sábado, 18 de marzo de 2017

REPARO DE CABALLO

Mi papá, dentro del trabajo muy intenso y variado que desarrollaba titánicamente los siete días de la semana, sin ayuda alguna, para manejar la propiedad que había adquirido en el rancho El Salvador, municipio de Atotonilco el Alto, Jal., tenía que salir eventualmente del rancho por necesidades diversas, que si no eran caminando por más distantes, lo hacía a caballo, pues no había en aquellos tiempos, treintas, cuarentas del pasado siglo veinte, otros medios de comunicación en el medio rural mexicano, y más en esos rumbos de los Altos del estado, que, como se le vea, estaban más abandonados como represalia por haber sido la cuna de la Revolución Cristera de 1926 a 1929, aunque desde siempre, en circunstancias adversas de muchas maneras, la laboriosidad, capacidad de trabajo, el empeño de supervivencia y de salir adelante de los alteños, era reconocida en todos los ámbitos.          
Así, en una ocasión que a mediodía tuvo que ir por medicina para uno de mis hermanos con el médico Jacinto Hernández a San José de Gracia, al regresar ya noche, como en otras ocasiones, después de pasear y enfriar el caballo, me encargó como hijo mayor llevar el  animal a la caballeriza que había en la casa vieja de la propiedad que menciono en el relato Caída del guayabo.   
Para llegar a dicha casa había una especie de callejón umbrío empedrado con árboles y arbustos a ambos lados, que en la noche era como una boca de lobo y a nosotros, a veces me acompañaban mi hermana Mercedes o mi hermano José Luis, nos daba mucho miedo la ida, incluso porque la gente decía que en la casa asustaba y las ánimas salían de la finca.
Cabestreando el caballo a su destino, me seguían atrás mis citados hermanos, y a José Luis se le ocurrió darle un varazo en el trasero que lo hizo pararse sobre sus patas traseras y aterrizar las delanteras en mi espalda.  Inexplicable y milagrosamente, como en la caída del guayabo, no pasó del terrible susto, sin lesión ni consecuencia física alguna, que ahora a 75, 76 años de distancia no acaba de asombrarme. Dejamos en el establo al equino, sin quitársenos el susto y suspenso que sentíamos en el regreso.