Cuando vivimos en el rancho El Salvador (Atotonilco, ver relato) entre
1939 y fines de 1944, para de ahí trasladarnos a Atotonilco, entre mis 4 y 9
años de edad, provenientes de San José de Gracia (Tepatitlán) como hijo mayor
de ya 3 hermanos (Ma. Mercedes, José Luis y Ramón) me tocaba desempeñar labores
y encomiendas de mi padre que en aquellos azarosos años de grandes necesidades,
ahora perecerían quehaceres y hasta hazañas de personas mayores. Al caso ver
mis relatos, entre otros, El asiento de botella, La cócona de doña Pachita
Morones, La colmena, la naranja y otras vacas, La tía, Guillermo Tell.
Entre mis obligaciones me tocaba después de apialarle muy temprano a mi
papá las dos vacas que teníamos para la necesidades de leche familiar (la
naranja y la colmena) trasladarlas con sus crías al lugar de pastoreo que les
tocara para a media tarde ir de regreso por el hato, apartar los becerros y
achiquerar para la siguiente ordeña. Como el terreno propio para agostadero no
alcanzaba con el de siembra, mi padre había rentado unos terrenos cerriles al tío Guadalupe de la
Torre de la Torre, de Garabatos, al otro lado del río, que se alternaban cada año,
combinando también las siembras temporaleras a su vez en otros terrenos también
rentados.
Cuando tocaba, para llegar con los vacunos a los agostaderos rentados
había que salir de la propiedad, tomar el camino real, seguir en un trecho umbroso
y hasta tétrico al margen del río según la estación del año y acceder con los
animales al lugar de pastoreo.
A esas alturas continuaban las dos líneas paralelas de cercado del
camino real comunal rumbo a Garabatos, o mejor dicho a la parte denominada El Carmen
por el tío Cirilo Franco que desgajó de la propiedad original (ver relato Un
falso hacendado)
Un día terminando mi traslado llegó a eso de las 8 o 9 de la mañana un
atajo de soberbias mulas muy bien cargadas, propiedad y al mando del tío abuelo
Jorge de la Torre Angulo, miembro menor de los 20 que fueron en su familia.
Por la relación de parentesco con don Cirilo, esposo de su hija la tía
Marina, y luego por la amistad con sus cuñados, principalmente mi padrino de
confirmación Jesús Franco González, eventualmente el tío Jorge le prestaba
apoyos a su suegro.
A una de las acémilas en lugar de continuar por el camino real se le
ocurrió atravesarse o echarse en un portillo que había en la cerca izquierda de
la vía, problema que en situaciones parecidas les toca a los arrieros afrentar
con mulas y asnos.
El tío Jorge intentó muchas maneras para levantar al animal. Varazos en
las ancas, panza, jalones de la gamarra o freno y de getas, piquetes en el
trasero, etc., y nada. Entonces adoptando postura bestial, le enrolló un poco
la cola y a unos veinte centímetros de su nacimiento, le atiza una colosal mordida
que de inmediato hizo levantar al bruto para que, afortunadamente sin
descomponer la pesada carga, se emparejara al hato.