martes, 26 de agosto de 2014

RANCHO LA ESPERANZA

Como menciono en Rancho Las Hormigas, mi bisabuelo Justo Galindo Castellanos tenía el asiento de su familia en el rancho del título, a donde, desde Garabatos, principalme de vacaciones escolares, íbamos de visita. Su padre, mi tatarabuelo, Rafael Galindo,  originario de San Luis Potosí, era un hombre rico, establecido en los ranchos San Antonio y La Paleta, entre San Ignacio Cerro Gordo (ahora municipio jalisciense No. 125) y Capilla de Guadalupe, del municipio de Tepatitlán. Deseando que sus dos hijos varones, ya adultos, Justo y José, que eran según se dice, muy inquietos, sentaran cabeza, decidió comprarles un rancho a cada uno, al primero el que titula este relato, y al segundo El Capulín, en el mismo municipio y cercanos uno del otro, aunque con la falta de las comunicaciones de entonces, no tanto.
Los dos vástagos fueron hombres de carácter fuerte y hasta arbitrario en sus cosas. El bisabuelo Justo fungió en su momento muchos años como Jefe Político y de Acordada de la región de Tepatitlán, con las consiguientes y normales aprobaciones o repudios a los actos de su cargo. Participó en la Revolución Cristera (1926-1929) por lo que, fatalmente, todos los civiles que fueran Galindo, eran molestados por los dos bandos en pugna. Su hijo Manuel, mi abuelo, al no aceptar seguir sus pasos desde joven, siguió los suyos, adquiriendo  a unos cuantos años de casado, tierras en Garabatos (ver relato) para ahí asentarse definitivamente.     
El tío bisabuelo José, casado sin hijos, con la señora Rosa Martínez, al tiempo adoptó a Cástulo de Loza. Pronto se hizo de varios ranchos, formando así mismo enormes hatos de ganado, básicamente bobino y caballar, y muchos bienes. Mi padre tuvo con él un altercado al detectarse una yegua suya en la manada con que trillaba el trigo de la abuela Emilia, ya viuda, ante quien, enfurecido sin escuchar explicaciones, se quejó, sin que ella exculpara a mi padre, como debía haberlo hecho. (ver Un Hombre Excepcional) El cuantioso caudal hereditario que dejó, no cabalmente identificado; una parte fue para el hijo adoptivo, amparando también a unas sirvientas familiares de éste, que con el patrón se hicieron mayores.
Lo demás que era bastante, sobre todo tierras, lo testó a favor de sus sobrinos varones carnales, ordenando que a las mujeres “ni agua” A mi madre, como ahijada de bautismo, si remotamente hubiera pensado dejarle algo, seguramente el altercado con su esposo, mi padre, lo tuvo siempre presente. Recuerdo nombres de ranchos como El Sopial y El Tiznadero, a donde trasladaba cantidades grandísimas de ganado de otras de sus propiedades, pasando por el camino real en El Salvador donde vivíamos, y a él montado majestuosamente en un caballo muy bueno, ataviado con chaparreras y chaleco de cuero de manufactura casera, faltándole en una mano el dedo gordo por accidente con la soga de lazar.
La Esperanza fue favorecida por el clero con las mismas aspiraciones de culto que San Francisco de Asís (antes La Estanzuela), a sugerencia del bisabuelo Justo al padre José de Jesús Angulo Navarro, futuro obispo Del Valle en Tabasco (Hacienda del Valle, Atotonilco el Alto, Jal., 24/06/1888 -Tabasco 19/09/1966) Vicaría General el 25/12/1917, San Francisco, en honor del Sr. Arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez, había tomado impulso de la mano del P. Angulo con su nombre anterior. Tanto el padre Angulo, como el Sr. Arzobispo, fueron persistentes defensores del culto católico, y del levantamiento armado, ante la Ley Calles del gobierno federal contra el mismo.     
En terrenos donados por el bisabuelo Justo se construyó el templo de La Esperanza, y de  los señores Irineo y Aniceto Hernández el de San Francisco. El bisabuelo, en virtud de su cargo político, ya entonces estaba presionado por las autoridades, por simpatizar con el bando en rebelión. Por eso o porque no quiso vecinos extraños en su propiedad, ni a su muerte su hijo el tío abuelo Delfino, se estancó y ahora es prácticamente un lugar deshabitado, cuyas heredades, radicados en zonas urbanas, manejan algunos de sus hijos a distancia.         
Don Justo, terminada la Revolución Cristera, prácticamente en su lecho de muerte, le tuvieron que llevar la mano para firmar un salvoconducto, ante el general Miguel Z. Martínez, en favor de Cirilo Franco, suegro del tío Delfino, para que no lo fusilara por motivos del asalto y robo del tren con la nómina federal, en el que hubo una matazón innecesaria de combatientes y pasajeros civiles.