En una ocasión
al estarnos contando la paga, observé, en mi recuento paralelo visual
acostumbrado, que nos estaba dando dinero de más. Como no admitía observación
alguna, e igual prácticamente nos
corrió, porque tenía que hacer algunas cosas fuera de su oficina.
Al salir se lo
comenté al condiscípulo que me acompañaba, quien insistía en que estaba
correcta la cantidad, y casi contra su voluntad, en un saliente de una ventana
adecuado, nos pusimos a recontar, resultando que efectivamente había un sobrante,
que en aquel tiempo, para nosotros, era un dineral. El que “no le regresemos
nada, viejo móndrigo” no iba conmigo.Todavía lo encontramos, de peor humor, en su despacho
-¡¿Ahora que quieren!?
-Señor, nos entregó dinero de más, recontamos bien y le sobran 120 pesos
-¡Ah, como serán pendejos, dénmelos y lárguense.
Fue una decepción tremenda el proceder de este mal e ingrato funcionario, fiel reflejo de la supina actitud, con rarísimas excepciones, de nuestros funcionarios públicos de siempre en todos sus niveles.
¿Qué hubiera pasado, si en vez de sobrante fuera faltante?
La maestra Felícitas, conociendo el genio del Jefe de Rentas, no le causó mayor sorpresa. Ante los docentes de la escuela y varios condiscípulos, exaltó mi desempeño.
Ahí le agarré al sector oficial, que se ha encargado de justificar muchas veces, una tirria y desconfianza permanentes (ver por ejemplo "Te la Voy a Conseguir de Agente de Tránsito")