viernes, 16 de diciembre de 2016

ALGO SOBRE EL LIBRO (Primera parte)

La escritura ha sido a través de los siglos la representación gráfica por excelencia del lenguaje oral humano. Fue inventada por el hombre hace unos seis mil años para satisfacer su necesidad de representar y perpetuar sus ideas, por medio de signos gráficos inteligibles a la vista. Se comenzó por representar los objetos con las imágenes de sí mismos. Después se fijaron ideas abstractas utilizando los objetos materiales relacionados con ellos en alguna forma. Más tarde se procuró que los signos gráficos fueran representativos de los sonidos articulados. 
De la combinación de estos tres pasos, el representativo, el simbólico y el fonético, resultó la escritura jeroglífica. Esta fue usada por todos los pueblos civilizados de la antigüedad. De ahí vino el alfabeto creado por los fenicios, cuya invención se atribuye a Cadmo. De esta manera se realizó el último y definitivo avance de la escritura, consistente en aplicar un signo a cada una de las distintas letras. Las letras ligadas entre sí forman las palabras. 
Desde el invento de la escritura el hombre buscó la forma de fijarla y conservarla. Para esto utilizó desde las hojas de los árboles hasta piedras, maderas, metales y otras materias naturales, que por una u otra razón al tiempo resultaban inadecuadas. En las ruinas de Nínive y Babilonia se encontraron en abundancia piezas de arcilla con caracteres cuneiformes grabados antes de su endurecimiento, que en conjunto formaban lo que podríamos llamar bibliotecas ahora.  
Los mandamientos de Dios a Moisés fueron escritos en tablas de piedra. El código romano de las Doce Tablas se grabó en placas de bronce. Con el tiempo se emplearon para escribir tablillas de madera, particularmente de boj, que se cubrían con una capa de cera y se unían en grupos de dos o más cuando era necesario. Se les dejaban rebordes para proteger la cera y la escritura. 
Se escribía sobre estas maderas con punzones de metal puntiagudos en un extremo y planos en el  otro, para respectivamente, escribir y borrar y emparejar la cera. Los griegos llamaron a estos instrumentos de escribir grafios (graphion) y los romanos estilo (stylum). 
Vino luego la escritura sobre papiro, utilizado en varios pueblos, principalmente en Egipto. Era una especie de papel que extraían del tallo de la planta del mismo nombre, llamado liber o película interna. De ahí se deriva la palabra libro. 
Consistía el papiro de tiras muy delgadas de la mayor extensión posible, que después de ciertos tratamientos daban una calidad semejante al papel. Se clasificaba, a semejanza de los papeles de ahora, en varias categorías. Fue, a pesar de su poca solidez, el material más propio para la escritura durante varios siglos. Conservaba aún varios usos durante la edad media.  
Con el papiro tuvieron lugar los volúmenes o rollos. Los formaban las tiras u hojas del liber, unidas por sus extremos hasta formar tramos de varios metros de longitud, según la extensión de las obras. En una de sus orillas llevaban una varilla de denominada umbilicus (ombligo). Esta era  de ébano, cedro, marfil u otro material. Sus extremidades se adornaban según la importancia del manuscrito.
Se guardaban estos rollos en unión con otros en una caja cilíndrica de madera o cuero, llamada scrinia o capsa. Cuando la obra se componía de más de un rollo se le llamaba biblios, de donde nació el nombre de biblioteca.
Llegamos así al descubrimiento del pergamino, el cual aunque consta que su uso se remonta más allá de cinco siglos antes de nuestra era, su nombre viene de cuando Eumenes II rey de Pérgamo (197-158 a.C.), lo adoptó en lugar del papiro al no poderse surtir de éste por parte de los egipcios. Estos estaban celosos del ambicioso proyecto del rey de formar una biblioteca que rivalizaría con la famosísima de Alejandría. 
Gracias a las ventajas del pergamino sobre el papiro, entre otras que podía utilizarse por ambas caras perfectamente bien, se empezaron a confeccionar libros en forma análoga a los actuales. De  hojas o folios variables, su anchura y largura constituían su forma o formato. Dichas hojas se reunían y sujetaban por una costura  en su orilla izquierda y se cubrían con tapas o cubiertas de madera o piel semejantes a las actuales. Estos libros recibieron de los romanos el nombre de códices, codex en singular, o libros cuadrados dada su forma rectangular. 
Se cree que el pergamino se generalizó a partir de nuestra era. Por su comodidad fue relegando al olvido a los volúmenes o rollos de papiro. El nombre de códices prevalece en la actualidad para designar manuscritos antiguos de gran valor  intrínseco o extrínseco. Son en nuestro país este tipo de libros, por ejemplo, los documentos indígenas escritos antes de la conquista, como el Códice Borgiano, el Lienzo de Tlaxcala y muchos otros. 
Cuando el pergamino se escaseaba, encarecía, o por cualquier otra causa, particularmente en los siglos VII al IX, se recurría a borrar los textos. Se lavaban o frotaban para utilizarlos de nuevo. Se ha manifestado en no pocos casos los vestigios de la primera escritura, la cual con reactivos químicos y grandes cuidados se ha logrado rescatar. Los pergaminos así tratados se conocen como palipsestos (de palin: de nuevo y psestos: borrar o raspar). Existen en la actualidad, de alto valor, una  gran cantidad de estos. 
Atribuible su invención a los chinos en el siglo II de la era cristiana, el papel ha sido hasta nuestros días el elemento de mayor éxito utilizado en la escritura. Fabricado en su origen con hojas de bambú y corteza de morera, pasó a Corea en el siglo VII y de allí al Japón. 
Los árabes aprendieron su manufactura de los prisioneros chinos de Samarcanda. Luego sustituyeron la materia prima original por trapos de algodón usados y cordelajes viejos. Se llevó el papel a Europa a través de España hacia el siglo IX. No obstante la primera fábrica de que se tiene memoria es en Játiva inmediata a Valencia, hasta el siglo XII. Después se le integró a su manufactura un elemento superior: el lino. 
El proceso original de fabricación de papel fue manual durante varios siglos. Esto casi no varió hasta  que a fines del siglo XVIII la elaboración del papel de cuba, también llamado de forma o de mano, se transformó por completo en virtud de los progresos de la mecánica  y de la química. Contribuyó mucho en este progreso el advenimiento de la maquinaria para fabricarlo en forma continua  inventada por el francés Luis Robert. 
Esta maquinaria, explotada primero en Inglaterra y mejorada paso a paso, ha llegado a adquirir un admirable perfeccionamiento en los tiempos actuales. A partir de 1845 se empezó a utilizar la fibra de madera como base y posteriormente otros sucedáneos. 
Se ha logrado una gran diversidad de papeles, de todas clases, colores, dimensiones y especies,  que han contribuido poderosamente al desarrollo material y artístico del libro. Sustitutos como el plástico, han ido de la mano con el papel en la inmensa variedad de facetas que tiene el mundo fantástico de la escritura.

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