martes, 19 de agosto de 2014

EL PRIMO MÁS ESTIMADO

Mi primo Manuel “Manuelillo” Gutiérrez Galindo, fue el más apreciado de los más de cien primos hermanos que fuimos. Huérfano nonato por la muerte violenta de su padre, Refugio Gutiérrez Hernández, a los seis meses de casado. Nació el 25 de diciembre de 1932, quedando con su madre, la tía Francisca hermana de la mía, que no volvió a casarse, en la casa de los abuelos maternos en el rancho alteño jalisciense Garabatos, municipio de Tototlán, límite con los de Tepatitlán y Atotonilco, de quienes, al igual que el que esto escribe, era su ahijado de bautizo, honrando la costumbre, prácticamente una ley no escrita, para dicho padrinazgo en los nietos primogénitos. Nací en la misma casa, a donde iba mucho, conviviendo con él hasta los nueve años, cuando emigramos a Atotonilco.  
Cursó escasos tres años de escolaridad primaria, no oficial, suficientes para apoyarle, desde temprana edad, en el desarrollo de una inteligencia e iniciativa innatas para emprender ideas y trabajos fuera de lo común. El entorno en la casa “grande” de la abuela, viuda también, era dominado por las solteras cinco tías carnales, y sólo el tío Gabriel y él como hombres de la casa, lo cual había podido influir, como en otros casos, en una formación infantil masculina inadecuada. 
En Garabatos y ranchos colindantes no había escuelas en aquellos años, treintas a cincuentas del pasado siglo XX. Con suerte llegaba o se contrataba algún maestro con pocas pretensiones, fuera del sistema oficial, ex seminarista por ejemplo, que con ganas  y entusiasmo, desempeñaba un buen trabajo docente. Los alumnos, que casi todos tenían que recorrer grandes distancias para asistir a la escuela improvisada, aprendían así, en cortos ciclos de clases, con mucho mayor entusiasmo y necesidad. Incluso estuvo unos meses, muy pocos, asistiendo en el rancho El Salvador, donde vivíamos, a las clases del Prof.  Miguel Becerra, que duró muy poco.
Su carisma y don de gentes, lo hicieron pronto un joven hombre de recursos y de amigos. Prácticamente aún adolescente, adquirió un equipo agrícola (tractor, arados, rastra, etc.,) para preparar o maquilar terrenos para las siembras (ver relato La Sardina Descompuesta, en que me tocó ser parte) Un poco después, sin descuidar sus haberes en el rancho, en Atotonilco compró y operó un carro de sitio, y al mismo tiempo entabló contacto y negocios con sus tíos Salvador y Jesús, hermanos de su padre, que a la postre, sobre todo con el primero, no fueron muy afortunados. El segundo se manejaba en grande en la elaboración y distribución de carbón de madera en Guadalajara, con los consiguientes claroscuros e implicaciones políticas del giro.
Con Salvador, por cierto mi compadre; con mi madre, por ausencia de mi papá, fuimos padrinos de bautismo de su hijo José de Jesús, procreado con su esposa, mi tía y prima Mercedes Galindo Franco, se pusieron a fletear en sendos camiones torton, principalmente agave tequilero de la región de Los Altos, a las fábricas de tequila en Tequila, Jal., con paso obligado por Zapotlanejo, lugar en el que, haciendo honor a su reputación de mujeriegos,   se hicieron novias a dos hermanas muy guapas, de buena familia. Las cosas al parecer llegaron a más, y el padre y sus hijos hombres se las sentenciaron a los dos galanes, que no hicieron mayor caso y en una pasada a vuelta de rueda por el lugar, los acribillaron, muriendo Salvador y saliendo ileso de milagro su sobrino.
En ese tiempo mi primo tenía pedida y hasta presentada, a nuestra prima a su vez, Olivia Franco Castellanos, quien rompió tajantemente el compromiso. Sobre el hecho se habló mucho, causando, entre otras cosas, las burlas del presunto suegro, el tío Ramón Franco González, como cuando, el caso calientito aún, en casa, que antes fue nuestra, de la tía Consuelo hermana de mi madre, en San José de Gracia, a punto de servir la comida, le preguntó si quería calabacitas, contestando, con una dedicatoria muy personalizada e incisiva, que no le habían dado nunca calabazas las solteras, menos a esas alturas las casadas. La puya no podía ser más directa y ofensiva, y Manuel la aguantó estoicamente.
Entonces el primo decidió asentarse. Compró una propiedad rústica en el rancho Ciénega, pegadito a Ojo de Agua de Latillas, en el municipio de Tepatitlán. Fincó su casa con todos los servicios posibles, y manejó la propiedad con buen éxito agrícola y pecuario. Contrajo nupcias con María del Cármen Sánchez, vecina de la región. En el lugar estaba instalada la fábrica de Tequila San Matías, propiedad del Sr. Guillermo Castañeda Peña, a donde ingresó como trabajador y rápidamente como administrador y hombre equipo valiosísimo e inestimable de la empresa, durante casi treinta años.  
Acrecentó y diversificó su patrimonio en varias formas. Como intermediario en el abasto  y comercialización del agave tanto para San Matías como otras tequileras, a la par del cultivo de dicha materia prima en terrenos propios y rentados. Compró otros terrenos y bienes diversos para la explotación del giro agropecuario. Incluso diseñó y puso en práctica un tractor zancón para el cultivo del agave, que al darse cuenta la empresa inglesa Oliver  mandó un representante a entrevistarlo, proporcionándole, sin condición económica alguna, la información necesaria que le requirieron. En San Matías, entre otras cosas, diseñó y construyó las nuevas autoclaves de acero inoxidable para cocer o tatemar el agave.
Aparte de la marca San Matías, ahora en varias presentaciones, y otras que los nuevos dueños han sacado al mercado, la segunda marca Pueblo Viejo surgió a sugerencia de mi primo, al venirse abajo una cuantiosa operación con unos empresarios españoles, quienes  rechazaron el producto que especialmente se les había maquilado. Dicho producto no encajaba en las característica del existente, proponiendo la citada marca como solución, que le ha dado gran impulso a la empresa.   
Radicado en Tepatitlán, a donde se había trasladado, entre otras cosas, por la necesidad escolar de sus hijos, que fueron muchos, así como emprender ahí otros negocios fructíferos, en una de sus venidas diarias a la fábrica San Matías, le tendieron una emboscada por problemas antiguos. Su providencial buena suerte y magnífico instinto de conservación, obligó a huir a los agresores, al responder con un buen rifle que siempre cargaba,  parapetándose detrás de su camioneta pick up.     
Aparte de su innata habilidad para los negocios, su sino de fortuna le favoreció en muchas ocasiones. Plusvalía de terrenos semi urbanos en Tepatitlán; las herencias de su madre; de su tío Jesús que lo nombró albacea y de hecho del Dr. Jesús Ramírez Villaseñor, como mencioné en La Sardina Descompuesta. 
Al renunciar a los nuevos dueños de San Matías, ya con otros negocios en Tepatitlán, construyó la fábrica para su marca propia Jarro Viejo, ganando en su momento varios premios internacionales el diseño de su botella envase. Falleció el 26 de abril de 2003, por complicaciones de una caída grave. Sus hijos, para atender sus negocios, básicamente agrícola ganaderos, cerraron la tequilera a principios de este año 2014.