viernes, 16 de diciembre de 2016

VARIANTES ALREDEDOR DEL LIBRO

La palabra libro viene de líber, conjunto de tejidos o películas interiores de algunas plantas, principalmente del papiro (de donde viene: papel), que se usó en la antigüedad para escribir. 
Si usted tiene en sus manos un libro cuyas medidas oscilan entre los 9 a 11 centímetros de ancho y 14 a 18 de alto, con cubiertas o tapas flexibles, o a la rústica,  hojas de papel no costoso y su precio es más bajo, se trata de un libro de bolsillo.
Entre las colecciones famosas en este formato, en lengua española, se encuentran, la precisamente llamada El libro de Bolsillo, de Alianza Editorial, española, considerada la pionera en el género, y la Colección Austral, argentina, de Editorial Espasa Calpe. Ambas han rebasado los 1500 títulos, aunque desafortunadamente han entrado en un receso sorprendente en los últimos años. Otra colección de bolsillo importante es la Popular del  Fondo de Cultura Económica, en México.
Si el libro es de unos 13 a 17 por 20 a 23 cms., se trata del clásico formato en octavo, o sea, cuando de una hoja de papel extendido doblada tres veces, sale un pliego de ocho hojas y diez y seis páginas. Hay libros en cuarto y de medidas diversas más grandes o más chicas que los de bolsillo, hasta denominárseles miniaturas, que pueden ser de especial aprecio por los coleccionistas. 
Una de las colecciones en tamaño octavo muy conocidas en nuestro país es Sepan cuantos... de Editorial Porrúa, que rebasa los 700 números y abarca, como las dos mencionadas de bolsillo, una gran variedad de temas del conocimiento humano.
Los libros aún se imprimen en su mayoría en prensa plana con papel extendido. Cuando se trata de tiros o ediciones altas, digamos a partir de unos diez mil ejemplares, casi siempre en formatos de bolsillo u octavo, se producen en rotativas con papel continuo en rollos o bovinas, como se hacen los periódicos diarios.
 La vertiginosidad asombrosa con que ahora se utilizan medios electrónicos y de comunicación adelantadísimos, tanto en la concepción, como en la producción y oferta de medios para conocer el pensamiento humano, han hecho creer en un rezago del libro. Sin embargo, ha resultado lo contrario, subiéndose éste a dicha modernidad.
Si las cubiertas o tapas tienen doblez hacia dentro, que puede ir desde unos cuantos centímetros hasta el tamaño de la propia tapa, se dice que tiene solapas. Si las cubiertas o tapas en vez de ser flexibles son rígidas o duras, normalmente de cartón forrado de papel adherido y pegado, se denominan cartoné; tela,  si tienen algún tipo de este material; piel; media piel (lomos y esquinas), hasta nombres muy especiales, de acuerdo al contenido de materiales diversos en su composición, muchas veces sofisticados, incluso maderas finas.
De un tiempo para acá se vienen utilizando con mucha profusión las cubiertas flexibles o a la rústica, muy coloridas e ilustradas con titulares y otros de sus elementos realzados o troquelados. El dorado o grabado a fuego en titulares y ornatos, así como otros colores finos en las tapas duras y sus lomos, siguen siendo un toque sobresaliente en encuadernaciones costosas o de lujo en obras como los clásicos, biblias, quijotes, de arte, etc.
Los cortes superior, inferior y contra lomo, llamados cantos, suelen ir dorados en las clases de libros anteriores, y con menor frecuencia plateados o pintados. Las hojas de los textos pueden ir pegadas o cosidas, o las dos cosas, al lomo o contra canto de los libros. Esto último es regla casi invariable en libros con cubiertas duras, aunque un buen libro a la rústica es común que tenga estas características. Las sobrecubiertas o camisas en cartulinas de buena calidad, mayormente a colores, son acompañantes distinguidas de los libros finos. 
Las guardas son  dos pares de hojas que en el formato del libro sucede el primer par a la pasta o forro inicial y el segundo antecede a la final. Normalmente la primera y cuarta hojas van pegadas firmemente a su respectivas pastas, formándole un magnífico marco visual interior a la obra de que se trate. Casi siempre son de papeles más gruesos y finos, y hasta terciopelos, pieles u otros materiales  de calidad, en blanco o ilustrados con elementos consustanciales o no al texto.  
En el cuerpo formal del volumen, la primera hoja normal en blanco, si la hay, se llama hoja de respeto. Las dos siguientes, impresas la primera sólo con el título, subtítulo y a veces el nombre del autor, y la segunda además con la identificación de la colección, traductor o ilustrador en su caso, se les llama portada a la primera y portadilla a la segunda. En esta última al calce va el nombre de la editorial y sus sedes o sucursales, más del  caso cuando la empresa sea internacional.  
En los reversos de la portada  y portadilla se ponen datos informativos y legales, como número de ediciones y reimpresiones y sus tirajes, título original extranjero, traductores, equipos de trabajo, si los hay, registros oficiales (copyright) local y extranjero, cesiones de derechos e ISBN. A veces aquí también van datos propios del colofón, parciales o totales, como identificación del impresor, fecha del tiro y cantidad, tipo de papel, etc. El código de barras regularmente se imprime en el exterior de la contra pasta o cuarta de forros.   
Aparte del texto u obra propiamente dicha del autor o autores, el libro lleva al principio, por regla general, un prólogo, llamado también preámbulo, prefacio, proemio, introito, etc., que casi siempre es autoría de un tercero. A veces se incluye alguna otra aportación ajena, como la biografía o semblanza del autor, u otro tipo de agregados que complementan la obra.  
Al final puede ir un complemento propio o ajeno al autor, que recibe también varios nombres, como: epílogo, conclusión, final, desenlace, sinopsis y, hasta colofón, que más propiamente, como ya se dijo, contiene éste datos técnicos en la última página del libro. Algunos libros tienen al final una o más hojas en blanco sin anotación alguna, que simplemente corresponden a sobrantes de pliego, que podrían aprovecharse para comentarios sobre la obra, lo cual casi nunca sucede.  
El epígrafe son las citas o sentencias de otros escritores, normalmente famosos, que en algunos libros o escritos diversos, consigna el autor al principio, después del encabezado, en los capítulos o divisiones de la obra, aportándole refuerzo o contundencia al tema correspondiente.
Las  ilustraciones en los libros (fotografías, dibujos, pinturas, viñetas, mapas, cuadros estadísticos, etc.) deben ser verdaderos soportes y apoyos a la obra. Pueden ir dentro o fuera de texto en hojas iguales o láminas de mejor calidad, a colores o no. Las cubiertas bien ilustradas y con buen gusto, así como las sobrecubiertas en su caso, también son ayudas importantes.
La numeración de las páginas se hace con caracteres arábigos, aunque no es impedimento que se haga con romanos, signos estos que sí se utilizan con frecuencia en las partes iniciales ajenas al autor, ya mencionadas. En los libros de arte, principalmente monografías, las reproducciones pictóricas, además de diferente numeración, van seguido en papel especial e incluso de colores diferentes en  pliegos aparte con datos cronológicos de, por ejemplo, las exposiciones habidas y distinciones en honor del artista.
La paginación de manera tradicional se imprime en las esquinas superiores o inferiores de las páginas. Eventualmente se encuentran paginaciones con los números en los centros u otras partes de las páginas. Hay libros especiales numerados sólo en una cara de las hojas: normal en libros antiguos escritos por un solo lado. También se conocen obras con número en el anverso y letra, a ó b, en el reverso y hasta con otros signos convencionales de paginación, o definitivamente sin paginación alguna. Esto último es frecuente en textos o materiales ilustrados para niños y jóvenes.
Si un libro no tiene cortados o refilados los dobleces de los pliegos con que se forman las hojas y por lo tanto sus cantos no forman una superficie pareja y lisa, se le llama libro intonso por regla oficial y tradicional, aunque algunos le han llamado virgen. Aunque este procedimiento ha quedado en desuso, como un toque distintivo, la Editorial Porrúa, por ejemplo, presenta así los títulos a la rústica de su colección Escritores Mexicanos.
La escritura más antigua, a partir de que los fenicios inventaron el alfabeto, atribuible a Cadmo, mítico fundador de Tebas, fue la cuneiforme, que se realizaba en tablillas de arcilla húmeda o,  piedra (mandamientos de Dios a Moisés), con instrumentos en forma de cuñas, llamados grafios o estilos. Después vino la escritura en papiro,  principios de nuestra era, con lo que a los textos se les llamó volúmenes o rollos, casi siempre escritos por un solo lado y opistógrafos a los hechos por los dos.
La época siguiente, de los códices, codex en singular, o libros cuadrados en formatos similares a los actuales, fue la del pergamino (Eumenes II rey de Pérgamo 197-158 a.C.), obtenido, como hasta nuestros días, de pieles de animales tratadas, de uso común por los dos lados, reciclados borrando la escritura original, en tiempos de escasez o carestía, sobre todo en los siglos VII al IX. Con el tiempo, mediante cuidados especiales, se lograron  recuperar de estos reciclamientos obras muy valiosas al aflorar la primera escritura, llamándoseles a estos hallazgos libros Palimpsestos, del griego: palin, de nuevo, y prestos: borrar o rascar.
El papel que se utiliza en la manufactura de libros hasta nuestros días, aunque en el más remoto principio no en tantas variedades como ahora, viene desde su invención en el siglo II por los chinos. De China pasó sucesivamente a varios países y a Europa por España hacia el siglo IX. 
Los cambios de materias primas que en tan largo viaje ha experimentado el papel, casi no han modificado el sistema original de fabricación. A partir de 1845 en que se inició el empleo de la fibra de madera y posteriormente otros sucedáneos, se ha logrado producir una inmensa variedad de papeles de todas clases, colores, dimensiones y especies.
Por último, incunables, con estricta propiedad, se les llama sólo a los libros impresos a partir de la invención de la imprenta por el alemán Johannes Gutenberg (1397-1468), desde la década de  1440 hasta 1500. Se ha manejado erróneamente este término a obras editadas con posterioridad, como las producidas en México en el siglo XVI, al llegar al Nuevo Mundo la imprenta luego de la conquista española. La imprenta es considerada el invento más importante de la humanidad, no por sí mismo, sino por su trascendencia en la difusión del conocimiento universal.

ALGO SOBRE EL LIBRO (Segunda parte)

A fines del siglo XIV las limitaciones de los libros escritos a mano fueron superadas por la xilografía (del griego xylon: madera y graphein: esculpir). En tanto se inventaba hacia 1440 la imprenta tipográfica por el alemán Juan Gutenberg (Maguncia 1397-1468). 
Este suceso está considerado como "La más grande de las invenciones humanas, no tanto por sí misma, sino por sus profundas e innumerables consecuencias" (P. Louisy). El descubrimiento de la xilografía, contribuyó mucho al movimiento intelectual, que ya era muy considerable debido al desarrollo de las universidades y las escuelas, con un medio mucho más rápido y efectivo que el de la escritura a mano. La imprenta multiplicó pues, de gran manera,  las manifestaciones del pensamiento. 
No obstante, tanto de la xilografía como de la imprenta, se consideran sus orígenes más remotos. De la primera cuando menos a 1418 o antes, pues se conserva en Bruselas una obra de este tipo que representa a la Virgen y al Niño Jesús. De la imprenta existen pruebas de que fue conocida por los chinos desde el siglo XI. El invento no traspasó entonces sus infranqueables murallas.  
De la relativamente corta época bibliográfica de la xilografía, que no obstante en nuestros días aún tiene aplicaciones en trabajos como la tapicería, se conservan libros sumamente valiosos. La Biblia pauperum, Speculum humanae salvationis, Ars moriendi, Historia Virginis et Cantico canticorum, Liber de Anticristo y otros, son sólo algunos de estos. 
Se denominan incunables (del latín incunabula: en la cuna) a los libros impresos en el siglo XV, que fue la cuna del arte tipográfico, es decir, desde su descubrimiento por Gutenberg hasta 1500, inclusive.  Se considera incorrecto aplicar este término a los libros de épocas posteriores, como incunables americanos o mexicanos a los publicados en el siglo XVI.  
A los incunables más antiguos o primeros de la tipografía se les designa como paleotipos o protoincunables. Estos primeros libros guardan una gran similitud con los manuscritos, cual era la intención de Gutenberg. Se llegaron a confundir con ellos y comercializar como tales, hasta que los copistas, que no les convenía el engaño, se apresuraron a denunciar su procedencia.   
Una gran cantidad de los incunables fueron impresos en caracteres góticos, uso seguido generalmente hasta en los países latinos, como Italia, Francia y España. Cuando Jenson creó el tipo romano, este fue sustituyendo poco a poco, con ventajas, a los góticos. Ello  principalmente en los pueblos citados y otros de su mismo origen. Alemania puso larga resistencia, apoyada en sus fuertes posiciones nacionalistas.  
No pocos incunables, sobre todo venecianos, están impresos con tipos aldinos, inventados por Aldo Manuncio el Viejo. No muy tarde el grabado en madera, xilografía, dio su aportación a la decoración de los libros. Ha aportado desde una lámina al principio a guisa de frontispicio, hasta innumerables ilustraciones muy comunes en los diccionarios e infinidad de obras hasta nuestros días.
El grabado como ilustración propiamente dicha, figura por primera vez en Las fábulas de Boner (Bamberg, Baviera 1461, por Abrecht Pfister). Como prototipo de incunables ilustrados se puede considerar la Crónica de Nuremberg, con más de mil grabados en madera, de Wolgemuth, maestro de Durero y de Pleydenwurff.
En el siglo XVI el libro, sin perder del todo su influencia  gótica, fue despejándose de la severidad de los manuscritos. Las portadas o frontispicios se formaron con un grabado de madera de grandes dimensiones, en cuya cabeza o pie figuraba el título de la obra. Carecía el tema del grabado, casi siempre, de relación con el contenido del libro. Después el adorno fue un escudo de armas, regularmente del mecenas o la marca del tipógrafo o bien, viñetas diversas más tarde. 
En los textos se van eliminando las múltiples abreviaturas o signos convencionales, como la S larga y otros elementos. Ello fue modificando y dando al libro el sello distintivo que ha llegado a tener en el transcurso del tiempo. 
A lo anterior contribuyó mucho el citado impresor Aldo Manuncio el Viejo, con el empleo de los caracteres itálicos. Se permitieron formatos más prácticos y manuales con un ahorro considerable de espacio. El huecograbado, el grabado a buril  y las aguas fuertes, se integraron también como decoraciones de los frontispicios y láminas interiores de los textos, sin dejar de ser muy importantes las viñetas o estampas pequeñas.  
El siglo XVII tuvo muy en boga los frontispicios llamados a la passe-partout, muy recargados o ennegrecidos de tinta, que también poco o nada tenían que ver con los temas del libro. Fueron ideados por el impresor Cristóbal Plantino. 
Desde principios de este siglo XVII se inició así mismo un cambio radical en los mencionados frontispicios. Se cambiaron en ellos los motivos casi exclusivamente religiosos, no obstante que buen tiempo invadieron toda Europa, en beneficio de una gran variedad de motivos profanos de muy buen gusto y calidad. En esto contó mucho la influencia de Luis XIV de Francia. Un buen motivo de belleza, haciendo a un lado exageraciones, que también estuvieron presentes en esta etapa, es el frontispicio grabado en lámina, al buril, del Dictionaire de L´Académie (París 1694) 
Durante la primera mitad del siglo XVIII el libro evolucionó integrando nuevos elementos decorativos al gusto y tendencias naturalistas de la época. Se utilizaron caracteres más elegantes y viñetas más espirituales. En este siglo además, el libro se fue simplificando, acabando por despojarse de los últimos y tradicionales elementos antiguos que había conservado,  para dar paso al advenimiento del libro moderno al nacer el siglo XIX. 
Como perfecto reflejo de su tiempo, el libro se democratizó en la centuria XIX. Al parejo de los progresos notables de las artes gráficas y de la industria papelera. Dejó de ser patrimonio de los hombres de letras, haciéndose asequible a todos, tanto por su forma popular como por su bajo costo, aunque, hay que decirlo, en detrimento de su calidad.
La multiplicación de los tipos y la reforma de las letras de texto por conducto de varios impresores, así como el empleo de viñetas y demás adornos tipográficos de diversos estilos, constituyeron un libro enteramente distinto al de los siglos anteriores. El grabado en madera resurgió como elemento capital en la decoración e ilustración. En plena era del romanticismo, contribuyó sin duda a intensificar su popularización. 
La litografía (del griego lithos: piedra y graphein: escribir) fue inventada a fines del siglo XVIII por Luis Senefelder en Baviera. Ayudó mucho en la decoración general de los textos, así como en la evolución de las cubiertas artísticas de los volúmenes a la rústica hasta los últimos años. Posteriormente la implementación de los grabados modernos ha impreso al libro un nuevo aspecto exterior e interiormente. 
Se han implementado cubiertas policromadas o textualizadas con muy buen gusto y calidad, gran parte realzadas y con solapas hasta del tamaño de estas. De la misma manera, formatos y cuerpos geométricos uniformes en lomos y cantos. Para los interiores, aunque en nuestro país se sigue utilizando mucho el papel bond, se emplean papeles más propios y adecuados para una mejor lectura.   
Tipografías e impresiones muy cuidadas con titulares novedosos y variadas ilustraciones a una o más tintas, son parte y apoyo importantes de los temas correspondientes. La disponibilidad de tecnologías de trabajo y comunicación tan avanzadas en nuestros días, han hecho de la innovación una realidad asombrosa en  el mundo de las letras y en muchos otros medios. Los sistemas computarizados para labores y comunicación instantáneos, fax, modem, escanner, internet, impresoras multicromáticas personales, etc., son ya medios ordinarios para plasmar la creatividad y el pensamiento humanos, instantáneamente,  del más remoto lugar a otro. 
Sin embargo la humanidad toda debe estar muy atenta a no perder, por ningún motivo, su capacidad de asombro y el gusto por todos sus logros y belleza de la vida. Lo contrario nos iría llevando, cada vez más, a un desfazamiento y pérdida de identidad muy lamentables.

ALGO SOBRE EL LIBRO (Primera parte)

La escritura ha sido a través de los siglos la representación gráfica por excelencia del lenguaje oral humano. Fue inventada por el hombre hace unos seis mil años para satisfacer su necesidad de representar y perpetuar sus ideas, por medio de signos gráficos inteligibles a la vista. Se comenzó por representar los objetos con las imágenes de sí mismos. Después se fijaron ideas abstractas utilizando los objetos materiales relacionados con ellos en alguna forma. Más tarde se procuró que los signos gráficos fueran representativos de los sonidos articulados. 
De la combinación de estos tres pasos, el representativo, el simbólico y el fonético, resultó la escritura jeroglífica. Esta fue usada por todos los pueblos civilizados de la antigüedad. De ahí vino el alfabeto creado por los fenicios, cuya invención se atribuye a Cadmo. De esta manera se realizó el último y definitivo avance de la escritura, consistente en aplicar un signo a cada una de las distintas letras. Las letras ligadas entre sí forman las palabras. 
Desde el invento de la escritura el hombre buscó la forma de fijarla y conservarla. Para esto utilizó desde las hojas de los árboles hasta piedras, maderas, metales y otras materias naturales, que por una u otra razón al tiempo resultaban inadecuadas. En las ruinas de Nínive y Babilonia se encontraron en abundancia piezas de arcilla con caracteres cuneiformes grabados antes de su endurecimiento, que en conjunto formaban lo que podríamos llamar bibliotecas ahora.  
Los mandamientos de Dios a Moisés fueron escritos en tablas de piedra. El código romano de las Doce Tablas se grabó en placas de bronce. Con el tiempo se emplearon para escribir tablillas de madera, particularmente de boj, que se cubrían con una capa de cera y se unían en grupos de dos o más cuando era necesario. Se les dejaban rebordes para proteger la cera y la escritura. 
Se escribía sobre estas maderas con punzones de metal puntiagudos en un extremo y planos en el  otro, para respectivamente, escribir y borrar y emparejar la cera. Los griegos llamaron a estos instrumentos de escribir grafios (graphion) y los romanos estilo (stylum). 
Vino luego la escritura sobre papiro, utilizado en varios pueblos, principalmente en Egipto. Era una especie de papel que extraían del tallo de la planta del mismo nombre, llamado liber o película interna. De ahí se deriva la palabra libro. 
Consistía el papiro de tiras muy delgadas de la mayor extensión posible, que después de ciertos tratamientos daban una calidad semejante al papel. Se clasificaba, a semejanza de los papeles de ahora, en varias categorías. Fue, a pesar de su poca solidez, el material más propio para la escritura durante varios siglos. Conservaba aún varios usos durante la edad media.  
Con el papiro tuvieron lugar los volúmenes o rollos. Los formaban las tiras u hojas del liber, unidas por sus extremos hasta formar tramos de varios metros de longitud, según la extensión de las obras. En una de sus orillas llevaban una varilla de denominada umbilicus (ombligo). Esta era  de ébano, cedro, marfil u otro material. Sus extremidades se adornaban según la importancia del manuscrito.
Se guardaban estos rollos en unión con otros en una caja cilíndrica de madera o cuero, llamada scrinia o capsa. Cuando la obra se componía de más de un rollo se le llamaba biblios, de donde nació el nombre de biblioteca.
Llegamos así al descubrimiento del pergamino, el cual aunque consta que su uso se remonta más allá de cinco siglos antes de nuestra era, su nombre viene de cuando Eumenes II rey de Pérgamo (197-158 a.C.), lo adoptó en lugar del papiro al no poderse surtir de éste por parte de los egipcios. Estos estaban celosos del ambicioso proyecto del rey de formar una biblioteca que rivalizaría con la famosísima de Alejandría. 
Gracias a las ventajas del pergamino sobre el papiro, entre otras que podía utilizarse por ambas caras perfectamente bien, se empezaron a confeccionar libros en forma análoga a los actuales. De  hojas o folios variables, su anchura y largura constituían su forma o formato. Dichas hojas se reunían y sujetaban por una costura  en su orilla izquierda y se cubrían con tapas o cubiertas de madera o piel semejantes a las actuales. Estos libros recibieron de los romanos el nombre de códices, codex en singular, o libros cuadrados dada su forma rectangular. 
Se cree que el pergamino se generalizó a partir de nuestra era. Por su comodidad fue relegando al olvido a los volúmenes o rollos de papiro. El nombre de códices prevalece en la actualidad para designar manuscritos antiguos de gran valor  intrínseco o extrínseco. Son en nuestro país este tipo de libros, por ejemplo, los documentos indígenas escritos antes de la conquista, como el Códice Borgiano, el Lienzo de Tlaxcala y muchos otros. 
Cuando el pergamino se escaseaba, encarecía, o por cualquier otra causa, particularmente en los siglos VII al IX, se recurría a borrar los textos. Se lavaban o frotaban para utilizarlos de nuevo. Se ha manifestado en no pocos casos los vestigios de la primera escritura, la cual con reactivos químicos y grandes cuidados se ha logrado rescatar. Los pergaminos así tratados se conocen como palipsestos (de palin: de nuevo y psestos: borrar o raspar). Existen en la actualidad, de alto valor, una  gran cantidad de estos. 
Atribuible su invención a los chinos en el siglo II de la era cristiana, el papel ha sido hasta nuestros días el elemento de mayor éxito utilizado en la escritura. Fabricado en su origen con hojas de bambú y corteza de morera, pasó a Corea en el siglo VII y de allí al Japón. 
Los árabes aprendieron su manufactura de los prisioneros chinos de Samarcanda. Luego sustituyeron la materia prima original por trapos de algodón usados y cordelajes viejos. Se llevó el papel a Europa a través de España hacia el siglo IX. No obstante la primera fábrica de que se tiene memoria es en Játiva inmediata a Valencia, hasta el siglo XII. Después se le integró a su manufactura un elemento superior: el lino. 
El proceso original de fabricación de papel fue manual durante varios siglos. Esto casi no varió hasta  que a fines del siglo XVIII la elaboración del papel de cuba, también llamado de forma o de mano, se transformó por completo en virtud de los progresos de la mecánica  y de la química. Contribuyó mucho en este progreso el advenimiento de la maquinaria para fabricarlo en forma continua  inventada por el francés Luis Robert. 
Esta maquinaria, explotada primero en Inglaterra y mejorada paso a paso, ha llegado a adquirir un admirable perfeccionamiento en los tiempos actuales. A partir de 1845 se empezó a utilizar la fibra de madera como base y posteriormente otros sucedáneos. 
Se ha logrado una gran diversidad de papeles, de todas clases, colores, dimensiones y especies,  que han contribuido poderosamente al desarrollo material y artístico del libro. Sustitutos como el plástico, han ido de la mano con el papel en la inmensa variedad de facetas que tiene el mundo fantástico de la escritura.