Mi padre Francisco de la Torre Hernández, como huérfano desde los 14
años adoptó, por voluntad propia, el papel de jefe de la casa que le hubiera
correspondido a su hermano mayor el tío Agustín, quien por apatía y
presuntamente enfermizo no quiso tomar la responsabilidad. Quedaron siete
hermanos huérfanos, cinco hombres y dos mujeres, por el asesinato de mi abuelo
Cipriano de la Torre Angulo en 1923, junto con sus hermanos Jesús y José más un
amigo mutuo (ver relato Un artero cuádruple asesinato, de estas vivencias
infantiles)
Estando sus dos hermanas, María y Estela, ya en edad de noviazgo, en una
ocasión se presentaron en la casa materna dos pretendientes, quienes por la
distancia recorrida que denotaban sus caballos, iban de lejos y seguramente con
buenas intenciones.
Al avisarle alguien a mi padre de la presencia de los pretendientes,
dejó sus labores de campo un poco antes para hacerse presente en su casa. La parquedad y pocas
palabras y el uso acostumbrado de monosílabos en el hablar de mi papá, mantuvo
distraídos a los dos sujetos a quienes la impresionante y fuerte personalidad del
señor de la casa, mantenía cohibidos e indecisos a los visitantes para expresar
el objeto de su visita.
Llegada la hora de pasar a la mesa, sin para nada la comparecencia de
las hermanas, mi abuela Francisca Hernández de la Torre al queso de adobera de
mucha estima que se acompañó a la comida, mi papá en cada momento que podrían
aprovechar para soltar su misiva los huéspedes, les espetaba “pónganle queso, señores”
teniendo que despedirse a la postre sin manifestar su intención, pero sí con
sus panzas repletas de queso adobera de la mejor calidad.
El noviazgo o cortejo del género femenino en la región central del país,
y muy marcado en Los Altos jaliscienses, era motivo de impedimento y hasta de escarnio
para los cortejantes por la familia, y a
veces de parientes, de las muchachas a enamorar. Se tomaba como una cuestión de
honor y conservación de la honra dentro del tradicional machismo regional
mexicano.
Fuimos diez hermanos seguiditos en casa, particularidad nada rara en
familias prolíficas católicas tradicionales mexicanas, y también de otros
países. Tampoco anormal así que mis primos hermanos sean más de cien y si un
tanto exagerado que con mis abuelos paternos hayan sido veinte. Venimos de
ascendientes alteños jaliscienses del medio rural en donde viví hasta los nueve
años.
Aunque no formábamos parte de la pobreza, nuestra posición particular
era de muchas carencias. Situaciones y responsabilidades que mi padre había
tenido que afrontar (ver relato Un hombre excepcional) explican las
circunstancias en que vivíamos en el campo y luego desde enero de 1945, a mis
nueve años, en Atotonilco.
Mi madre María Dolores Galindo González, fue una mujer admirable en
muchos aspectos siendo una de sus muchas cualidades la administración del
hogar, como la gran mayoría de las mujeres alteñas. Hacía verdaderos milagros
para darnos de comer. Voy a describir las siguientes sopas entre otros platillos
que nos preparaba.
*Con Tazole, esquilmo que queda de la vaina del frijol, (Phaseulos Vulgaris
L) nos preparaba para la comida del medio día una sopa caldosa exquisita. Me
mandaba a buscarlo, como hermano mayor, al lugar de las pajas a escoger de los que
habían sido ejotes más verdes y carnosos, para luego de desvarárselos y ella rehidratarlos
y con recaudo y otras cosas como huevo cocido en trocitos quedaba listo el
platillo. Mi papá cosechaba en las mejoras condiciones de frescura la gramínea
que se cultivaba entre la milpa, por lo que el tazole guardaba buenas
condiciones para el objetivo culinario.
*Con chicales, elotes cocidos secos, nos hacía otra sopa caldosa
extraordinaria. Se colgaban del techo u otro lugar ventilado, por sus
hojas sin desprender, el racimo o racimos de elotes escogidos. Conforme a
necesidades, ya secos, se iba desgranando luego lo necesario que a su vez con
los añadidos que utilizaba en la receta, recaudo con chile ancho dorado algo de
chile de árbol de nuestras propias matas, pedacitos de queso también propio,
etc. Lista para paladear.
*Con el quiote o tallo del agave tierno, que brotaba cuando el maguey ya
iba a sazonar, nos hacía también otra sopa caldosa que en el rancho llamaban
gigote. Se partía en cuadritos como de papa y llevaba a cabo un procedimiento
similar a las anteriores recetas. Lo dulce un tanto extraño del tallo lo corregía
con algunos ingredientes agregados. Este quiote o tallo rendido o seco tenía y
sigue tenido diversos usos, vigas para techos y puertas, y hasta enormes
flautas musicales en los estados del sur del país.
*Con un huevo batido en un recipiente extendido, charola, batea, etc. hasta
lograr una enorme espuma blanca que luego dejaba consolidar para cortar en
pedacitos. Después de agregarle el recaudo correspondiente más algo que tuviera
a mano, pedacitos de chicharrón de cerdo cecina, etc. listo el manjar.
*Con bolitas de masa de maíz doradas en manteca de cerdo y mantequilla de
casa, más lo que podía agregar, aparte del recaudo tradicional, quedaba una
suculenta y crujiente sopa que todo mundo apreciaba.
Como menciono al principio, a estas recetas de cinco sopas podría
agregar otras y además para desayunos y cenas, pero como muestra de las afanes
culinarios extraordinarios de mi mamá, creo suficientes las recetas anotadas.