martes, 26 de agosto de 2014

RANCHO LA ESPERANZA

Como menciono en Rancho Las Hormigas, mi bisabuelo Justo Galindo Castellanos tenía el asiento de su familia en el rancho del título, a donde, desde Garabatos, principalme de vacaciones escolares, íbamos de visita. Su padre, mi tatarabuelo, Rafael Galindo,  originario de San Luis Potosí, era un hombre rico, establecido en los ranchos San Antonio y La Paleta, entre San Ignacio Cerro Gordo (ahora municipio jalisciense No. 125) y Capilla de Guadalupe, del municipio de Tepatitlán. Deseando que sus dos hijos varones, ya adultos, Justo y José, que eran según se dice, muy inquietos, sentaran cabeza, decidió comprarles un rancho a cada uno, al primero el que titula este relato, y al segundo El Capulín, en el mismo municipio y cercanos uno del otro, aunque con la falta de las comunicaciones de entonces, no tanto.
Los dos vástagos fueron hombres de carácter fuerte y hasta arbitrario en sus cosas. El bisabuelo Justo fungió en su momento muchos años como Jefe Político y de Acordada de la región de Tepatitlán, con las consiguientes y normales aprobaciones o repudios a los actos de su cargo. Participó en la Revolución Cristera (1926-1929) por lo que, fatalmente, todos los civiles que fueran Galindo, eran molestados por los dos bandos en pugna. Su hijo Manuel, mi abuelo, al no aceptar seguir sus pasos desde joven, siguió los suyos, adquiriendo  a unos cuantos años de casado, tierras en Garabatos (ver relato) para ahí asentarse definitivamente.     
El tío bisabuelo José, casado sin hijos, con la señora Rosa Martínez, al tiempo adoptó a Cástulo de Loza. Pronto se hizo de varios ranchos, formando así mismo enormes hatos de ganado, básicamente bobino y caballar, y muchos bienes. Mi padre tuvo con él un altercado al detectarse una yegua suya en la manada con que trillaba el trigo de la abuela Emilia, ya viuda, ante quien, enfurecido sin escuchar explicaciones, se quejó, sin que ella exculpara a mi padre, como debía haberlo hecho. (ver Un Hombre Excepcional) El cuantioso caudal hereditario que dejó, no cabalmente identificado; una parte fue para el hijo adoptivo, amparando también a unas sirvientas familiares de éste, que con el patrón se hicieron mayores.
Lo demás que era bastante, sobre todo tierras, lo testó a favor de sus sobrinos varones carnales, ordenando que a las mujeres “ni agua” A mi madre, como ahijada de bautismo, si remotamente hubiera pensado dejarle algo, seguramente el altercado con su esposo, mi padre, lo tuvo siempre presente. Recuerdo nombres de ranchos como El Sopial y El Tiznadero, a donde trasladaba cantidades grandísimas de ganado de otras de sus propiedades, pasando por el camino real en El Salvador donde vivíamos, y a él montado majestuosamente en un caballo muy bueno, ataviado con chaparreras y chaleco de cuero de manufactura casera, faltándole en una mano el dedo gordo por accidente con la soga de lazar.
La Esperanza fue favorecida por el clero con las mismas aspiraciones de culto que San Francisco de Asís (antes La Estanzuela), a sugerencia del bisabuelo Justo al padre José de Jesús Angulo Navarro, futuro obispo Del Valle en Tabasco (Hacienda del Valle, Atotonilco el Alto, Jal., 24/06/1888 -Tabasco 19/09/1966) Vicaría General el 25/12/1917, San Francisco, en honor del Sr. Arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez, había tomado impulso de la mano del P. Angulo con su nombre anterior. Tanto el padre Angulo, como el Sr. Arzobispo, fueron persistentes defensores del culto católico, y del levantamiento armado, ante la Ley Calles del gobierno federal contra el mismo.     
En terrenos donados por el bisabuelo Justo se construyó el templo de La Esperanza, y de  los señores Irineo y Aniceto Hernández el de San Francisco. El bisabuelo, en virtud de su cargo político, ya entonces estaba presionado por las autoridades, por simpatizar con el bando en rebelión. Por eso o porque no quiso vecinos extraños en su propiedad, ni a su muerte su hijo el tío abuelo Delfino, se estancó y ahora es prácticamente un lugar deshabitado, cuyas heredades, radicados en zonas urbanas, manejan algunos de sus hijos a distancia.         
Don Justo, terminada la Revolución Cristera, prácticamente en su lecho de muerte, le tuvieron que llevar la mano para firmar un salvoconducto, ante el general Miguel Z. Martínez, en favor de Cirilo Franco, suegro del tío Delfino, para que no lo fusilara por motivos del asalto y robo del tren con la nómina federal, en el que hubo una matazón innecesaria de combatientes y pasajeros civiles.   

martes, 19 de agosto de 2014

EL PRIMO MÁS ESTIMADO

Mi primo Manuel “Manuelillo” Gutiérrez Galindo, fue el más apreciado de los más de cien primos hermanos que fuimos. Huérfano nonato por la muerte violenta de su padre, Refugio Gutiérrez Hernández, a los seis meses de casado. Nació el 25 de diciembre de 1932, quedando con su madre, la tía Francisca hermana de la mía, que no volvió a casarse, en la casa de los abuelos maternos en el rancho alteño jalisciense Garabatos, municipio de Tototlán, límite con los de Tepatitlán y Atotonilco, de quienes, al igual que el que esto escribe, era su ahijado de bautizo, honrando la costumbre, prácticamente una ley no escrita, para dicho padrinazgo en los nietos primogénitos. Nací en la misma casa, a donde iba mucho, conviviendo con él hasta los nueve años, cuando emigramos a Atotonilco.  
Cursó escasos tres años de escolaridad primaria, no oficial, suficientes para apoyarle, desde temprana edad, en el desarrollo de una inteligencia e iniciativa innatas para emprender ideas y trabajos fuera de lo común. El entorno en la casa “grande” de la abuela, viuda también, era dominado por las solteras cinco tías carnales, y sólo el tío Gabriel y él como hombres de la casa, lo cual había podido influir, como en otros casos, en una formación infantil masculina inadecuada. 
En Garabatos y ranchos colindantes no había escuelas en aquellos años, treintas a cincuentas del pasado siglo XX. Con suerte llegaba o se contrataba algún maestro con pocas pretensiones, fuera del sistema oficial, ex seminarista por ejemplo, que con ganas  y entusiasmo, desempeñaba un buen trabajo docente. Los alumnos, que casi todos tenían que recorrer grandes distancias para asistir a la escuela improvisada, aprendían así, en cortos ciclos de clases, con mucho mayor entusiasmo y necesidad. Incluso estuvo unos meses, muy pocos, asistiendo en el rancho El Salvador, donde vivíamos, a las clases del Prof.  Miguel Becerra, que duró muy poco.
Su carisma y don de gentes, lo hicieron pronto un joven hombre de recursos y de amigos. Prácticamente aún adolescente, adquirió un equipo agrícola (tractor, arados, rastra, etc.,) para preparar o maquilar terrenos para las siembras (ver relato La Sardina Descompuesta, en que me tocó ser parte) Un poco después, sin descuidar sus haberes en el rancho, en Atotonilco compró y operó un carro de sitio, y al mismo tiempo entabló contacto y negocios con sus tíos Salvador y Jesús, hermanos de su padre, que a la postre, sobre todo con el primero, no fueron muy afortunados. El segundo se manejaba en grande en la elaboración y distribución de carbón de madera en Guadalajara, con los consiguientes claroscuros e implicaciones políticas del giro.
Con Salvador, por cierto mi compadre; con mi madre, por ausencia de mi papá, fuimos padrinos de bautismo de su hijo José de Jesús, procreado con su esposa, mi tía y prima Mercedes Galindo Franco, se pusieron a fletear en sendos camiones torton, principalmente agave tequilero de la región de Los Altos, a las fábricas de tequila en Tequila, Jal., con paso obligado por Zapotlanejo, lugar en el que, haciendo honor a su reputación de mujeriegos,   se hicieron novias a dos hermanas muy guapas, de buena familia. Las cosas al parecer llegaron a más, y el padre y sus hijos hombres se las sentenciaron a los dos galanes, que no hicieron mayor caso y en una pasada a vuelta de rueda por el lugar, los acribillaron, muriendo Salvador y saliendo ileso de milagro su sobrino.
En ese tiempo mi primo tenía pedida y hasta presentada, a nuestra prima a su vez, Olivia Franco Castellanos, quien rompió tajantemente el compromiso. Sobre el hecho se habló mucho, causando, entre otras cosas, las burlas del presunto suegro, el tío Ramón Franco González, como cuando, el caso calientito aún, en casa, que antes fue nuestra, de la tía Consuelo hermana de mi madre, en San José de Gracia, a punto de servir la comida, le preguntó si quería calabacitas, contestando, con una dedicatoria muy personalizada e incisiva, que no le habían dado nunca calabazas las solteras, menos a esas alturas las casadas. La puya no podía ser más directa y ofensiva, y Manuel la aguantó estoicamente.
Entonces el primo decidió asentarse. Compró una propiedad rústica en el rancho Ciénega, pegadito a Ojo de Agua de Latillas, en el municipio de Tepatitlán. Fincó su casa con todos los servicios posibles, y manejó la propiedad con buen éxito agrícola y pecuario. Contrajo nupcias con María del Cármen Sánchez, vecina de la región. En el lugar estaba instalada la fábrica de Tequila San Matías, propiedad del Sr. Guillermo Castañeda Peña, a donde ingresó como trabajador y rápidamente como administrador y hombre equipo valiosísimo e inestimable de la empresa, durante casi treinta años.  
Acrecentó y diversificó su patrimonio en varias formas. Como intermediario en el abasto  y comercialización del agave tanto para San Matías como otras tequileras, a la par del cultivo de dicha materia prima en terrenos propios y rentados. Compró otros terrenos y bienes diversos para la explotación del giro agropecuario. Incluso diseñó y puso en práctica un tractor zancón para el cultivo del agave, que al darse cuenta la empresa inglesa Oliver  mandó un representante a entrevistarlo, proporcionándole, sin condición económica alguna, la información necesaria que le requirieron. En San Matías, entre otras cosas, diseñó y construyó las nuevas autoclaves de acero inoxidable para cocer o tatemar el agave.
Aparte de la marca San Matías, ahora en varias presentaciones, y otras que los nuevos dueños han sacado al mercado, la segunda marca Pueblo Viejo surgió a sugerencia de mi primo, al venirse abajo una cuantiosa operación con unos empresarios españoles, quienes  rechazaron el producto que especialmente se les había maquilado. Dicho producto no encajaba en las característica del existente, proponiendo la citada marca como solución, que le ha dado gran impulso a la empresa.   
Radicado en Tepatitlán, a donde se había trasladado, entre otras cosas, por la necesidad escolar de sus hijos, que fueron muchos, así como emprender ahí otros negocios fructíferos, en una de sus venidas diarias a la fábrica San Matías, le tendieron una emboscada por problemas antiguos. Su providencial buena suerte y magnífico instinto de conservación, obligó a huir a los agresores, al responder con un buen rifle que siempre cargaba,  parapetándose detrás de su camioneta pick up.     
Aparte de su innata habilidad para los negocios, su sino de fortuna le favoreció en muchas ocasiones. Plusvalía de terrenos semi urbanos en Tepatitlán; las herencias de su madre; de su tío Jesús que lo nombró albacea y de hecho del Dr. Jesús Ramírez Villaseñor, como mencioné en La Sardina Descompuesta. 
Al renunciar a los nuevos dueños de San Matías, ya con otros negocios en Tepatitlán, construyó la fábrica para su marca propia Jarro Viejo, ganando en su momento varios premios internacionales el diseño de su botella envase. Falleció el 26 de abril de 2003, por complicaciones de una caída grave. Sus hijos, para atender sus negocios, básicamente agrícola ganaderos, cerraron la tequilera a principios de este año 2014.  

lunes, 18 de agosto de 2014

RANCHO LAS HORMIGAS

La tía Julia, que inició la prole de mis abuelos maternos Manuel Galindo González y Emilia González Franco, nació el 7 de enero de 1907 en el rancho La Hiedra, contiguo a El Capulín y La Esperanza, del municipio de Tepatitlán en Los Altos del estado de Jalisco y falleció en Atotonilco El Alto el 25 de agosto de 1998. Mi abuelo era de La Esperanza, rancho del bisabuelo Justo Galindo Castellanos, jefe político y de acordada de Tepatitlán, y mi abuela de El Espino, contiguo a rancho Cerro Gordo (no San Ignacio Cerro Gordo, actual 125º municipio jalisciense).
Bien, la tía Julia como primogénita fue la primera en casarse, y lo hizo con el acomodado soltero del rancho del título, Alberto Navarro Navarro, donde establecieron su hogar. El lugar se ubica entre San Francisco de Asís (antes La Estanzuela) y San José de Gracia (antes El Bramadero) El tío Alberto, a quien traté mucho, ya contaba con algunas tierras, que se incrementaron casi de inmediato con las que le encomendaron sus dos hermanos, Leopoldo y Antemio o Artemio,  que se fueron a radicar a los Estados Unidos, y volvieron mucho después sólo de visita, porque se habían arraigado en el norte. Luego y durante varios años siguió aumentando su patrimonio de forma importante. Tierras, ganados, fincas, agave tequilero y operaciones financieras con dinero, fueron haberes importantes en su capital.
En este rancho vivía también el tío Ramón Franco González, hijo de Cirilo Franco Hernández (ver relatos Un Hombre Excepcional, Un Falso Hacendado y El Primo más Justipreciado) En su casa contigua a la del tío Alberto, corral grande de por medio, tenía unas zahúrdas donde cuidaba caballos finos para las carreras parejeras, que tanto se celebran en la región. Las tierras que había heredado, y sus demás cosas, al tiempo se las vendió al vecino, y ahora son propiedad de su hijo, mi primo Leopoldo. Ninguna de sus actividades representaba mayor negocio, pues para todo, al igual que para su casa, tenía sirvientes. Su esposa, la tía Cayetana Castellanos, era de la misma forma de vida y originaria del mismo lugar de la abuela Emilia y su pariente.   
El carril (hipódromo rural) de este rancho, era muy conocido en una basta región. Se  efectuaron ahí carreras famosas, con caballos como El Centenario; teniendo su oportunidad cuidadores como el tío Ramón y Eliseo González, hijo del tío abuelo Juan González Franco (relato La Sardina Descompuesta) que fue reconocido en otros carriles, como el de Tateposco en Tlaquepaque, goteras de Guadalajara; así como el corredor (jockey) apodado El Centavo, que era pariente de la familia.     
El primer yerno de los abuelos era extremadamente parco en sus negocios y cosas, pero basto en los requerimientos de su casa. Falleció 27 de abril de 1967. Sus diez hijos recibieron herencia importante, sobretodo Manuel y Leopoldo ya mencionado.   

sábado, 16 de agosto de 2014

EL TÍO RAFAEL

El primero de dos hermanos varones y ocho hermanas, más dos que murieron bebitas, el tío Rafael Galindo González, hermano de mi madre María Dolores, era muy diferente al segundo, el tío Gabriel, en la familia de los abuelos Manuel Galindo González y Emilia González Franco, en el rancho Garabatos, municipio de Tototlán, Jalisco, en los linderos de los de Atotonilco y Tepatitlán.
Gozaba del apoyo y la simpatía de propios y extraños. Los medieros y otros dependientes del rancho paterno de la familia, que era el más importante de los cuatro que se denominaban con el mismo nombre en el lugar, prácticamente lo idolatraban por su bonhomía y desprendimiento con todos. Nació en Ojo de agua de latillas en mayo de 1913. Falleció violentamente el 20 de noviembre de 1943, a manos del comisario ejidal de Garabatos, Alfonso Aranda, después de arreglar algunos asuntos, visitar a mi madre, y tener una fuerte discusión con el ejidatario, en el rancho El Salvador, donde vivíamos.
El día fatal fui el último que lo vio al entregarle el atado de botellas forradas de lazo para que no se rompieran.  
-Abisinio -así nos llamaba, nunca supimos por qué razón, a Manuel mi primo y a mí- traite las botellas del alcohol para desmoler los caballos.
Al entregarle las cuatro botellas de litro vacías, se despidió, muy bien montado en su fino y famoso caballo El Aguilillo –nos vemos después.   
En la tarde el primo y yo andábamos apartando los becerros de sus madres para la ordeña del día siguiente, cuando oímos tres disparos secos, así identificables cuando dan en el blanco. Mencionamos que si el objetivo fuera un cristiano, habría muertito. Estábamos muy lejos de imaginarnos que antes del anochecer llegarían con el cuerpo del tío Rafael a la casa.
El asesino y el tío se traían de encargo desde la implantación amañada del ejido a instancias falaces de Cirilo Franco Hernández, concuño del abuelo Manuel, quien le confió el comisariado siendo un fuereño, al no haber representante local que aceptara el impopular y odiado cargo. El concepto de propiedad y pertenencia es sagrado e irrenunciable para los alteños jaliscienses. El reparto de las tierras, que tantas irregularidades e injusticias tuvo, lo equiparan a un robo.  
Cuando el falso ejidatario, se rajó en el convenio de agostadero que mi papá tenía celebrado con él para pastorear, en terrenos ejidales que le habían sido usurpados a su padre, mi abuelo Cipriano de la Torre Angulo, con el simple hecho de dejarle el aviso de cancelación a mi mamá, y mi padre enfurecido, por suerte no lo encontró donde se le ocurrió esconderse, el tío Rafael, su cuñado, le echó la mano comprándole a precio justo, las doce o quince cabezas de ganado vacuno con que ya contaba, para irnos a experimentar a San José de Gracia (ver relato con este nombre)
La principal ocupación del agrarista era politiquear, quejándose consuetudinariamente de los propietarios privados, amenazándolos con solicitar ampliación de tierras al gobierno.  Las rencillas, conocidas de todos, con su luego víctima, que no era nada dejado, a diferencia de su hermano Gabriel, eran permanentes, en las que, como granitos de arena,  casos como el  del ganado de mi papá, las aumentaba.            
Al caballo El Aguilillo, lo impactó en la cabeza una de las tres balas del fallecido; se lo llevó a cuidar mi padrino de confirmación Jesús Franco González, su primo hermano, hijo del ya nombrado Cirilo Franco. Era una magnífica bestia que nunca se recuperó, entraba en trance todos los días a la hora que se cometió el asesinato.  
El malhechor, como era de rigor, perdió la tierra, es decir, escapó. Al tiempo por otras de sus fechorías, cayó en la cárcel. Silverio Plascencia, amigo oficioso de la familia, se lo informó al tío Gabriel, quien por haber pasado muchos años, por exceso de prudencia o porque la muerte de su hermano no se iba a remediar, no quiso aumentarle otra denuncia a Alfonso Aranda, y éste salió libre y después las pagó todas enfrentándose a otro malandrín como él.   

miércoles, 13 de agosto de 2014

MEDIEROS Y CAMPESINOS DE MI ABUELO

Antes, en el relato Garabatos, mencioné que el rancho de mi abuelo materno Manuel Galindo González, era con mucho el más importante de los cuatro que se designaban con el mismo nombre; el segundo era el de los parientes de la Torre de la Torre del otro lado del río; el tercero, con lo que se adjudicó Cirilo Franco Hernández, vividor concuño del abuelo; y el cuarto, el ejido que alevosa e inadecuadamente se implantó ahí, por las artimañas de don Cirilo, con las tierras estafadas a familias como la de mi abuelo paterno Cipriano de la Torre Angulo, los mencionados parientes y otras personas, en una falsa promesa de venta que les hizo este pillo en connivencia con el gobierno, y de alguna manera solapado por sus patrones los señores González hacendados de Jalostotitlán.
El rancho de mi abuelo, al que muchos ya le llamaban hacienda, mantenía varias familias, en la calidad de medieros, campesinos o asalariados; que en parte vivían en casas construidas en las propiedades del patrón. Algunos venían todos los días de ranchos vecinos, como San Ramón y Ojo de agua de Latillas.
Entre los que ahí radicaban, recuerdo en especial a Anastasio “Tacho” Sánchez y su tía Cirila; don Ángel Gazca su esposa doña Porfiria y su hijo Refugio; los hermanos Morales,  asentados unos al otro lado del río, cerca de las propiedades de los parientes de la Torre, y otros se trasladaban a diario de San Ramón, como Ángel y su esposa Alejandra, Pedro y su esposa Genoveva y J. Guadalupe; los Morones, que eran bastantes y doña Pachita su mamá, que les hacía pie de casa porque su marido los había abandonado; recuerdo a Julián, Aniceto, Leopoldo y a Piedad, muchacha a la que le fallaban algunas facultades. También, en los terrenos ya cercanos a la propiedad del tío abuelo Pedro Galindo González. Se asentaba el mediero Eusebio Murillo y su familia, colindando el callejón donde, más hacia los terrenos de los ejidatarios, el comisario ejidal Alfonso Aranda mató al tío Rafael hermano de mi madre.
Todos sembraban a medias de los rendimientos (medieros) con gastos a cargo del dueño, su labor, básicamente, de maíz de temporal combinado con frijol; gozaban para el  mejor sustento familiar, de una sección o huerto, normalmente contiguo a sus casas, al que además del maíz, le intercalaban calabazas y chilacayotas, que podían durar de año a año, y algunas hortalizas. Casi a todos se les proporcionaba una vaca para su leche y criaban animales domésticos libremente.
En tierras del dueño, aparte del maíz y frijol en tiempo de lluvias, en época de secas se cultivaba trigo, garbanzo, avena y otras gramínias, y hortalizas, donde la gentes  trabajaban a sueldo como labriegos. Aparte, se les empleaba en el manejo de los diversos hatos de ganado vacuno, bobino, porcícola, caprino y otros, y de ser necesario, apoyaban en el cuidado de la amplia población de gallinas y guajolotes.    
En la ordeña diaria de las vacas participaban varios de los hombres mencionados, encabezados por Tacho Sánchez, de quien era su apialador, cuando, ya grandecito, estaba de visita desde El Salvador donde vivíamos. (Ver relatos La Colmena, la Naranja y otras vacas)
Cuando al tío Gabriel, hermano de mi madre, le encargó su mamá, mi abuela Emilia ya viuda y muerto su hijo Rafael, el manejo del rancho, éste empezó a suprimir cosas, básicamente a su conveniencia. Dejó de comprar tierras en el área “para no dejarles riqueza a los cuñados” y, porque no le gustaban, eliminó del ganado los cerdos, bastantes bobinos y otros, pero impulsó enormemente el caprino, en el que se convirtió en el principal propietario y proveedor de ejemplares de la mejor calidad. Redujo mucho las siembras de temporal y las extensiones desocupadas las destinó para agostadero, comerciando con mucho éxito económico personal, la engorda de novillos flacos, adquiridos a precios ínfimos a sus dueños.
Como consecuencia, la nómina de medieros y dependientes, bajó mucho. Algunos buscaron nuevos horizontes o se colocaron en otros ranchos; Tacho Sánchez se fue Guadalajara donde logró formar a su familia profesionalmente, y Ángel Gazca al rancho La mesa del solorio, propiedad del tío abuelo Jorge de la Torre Angulo.
Al tiempo el tío Gabriel, ya casado, se trasladó a Atotonilco, comprando casa y bastantes terrenos en el área. Impulsó el cultivo de agave tequilero, atesoró dinero metálico y operó transacciones de agio. Manejaba el rancho paterno a distancia, donde se quedó la abuela, viéndolo venirse abajo hasta fallecer el 19 de agosto de 1962, a cargo de terceros, incluyendo uno verdaderamente sinvergüenza y abusivo.

domingo, 10 de agosto de 2014

EL COYOTE

“No hay coyote que engorde” me espetó un día mi padre, en relación a las personas que por apatía, conformismo y falta de acciones, no hacen nada o muy poco de lo que podrían y deberían realizar, como compromiso fundamental de su vida. Su intención era, no obstante mi muy temprana edad,  dejarme claro que el hombre debe intentar con todas sus fuerzas y medios lícitos a su alcance, las tareas y acciones legales y útiles a que con todo afán y derecho aspire. Este entrecomillado por otra parte, puede relacionarse de alguna manera con el problema tan serio de obesidad que padece actualmente nuestro país.     
El Coyote como miembro del reino animal, es un mamífero cuadrúpedo de la familia de los caninos, no necesariamente carnívoro, emparentado con el Lobo, el Zorro, el Chacal y el Perro Doméstico, y familiar mayor del Talcoyote, el Tejón, el Tacuache o Tlacuache y la Onza. El Canis Latrans como se llama científicamente nuestro personaje, es en su rama animal, el más inteligente, audaz y adaptable al medio, a pesar de la intensa persecución que de muchas maneras ha sido objeto. En su extinción, se incluyen pesticidas y otros químicos agrícolas dañinos.
En parangón al llamado Lobo Mexicano, a las personas marrulleras, tranzas, falaces, embaucadoras, conseguidoras y hasta cobardes, por las que nuestro país sigue teniendo mala fama, se les llama “coyotes” Ejemplos típicos de estos individuos son algunos abogados tinterillos, pasantes de ilegales a los Estados Unidos y la fauna de mil usos  lambiscones que trafican con todo tipo de influencias.
Al Canis Latrans se le atribuyen cualidades míticas y poderes sobrenaturales. En México y en todo norte y centroamérica, su hábitat, hay infinidad de consejas orales y escritas, principalmente populares, que relatan historias espeluznantes sobre el coyote, como la facultad de subyugar la voluntad de sus víctimas y paralizar sus movimientos. Es el azote constante de gallineros y otras moradas de especies similares y de otras familias menores incluyendo la propia. Caza en solitario y es difícil que se deje ver en manada o en pareja, y sus armas principales son la astucia y la sorpresa. Es raro poderlo ver en actos de apaño a menos que se esté vigilando estratégicamente su aparición o comparecencia.
Como experiencia personal puedo aportar que en mi infancia la población de coyotes todavía era muy abundante. En Garabatos y en El Salvador ranchos donde vivimos, seguramente mayor a la media, por lo incomunicado que en la situación del país privaba.  En las noches la aulladera de éstos era tal que denotaba su gran número. Los raptos en cada gallinero familiar eran continuos. En una ocasión haciendo con mi primo Manuel Gutiérrez Galindo labores vespertinas con el ganado bovino, observamos pasar a unos metros un ejemplar bastante herido arrastrando una pata trasera, quizá por bala o trampa, que le dificultaba mucho caminar. Decidimos dizque corretearlo pero con todo y su problema no lo alcanzábamos. De vez en cuando nos enfrentaba amenazador y temible, metiéndonos el miedo suficiente para dejar la cosa en paz. Sentí varios minutos después, el escalofrío que la actitud del animal nos causaba.       
En el aspecto social, por lo del robo de las gallinas, se suele llamar “coyotes” a los   raptores, por capricho o por la fuerza, o de común acuerdo, y hasta a iniciativa de la novia o amante, principalmente en poblaciones pequeñas y medios rurales; en respuesta a obstáculos de diversa índole. En el pasado el tema llegaba a tener consecuencias graves, al extremo de enemistades sin solución o violencia sangrienta entre familiares. Muchas parejas, y ahora más, hacen esto para ahorrarse los gastos y los trámites respectivos, mayormente si la unión es motivo de restricciones civiles o religiosas.
En la Revista de Literaturas Populares de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuyo prestigio es indudable, hay dos investigaciones de Nieves Rodríguez Valle: Cinco relatos sobre el coyote (Año III, # 1 Ene-Jun 2003) y El coyote en la literatura de tradición oral (Año V # 1 Ene-Jun 2005). En la Historia general de las cosas de Nueva España, siglo XVI, Fray Bernardino de Sahagún consignó …”hay en esta tierra un animal que se dice cóyotl, al cual algunos de los españoles le llaman zorro, otros le llaman lobo, y según sus propiedades a mi ver ni es lobo ni zorro sino animal propio de esta tierra … y siente mucho, es muy recatado para cazar, agazápase y pónese en acecho, mira a todas partes para tomar su caza, y cuando quiere arremeter a la caza primero echa su vaho contra ella, para inficionarla y desanimarla con él … si alguno le quita la caza, nótale y aguárdale y procura vengarse de él, matándole sus gallinas u otros animales de su casa; y si no tiene cosa de estas en que se vengue, aguarda al tal cuando va camino, y pónese delante ladrando, como que se lo quiere comer…“  
En la historia y geografía mexicanas hay múltiples referencias como: Nezahualcóyotl (coyote hambriento) el rey poeta de Texcoco, Moctezuma Xocoyotzin, el último emperador azteca; Coyoacán en el D.F., Coyotitlán en Sinaloa. Huehuecóyotl, nagual (doble). Y hasta en rezos…”Coyotito hermoso/por la virtud que Dios te dio con tu talismán poderoso/que cargas en la cabeza/préstamelo para que con él haga cuánto yo quiera/salirme de una prisión/y en cualquier juego a que yo juegue siempre lo gane/líbrame de cuantos enemigos yo tenga/y que se enamore de mí cuanta mujer yo quiera.” O esta otra…”Coyotito hermoso/por el poder que tienes con tu colmillo virtuoso/voy a hacerlo relicario para que me devuelvas el cariño de fulano de tal/para que olvide a la mujer que tenga y venga humillado a cumplir lo que me ha ofrecido.”
En la literatura popular El coyote y el correcaminos, cómic, televisión, videojuegos, y otros productos comerciales, creado en 1949 por Chuck Jones (EU) para Warner Brothers, inspirado en una obra de Mark Twain, sigue siendo muy popular. El coyote es el personaje que recibe las simpatías.
Pero de mucho más fama, paradójicamente esto en España y otros países, es la extensa serie de aventuras del oeste El Coyote, ¡194 títulos más 7 extraordinarios!, que creó en California, E.U.A. el escritor español José Mallorquí Figuerola (1913-1972) en 1943, que a lo largo del tiempo han editado sucesivamente las empresas españolas Clíper, Cid, Molino, Bruguera, Favencia, Fórum y Planeta de Agostini, y de otros países. Mallorquí es autor también, junto con varias novelas independientes, de otras series originales, no copias de las norteamericanas como muchos lo hicieron, aunque tuvo que firmar algunas con seudónimos anglosajones como Carter Mulford. La novela deportiva (57títulos), Novelas del oeste (33t), Futuro (34t) y Tres hombres buenos (14t)  Fue también traductor de autores como Agatha Christie, Jackson Gregory, etc.     
El cine desafortunadamente no ha aprovechado al personaje como por otra parte si ha hecho con El Zorro, personaje similar de menor esencia México española (seguramente por esto), de Johnston McCulley, con una impresionante lista de películas y series gringas, con intérpretes de primer nivel como Douglas Fairbanks, Tyrone Power y Guy Williams (tv82 capítulos) y dos del español Antonio Banderas. En México solamente, El Coyote y La justicia del coyote, 1954,  Dir. Joaquín Luis Romero Merchant, español, con Abel Salazar y Gloria Marín. En España: El coyote y La vuelta del coyote, 1998, Dir. Mario Camus, con José Coronado y Chiara Casseli.
Otras películas locales con el nombre de coyote pero sin relación: El coyote emplumado, 1983, de Alfredo B. Crevena, con María Elena Velasco “La india María”, El coyote y la bronca, 1978, de Rafael Villaseñor Kuri, con Vicente Fernándes y Blanca Guerra, La coyota, 1983, con Beatriz Adriana, y La venganza de la coyota/La hija de la coyota, 1984, de Luis Quintanilla, con Mario Almada y Rebeca Silva. Hay aparte en algunas películas personajes con este nombre, como el de Alejandro Ciangherotti en Los tres huastecos, 1948, de Ismael Rodríguez, con Pedro Infante y Blanca estela Pavón.        

sábado, 9 de agosto de 2014

EL BOLEO

Este incidente tuvo también lugar en los remotos tiempos de enero de 1945, en la primera o cuando mucho la segunda semana. Al igual que el cine, yo no sabía qué demonios era el boleo en Atotonilco el Alto, ciudad a la que acabábamos de llegar la familia del rancho El Salvador. 
Mi compañero de primero, Jesús Villagrán, después de salir de la escuela, me invitó de improviso a ir al nombrado asunto. Acepté de manera similar a lo del cine, para no desentonar y hacer lo que hicieran mis condiscípulos, aunque me vinieran nuevas sorpresas, consciente de que este compañero era el más vago del salón.  
Empezamos a caminar por la calle Juárez, la misma de la escuela, hasta donde terminaba en el puente rastrojero, y seguían de inmediato las famosas huertas de naranjos del llamado con justicia El Vergel de Jalisco. Caminamos unos cincuenta metros por el respectivo callejón estrecho que separaba las huertas con cercas de alambre de púas, tejidas con ramas de huizache, hasta encontrar mayor espacio en el piso, donde entraba una zanja regadera y había menos espinas. Y para adentro por la pequeña hondanada.  
De los hermosos, bien cuidados y productivos árboles cayéndose de doradas y finas naranjas, destinadas a los mejores comensales nacionales y extranjeros, empezamos a hacer nuestra cosecha, sirviéndonos como recipiente principal la bolsa conformada con la camisa fajada y desabotonada en el pecho. Ya terminábamos nuestra faena, cuando de repente, como una aparición terrorífica, salió el huertero encargado de la propiedad con una escopeta en las manos, que con un rosario de palabras altisonantes nos recordaba la familia. Nos soltó unos plomazos, al viento gracias a Dios.
En una carrera que nos envidiaría un corredor profesional, salimos como almas que lleva el diablo, sacando en la ropa, sólo unos pequeños garranchones, al pasar de nuevo por el mismo sitio de la cerca de alambre y espinas. Las pequeñas heridas no eran nada y pasaban desapercibidas contra la zozobra y el miedo que nos cargábamos, o cuando  menos yo. 
Al día siguiente y hasta unos después a nuestro ilícito pero emocionante y adrenalítico acto, le preguntaba temeroso a mi contlapache si el huertero no nos iría a buscar a la escuela, a nuestras casas, o acusarnos ante la directora. Éste se mofaba diciéndome que en la escuela ya lo habían acusado antes, y que a los tíos con quienes vivía, ya no les importaba mucho lo que él hiciera o dejara de hacer.
Con el tiempo el asunto quedó como excitante y muy peculiar recuerdo. Mi condiscípulo años después se trasladó a Guadalajara donde consiguió un buen trabajo. En sus visitas a  Atotonilco me invitaba en broma a repetir el evento.
Nuestra ciudad, también llamada lugar de naranjos en flor, fue a fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, un importante productor de naranjas de mesa que se exportaban a varios países, principalmente por la respetable familia Valle. El escritor José López Portillo y Rojas dijo en una de sus obras que todo Atotonilco olía a azahares. También era sobresaliente su producción de otros frutos y hortalizas como guayaba, mango, café, cebolla y pepino. Este último semi industrializado por la citada Casa Valle, donde obtuve mi primer trabajo formal al salir de la primaria, durante varios años fue proveído a la empacadora Clemente Jacques de la ciudad de México. 
Respecto al café, aunque ahora prácticamente ya no se produce en sus escasas huertas, es tradicional la preparación del extracto artesanal en varios establecimientos de la población.  Hay muchas anécdotas acerca de los efectos del consumo de este café concentrado atotonilquense, de las que mencionaré las dos siguientes.
En una visita a Atotonilco del gobernador (1953-1959) e importante escritor Lic. Agustín Yáñez (1904-1980), autor, entre otras obras, de la trilogía alteña Al filo del agua, Las tierras flacas y La tierra pródiga; lo invitó la crema y nata de la sociedad a tomar café que preparaban entonces los señores Carlos y Abraham Ibarra en su hotel La marina, donde se hospedaba el célebre personaje, quien al responder a la advertencia en el consumo del bebedizo, que estaba acostumbrado a tomarlo, lo tuvieron que pasear los anfitriones varias horas en la noche madrugada, para que conciliara el sueño.
En una de las reuniones semanales de un grupo de comensales en el restaurante del hotel Vista Guadalajara en el centro comercial Plaza del Sol, llevé una botella de este aromático producto, cuyo sobrante junto con los licores no consumidos nos resguardaban ahí para la siguiente reunión, extrañamos el siguiente miércoles, la ausencia de uno de los meseros que nos atendía regularmente, quien no obstante de prevenirles acerca de su ingestión, tenía  incapacidad médica de dos semanas, al tomarse, de contrabando, una no muy escasa ración.     

jueves, 7 de agosto de 2014

RECUERDOS REMOTOS

En el relato Garabatos, dije que nací ahí el 5 de febrero de 1936; y en el de Guillermo Tell, que a la edad de 4 años, ya viviendo en el rancho El Salvador, mi padre nos leyó a su familia la historia de este héroe suizo, que a tan temprana edad, analfabeto total,  me descubrió el mundo de los libros. Tengo recuerdos de edad más temprana. Voy a describir los tres siguientes:

IMAGEN DE UNA CASA EXTRAÑA
Tendría un año, a lo mejor año y medio, empecé a caminar a los nueve o diez meses, cuando veía a mi padre, que me había dejado por ahí, junto con personas que lo acompañaban, que seguramente eran sus amigos y algunos parientes, entrar y eventualmente salir de una casa en la que también había varias mujeres, platicando todos alegremente entre sí.       
Durante las primeras décadas del siglo XX, los medios rurales eran mucho más poblados y autosuficientes. Luego la migración a zonas urbanas y a los E.U.A., la Revolución Cristera y sus resabios, y la creciente depauperación provocada por un gobierno cacique e indolente, produjeron regiones prácticamente “dejadas de la mano de Dios” Garabatos en los treintas contaba al menos con veinticinco familias, y cantidades parecidas o mayores otros ranchos vecinos. 
Después entendí que mi precocidad natural tan temprana confirmaba que la casa en cuestión era non sancta, propiedad  del “Tunco” Arcadio Rodríguez, en donde, entre otras mujeres,  trabajaban sus hijas. No era entonces difícil identificar en el rancho a los miembros del lenocinio, incluso, fuera de ahí, en tiempos posteriores. En una ocasión en Atotonilco, en mis treintas de edad, una de las tuncas, mujer todavía de nada malos bigotes, me hizo una fiesta enorme, con no menos carga de sensualidad, al reconocerme como retoño de mi padre.

IDENTIFICACIÓN DE MI ABUELO MATERNO
A principios o mediados de 1938 falleció en Atotonilco mi abuelo Manuel Galindo González, en la finca que recién había reconstruido, por compra a la Srta. Carolina “Niña” Salazar, en la calle entonces Juárez  número 31, que después como eje poniente, de acuerdo con el sistema nuevo de nomenclatura, cambió a Colón y a los numerales 109, 111 y 113. La parte oriente hasta el puente llamado rastrojero, donde terminaba y convergen e inician las calles Allende, Iturbide y Madero, después al extenderse la mancha urbana, en lugar de continuar con el nombre, extrañamente  la nombraron Av. South San Francisco. La Colón, a diferencia, no cambió de nombre con todo y dar vuelta a unas cuadras en la que era llamada calle de los Pozos.    
De dos años o unos meses más de edad, de visita ahí, me acuerdo de mi abuelo, quien en las mañanas alimentaba en el patio de la casa unos gallos finos de su propiedad, y además, para mayores señas, tenía unas hileras o cercas de escobetas de raíz, ambas posesiones que después confirmaron los parientes que no me creían la rememoración. Con las escobetas le había pagado un acreedor una cuenta.
A esta casa, por favor espontáneo de mi abuela materna ya viuda Emilia González Franco, llegamos la familia de la Torre Galindo, que ya contaba con cinco vástagos, el último día de 1944, procedentes del rancho El Salvador, compartiéndola con otros inquilinos, para ingresar el 1 de enero de 1945 a la primaria, a parvulitos, el que esto relata, y mis hermanos María Mercedes y José Luis; los varones a la  Escuela Urbana Foránea Núm. 15 para Niños Benito Juárez, y Mercedes a la Ávila Camacho para Niñas. Mis otros hermanos chicos eran Ramón y Cipriano, y ahí nacieron luego María de la Luz, Adolfo, Evangelina, Rosa María, y Jorge después de una azarosa mala cama de  mi madre, que supliendo a mi padre ausente en el norte, como encargado de la casa me tocó afrontar.

LA PRIMA
En la misma época de las remembranzas anteriores, después del año pasadito que vivimos con mi abuela materna, donde nací, volvimos a la casa que anexa a la de la abuela paterna Francisca Hernández de la Torre, había construido mi padre previo a casarse, en donde había otra más anexa que habitaba su hermano mayor el tío Agustín, con su esposa Teresa Camarena y sus hijos, los mayores ya adolescentes. Estas casas estaban, y aún lo están, en terrenos del ejido cuyo advenimiento indeseado ya he tratado en otros relatos, al que, careciendo del espíritu de propiedad alteño, aceptó ingresar el segundo esposo de mi abuela, dizque para ampararla de algún modo.
En el medio rural, por razón del mayor contacto con la naturaleza, se obtienen experiencias más tempranas de la vida; diciéndose que se crece más rápido. Al caso, en el tiempo que me ocupa, con mayor razón.
Para la prima mayor de estos parientes, era su juguetito nuevo, pasando el tiempo que podía conmigo. Me daba golosinas y otras cosas, me colmaba de besos, y en no pocas ocasiones, cubriéndose con un rebozo, me daba sus aún incipientes pechos de precoz instinto maternal           

LA SARDINA DESCOMPUESTA

Entre las aventuras que corrí con mi primo Manuel Gutiérrez Galindo, ver relato El primo más estimado, cuando todavía adolescente y ya contaba con su equipo agrícola (tractor, arados, rastras, etc.) fue a preparar para la siembra de temporal, unas tierras en el rancho Ojo de agua de latillas, Mpio., de Tepatitlán, propiedad del tío abuelo Juan González Franco, hermano de mi abuela materna Emilia. Era un hombre mayor que vivía su tercer matrimonio, con dos hijos de éste; de alta estatura y muy delgado y erguido. Parecía un Don Quijote de la Mancha. 
Habíamos llegado en la tarde y en su momento nos sentaron a la mesa familiar para cenar. El menú consistió en un cuarto de vaso chico con leche y un platito con frijoles de la olla, acompañado de algunos restos del tazole o paja de las vainas del frijol y algunos palitos de los tallos de las mismas, varios de los granos estaban aderezados con sus respectivos gorgojos. Seguramente, como muy contadas y escasas personas, creían que era proteína necesaria. Sólo nos cominos los frijoles limpios y el trago de leche. El desayuno del día siguiente, para irnos temprano a trabajar, fue del mismo tenor.  
A media mañana, consecuencia de los dos escasos alimentos, y el trabajo pesado que realizábamos, traíamos un hambre terrible. Fui a comprar a la tienda del lugar, que por cierto tenía fama de bien surtida, un par dos sardinas ovaladas Calmex y un paquete de galletas saladas.  
Nos terminamos la primera, y como todavía teníamos apetito, nos comimos la mitad de la segunda, para completar con el resto la frugal cena que nos esperaba en la noche. Así le hicimos, desconociendo el daño que nos iba a provocar por haberla guardado en la lata.   
Un rato después de acostarnos se inició nuestro continuo peregrinar al corral de la casa, para defecar numerosas veces, con un dolor de estómago tan grande, que sentíamos, al menos el que esto relata, que la bomba en que se nos había convertido, estaba a punto de reventar. En la mañana amanecimos sanos, como si nada. Los parientes, que debieron enterarse de nuestras peripecias, no dijeron ni pío y nosotros tampoco. ¡Bendito el poder de recuperación de la juventud y el  medio tan sano que era el campo!
Al terminarse el trabajo con el tío Juan, el Sr. Don Jesús Villa, terrateniente muy grande, le encomendó a mi primo el arreglo, para el mismo objetivo de siembra de temporal, de unos terrenos aledaños a su enorme casa, que se le habían quedado pendientes y su maquinaria la traía ocupada en otro de sus ranchos. ¡Qué diferencia de personaje!      
-Él es mi primo hermano Chuy, señor Villa, me está ayudando en el trabajo.
-Bien, ¿De quién eres muchacho?
-De Francisco de la Torre y Dolores Galindo.
-¡Oh! Tu papá es un gran hombre de muchos méritos y fama hasta acá en estos rumbos. (Remitirse a los relatos Llámenle sólo Jesús y Un hombre excepcional)
Era un hombre viudo, con muchos medieros y campesinos, y servidumbre de casa para todo. Nos sentaba a su mesa a compartir sus alimentos. Frutas, sopa caldosa, carne de res o de cerdo, pollo, frijoles de la olla o refritos, queso de adobera de leche entera, chicharrones, jocoque, mantequilla, etc.; huevos con longaniza, leche fresca, chocolate, pan de calidad y otras cosas a escoger, todo de casa.   
Este señor, cuyo apellido real, después supe, era Villaseñor, creo que vivía, donde lo visitamos, en el rancho contiguo a Ojo de agua de latillas, que se llama Santa María, también Mpio., de Tepatitlán. Era pariente cercano del Dr. Jesús Ramírez Villaseñor, que ejercía su profesión en Guadalajara, en Pedro Moreno esquina con Rayón en el centro, con muchos terrenos en las goteras de Tepa, que al tiempo en buena parte le vendió a precio simbólico a mi primo, en atención a los servicios que éste le prestó.
También en este Santa María nació el conocido líder estatal de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) don Heliodoro Hernández Loza, a su vez primo segundo de mi abuela Francisca Hernández de la Torre.