Poco tiempo después le pidió a mi padre que fuera a
verlo para nombrarme monaguillo. La propuesta realmente me aterraba y con toda
firmeza le dije a mi padre que no iba, temiendo su reacción violenta, que
curiosamente no la hubo. Siguieron su curso las cosas y el señor cura, como a otros
de sus parroquianos seguramente me siguió la pista, sobre todo mi jerarquía
como alumno número uno de toda la primaria.
También debe haberse dado cuenta de la serie de
nueve veces nueve rosarios diarios que hice en el templo, como acto de
contrición, por mi afición desmedida al cine y otras cosas, para lo que me
valía muchas veces de procedimientos no muy ortodoxos (ver los cinco relatos
sobre el cine)
Luego, ya en Banamex por ahí de 1955 o 1956 pues ya
estaba el banco en su segundo domicilio al emigrar de 16 de Septiembre y
Prisciliano Sánchez a mediados de Colón, entre Rayón e Hidalgo, cuando mi padre
en una de sus últimas regresadas a casa de sus estadías por medio año en los
E.U.A., discurrió pedirle al Sr. cura que revisara mis libros, que ya sumaban algunas
decenas.
Encontré al salir del banco a comer unos libros en
el suelo; al inquirirle a mi mamá exageradamente enojado, qué había pasado, me
puso al tanto y que fuera con el Sr. cura a ver los libros que se llevaba,
contestándole alterado que eso no se valía y que iría a verlo cuando pudiera.
Al tercer día me le presenté antes de comer, llevando
conmigo otros libros, después que la víspera me había citado por medio de
Arnulfo el sacristán o secretario como le decíamos.
-Para empezar, no me eches el caballo encima; vi los
libros porque tu padre me lo pidió; en la mesa está lo que me traje; algunos ni
los conozco, tu sabes si los dejas o te los llevas tal cual.
-Oiga señor cura El Halcón de los Mares de Rafael
Sabatini y estos otros (cuatro o cinco) no están prohibidos; le dejo los otros
(un poco más) incluyendo El Decamerón de Giovanni Boccaccio que había leído más
de la mitad, y varios del Dr. Martín de
Lucenay (que entre paréntesis ahora serían todos para niños) y le traigo estos
otros que si aparecen en la lista negra del
vaticano (que hoy en día también serían blancas palomitas)
Como consecuencia se fortaleció, aunque ríspida a
veces, una constante relación de amistad entre miembros de dos generaciones. Él
tendría 60, 65 años, era originario de Acatic, donde como en toda la región alteña
jalisciense, Tepatitlán, San Miguel el Alto, Arandas, etc. había y hay muchas
familias de la Torre y aseguraba que éramos parientes, aunque nunca lo precisamos.
Los ancestros nuestros eran de San Jorge Mpio., de San Miguel el Alto y de
Yahualica y Hacienda de la Llave, Mpio., de Valle de Guadalupe.
Por el mismo tiempo me invitaron varias personas
consideradas de pro en Atotonilco a integrarme a la orden de Caballeros de
Colón. Sin conocer prácticamente nada al caso, fui con otros aspirantes a
Ocotlán a tomar los primeros tres grados
del escalafón de la orden. Los temas de carácter moral familiar que se trataron
en el fin de semana correspondiente, lo digo con certeza, no me sorprendieron
mayor cosa, como sí a mis compañeros de equipo.
En la primera sesión semanal en nuestra sede, acepté
la jefatura de Actividades Juveniles, realizando de inmediato algunas
actividades ad hoc, incluyendo la donación para rifa de mi colección de
aventuras Hacia Lejanas Tierras de 24 tomos, creo de Editorial Molino.
Luego en un evento social, independiente a la orden,
al que asistí como invitado, sorpresivamente me enteré de actos deshonestos de algunos
miembros de la misma, decidiendo renunciar de inmediato. Lo hice en la misma
semana. Al argumentar la asamblea que no lo podía hacer por reglamento y a mi
inflexible postura, admitieron pero que sólo podría ser ante el señor cura ausente
que era el capellán. Antes de la siguiente reunión él me llamo a la parroquia.
-Ahora que mosca te picó; que ya no quieres
pertenecer a la orden.
-Así es señor cura, no me gustan algunas cosas que
hacen ciertos socios, cuyos nombres no voy a mencionarle como tampoco lo hice
en la reunión.
-Está bien, como siempre te sales con la tuya.
Pensé que el Sr, cura no era ajeno a lo que le
decía.
En el año 1958 o 1959, para la celebración del baile
tradicional del 15 de Septiembre en el Social Recreativo Atotonilco, los sacerdotes
adscritos a la parroquia, dependientes del Sr. cura (Franco, Zermeño y de la
Torre-J. Guadalupe) avisaron en varias misas previas que descomulgarían a quienes
asistieran al evento. En general la gente debe haber visto con ojos sordos la
recomendación (ver el relato ¿Excomunión?) Con mi novia, luego mi esposa,
Teresa de Jesús Gutiérrez García, fuimos al festejo, que fue un verdadero dolor
de cabeza porque a uno de sus hermanos se le
ocurrió sacarla forzadamente y darle una golpiza en su casa.
Dejé de ir a confesarme y al tiempo ocurro otra vez
al llamado de nuestro párroco.
-Haz dejado de confesarte ¿qué pasa?
-Es que estoy descomulgado.
-Que qué, quien te dijo esa pendejada.
-Pues sus achichincles porque asistimos al baile del
15 de septiembre.
-No tienes idea de lo que es excomulgar.
-Indíqueselos a ellos, nos lo sentenciaron más que
claro en muchas misas.
-Ni que excomunión ni que nada, vente a confesar y comulgar
cuando quieras.
Siguieron los problemas con la familia Gutiérrez por
el noviazgo. Creían que mis genes, principalmente de la Torre, reflejarían en
mí la parte parrandera y jugadora de algunos familiares. Varias veces me
afrontaron. Mi suegro me interceptó un día en la calle para preguntarme cuándo
nos casábamos y para finiquitar la cuestión mi respuesta fue que estuviera
seguro que lo haríamos pero cuando fuera conveniente y lo decidiéramos; a su gesto
de duda, agregué que no aceptaríamos presiones de ninguna índole. Mi suegra
también insistía en que ya nos casáramos. Con mis cuñados Manuel y José, los
golpeadores de casa aparte de su papá, varias veces discutimos en la calle, llegando
a tener que decirle al segundo ante sus bravatas, que una vez estúpidamente
hasta una pistolilla me sacó para hacer el ridículo, que no necesitaba las dos
manos para ponerlo en paz. Enrique el de en medio siempre se portó bien conmigo.
Los incidentes llegaron por supuesto a oídos del Sr. cura y al contestarle en
términos parecidos y que no me iba a dejar para nada, me dio una vez más la
razón.
En la primera misa vespertina ya autorizada, seis de
la tarde, celebrada en Atotonilco, oficiada por el Señor Cura José de la Torre
Rueda, en la Parroquia de San Miguel Arcángel, quien se vino convaleciente aún
de una operación de implante de cadera en Houston, Texas, nos casamos el sábado
19 de agosto de 1961. El festejo fue en el Club de Leones ubicado en la calle Hidalgo,
entre 20 de Noviembre y Zaragoza, cuadra y media al sur del templo. La luna de miel fue en Acapulco en el hotel
Linda Vista muy cerca de la playa de Caleta, que nos recomendó nuestra amiga
Arcelia Valle Núñez, una semana, y otra en la ciudad de México, alojándonos por
invitación en la casa de mi amigo Servando Muñiz Hernández, cuya familia, se
habían ido a la capital años atrás. Entonces estaba ya destinado por Banamex en
la sucursal Guadalajara ganando más del doble (ver relato Guadalajara Uno)
Tiempo antes me había encargado el Sr. cura algunas
cosas, como vender a los conocidos joyeros
Peregrina de nuestra capital, las monedas metálicas de plata y cobre fuera de
circulación, que se habían acumulado de las limosnas por años en el templo. Muchas
eran verdaderamente valiosas y le sugerí que buscáramos primero una
comercializadora en numismática y medallística pero prefirió a los joyeros.
El clero lo nombró al
tiempo Canónigo en Guadalajara, cargo que a veces se considera una jubilación
simulada, un arrumbamiento u otras cosas desventajosas al caso, como creí.
Se alojó en una casona en el centro en la calle
Liceo entre Herrera y Cairo y Angulo, frente al mercado Alcalde. No usaba
automóvil y no quiso atenciones de sus superiores. Al bajarse del camión urbano
frente a su domicilio, el chofer arrancó prematuramente tumbándolo al piso.
Para quitarle la culpa le pidió al cafre del volante que se fuera para evitar
el castigo. Murió a consecuencia del golpe. Yo no estaba ya en Guadalajara. Me
enteré después.