jueves, 4 de mayo de 2017

DURMIENDO DE PIE EN EL CAMIÓN

Al destinarme por fin Banamex a Guadalajara en mayo de 1961, los sábados en la tarde, todavía trabajábamos ese día, me regresaba a Atotonilco con mi familia y a ver a mi prometida ya pedida Teresa de Jesús Gutiérrez García. La boda, ya concertada se realizó  el sábado 19 de agosto a las 6 de la tarde en la parroquia de San Miguel, siendo ésta la  primera por la tarde, pues antes se podía sólo hasta las doce horas. La ofició mi entrañable amigo el Sr. Cura José de la Torre Rueda, regresándose convaleciente de una operación de cadera en Houston, Texas (ver relato homónimo)  
Como el tiempo de estadía en nuestro Jardín de Jalisco era realmente corto, me regresaba a Guadalajara hasta el lunes pero muy temprano. Tomaba un camión a las 5 de la mañana, ya fuera de Omnibus de Oriente o de La Piedad de Cabadas, que andaban siempre a la greña a mata caballo y de Atotonilco alternaban sus salidas cada media hora, por lo que cada quince minutos se podía subir al uno o al otro. Me tocaba siempre ir de pie al salir ocupados todos los asientos, al no alcanzar los lugares separados para Atotonilco por tomas de pasaje en el trayecto del viaje correspondiente. Me quedaba dormido sobre uno de mis brazos colgado del tubular del techo del autobús. El recorrido era de una hora, a lo más una quince, quedándome bastante margen para desayunar y entrar a mi trabajo a más tardar a las 8, una hora antes como siempre acostumbré hacerlo.
En una ocasión una señora que a Atotonilco llegó dormida, después de pasar Zapotlanejo ya en las goteras de Guadalajara, me preguntó si ya mero llegábamos a La Piedad; al contestarle que estábamos por llegar a Guadalajara, se quería morir y qué iba a hacer; no se preocupe va a tener que tomar en la central rápidamente una corrida hacia México hasta La Piedad; salen muy seguido y usted nomás llega un poco después.
Las citadas corridas, cuando eran desde la ciudad de México sólo hacían determinadas paradas y no “ranchaban” como las demás. Vi muchos casos en los que los ocupantes pedían bajarse en sus ranchos o casas rurales, incluso hasta con pistola en mano, obligaban al chofer, aunque no en todos los casos, a hacer su voluntad. Esto se presentaba muy seguido al  entrar a Tlaquepaque.