domingo, 27 de agosto de 2017

"... Y TE COMPRAS UNA SOGA PARA QUE TE AHORQUES"

En el relato El tío José Galindo Castellanos menciono al Sr. Cástulo de Loza como hijo adoptivo y su principal heredero. El señor de Loza como segundo patrón manejaba varias tareas y responsabilidades en la administración del, ahora llamaríamos, emporio del Sr. Galindo. 
En tiempos de la preparación de las tierras para la siembra de temporal, ya fuera voltearlas a principios de año para con el frío desparasitar, rastrear para emparejar o asurcar ya cerca de la siembra, para lo que se utilizaban medieros, empleados campesinos a sueldo u otro tipo de ayudantes.
En uno de los tres pasos, un trabajador, según decían con calidad de mediero, de pronto descubrió que la reja del arado había destapado una moneda (centenario de oro) Como hombre bueno, dueño de nada, ni de voluntad propia y sentirse como propiedad de la hacienda, fue a entregarle la valiosa moneda al patrón Cástulo.
Éste después de precisar el lugar exacto donde apareció el metal precioso, le indicó al fiel servidor que desyuntara y ya se fuera a su casa a descansar, no sin antes darle un puñado de monedas, cobres y algunas platas, indicándole “… y te compras una soga para que te ahorques por pendejo”      
El entierro encontrado fue cuantioso y no pocos se enteraron. La forma malsana de proceder en  personas arbitrarias como esta, no era tan rara de encontrar en la parte autoritaria, minoritaria afortunadamente, del sector pudiente de aquellos tiempos. Junto con su carácter, su procedencia adoptiva y ciertas dudas acerca del parentesco con las dos sirvientas,  hacían que la gente, en especial los consanguíneos de don José, su tutor, vieran con recelo al pariente advenedizo.   
Casó con la tía Seferina de la Torre Galindo, prima hermana tanto de mi padre Francisco de la Torre Hernández como de mi madre María Dolores Galindo González, hija del tío y tía abuelos Jesús de la Torre Angulo y Emilia Galindo González. La hizo pasar hasta su muerte una vida conyugal tormentosa. Residiendo en el municipio de La Barca, después de la muerte de su padre adoptivo (ver relato) sus segundas nupcias fueron con una señora María Aceves de Tepatitlán, a la que daba idéntico trato. Su hija con la tía, Aurora de Loza de la Torre, que al tiempo caso con el Sr. Ramón Ochoa, llegó a visitarnos en Atotonilco, manteniendo una relación cercana con mi hermana Rosa María.