Me enteré a tras mano que la Srta. Martínez, a quien había conocido años atrás en un día de campo al que con otros compañeros había ido a Atotonilco, expresó que cómo a un imberbe lo ponían a su nivel. Por supuesto no hice comentario alguno, pero a mi estilo trabajé muy bien en mis atribuciones, incluyendo actividades que le mejoraron sus áreas de responsabilidad. Un día después de labores me llamó a su escritorio para comentarme sus falsas impresiones ofreciéndome disculpas. Que estaba al tanto de mi sobresaliente carrera en el banco, incluyendo mi actuación en crédito de ahí mismo, que por tanta gente en la sucursal no se había dado cuenta, y por supuesto lo de Atotonilco. Le contesté que me había enterado inmediatamente de su expresión y que así era y había sido siempre mi manera de trabajar, que por ningún motivo se preocupara, que la conocía desde el paseo al que había asistido en la huerta Las Corrientes de don Lorenzo V. Valle en Atotonilco.
En los citados tres meses, en que la sucursal estuvo “transitoriamente” en la primera planta de la finca de enfrente de Maestranza a Corona por la Av. Juárez, en tanto el banco y el ingeniero Struck dirimían sus diferencias, de algo así como dos años, para levantar la construcción del nuevo y actual edificio (desafortunadamente ya enajenado) llevé a buen fin otras funciones.
No siendo ya mi responsabilidad, don Amador me encargaba algunos asuntos de la gerencia de los que en algunos había tomado parte, así como otros diferentes (ver relatos Un gerente excepcional y Vámonos haciendo...) En una ocasión cuando Herminio Michel quería correr sin más preámbulos a Roberto Rojas Flores, encargado del departamento de Cartera, en que le había precedido Antonio Figueroa Gallegos, porque se venían arrastrando omisiones importantes en los cobros de intereses mensuales en créditos millonarios de la empresa Productos de Trigo, me encargó que lo acompañara a hablar con los propietarios. Se aclaró muy amigablemente un error de dos días en las escalas de números para calcular sus pagos a cajeros ambulantes en fines de semana, que al banco ingresaban hasta el lunes siguiente, que Roberto Rojas había heredado en su departamento. Herminio Michel ya ni pío dijo.
Un poco después
de llegar a Guadalajara, por ahí de junio o julio de 1961, había ingresado al
banco, muy joven, la Srta. Reyna Concepción Velasco, hermosa como ella sola.
Herminio Michel la destinó al conmutador ubicado en uno de los peores rincones
del inmundo local que ocupábamos. Sin estar todavía bajo sus órdenes en
contaduría sino en mi departamento de crédito, me atreví a decirle que estaba
cometiendo un error y desperdicio teniéndola
escondida y arrumbada, que era para presumirla a la vista del público.
Al contestarme que era porque todavía no sabía nada del banco, le impartí el
curso básico de capacitación, de los varios que junto con otros compañeros
enseñábamos en la institución. A ella luego le perdí la pista y ahora, añales
después, nos acompaña seguido a las reuniones de los primeros martes de mes del
grupo que manejo desde enero de 1996.
En otra ocasión,
ya estando en la sub contaduría, un muchacho ayudante de departamento, del que
no puedo recordar su nombre, me comentó que en la Caja de Ahorros y Auxilios no
le querían autorizar un préstamo a corto plazo. Confirmé que tenía derecho al
mismo, reconsultando el manual
correspondiente, que por cierto todavía conservo; lo acompañé con el Sr. Pedro
González Vaca, funcionario encargado de la autorización correspondiente. De
entrada le soltó autoritariamente que ya le había dicho que no; y al meter mi
cuchara de por qué no y refutar, porqué
ya lo dije, no tuvo más que hacer buches y olvidarse en esa ocasión, ante el
reglamento, de su cuadratura recalcitrante y sin más autorizar la solicitud. José Guadalupe García Ochoa, con quien llevé siempre una cercana amistad; así como Herminio Michel Neaves, vivían en la colonia Independencia del oriente norte de la ciudad.
Al iniciar mi vida de casado, vivimos unos meses en una casita totalmente nueva, chiquita, ubicada en Marsella Norte 388 (luego Manuel M. Diéguez) esquina con Herrera y Cairo, que era propiedad del Dr. Amado Saavedra López, resultando que las primeras rentas se presentó a cobrarlas un salaz y desgraciado “El Sope" Hernández, popular en la bohemia de segunda tapatía, sobrino de don Heliodoro Hernández Loza, que mi esposa mandó al diablo y así para estar cerca de la señora Petrita García Estrada, hermana de mi suegra y segunda mamá de mi mujer, nos cambiamos a Montes Urales 1027 a la vuelta de Monte Ajusco 588 de la tía. Herminio Michel vivía en Chimborazo también a una cuadra y Lupe García a una mano de distancia, con quien desde un principio convine en pagarle los traslados diarios al banco, por cierto en un carrito Chevrolet de dos puertas que en Banamex bautizaron como el avispón verde por su color. Todavía, por unos meses, antes de irme a Tepic, me tuve que cambiar a la misma Chimborazo porque la dueña de Montes Urales, que también era una casita nueva, me la pidió para un familiar.