Estaba esta cruz muy vieja y la madera si tuvo alguna vez en el
travesaño horizontal o en otro lugar el nombre del fallecido, su mucha
antigüedad se lo había borrado. Nadie en el rancho sabía o decía a
qué sujeto y quién lo asesinó y porqué. Por lo tanto era sólo parte del
mobiliario o cosas raras, como otras, que había en la propiedad y nosotros nos
santiguábamos con respeto cada que nos encontrábamos ante tal señal.
Respeto que un día no se le antojó cumplir a mi hermano José Luis, que
cargó con ella y se la entregó a mi mamá como leña para el fogón en que cocía
los alimentos. Alarmada nuestra madre, después de la severa regañada y rezarle
al difunto, le ordenó a mi hermano que la fuera a devolver a donde había
cargado con ella. Por lo que ve a muertos, asesinatos y otras violencias, que han sido en el pasado parte doliente de México, incluso en nuestros días por la impunidad y el crimen organizado, respecto a lo que me tocó vivir y oír, mis relatos, entre otros, Un artero cuádruple asesinato, Un drama de la Revolución Cristera, El tío Aurelio, El tío Rafael y Silverio Plascencia, dan cuenta.