
A esta casa, por favor espontáneo de mi abuela materna ya viuda Emilia González Franco, llegamos la familia de la Torre Galindo, que ya contaba con cinco vástagos, el último día de 1944, procedentes del rancho El Salvador, compartiéndola con otros inquilinos, para ingresar el 1 de enero de 1945 a la primaria, a parvulitos, el que esto relata, y mis hermanos María Mercedes y José Luis; los varones a la  Escuela Urbana Foránea Núm. 15 para Niños Benito Juárez, y Mercedes a la Ávila Camacho para Niñas. Mis otros hermanos chicos eran Ramón y Cipriano, y ahí nacieron luego María de la Luz, Adolfo, Evangelina, Rosa María, y Jorge después de una azarosa mala cama de  mi madre, que supliendo a mi padre ausente en el norte, como encargado de la casa me tocó afrontar.

LA PRIMA
En la misma época de las remembranzas anteriores, después del año pasadito que vivimos con mi abuela materna, donde nací, volvimos a la casa que anexa a la de la abuela paterna Francisca Hernández de la Torre, había construido mi padre previo a casarse, en donde había otra más anexa que habitaba su hermano mayor el tío Agustín, con su esposa Teresa Camarena y sus hijos, los mayores ya adolescentes. Estas casas estaban, y aún lo están, en terrenos del ejido cuyo advenimiento indeseado ya he tratado en otros relatos, al que, careciendo del espíritu de propiedad alteño, aceptó ingresar el segundo esposo de mi abuela, dizque para ampararla de algún modo.
En el medio rural, por razón del mayor contacto con la naturaleza, se obtienen experiencias más tempranas de la vida; diciéndose que se crece más rápido. Al caso, en el tiempo que me ocupa, con mayor razón.
Para la prima mayor de estos parientes, era su juguetito nuevo, pasando el tiempo que podía conmigo. Me daba golosinas y otras cosas, me colmaba de besos, y en no pocas ocasiones, cubriéndose con un rebozo, me daba sus aún incipientes pechos de precoz instinto maternal           

LA SARDINA DESCOMPUESTA

Entre las aventuras que corrí con mi primo Manuel Gutiérrez Galindo, ver relato El primo más estimado, cuando todavía adolescente y ya contaba con su equipo agrícola (tractor, arados, rastras, etc.) fue a preparar para la siembra de temporal, unas tierras en el rancho Ojo de agua de latillas, Mpio., de Tepatitlán, propiedad del tío abuelo Juan González Franco, hermano de mi abuela materna Emilia. Era un hombre mayor que vivía su tercer matrimonio, con dos hijos de éste; de alta estatura y muy delgado y erguido. Parecía un Don Quijote de la Mancha. 
Habíamos llegado en la tarde y en su momento nos sentaron a la mesa familiar para cenar. El menú consistió en un cuarto de vaso chico con leche y un platito con frijoles de la olla, acompañado de algunos restos del tazole o paja de las vainas del frijol y algunos palitos de los tallos de las mismas, varios de los granos estaban aderezados con sus respectivos gorgojos. Seguramente, como muy contadas y escasas personas, creían que era proteína necesaria. Sólo nos cominos los frijoles limpios y el trago de leche. El desayuno del día siguiente, para irnos temprano a trabajar, fue del mismo tenor.  
A media mañana, consecuencia de los dos escasos alimentos, y el trabajo pesado que realizábamos, traíamos un hambre terrible. Fui a comprar a la tienda del lugar, que por cierto tenía fama de bien surtida, un par dos sardinas ovaladas Calmex y un paquete de galletas saladas.  
Nos terminamos la primera, y como todavía teníamos apetito, nos comimos la mitad de la segunda, para completar con el resto la frugal cena que nos esperaba en la noche. Así le hicimos, desconociendo el daño que nos iba a provocar por haberla guardado en la lata.   
Un rato después de acostarnos se inició nuestro continuo peregrinar al corral de la casa, para defecar numerosas veces, con un dolor de estómago tan grande, que sentíamos, al menos el que esto relata, que la bomba en que se nos había convertido, estaba a punto de reventar. En la mañana amanecimos sanos, como si nada. Los parientes, que debieron enterarse de nuestras peripecias, no dijeron ni pío y nosotros tampoco. ¡Bendito el poder de recuperación de la juventud y el  medio tan sano que era el campo!
Al terminarse el trabajo con el tío Juan, el Sr. Don Jesús Villa, terrateniente muy grande, le encomendó a mi primo el arreglo, para el mismo objetivo de siembra de temporal, de unos terrenos aledaños a su enorme casa, que se le habían quedado pendientes y su maquinaria la traía ocupada en otro de sus ranchos. ¡Qué diferencia de personaje!      
-Él es mi primo hermano Chuy, señor Villa, me está ayudando en el trabajo.
-Bien, ¿De quién eres muchacho?
-De Francisco de la Torre y Dolores Galindo.
-¡Oh! Tu papá es un gran hombre de muchos méritos y fama hasta acá en estos rumbos. (Remitirse a los relatos Llámenle sólo Jesús y Un hombre excepcional)
Era un hombre viudo, con muchos medieros y campesinos, y servidumbre de casa para todo. Nos sentaba a su mesa a compartir sus alimentos. Frutas, sopa caldosa, carne de res o de cerdo, pollo, frijoles de la olla o refritos, queso de adobera de leche entera, chicharrones, jocoque, mantequilla, etc.; huevos con longaniza, leche fresca, chocolate, pan de calidad y otras cosas a escoger, todo de casa.   
Este señor, cuyo apellido real, después supe, era Villaseñor, creo que vivía, donde lo visitamos, en el rancho contiguo a Ojo de agua de latillas, que se llama Santa María, también Mpio., de Tepatitlán. Era pariente cercano del Dr. Jesús Ramírez Villaseñor, que ejercía su profesión en Guadalajara, en Pedro Moreno esquina con Rayón en el centro, con muchos terrenos en las goteras de Tepa, que al tiempo en buena parte le vendió a precio simbólico a mi primo, en atención a los servicios que éste le prestó.
También en este Santa María nació el conocido líder estatal de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) don Heliodoro Hernández Loza, a su vez primo segundo de mi abuela Francisca Hernández de la Torre.