miércoles, 18 de mayo de 2016

ASOMNIA: DORMIR POCO

Despertar a voluntad o dormir poco, y hasta nada, sin problemas de sueño, queda dentro de la acepción Asomnia “Facultad etiológica desconocida, que permite a un sujeto controlar el sueño fisiológico hasta el punto de anular su necesidad durante un período prolongado” Jacobo Zabludovski, por ejemplo, decía que él dormía más aprisa cuando dirigía el noticiero 24 horas, que le demandaba un trabajo muy intenso y prolongado.  
Muchas personas nacen con esta cualidad y algunas la llegan a obtener por disciplina y necesidades de trabajo. En el campo por ejemplo, es común en diversas tareas previstas o imprevistas que requieren atención en cualquiera de las veinticuatro horas del día, como atender semovientes afectados por traumatismos o fenómenos de la naturaleza; traslados inesperados por urgencias de salud ante médicos, curanderos o sacerdotes, etc. etc. En actividades urbanas por ejemplo, la impresión y la distribución de prensa diaria y otras publicaciones periódicas y su envío por diferentes medios para ponerlos a la venta en tiempo, “llueva, truene o relampagueé”  
Mi padre, quien ejercía en el rancho una titánica y variada actividad física, se levantaba invariablemente a las cinco de la mañana o antes a cualquier hora si era al caso, aunque prácticamente no hubiera dormido. Mi madre no le iba muy a la zaga también madrugando. A toda su prole, fuimos diez, nos levantaban temprano aún ya emigrados al pueblo. A los mayores o primogénitos, como yo, nos tocaban más tareas y más tempraneras, especialmente en el citado medio rural.  
Respecto a mi padre, sus proezas, a casi un siglo de distancia, nació el 30 de junio de 1909 y a los trece si hizo cargo de su madre y sus seis hermanos por el asesinato infame de su padre (relato Un artero y cuádruple asesinato), todavía en los ranchos en que vivimos y en la región, se comentan éstas con justificada admiración.  
Estos ejemplos y premisas fueron forjando, para bien o para mal, mi carácter y disciplina en el proceder cotidiano, que, lo reconozco, a no pocos ha incomodado.  
Entre los muchos casos en que he participado al respecto, voy a mencionar los siguientes.
Como cobrador, puesto que me gustó y satisfizo mucho, recién ingresado a Banamex en Atotonilco en junio de 1954, me tocó desde el principio elaborar los duplicados de las cuentas de cheques. Los hacíamos con una máquina eléctrica enorme que le decíamos la ametralladora y era un avance tecnológico enorme comparada con la tradicional sumadora manual mecánica, “burrito de batalla”  burroughs  que los bancos usaban, y de la que nosotros como sustituto echábamos mano cuando la corriente eléctrica fallaba.  
Conseguí a regañadientes el permiso del contador Enrique Moncada Hernández, para que me prestara las llaves del banco en los apagones e ir a hacer los estados de cuenta trasladándome desde mi casa a la hora que llegara la luz, a fin de que no quedaran, a mi entender, tan de mal gusto con la burroughs y sello fechador.  Así, en muchas ocasiones en horas nocturnas hice esta tarea como trabajador solitario en la sucursal. Los policías y transeúntes noctámbulos, conocidos, no les extrañaba ya mi presencia tan a deshora.  
Luego vinieron las fiestas y las corridas de juventud, y las del resto de mi andar por mi vida larga de trabajo, en lo que el medio social atotonilquense en especial, ha sido siempre muy prolijo. En todas circunstancias he podido defenderme, por fortuna, bastante bien, y conjuntando mis facultades naturales para lidiar con los licores, atoxinia, (relato Resistencia a los licores), realicé muchos actos verdaderamente sorprendentes sin afectar mis responsabilidades en lo laboral,  ya sea como dependiente o por mi  cuenta. Llegué a pasar multitud de veces durmiendo unas cuantas horas o minutos y hasta nada, y cumplir con mi trabajo a cabalidad. Hablo desde luego hasta hace unos años, pues ahora en los últimos de mis setentas, lo de tomar y desvelarme pasó a mejor vida, aunque … el que tuvo, retuvo. No he dejado de trabajar día con día desde los quince años y en los anteriores, incluyendo los del rancho y de la primaria en Atotonilco, desarrollé quehaceres diversos.  
Una vez como subgerente en Zamora, en una comida con un cliente importante nos la pasamos de farra toda la noche y gran parte de la madrugada siguiente. La postura en jarras de mi esposa en el remate de la escalera de la puerta del departamento donde vivíamos, fue lo que moralmente más me dolió. Entré directamente a la regadera y en media hora, bien arreglado, llegué al banco antes de iniciar labores. El cliente con quien anduve llegó al banco como a las once; no podía creer que no aceptara ni a salir a tomarme cuando menos una cerveza. La cruda o resaca no fueron problema para mí y tampoco la necesidad de tomar algo al día siguiente. Don Claudio Pita Hurtado mi gerente, ni por enterado se dio, o cuando menos eso creí. 
Ahí mismo en Zamora, las nueve posadas de 1965 fueron otras tantas desveladas, llegando en algunas de ellas muy de madrugada. Tere mi esposa, en son de chunga me adelantaba el horario más largo que me tocaba llegar al día siguiente. Aparte de Atotonilco, Zacapu y los tres destinos en Guadalajara, fuera de BNM, al que habíamos hecho alcahuete de nuestras andanzas, las cosas de festejos, en su mayoría alargues de comidas y cenas con proveedores y clientes, fueron de la misma tónica. Pero en el mismo tono, igualmente había desveladas y verdaderas proezas extra tiempo en aspectos del trabajo, mismas que no son objetivo de este relato.  
De las múltiples veces que estuve en la Ciudad de México, por asuntos de Banamex, voy a poner dos anécdotas entre tantas que me tocaron ahí en el aspecto  parranderil.  
En un seminario impartido de los últimos días de mayo a casi todo junio de 1966, estando en la ciudad de los chongos, que inauguraba en BNM el tema de dinámica de grupos, destinado a una selección de gerentes de toda la república y yo como único subgerente y algún funcionario de la dirección, como premio a los resultados nos inscribieron en el evento anual de una semana de ejecutivos de ventas y mercadotecnia. En la sobremesa en la comida del banco por el fin del curso, ¨la seguimos” con el famoso Austreberto “Chato” Contreras, con el que, como en no pocas veces me sucedía en estos menesteres, quedé al final acompañándolo. Anduvimos en una serie de lugares de diversos tipos en el que él y los encargados se conocían mutuamente. Como de hecho yo pagaba las cuentas, el alargue fue hasta la madrugada. En el último lugar le salieron al chato las reacciones violentas, de las que ya me habían advertido. Lo quise controlar de varias formas sin que hiciera caso; hasta que me mentó a mi progenitora, y con todo el pendiente que me dio y más que sus “amigos” del lenocinio en turno lo desconocían, tuve que dejarlo solo, con todo y el pendiente que sentía por él.  
Por cierto previo al inicio del evento, el domingo 29 de mayo del citado 1966, asistí a la inauguración del estadio azteca a lo que entre los gerentes que ya habían llegado le insistí infructuosamente a don Miguel Belmán Torres que fuéramos al partido, por lo que me fui solo y a las diez de la mañana estaba ya haciendo cola en las taquillas del asombroso estadio, y luego sin conocer a nadie y sin lugar para sentarme, una familia y amigos que le iban al América, me ofrecieron un asiento. Por de donde iba, no les extrañó mi filiación al Guadalajara, que dominaba ampliamente en logros y simpatizantes a su equipo y a todos los de la liga. De ir ganando 2 a 0 se dejaron empatar por el Torino de Italia, el primer gol fue anotado por el brasileño Arlindo. Las porras de los equipos capitalinos, perfectamente distinguidas en el estadio por sus colores, ninguna le llegaba a la mitad a la de las Chivas, por lo que no es duda que los demás fans fueran absoluta mayoría y para nada el 80% que falsamente presume América, cuando incluso el Atlante tenía muchos partidarios.  
Participando en otro curso BNM coincidió en México mi compadre José González Duarte (QEPD)  auditor entonces de la institución. Fuimos a comer al restaurante El Abajeño, en la calle Yácatas de la colonia Narvarte. En el negocio se prohibía servir más de tres aperitivos a los comensales antes de la comida; nosotros ya llevábamos 6 o 7 tequilas y el capitán, que nos reconocía en perfectas condiciones, no nos sirvió más. Comimos opíparamente los famosos platillos del lugar y nos fuimos al centro a seguirla en el bar del hotel Del Prado, que por cierto se acabó con el terremoto de septiembre de 1985. Al vodka que estaba muy de moda, ante la fuerza que nos dieron los magníficos nutrientes del atrancón en el abajeño, lo cambiamos en la segunda botella por nuestro tequila blanco de siempre.  

Habíamos convenido el domingo, día siguiente, ir al museo del Castillo de Chapultepec; sólo logré que se levantara hasta la noche y me acompañara a ver una película europea de las que ponían en uno de los cines por Paseo de la Reforma. 

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