-Andamos en
estas desde mediodía y ya es tarde, pero hay venimos, como siempre.
-Yo te vi el
otro sábado y también a tus compañeros, aquí son muy conocidos. ¿Te acompaño,
sólo para platicar, sí tú quieres? Me llamo María Elena.
-¿Con todo y la
borrasca que traigo? Siéntate, eres muy hermosa ¿Quién te tenía escondida? ¿Te
puedo llamar Malena?
-Sí, aquí estoy
desde hace poco. Te acaparan otras compañeras. Eres muy solicitado. Estás muy
guapo.
-Achícale, achícale.
Él, un poco
antes de la mitad entre los treinta y los cuarenta años, había llegado al filo
de las diez de la noche con dos compañeros de trabajo, al centro nocturno “Las
Modelos” La seguían después de dos reuniones sabatinas con clientes del grupo
financiero en el que era gerente. En la segunda reunión las cosas se habían
puesto delicadas con unas damas a cuyas sugerencias íntimas no era conveniente
corresponder. Como consecuencia o costumbre más o menos frecuente, se
dirigieron al centro nocturno, uno de los dos o tres en que se remataban las
juergas en la Perla Tapatía de principios de los setentas del pasado siglo XX.
María Elena a
insistencia de su acompañante aceptó tomar un coñac y él como siempre, pero
ahora a diferencia de botella, pidió un Herradura Blanco doble derecho y sus
acompañantes rones con refresco de cola. Ordenó también, para recuperar
fuerzas, filete grueso en trocitos, con molcajete de salsa martajada picosa y
tortillas de maíz. El gerente del lugar, después de sus comedidos saludos, le
encargó al mesero que siempre los atendía, que les prestara la mejor atención.
Malena tenía 23
años. Alta, morena clara, con cuerpo juncal cuya exuberancia impactaba al más
exigente parroquiano. Vestía un entallado vestido negro con pequeños adornos blancos,
que extasiaba de inmediato. El encanto se aumentaba con su discreto arreglo
personal de un poco de carmín en sus labios y de rímel, hasta innecesario, en
sus largas y curvadas pestañas negro azabache.
La plática fluyó
al parejo de la mutua atracción. En momentos el acompañante notaba un asomo de
inquietud disimulado por Malena. En una ida al tocador un mesero le dijo algo
que ella negó con la cabeza. A su regreso siguió la charla en la misma
situación. De repente apareció un hombre como de la edad del que le hacía compañía,
con indumentaria campestre, barba de días y la piel bronceada.
-Tienes que
regresar conmigo y aceptar lo que te ofrecí; es mucho mejor que esto y más de
lo que te mereces.
-Como te dije
entonces, no me interesan tus promesas ni las de tu familia; quédense con todo.
-Somos tu
familia y no permitiremos que la deshonres más.
-La única
deshonra tú la has provocado con tus mentiras y mañas. Vete, no quiero que me
molestes más.
-Ya veremos
cuánto tardas en cambiar de parecer, adiós. Y salió enfurecido.
-Es mi primo
hermano. Tienen un rancho en Los Altos cerca de San Miguel, de donde salió al
Norte (E.U.A) mi abuelo paterno y coheredero del rancho hace muchos años en
compañía de mi padre, muy niño, quien se casó joven. Mi mamá murió de la cama
de la última de mis dos hermanas más chicas. Hace como año y medio nos fueron a
visitar, diciéndole a mi padre que querían enmendar el atropello a mi abuelo ya
fallecido, y que como heredero les firmara un poder para los trámites legales,
resultando que el papel era su conformidad para pagar con lo que le tocaba una
deuda que tenía su papá.
-Mi papa –siguió
contando- tenía un problema del corazón a su regreso como veterano de la
Segunda Guerra Mundial, después que como ilegal en Texas lo habían enrolado en
el ejército en 1943, y la mala acción de sus parientes lo terminó de llevar a
la tumba. Luego fueron cínicamente a darnos el pésame, dejándome en mal momento
convencer de que viniéramos a pasar unos días con ellos. Me hice novia de este
primo, cayendo por tonta en sus malas intenciones y al mes se casó con la novia
a quien primero había hecho lo mismo, obligado por la familia de ella.
-¿Algún abogado
o persona de confianza revisó lo que firmó tu papá, así como los elementos de
la deuda de tu abuelo? ¿Te entregaron algo escrito?
-Me llevaron con
unas gentes mayores del rancho, con quienes estaba un representante del
municipio y me dijeron que todo era legal, y que si quería reclamar que lo
hiciera. No, no tengo ningún papel. Dejé las cosas en paz, que era la que necesitaba.
Gracias a Dios no había salido con niño. No quiero saber nada de mis parientes
de acá. Insistió en que podía haber algo que pudiera ayudar, pero la posición
de ella era definitiva, y cambiaron al
tema interrumpido por la inesperada visita. Los compañeros de trabajo ya se
habían retirado.
Malena llevó la
charla a terrenos más íntimos. Él revisó discretamente como andaba su cartera
después de tanto gastadero del día; por prevención le aceptó la palabra de
otras ocasiones al amigo mesero, reforzándose
económicamente, por si fuera necesario, con la condición de que el lunes pasara
a cobrarle a la oficina.
El encuentro con
María Elena, primero de muchos otros, fue pleno y altamente satisfactorio para
ambos, ajeno a la costumbre trivial de estos menesteres. La portentosa mujer lo
demostró con palabras y sin ellas. ¡Qué diferencia con el ultraje físico y
moral de su primo!
La auxiliaba económicamente
lo más generosamente que podía, aunque no mucho. Ella estaba fascinada con su
trato y delicadeza. Siempre estaba atenta a sus visitas sabatinas y se alegraba
sobremanera cuando en otros días ocurría y corrían a avisarle los meseros o sus
amigas. Por necesidades de su trabajo tuvo que asistir a unas juntas en el
Distrito Federal, que de ahí se turnaron a otro lugar, que convenía a su carrera,
por poco más de un mes.
El fin de semana
inmediato a su regreso a Las Modelos, el amigo mesero le informó que hacía dos semanas
Malena se había regresado a su tierra sin dejar domicilio. No quería que se le
empezara a notar el embarazo. También le informó que en su ausencia no había tenido
otras relaciones. Ninguna de las muchachas, ni del demás persona nada. El primo
violador se apareció algunas veces por ahí buscándola. Por suerte una compañera
dio señas vagas del departamento que alquilaba.
Después de
muchas pesquisas dio con los departamentos donde vivía. La encargada le informó
de su regreso a la casa materna de Torreón, Coahuila, con sus hermanas, a donde
le había enviado unas cosas que no pudo llevarse, pero que de ahí iban a irse
las tres a los Estados Unidos, sin decirle a donde. Por gestiones a través de
contactos de su empresa, logró identificar el domicilio de Torreón, pero con
nuevos propietarios que no sabían el paradero de las guapas muchachas. Tampoco
pudo avanzar con algunos vecinos del rumbo. Publicó anuncios clasificados en periódicos
de ciudades fronterizas, con iguales resultados. En San Miguel se enteró que el
primo malandrín había perdido la tierra al cometer un asesinato, y su familia
no sabía ni quería saber nada.
Ahora retirado y
entrado en años, alimenta la esperanza de alcanzar a conocer a su posible hijo
y volver a ver a María Elena.
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