De la combinación de estos tres pasos, el
representativo, el simbólico y el fonético, resultó la escritura jeroglífica.
Esta fue usada por todos los pueblos civilizados de la antigüedad. De ahí vino
el alfabeto creado por los fenicios, cuya invención se atribuye a Cadmo. De
esta manera se realizó el último y definitivo avance de la escritura,
consistente en aplicar un signo a cada una de las distintas letras. Las letras
ligadas entre sí forman las palabras.
Desde el invento de la escritura el hombre buscó la
forma de fijarla y conservarla. Para esto utilizó desde las hojas de los
árboles hasta piedras, maderas, metales y otras materias naturales, que por una
u otra razón al tiempo resultaban inadecuadas. En las ruinas de Nínive y
Babilonia se encontraron en abundancia piezas de arcilla con caracteres
cuneiformes grabados antes de su endurecimiento, que en conjunto formaban lo
que podríamos llamar bibliotecas ahora.
Los mandamientos de Dios a Moisés fueron escritos en
tablas de piedra. El código romano de las Doce Tablas se grabó en placas de
bronce. Con el tiempo se emplearon para escribir tablillas de madera,
particularmente de boj, que se cubrían con una capa de cera y se unían en
grupos de dos o más cuando era necesario. Se les dejaban rebordes para proteger
la cera y la escritura.
Se escribía sobre estas maderas con punzones de metal
puntiagudos en un extremo y planos en el
otro, para respectivamente, escribir y borrar y emparejar la cera. Los
griegos llamaron a estos instrumentos de escribir grafios (graphion) y los
romanos estilo (stylum).
Vino luego la escritura sobre papiro, utilizado en
varios pueblos, principalmente en Egipto. Era una especie de papel que extraían
del tallo de la planta del mismo nombre, llamado liber o película interna. De
ahí se deriva la palabra libro.
Consistía el papiro de tiras muy delgadas de la
mayor extensión posible, que después de ciertos tratamientos daban una calidad
semejante al papel. Se clasificaba, a semejanza de los papeles de ahora, en
varias categorías. Fue, a pesar de su poca solidez, el material más propio para
la escritura durante varios siglos. Conservaba aún varios usos durante la edad
media.
Con el papiro tuvieron lugar los volúmenes o rollos.
Los formaban las tiras u hojas del liber, unidas por sus extremos hasta formar
tramos de varios metros de longitud, según la extensión de las obras. En una de
sus orillas llevaban una varilla de denominada umbilicus (ombligo). Esta
era de ébano, cedro, marfil u otro
material. Sus extremidades se adornaban según la importancia del manuscrito.
Se guardaban estos rollos en unión con otros en una
caja cilíndrica de madera o cuero, llamada scrinia o capsa. Cuando la obra se
componía de más de un rollo se le llamaba biblios, de donde nació el nombre de
biblioteca.
Llegamos así al descubrimiento del pergamino, el
cual aunque consta que su uso se remonta más allá de cinco siglos antes de
nuestra era, su nombre viene de cuando Eumenes II rey de Pérgamo (197-
Gracias a las ventajas del pergamino sobre el
papiro, entre otras que podía utilizarse por ambas caras perfectamente bien, se
empezaron a confeccionar libros en forma análoga a los actuales. De hojas o folios variables, su anchura y
largura constituían su forma o formato. Dichas hojas se reunían y sujetaban por
una costura en su orilla izquierda y se
cubrían con tapas o cubiertas de madera o piel semejantes a las actuales. Estos
libros recibieron de los romanos el nombre de códices, codex en singular, o
libros cuadrados dada su forma rectangular.
Se cree que el pergamino se generalizó a partir de
nuestra era. Por su comodidad fue relegando al olvido a los volúmenes o rollos
de papiro. El nombre de códices prevalece en la actualidad para designar
manuscritos antiguos de gran valor
intrínseco o extrínseco. Son en nuestro país este tipo de libros, por
ejemplo, los documentos indígenas escritos antes de la conquista, como el Códice
Borgiano, el Lienzo de Tlaxcala y muchos otros.
Cuando el pergamino se escaseaba, encarecía, o por
cualquier otra causa, particularmente en los siglos VII al IX, se recurría a
borrar los textos. Se lavaban o frotaban para utilizarlos de nuevo. Se ha
manifestado en no pocos casos los vestigios de la primera escritura, la cual
con reactivos químicos y grandes cuidados se ha logrado rescatar. Los
pergaminos así tratados se conocen como palipsestos (de palin: de nuevo y
psestos: borrar o raspar). Existen en la actualidad, de alto valor, una gran cantidad de estos.
Atribuible su invención a los chinos en el siglo II
de la era cristiana, el papel ha sido hasta nuestros días el elemento de mayor
éxito utilizado en la escritura. Fabricado en su origen con hojas de bambú y
corteza de morera, pasó a Corea en el siglo VII y de allí al Japón.
Los árabes aprendieron su manufactura de los
prisioneros chinos de Samarcanda. Luego sustituyeron la materia prima original
por trapos de algodón usados y cordelajes viejos. Se llevó el papel a Europa a
través de España hacia el siglo IX. No obstante la primera fábrica de que se
tiene memoria es en Játiva inmediata a Valencia, hasta el siglo XII. Después se
le integró a su manufactura un elemento superior: el lino.
El proceso original de fabricación de papel fue
manual durante varios siglos. Esto casi no varió hasta que a fines del siglo XVIII la elaboración
del papel de cuba, también llamado de forma o de mano, se transformó por
completo en virtud de los progresos de la mecánica y de la química. Contribuyó mucho en este
progreso el advenimiento de la maquinaria para fabricarlo en forma continua inventada por el francés Luis Robert.
Esta maquinaria, explotada primero en Inglaterra y
mejorada paso a paso, ha llegado a adquirir un admirable perfeccionamiento en
los tiempos actuales. A partir de 1845 se empezó a utilizar la fibra de madera
como base y posteriormente otros sucedáneos.
Se ha logrado una gran diversidad de papeles, de
todas clases, colores, dimensiones y especies,
que han contribuido poderosamente al desarrollo material y artístico del
libro. Sustitutos como el plástico, han ido de la mano con el papel en la
inmensa variedad de facetas que tiene el mundo fantástico de la escritura.
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