martes, 14 de marzo de 2017

LA CRUZ DEL MUERTO

En la casa vieja que he mencionado en los relatos Caída del guayabo y Reparo de caballo, que servía como bodega y caballeriza en la propiedad familiar en el rancho El Salvador del municipio de Atotonilco el Alto, Jal.; al pie de una de sus entradas corría el agua limpísima de orilla a orilla de la propiedad, enorme e invaluable riqueza del predio, y situada ahí recargada al tronco del guayabo al que me subía hasta su copa contra la prohibición de mi padre, había una cruz que precisaba el lugar exacto de una muerte violenta, señal por cierto multiplicada por miles en la región y en todo el país, producto de las épocas violentas que han caracterizado a nuestro país y muy significativamente la Revolución Cristera que tuvo lugar de 1926 a 1929, de la que fue cuna la región alteña jalisciense. 
Estaba esta cruz muy vieja y la madera si tuvo alguna vez en el travesaño horizontal o en otro lugar el nombre del fallecido, su mucha antigüedad se lo había borrado. Nadie en el rancho  sabía o decía a qué sujeto y quién lo asesinó y porqué. Por lo tanto era sólo parte del mobiliario o cosas raras, como otras, que había en la propiedad y nosotros nos santiguábamos con respeto cada que nos encontrábamos ante tal señal.
Respeto que un día no se le antojó cumplir a mi hermano José Luis, que cargó con ella y se la entregó a mi mamá como leña para el fogón en que cocía los alimentos. Alarmada nuestra madre, después de la severa regañada y rezarle al difunto, le ordenó a mi hermano que la fuera a devolver a donde había cargado con ella.                
Por lo que ve a muertos, asesinatos y otras violencias, que han sido en el pasado parte doliente de México, incluso en  nuestros días por la impunidad y el crimen organizado, respecto a lo que me tocó vivir y oír, mis relatos, entre otros, Un artero cuádruple asesinato, Un drama de la Revolución Cristera, El tío Aurelio, El tío Rafael y Silverio Plascencia, dan cuenta.