miércoles, 18 de mayo de 2016

INCIDENTE CASERO

Mi amiga se decidió por fin a salir de vacaciones una semana con la familia de su única hija y le ofrecí revisar su casa por aquello de los ladrones, y cambiarles el agua y la comida a los pajaritos que tenía en una jaula metálica gigante de varios niveles, así como atender de la misma manera a las dos perritas que deambulaban en las áreas del lavadero y la azotea de la finca. Programé hacerlo por la noche el martes, jueves y sábado.  
El chequeo correspondiente al jueves, decidí hacerlo diferente al del martes, en el que en la mesa de la cocina había hecho un tiradero que no me gustó; así que las labores descritas las realicé en el lavadero en el traspatio de la cocina, pero al abrir la puerta del pasillo, que por cierto no cerraba muy bien, las dos perritas salieron a corretear por toda la casa y a meterme luego en un brete  para regresarlas a su lugar.  
La cocina tenía otra puerta al lavadero, de dos hojas, un tanto desvencijada y prácticamente clausurada, que incluso a mi sugerencia se había reforzado con un aldabón metálico de pasador y cadena, y además una tranca transversal de madera.  
El sábado quise asegurarme que las perritas no me repitieran el jueguito del jueves, cerrando más la puerta; pero ya fuera porque con el talón del zapato izquierdo le di un jalón o por la contribución del airecito que estaba haciendo, la puerta de acceso al lavadero se cerró de golpe.
¡En la madre! Después de auto pendejearme severamente unos segundos, decidí que iba a salir del lío a como diera lugar. Eran pasadas las nueve de la noche. Mi diabetes me mantenía ya a dieta y en una o dos horas podía empezarme a bajar el azúcar por falta de alimento. Aparte de que no me convenía llamarle a algún conocido, que tendría primero que buscar un cerrajero en sábado y a deshora, y que el vecindario se diera cuenta; la solución de todas maneras duraría mucho más tiempo. Aparte, ¡Peor cosa! Mi celular estaba al alcance, ¡pero en mi saco colgado en un mueble de la sala.  
La finca en el centro de la ciudad, en zona de casonas en parte abandonadas por sus dueños, tenía contigua sólo una ocupada, que el propietario, de quien yo no era de los santos de su devoción, pero me guardaba respeto, tenía amurallada su casa, por lo que pedirle auxilio, que era lo último que quería hacer, resultaba difícil y podía perderse mucho tiempo.  
Busqué inútilmente entre los tiliches del lavadero algún duplicado de la llave. Si la puerta a la cocina hubiera sido reforzada con la tranca de madera, ¡doblemente en la madre! No habría esperanzas de abrirla, pero sí, si solamente tenía puesto el aldabón metálico. Le di un fuerte empujón y se movió cosa de nada; insistí y logré una pequeña abertura como de dos o tres centímetros y la esperanza de que no hubiera tranca. Varios intentos después cedió un poco más, pero mi mano izquierda ni siquiera encontraba la cadena que jalaba el pasador del cerrojo.  
Encontré el travesaño de madera de una jaula desechada por vieja. En el primer intento de usarla a modo de palillo chino, se deshizo en varios pedazos por lo podrido que estaba. Encontré al cabo de varios minutos otra tablita en mejores condiciones debajo de una caja desvencijada, y reanudé mis intentos por salir de ahí.
Para esto, el par de perritas tan cariñosas y fiesteras conmigo antes, una vez visto que mi objetivo era cosa poco menos que imposible, se largaron a la azotea y me dejaron solo.  
En mis rezos suplicaba a Dios y a la Virgen de San Juan de los Lagos que me sacaran de la bronca en que me había metido. Batallé más de dos horas, sin poder arrastrar el pasador al punto de salida o desprendimiento. Traía ya bastante raspados los nudillos de mi mano zurda con algunos hilitos de sangre. De repente sentí que la cadena reculaba más espacio y ¡zas! que oigo el sonidito liberador de la misma. Empujé una de las hojas de la destartalada puerta y ¡gran alivio!  Estaba al fin en la cocina.  

Un vaso con refresco de cola y unos minutos de reposo, para normalizar la glucosa, me facilitaron regresar a mi casa sin novedad.      

AMENAZA CUMPLIDA

En un pequeño e incomunicado pueblo del sur del Estado, conforme al dicho,  lugar dejado de la mano de dios, manejaba las cosas a su antojo con la ley del más fuerte, el cacique correspondiente, como en muchos otros lugares similares de la entidad y el país.  
Ahí, don Darío Ramírez era la encarnación típica de este personaje. Tenía junto con mucha riqueza, comprobada fama de hombre implacable, violento y mujeriego. En los negocios y muchas cosas, obraba siempre con ventaja, valido de su prepotencia y fortuna material. Sus malos instintos identificaban sus principales actos.  
Rosario era una hermosa mujer, casada con Santiago Sánchez, campesino y mediero, para su desgracia, de don Darío. Éste pretendía a la esposa con resultados repetidamente negativos. Valiéndose de artimañas infames, logró al fin hacerla caer, en lo que intervino, como casi siempre sucede en estos casos, una alcahueta del pueblo. La bella mujer se negó firmemente a tener nuevas relaciones con el patrón, por lo que éste inició un acoso feroz del más variado tipo en contra de los esposos, que no era desconocido por la comunidad.  
En el término normal nació una niña fruto de la villanía del cacique.  El esposo ofendido  desapareció unos meses antes, no volviéndose a saber más de él. Unos, sin comprobarlo, decían que se había ido lejos donde ya tenía otra familia. Otros, que lo encontraron luego de su partida tirado en un barranco cercano. El potentado siguió pretendiendo de manera tenaz a la viuda. 
En lugar tan pequeño, tenían que verse las caras víctima y victimario de alguna manera.  En un convivio familiar, en que por enésima vez quiso el malandrín hacer de las suyas, unos invitados de Guadalajara, que no temían represalias del agresor, impidieron que llevara a cabo sus intenciones, siendo tal el enojo que profirió ferozmente amenazas de muerte, que en la primera oportunidad cumpliría contra Rosario.  
No tardó en encontrar la ocasión. Rosario al quedar sola, se ayudaba económicamente confeccionando ropa a las mujeres del pueblo que se lo requerían. Por sus penurias había visto un tanto mermada su salud. De visita a una de sus clientas para entregarle unos vestidos, coincidió que ahí se encontraba el odioso abusador, en compañía de otras personas. Quizá con la complicidad de la dueña de la casa, con quien la recién llegada había ido a una recámara a probarle una de las prendas, don Darío vertió en la taza del té de Rosario, que a todos les habían servido, una fuerte dosis de laúdano, que a las pocas horas le quitó la vida a la desdichada mujer, en el lecho de su casa.
Con la ayuda de una de las asistentes en la reunión fatal que la había acompañado, mandó llamar de urgencia al señor cura del pueblo, que era su padrino al igual que de Margarita su hija de unos cuantos meses de edad. Después de la confesión y recibir los demás auxilios religiosos en artículo de muerte, le entregó y encargó mucho a la niña, y con el testimonio de la vecina presente, acusó al culpable de su desgracia.  
El pueblo indignado pretendió hacer justicia por mano propia. Secuestró al malhechor y después de inmovilizar a sus principales achichincles, pretendían colgarlo de una de las arcadas de la casa grande de su propiedad. Suplicaba piedad, como sucede generalmente a estos tipos cuando les llega la soga al cuello. El señor cura impidió el linchamiento con ayuda de algunas personas respetables del pueblo.  
La turbamulta le advirtió al rufián que si seguía en las mismas, después de darle una paliza, lo castrarían antes de ahorcarlo. La amonestación no sirvió de nada, el sujeto no dejó de satisfacer sus apetitos. Castigó rabiosamente a varios de los atentadores. Además, con renovada voracidad aumentó sus tranzas de agio, acaparador de tierras y ganados, puestos políticos y otras ambiciones, haciéndolo más temible y poderoso.  

Al tiempo, cerca de su fin, enajenado, veía fantasmas en todas partes queriéndolo envenenar. Murió abandonado como un Pedro Páramo de tercera, de más de ochenta años de edad. Sus hijos, varios de ellos medios hermanos, algunos venidos de otros lugares, acudieron más por interés de la herencia que por afecto. Como buenos hijos de hiena, ya se estaban disputando los bienes aún sin terminar el sepelio.   

MARGARITA

Margarita era una vivaracha jovencita de catorce o quince años a mediados de los años veinte del pasado siglo. Había quedado, unos meses después de nacida, a cargo de su tío y  padrino, el señor cura del pueblo. Su madre, esposa mancillada, murió envenenada por órdenes del cacique del lugar al continuar siendo rechazado por ésta, después de que en un despreciable acto de violación, le había dejado a Margarita como fruto de su vileza. El marido de la víctima, que era campesino y mediero del patrón, tuvo que dejar el destino de la niña en manos del párroco, su pariente más cercano, para abandonar el pueblo con su demás familia.  
La muchacha había permanecido al cuidado del recto y bien querido sacerdote, quien desde al nacer la niña, mayormente conociendo la tragedia de su madre, le tenía especial   cariño, como así mismo se lo profesó a la víctima del malvado hombre fuerte del pueblo.  Viéndole facultades para el comercio a la jovencita, le puso un tendejón, en el que pronto confirmó sus habilidades. Su buena presencia, trato y carácter eran notables. Muchos jóvenes  se sentían afortunados con su amistad y no pocos aspiraban ir a terrenos más formales.  
En aquellos años, el país estaba todavía muy revuelto. Los levantamientos en armas de hombres en desacuerdo con la mala situación prevaleciente y de otros por el simple oportunismo de riqueza y poder, eran cosa normal. Los caciques, como siempre, seguían disputándose encarnizadamente la explotación de un pueblo a su merced.  
Entre los levantados se encontraba Jesús Penella, hábil campesino y caballerango, de veintitantos años, a quien su gente respetaba y quería bien. Se le tenía en la comunidad  por hombre valiente y arrojado, pero también violento e inclinado al alcohol y a las mujeres. Su actividad le redituaba un buen número de enemigos.  
Frecuentaba Jesús cada que podía, sobre todo los domingos, la tienda de Margarita y se veía a las claras que la joven le gustaba. La relación no iba más allá de los usuales y lacónicos saludos de la gente del medio rústico jalisciense de entonces. La muchacha, aunque no le disgustaba el rudo pretendiente, le  guardaba mucho respeto y ... temor. La gente conjeturaba acerca de aquella relación. El señor cura, como buen tutor quería lo mejor para su ahijada y la trató de disuadir. El pretendiente estaba cada día más metido en las armas y el destino de la pareja, por lo tanto, no era nada prometedor.  
Los rumores de que se la iba a robar y un beso en la frente, hurtado un domingo ante varios testigos, fue el compromiso, tácito, de matrimonio entre los dos jóvenes. Este hecho, junto con el rapto, era considerado por la costumbre como signo ineludible de compromiso nupcial y al realizarse éste, lavaba la deshonra de la consorte. En los tiempos actuales estas cosas resultarían del todo intrascendentes y hasta increíbles para tan serio compromiso,  pero entonces era todo lo contrario.  
El matrimonio, a pesar de las condiciones adversas y los vaticinios en contra, fue bien avenido, y en lo posible feliz. Desafortunadamente duró poco menos de un año y medio. La joven esposa había continuado manejando su tienda y el marido sorteando las dificultades de su peligrosa actividad que en ningún momento dejó.  
Jesús fue siempre respetuoso y responsable de sus obligaciones conyugales, con las salvedades que le imponía su situación de hombre fuera de la ley. De la misma manera satisfizo como mejor pudo las necesidades de la gente que no dejó de seguirlo. Falleció en una emboscada que le preparó el ejército, mediando la traición del capitán al mando, que era su coterráneo y supuestamente su amigo.  
Procrearon dos hijos. El primogénito, venido a los nueve meses de sus bodas, falleció a consecuencia de una caída del mostrador de la tienda, cuando Margarita atendía su trabajo. La niña, concebida unos días antes del fallecimiento del padre, después de una niñez y juventud azarosas, se dedicó a la docencia en la capital del estado y en algunas de sus cabeceras municipales.  
Margarita, ya viuda, le tocó auxiliar en agonía a una amiga de la infancia, quien faltó al dar a luz dejando ocho huérfanos a su esposo don José Romo, reconocido hombre de campo y de a caballo en la región. Al quedar solo se había convertido en un atractivo partido para las mujeres casaderas. Admiraba a Margarita desde chica, y más por las atenciones prestadas a su esposa y a sus hijos.  
En una ocasión concurrió la viuda a regañadientes a un día de campo con otras amigas. Antes de la comida decidieron bañarse en el estanque del lugar. Margarita se enredó en unas raíces profundas en el fondo del agua. A los gritos de ayuda de las muchachas apareció el señor Romo para rescatarla.  
El matrimonio se celebró después de guardar los dos años de luto tradicional por la amiga fallecida. La nueva pareja iniciaba su destino con siete hijos, cuatro niñas y dos niños del esposo y la  niña de ella. Junto con el amor y agradecimiento a don José por haberla salvado de ahogarse,  Margarita tuvo que tener también muy presente el compromiso,  hecho a su amiga en artículo de muerte, de cuidar de su esposo  y de sus hijos.  
Las jovencitas entenadas, no obstante los esfuerzos y afanes de su madrastra, fueron siempre su quebradero de cabeza, y no pocas sus acciones incorrectas. Lograron, empezando, que su marido convenciera a Margarita de enviar a unos parientes lejanos a su hija del primer matrimonio, que así jamás vivió con ella. A sus cuatro nuevas hijas, sus medias hermanas, les hicieron mil tropelías, varias de estas realmente graves.  
Aparte de vicisitudes por la tierra, como muchas otras familias en tiempos difíciles, afrontó Margarita otros contratiempos. A mediados de los cincuentas emigraron a Guadalajara porque la salud de su cónyuge empeoró paulatinamente. Un despojo político como opositor municipal lo desilusionó mucho. En la capital del estado tuvo un mal negocio comercial, en el que sus hijas mayores más extraían que aportaban. En pocos años falleció.  

Viuda de nuevo, el personaje principal de este relato, tuvo que sortear otros problemas para formar a su numerosa familia, integrada principalmente por mujeres, en un medio por esto último, mucho más difícil. Al final entre las malas artes de sus entenadas, sufrió el despojo de un terreno que con todo derecho le había dejado sus esposo, cooperando en el acto algunos cónyuges de éstas, y de cuyo usufructo además nunca le rindieron cuentas. 

ASOMNIA: DORMIR POCO

Despertar a voluntad o dormir poco, y hasta nada, sin problemas de sueño, queda dentro de la acepción Asomnia “Facultad etiológica desconocida, que permite a un sujeto controlar el sueño fisiológico hasta el punto de anular su necesidad durante un período prolongado” Jacobo Zabludovski, por ejemplo, decía que él dormía más aprisa cuando dirigía el noticiero 24 horas, que le demandaba un trabajo muy intenso y prolongado.  
Muchas personas nacen con esta cualidad y algunas la llegan a obtener por disciplina y necesidades de trabajo. En el campo por ejemplo, es común en diversas tareas previstas o imprevistas que requieren atención en cualquiera de las veinticuatro horas del día, como atender semovientes afectados por traumatismos o fenómenos de la naturaleza; traslados inesperados por urgencias de salud ante médicos, curanderos o sacerdotes, etc. etc. En actividades urbanas por ejemplo, la impresión y la distribución de prensa diaria y otras publicaciones periódicas y su envío por diferentes medios para ponerlos a la venta en tiempo, “llueva, truene o relampagueé”  
Mi padre, quien ejercía en el rancho una titánica y variada actividad física, se levantaba invariablemente a las cinco de la mañana o antes a cualquier hora si era al caso, aunque prácticamente no hubiera dormido. Mi madre no le iba muy a la zaga también madrugando. A toda su prole, fuimos diez, nos levantaban temprano aún ya emigrados al pueblo. A los mayores o primogénitos, como yo, nos tocaban más tareas y más tempraneras, especialmente en el citado medio rural.  
Respecto a mi padre, sus proezas, a casi un siglo de distancia, nació el 30 de junio de 1909 y a los trece si hizo cargo de su madre y sus seis hermanos por el asesinato infame de su padre (relato Un artero y cuádruple asesinato), todavía en los ranchos en que vivimos y en la región, se comentan éstas con justificada admiración.  
Estos ejemplos y premisas fueron forjando, para bien o para mal, mi carácter y disciplina en el proceder cotidiano, que, lo reconozco, a no pocos ha incomodado.  
Entre los muchos casos en que he participado al respecto, voy a mencionar los siguientes.
Como cobrador, puesto que me gustó y satisfizo mucho, recién ingresado a Banamex en Atotonilco en junio de 1954, me tocó desde el principio elaborar los duplicados de las cuentas de cheques. Los hacíamos con una máquina eléctrica enorme que le decíamos la ametralladora y era un avance tecnológico enorme comparada con la tradicional sumadora manual mecánica, “burrito de batalla”  burroughs  que los bancos usaban, y de la que nosotros como sustituto echábamos mano cuando la corriente eléctrica fallaba.  
Conseguí a regañadientes el permiso del contador Enrique Moncada Hernández, para que me prestara las llaves del banco en los apagones e ir a hacer los estados de cuenta trasladándome desde mi casa a la hora que llegara la luz, a fin de que no quedaran, a mi entender, tan de mal gusto con la burroughs y sello fechador.  Así, en muchas ocasiones en horas nocturnas hice esta tarea como trabajador solitario en la sucursal. Los policías y transeúntes noctámbulos, conocidos, no les extrañaba ya mi presencia tan a deshora.  
Luego vinieron las fiestas y las corridas de juventud, y las del resto de mi andar por mi vida larga de trabajo, en lo que el medio social atotonilquense en especial, ha sido siempre muy prolijo. En todas circunstancias he podido defenderme, por fortuna, bastante bien, y conjuntando mis facultades naturales para lidiar con los licores, atoxinia, (relato Resistencia a los licores), realicé muchos actos verdaderamente sorprendentes sin afectar mis responsabilidades en lo laboral,  ya sea como dependiente o por mi  cuenta. Llegué a pasar multitud de veces durmiendo unas cuantas horas o minutos y hasta nada, y cumplir con mi trabajo a cabalidad. Hablo desde luego hasta hace unos años, pues ahora en los últimos de mis setentas, lo de tomar y desvelarme pasó a mejor vida, aunque … el que tuvo, retuvo. No he dejado de trabajar día con día desde los quince años y en los anteriores, incluyendo los del rancho y de la primaria en Atotonilco, desarrollé quehaceres diversos.  
Una vez como subgerente en Zamora, en una comida con un cliente importante nos la pasamos de farra toda la noche y gran parte de la madrugada siguiente. La postura en jarras de mi esposa en el remate de la escalera de la puerta del departamento donde vivíamos, fue lo que moralmente más me dolió. Entré directamente a la regadera y en media hora, bien arreglado, llegué al banco antes de iniciar labores. El cliente con quien anduve llegó al banco como a las once; no podía creer que no aceptara ni a salir a tomarme cuando menos una cerveza. La cruda o resaca no fueron problema para mí y tampoco la necesidad de tomar algo al día siguiente. Don Claudio Pita Hurtado mi gerente, ni por enterado se dio, o cuando menos eso creí. 
Ahí mismo en Zamora, las nueve posadas de 1965 fueron otras tantas desveladas, llegando en algunas de ellas muy de madrugada. Tere mi esposa, en son de chunga me adelantaba el horario más largo que me tocaba llegar al día siguiente. Aparte de Atotonilco, Zacapu y los tres destinos en Guadalajara, fuera de BNM, al que habíamos hecho alcahuete de nuestras andanzas, las cosas de festejos, en su mayoría alargues de comidas y cenas con proveedores y clientes, fueron de la misma tónica. Pero en el mismo tono, igualmente había desveladas y verdaderas proezas extra tiempo en aspectos del trabajo, mismas que no son objetivo de este relato.  
De las múltiples veces que estuve en la Ciudad de México, por asuntos de Banamex, voy a poner dos anécdotas entre tantas que me tocaron ahí en el aspecto  parranderil.  
En un seminario impartido de los últimos días de mayo a casi todo junio de 1966, estando en la ciudad de los chongos, que inauguraba en BNM el tema de dinámica de grupos, destinado a una selección de gerentes de toda la república y yo como único subgerente y algún funcionario de la dirección, como premio a los resultados nos inscribieron en el evento anual de una semana de ejecutivos de ventas y mercadotecnia. En la sobremesa en la comida del banco por el fin del curso, ¨la seguimos” con el famoso Austreberto “Chato” Contreras, con el que, como en no pocas veces me sucedía en estos menesteres, quedé al final acompañándolo. Anduvimos en una serie de lugares de diversos tipos en el que él y los encargados se conocían mutuamente. Como de hecho yo pagaba las cuentas, el alargue fue hasta la madrugada. En el último lugar le salieron al chato las reacciones violentas, de las que ya me habían advertido. Lo quise controlar de varias formas sin que hiciera caso; hasta que me mentó a mi progenitora, y con todo el pendiente que me dio y más que sus “amigos” del lenocinio en turno lo desconocían, tuve que dejarlo solo, con todo y el pendiente que sentía por él.  
Por cierto previo al inicio del evento, el domingo 29 de mayo del citado 1966, asistí a la inauguración del estadio azteca a lo que entre los gerentes que ya habían llegado le insistí infructuosamente a don Miguel Belmán Torres que fuéramos al partido, por lo que me fui solo y a las diez de la mañana estaba ya haciendo cola en las taquillas del asombroso estadio, y luego sin conocer a nadie y sin lugar para sentarme, una familia y amigos que le iban al América, me ofrecieron un asiento. Por de donde iba, no les extrañó mi filiación al Guadalajara, que dominaba ampliamente en logros y simpatizantes a su equipo y a todos los de la liga. De ir ganando 2 a 0 se dejaron empatar por el Torino de Italia, el primer gol fue anotado por el brasileño Arlindo. Las porras de los equipos capitalinos, perfectamente distinguidas en el estadio por sus colores, ninguna le llegaba a la mitad a la de las Chivas, por lo que no es duda que los demás fans fueran absoluta mayoría y para nada el 80% que falsamente presume América, cuando incluso el Atlante tenía muchos partidarios.  
Participando en otro curso BNM coincidió en México mi compadre José González Duarte (QEPD)  auditor entonces de la institución. Fuimos a comer al restaurante El Abajeño, en la calle Yácatas de la colonia Narvarte. En el negocio se prohibía servir más de tres aperitivos a los comensales antes de la comida; nosotros ya llevábamos 6 o 7 tequilas y el capitán, que nos reconocía en perfectas condiciones, no nos sirvió más. Comimos opíparamente los famosos platillos del lugar y nos fuimos al centro a seguirla en el bar del hotel Del Prado, que por cierto se acabó con el terremoto de septiembre de 1985. Al vodka que estaba muy de moda, ante la fuerza que nos dieron los magníficos nutrientes del atrancón en el abajeño, lo cambiamos en la segunda botella por nuestro tequila blanco de siempre.  

Habíamos convenido el domingo, día siguiente, ir al museo del Castillo de Chapultepec; sólo logré que se levantara hasta la noche y me acompañara a ver una película europea de las que ponían en uno de los cines por Paseo de la Reforma. 

ATOXINIA: RESISTENCIA A LOS LICORES

Solamente el que no toma no se emborracha. Hay a quienes les pasa con una copa y otros ni con una botella. El tipo de licor cuenta, pero hay también personas que no pueden ni siquiera oler el vino, otros que lo aguantan regular o mucho, y así mismo existe una minoría de formidables tomadores que difícilmente pierden la compostura y el control, ni el satisfactorio desarrollo de sus actividades, por mucho licor que reciba su organismo. También cuenta en la resistencia de un bebedor, su estado de ánimo y el propósito de no sentirse mal.  
Toxina es el término que define a esta facultad como el “presunto fenómeno parabiológico que permitiría a un dotado inmunizarse frente al suministro de cualquier agente químico tóxico”. Así mismo el factor genético juega su parte. Familias como la mía, de un padre buen tomador, algunos de sus hijos somos iguales o mejores y otros no toman.  
Descubrí como a los 16 años de edad que podía tomar sin descomponerme. Sin embargo tuve antes, como a los 10, un incidente que quizá me haya acondicionado para lidiar con el licor en el futuro. Estaba a punto de desayunar para asistir a la escuela cuando a un té, o agua caliente como le decía mi mamá, preparado con varias hierbas, que nos daba todas las mañanas, se me ocurrió  ponerle un chorro de alcohol. Se me pasó la mano y me mareó un rato pero pude recuperarme a tiempo de almorzar y acudir a clases sin problema. Por ningún motivo, y menos por ese, quería tener una falta.  
En las reuniones consumes lo que se ofrece. Es decir, la haces de  “garganta universal”, a menos que haya o puedas escoger lo de tu preferencia. En grupos relacionados con el banco y de nivel similar se ofrecía entonces invariablemente Whiskey y Cognac y eventualmente licores ajenos al tequila, hasta que éste a mediados de la década de 1970 empieza a conquistar el mercado  con marcas tradicionales conocidas. Al tiempo aparecen marcas suavizadas o afrutadas en las que el impacto turístico en el país y la mercadotecnia, juegan un papel determinante, como Don Julio, en honor de don Julio González Estrada, industrial tequilero atotonilquense, Patrón, que se elabora también en Atotonilco el Alto, de la Cía. Patrón Spirits con sede en Las Vegas, Nevada, E.U.A, son dos claros ejemplos.  
Los tequileros tradicionales a quienes no distraen las marcas nuevas, que son muchísimas, ni admitimos los nada raros intentos de “gato por liebre”, preferimos el tequila de siempre. En lo personal el blanco, el buen tequila blanco, elaborado con agave de óptima calidad y sanidad. La norma mexicana del Consejo Regulador del Tequila ha rebajado hasta menos de 35º la calificación 100% agave. Más abajo de 38º, considero que este producto insignia nacional y jalisciense, es débil o aguado. El Herradura Blanco que afortunadamente se conserva a 46o e incluso estuvo antaño a 48º, es para mí el mejor, respetando la postura de que para cada quien el que le guste es el mejor. A falta de Herradura, me voy por el 7 Leguas, de la presentación cilíndrica original, que tiene una graduación de 40º.  
Don Francisco Javier Sauza, contribuyó mucho en el impulso internacional de esta bebida mexicana, desarrollando una labor titánica para situar de manera importante su marca en varios países.  
Desafortunadamente, ahora las principales empresas tequileras han pasado a manos extranjeras. Sauza hace tiempo fue adquirida por Casa Domecq; y recientemente Herradura por Brown Forman, de E.U.A, Cazadores por Bacardí, y hasta una marca chica, Espolón,  por la italiana Campari. Solamente Casa Cuervo, que sin embargo le acaba de vender el 50% de la marca insignia Don Julio a la empresa británica Diageo (2015) a cambio de su whisky Bushailes Irish, se mantiene mexicana, pero permanentemente acosada por pretendientes internacionales.
Antes del repunte del tequila, entre las marcas mexicanas de otros licores que tuvieron su oportunidad en el mercado, recuerdo de Casa Madero su Aguardiente Blanco 5X y sus brandies Sagargnac y Evaristo I; otros brandies Viejo Vergel, Berreteaga, Mogavi; después llegaron Presidente y Don Pedro, de Domecq; los rones, antes de Bacardí, Castillo, Potrero, Potosí, Club 45, Batey.  
Los tequilas reposados y añejos lo único que traen como valor agregado es el sabor de las barricas de madera en que se guardan determinado tiempo y, un precio más alto. De los mixtos o mezclados, que hay muchísimos, incluso de las compañías fuertes, prefiero no hablar, y menos de los que de agave tienen muy poco y hasta casi nada, obviamente a precios bajos, destinados al mercado de escasos recursos.  

En otros relatos describo incidentes y circunstancias diversas respecto de este tema.

MARÍA ELENA

-Andamos en estas desde mediodía y ya es tarde, pero hay venimos, como siempre.
-Yo te vi el otro sábado y también a tus compañeros, aquí son muy conocidos. ¿Te acompaño, sólo para platicar, sí tú quieres? Me llamo María Elena.
-¿Con todo y la borrasca que traigo? Siéntate, eres muy hermosa ¿Quién te tenía escondida? ¿Te puedo llamar Malena?
-Sí, aquí estoy desde hace poco. Te acaparan otras compañeras. Eres muy solicitado. Estás muy guapo.
-Achícale, achícale.
 Él, un poco antes de la mitad entre los treinta y los cuarenta años, había llegado al filo de las diez de la noche con dos compañeros de trabajo, al centro nocturno “Las Modelos” La seguían después de dos reuniones sabatinas con clientes del grupo financiero en el que era gerente. En la segunda reunión las cosas se habían puesto delicadas con unas damas a cuyas sugerencias íntimas no era conveniente corresponder. Como consecuencia o costumbre más o menos frecuente, se dirigieron al centro nocturno, uno de los dos o tres en que se remataban las juergas en la Perla Tapatía de principios de los setentas del pasado siglo XX.
María Elena a insistencia de su acompañante aceptó tomar un coñac y él como siempre, pero ahora a diferencia de botella, pidió un Herradura Blanco doble derecho y sus acompañantes rones con refresco de cola. Ordenó también, para recuperar fuerzas, filete grueso en trocitos, con molcajete de salsa martajada picosa y tortillas de maíz. El gerente del lugar, después de sus comedidos saludos, le encargó al mesero que siempre los atendía, que les prestara la mejor atención.  
Malena tenía 23 años. Alta, morena clara, con cuerpo juncal cuya exuberancia impactaba al más exigente parroquiano. Vestía un entallado vestido negro con pequeños adornos blancos, que extasiaba de inmediato. El encanto se aumentaba con su discreto arreglo personal de un poco de carmín en sus labios y de rímel, hasta innecesario, en sus largas y curvadas pestañas negro azabache.  
La plática fluyó al parejo de la mutua atracción. En momentos el acompañante notaba un asomo de inquietud disimulado por Malena. En una ida al tocador un mesero le dijo algo que ella negó con la cabeza. A su regreso siguió la charla en la misma situación. De repente apareció un hombre como de la edad del que le hacía compañía, con indumentaria campestre, barba de días y la piel bronceada.  
-Tienes que regresar conmigo y aceptar lo que te ofrecí; es mucho mejor que esto y más de lo que te mereces.
-Como te dije entonces, no me interesan tus promesas ni las de tu familia; quédense con todo.
-Somos tu familia y no permitiremos que la deshonres más.
-La única deshonra tú la has provocado con tus mentiras y mañas. Vete, no quiero que me molestes más.
-Ya veremos cuánto tardas en cambiar de parecer, adiós. Y salió enfurecido.
-Es mi primo hermano. Tienen un rancho en Los Altos cerca de San Miguel, de donde salió al Norte (E.U.A) mi abuelo paterno y coheredero del rancho hace muchos años en compañía de mi padre, muy niño, quien se casó joven. Mi mamá murió de la cama de la última de mis dos hermanas más chicas. Hace como año y medio nos fueron a visitar, diciéndole a mi padre que querían enmendar el atropello a mi abuelo ya fallecido, y que como heredero les firmara un poder para los trámites legales, resultando que el papel era su conformidad para pagar con lo que le tocaba una deuda que tenía su papá.  
-Mi papa –siguió contando- tenía un problema del corazón a su regreso como veterano de la Segunda Guerra Mundial, después que como ilegal en Texas lo habían enrolado en el ejército en 1943, y la mala acción de sus parientes lo terminó de llevar a la tumba. Luego fueron cínicamente a darnos el pésame, dejándome en mal momento convencer de que viniéramos a pasar unos días con ellos. Me hice novia de este primo, cayendo por tonta en sus malas intenciones y al mes se casó con la novia a quien primero había hecho lo mismo, obligado por la familia de ella.   
-¿Algún abogado o persona de confianza revisó lo que firmó tu papá, así como los elementos de la deuda de tu abuelo? ¿Te entregaron algo escrito?
-Me llevaron con unas gentes mayores del rancho, con quienes estaba un representante del municipio y me dijeron que todo era legal, y que si quería reclamar que lo hiciera. No, no tengo ningún papel. Dejé las cosas en paz, que era la que necesitaba. Gracias a Dios no había salido con niño. No quiero saber nada de mis parientes de acá. Insistió en que podía haber algo que pudiera ayudar, pero la posición de ella era definitiva,  y cambiaron al tema interrumpido por la inesperada visita. Los compañeros de trabajo ya se habían retirado.  
Malena llevó la charla a terrenos más íntimos. Él revisó discretamente como andaba su cartera después de tanto gastadero del día; por prevención le aceptó la palabra de otras ocasiones al amigo mesero,  reforzándose económicamente, por si fuera necesario, con la condición de que el lunes pasara a cobrarle a la oficina.  
El encuentro con María Elena, primero de muchos otros, fue pleno y altamente satisfactorio para ambos, ajeno a la costumbre trivial de estos menesteres. La portentosa mujer lo demostró con palabras y sin ellas. ¡Qué diferencia con el ultraje físico y moral de su primo!  
La auxiliaba económicamente lo más generosamente que podía, aunque no mucho. Ella estaba fascinada con su trato y delicadeza. Siempre estaba atenta a sus visitas sabatinas y se alegraba sobremanera cuando en otros días ocurría y corrían a avisarle los meseros o sus amigas. Por necesidades de su trabajo tuvo que asistir a unas juntas en el Distrito Federal, que de ahí se turnaron a otro lugar, que convenía a su carrera, por poco más de un mes.  
El fin de semana inmediato a su regreso a Las Modelos, el amigo mesero le informó que hacía dos semanas Malena se había regresado a su tierra sin dejar domicilio. No quería que se le empezara a notar el embarazo. También le informó que en su ausencia no había tenido otras relaciones. Ninguna de las muchachas, ni del demás persona nada. El primo violador se apareció algunas veces por ahí buscándola. Por suerte una compañera dio señas vagas del departamento que alquilaba.  
Después de muchas pesquisas dio con los departamentos donde vivía. La encargada le informó de su regreso a la casa materna de Torreón, Coahuila, con sus hermanas, a donde le había enviado unas cosas que no pudo llevarse, pero que de ahí iban a irse las tres a los Estados Unidos, sin decirle a donde. Por gestiones a través de contactos de su empresa, logró identificar el domicilio de Torreón, pero con nuevos propietarios que no sabían el paradero de las guapas muchachas. Tampoco pudo avanzar con algunos vecinos del rumbo. Publicó anuncios clasificados en periódicos de ciudades fronterizas, con iguales resultados. En San Miguel se enteró que el primo malandrín había perdido la tierra al cometer un asesinato, y su familia no sabía ni quería saber nada.                                          
Ahora retirado y entrado en años, alimenta la esperanza de alcanzar a conocer a su posible hijo y volver a ver a María Elena.