jueves, 7 de agosto de 2014

LA SARDINA DESCOMPUESTA

Entre las aventuras que corrí con mi primo Manuel Gutiérrez Galindo, ver relato El primo más estimado, cuando todavía adolescente y ya contaba con su equipo agrícola (tractor, arados, rastras, etc.) fue a preparar para la siembra de temporal, unas tierras en el rancho Ojo de agua de latillas, Mpio., de Tepatitlán, propiedad del tío abuelo Juan González Franco, hermano de mi abuela materna Emilia. Era un hombre mayor que vivía su tercer matrimonio, con dos hijos de éste; de alta estatura y muy delgado y erguido. Parecía un Don Quijote de la Mancha. 
Habíamos llegado en la tarde y en su momento nos sentaron a la mesa familiar para cenar. El menú consistió en un cuarto de vaso chico con leche y un platito con frijoles de la olla, acompañado de algunos restos del tazole o paja de las vainas del frijol y algunos palitos de los tallos de las mismas, varios de los granos estaban aderezados con sus respectivos gorgojos. Seguramente, como muy contadas y escasas personas, creían que era proteína necesaria. Sólo nos cominos los frijoles limpios y el trago de leche. El desayuno del día siguiente, para irnos temprano a trabajar, fue del mismo tenor.  
A media mañana, consecuencia de los dos escasos alimentos, y el trabajo pesado que realizábamos, traíamos un hambre terrible. Fui a comprar a la tienda del lugar, que por cierto tenía fama de bien surtida, un par dos sardinas ovaladas Calmex y un paquete de galletas saladas.  
Nos terminamos la primera, y como todavía teníamos apetito, nos comimos la mitad de la segunda, para completar con el resto la frugal cena que nos esperaba en la noche. Así le hicimos, desconociendo el daño que nos iba a provocar por haberla guardado en la lata.   
Un rato después de acostarnos se inició nuestro continuo peregrinar al corral de la casa, para defecar numerosas veces, con un dolor de estómago tan grande, que sentíamos, al menos el que esto relata, que la bomba en que se nos había convertido, estaba a punto de reventar. En la mañana amanecimos sanos, como si nada. Los parientes, que debieron enterarse de nuestras peripecias, no dijeron ni pío y nosotros tampoco. ¡Bendito el poder de recuperación de la juventud y el  medio tan sano que era el campo!
Al terminarse el trabajo con el tío Juan, el Sr. Don Jesús Villa, terrateniente muy grande, le encomendó a mi primo el arreglo, para el mismo objetivo de siembra de temporal, de unos terrenos aledaños a su enorme casa, que se le habían quedado pendientes y su maquinaria la traía ocupada en otro de sus ranchos. ¡Qué diferencia de personaje!      
-Él es mi primo hermano Chuy, señor Villa, me está ayudando en el trabajo.
-Bien, ¿De quién eres muchacho?
-De Francisco de la Torre y Dolores Galindo.
-¡Oh! Tu papá es un gran hombre de muchos méritos y fama hasta acá en estos rumbos. (Remitirse a los relatos Llámenle sólo Jesús y Un hombre excepcional)
Era un hombre viudo, con muchos medieros y campesinos, y servidumbre de casa para todo. Nos sentaba a su mesa a compartir sus alimentos. Frutas, sopa caldosa, carne de res o de cerdo, pollo, frijoles de la olla o refritos, queso de adobera de leche entera, chicharrones, jocoque, mantequilla, etc.; huevos con longaniza, leche fresca, chocolate, pan de calidad y otras cosas a escoger, todo de casa.   
Este señor, cuyo apellido real, después supe, era Villaseñor, creo que vivía, donde lo visitamos, en el rancho contiguo a Ojo de agua de latillas, que se llama Santa María, también Mpio., de Tepatitlán. Era pariente cercano del Dr. Jesús Ramírez Villaseñor, que ejercía su profesión en Guadalajara, en Pedro Moreno esquina con Rayón en el centro, con muchos terrenos en las goteras de Tepa, que al tiempo en buena parte le vendió a precio simbólico a mi primo, en atención a los servicios que éste le prestó.
También en este Santa María nació el conocido líder estatal de la CTM (Confederación de Trabajadores de México) don Heliodoro Hernández Loza, a su vez primo segundo de mi abuela Francisca Hernández de la Torre.   

No hay comentarios.:

Publicar un comentario