sábado, 2 de septiembre de 2017

"PÓNGANLE QUESO, SEÑORES"

Mi padre Francisco de la Torre Hernández, como huérfano desde los 14 años adoptó, por voluntad propia, el papel de jefe de la casa que le hubiera correspondido a su hermano mayor el tío Agustín, quien por apatía y presuntamente enfermizo no quiso tomar la responsabilidad. Quedaron siete hermanos huérfanos, cinco hombres y dos mujeres, por el asesinato de mi abuelo Cipriano de la Torre Angulo en 1923, junto con sus hermanos Jesús y José más un amigo mutuo (ver relato Un artero cuádruple asesinato, de estas vivencias infantiles)  
Estando sus dos hermanas, María y Estela, ya en edad de noviazgo, en una ocasión se presentaron en la casa materna dos pretendientes, quienes por la distancia recorrida que denotaban sus caballos, iban de lejos y seguramente con buenas intenciones.
Al avisarle alguien a mi padre de la presencia de los pretendientes, dejó sus labores de campo un poco antes para hacerse  presente en su casa. La parquedad y pocas palabras y el uso acostumbrado de monosílabos en el hablar de mi papá, mantuvo distraídos a los dos sujetos a quienes la impresionante y fuerte personalidad del señor de la casa, mantenía cohibidos e indecisos a los visitantes para expresar el objeto de su visita.
Llegada la hora de pasar a la mesa, sin para nada la comparecencia de las hermanas, mi abuela Francisca Hernández de la Torre al queso de adobera de mucha estima que se acompañó a la comida, mi papá en cada momento que podrían aprovechar para soltar su misiva los huéspedes, les espetaba “pónganle queso, señores” teniendo que despedirse a la postre sin manifestar su intención, pero sí con sus panzas repletas de queso adobera de la mejor calidad.    
El noviazgo o cortejo del género femenino en la región central del país, y muy marcado en Los Altos jaliscienses, era motivo de impedimento y hasta de escarnio para los cortejantes  por la familia, y a veces de parientes, de las muchachas a enamorar. Se tomaba como una cuestión de honor y conservación de la honra dentro del tradicional machismo regional mexicano.   

LA PRECARIA PERO SUCULENTA COCINA DE MI MADRE

Fuimos diez hermanos seguiditos en casa, particularidad nada rara en familias prolíficas católicas tradicionales mexicanas, y también de otros países. Tampoco anormal así que mis primos hermanos sean más de cien y si un tanto exagerado que con mis abuelos paternos hayan sido veinte. Venimos de ascendientes alteños jaliscienses del medio rural en donde viví hasta los nueve años.
Aunque no formábamos parte de la pobreza, nuestra posición particular era de muchas carencias. Situaciones y responsabilidades que mi padre había tenido que afrontar (ver relato Un hombre excepcional) explican las circunstancias en que vivíamos en el campo y luego desde enero de 1945, a mis nueve años, en Atotonilco.    
Mi madre María Dolores Galindo González, fue una mujer admirable en muchos aspectos siendo una de sus muchas cualidades la administración del hogar, como la gran mayoría de las mujeres alteñas. Hacía verdaderos milagros para darnos de comer. Voy a describir las siguientes sopas entre otros platillos que nos preparaba.
*Con Tazole, esquilmo que queda de la vaina del frijol, (Phaseulos Vulgaris L) nos preparaba para la comida del medio día una sopa caldosa exquisita. Me mandaba a buscarlo, como hermano mayor, al lugar de las pajas a escoger de los que habían sido ejotes más verdes y carnosos, para luego de desvarárselos y ella rehidratarlos y con recaudo y otras cosas como huevo cocido en trocitos quedaba listo el platillo. Mi papá cosechaba en las mejoras condiciones de frescura la gramínea que se cultivaba entre la milpa, por lo que el tazole guardaba buenas condiciones para el objetivo culinario.     
*Con chicales, elotes cocidos secos, nos hacía otra sopa caldosa extraordinaria. Se  colgaban  del techo u otro lugar ventilado, por sus hojas sin desprender, el racimo o racimos de elotes escogidos. Conforme a necesidades, ya secos, se iba desgranando luego lo necesario que a su vez con los añadidos que utilizaba en la receta, recaudo con chile ancho dorado algo de chile de árbol de nuestras propias matas, pedacitos de queso también propio, etc. Lista para paladear. 
*Con el quiote o tallo del agave tierno, que brotaba cuando el maguey ya iba a sazonar, nos hacía también otra sopa caldosa que en el rancho llamaban gigote. Se partía en cuadritos como de papa y llevaba a cabo un procedimiento similar a las anteriores recetas. Lo dulce un tanto extraño del tallo lo corregía con algunos ingredientes agregados. Este quiote o tallo rendido o seco tenía y sigue tenido diversos usos, vigas para techos y puertas, y hasta enormes flautas musicales en los estados del sur del país.
*Con un huevo batido en un recipiente extendido, charola, batea, etc. hasta lograr una enorme espuma blanca que luego dejaba consolidar para cortar en pedacitos. Después de agregarle el recaudo correspondiente más algo que tuviera a mano, pedacitos de chicharrón de cerdo cecina, etc. listo el manjar.
*Con bolitas de masa de maíz doradas en manteca de cerdo y mantequilla de casa, más lo que podía agregar, aparte del recaudo tradicional, quedaba una suculenta y crujiente sopa que todo mundo apreciaba.   
Como menciono al principio, a estas recetas de cinco sopas podría agregar otras y además para desayunos y cenas, pero como muestra de las afanes culinarios extraordinarios de mi mamá, creo suficientes las recetas anotadas.