Es un hombre bastante rico. También bastante
enfermo y viejo. En edad, no obstante, le aventajan varias de las hermanas que
tiene. En enfermedades, con mucho, él les gana a todas, mayores y menores.
Con todo y que hace años heredó en vida a sus
muchos hijos e hijas, su patrimonio sigue siendo muy grande. Terrenos de los
mejores del rumbo, cuentas millonarias en bancos en moneda nacional y dólares;
seguramente oro, el que ha sido muy de su estima; joyas y otros atesoramientos,
forman parte de su amplio caudal.
Sexto de una familia de doce hermanos, segundo
de sólo dos hombres. Quedó, a finales de los años treintas, al frente de los
negocios rurales de la familia como hombre de la casa, después del
fallecimiento de su padre y del asesinato de su hermano.
Antes de morir, su señor padre repartió
teóricamente las tierras a todos sus hijos, lógicamente sin usufructo o
beneficio alguno. Esto se formalizaba legalmente haciendo las escrituras o
hijuelas correspondientes. Debe haberse pactado o acordado tácitamente, que el
reparto efectivo se haría hasta que faltara la
esposa viuda, propietaria por
derecho conyugal de la mitad de los bienes.
Este
procedimiento, seguido por muchas otras familias en aquellos tiempos, obedecía
a la par, para protegerse de un gobierno repartidor de lo ajeno, y al posible
despojo de las hijas por parte de sus esposos.
También por costumbre general, o porque así lo
haya deseado el padre fallecido o bien, porque la viuda se haya apoyado en
causa común con el hijo, la totalidad de los bienes de todo tipo en el rancho,
quedó al cuidado de éste, quien de inmediato se encargó de hacer y deshacer a
su libre albedrío en los asuntos del rancho.
A un yerno de sobrados méritos de trabajo y
honradez a carta cabal, le fueron retiradas
las concesiones de trabajo, no de bienes, que recién le había concedido
su suegro. Este hombre desde muy joven se había hecho cargo, en circunstancias
casi heroicas, de su madre viuda y sus muchos
hermanos, por el robo de unas tierras de parte de un intermediario
sinvergüenza.
Las ventajas que daba el rancho por su tamaño,
buenas condiciones y prosperidad manifiesta, nuestro personaje las aprovechó
muy bien, agregando sus grandes habilidades innatas para los buenos negocios o
tratadas como se dice en la región. En buena mesa todo se daba para que el
hábil comensal se despachara a su gusto. Sin embargo, por otra parte, también
había podido ser de otra forma, pues ha habido casos similares en que los hijos
o encargados han menguado y hasta acabado con grandes fortunas.
Se cuidó mucho de no agrandar vecinalmente las
tierras del rancho. Desechó más de una buena oportunidad para hacerlo en los
casi treinta años que lo usufructuó a sus anchas. Sus negocios favoritos, eran
a corto o inmediato plazos, más productivos y convenientes a sus proyectos. La
compra de tierras y más a lo cortito, le
provocaría problemas familiares.
Más allá de simples habladas o quizá de alguna
débil reclamación aplacada conveniente-mente, no tuvo nunca mayores problemas
con sus hermanas y sus respectivos esposos. Las inconformidades mencionadas
vinieron curiosamente de dos o tres de los cónyuges con mejor situación
económica y de uno muy flojo con quien tenía
mayores lazos de parentesco. Los demás, principalmente el que por
méritos el suegro había querido ayudar, jamás reclamaron nada.
No llevó durante todos esos años de ambición y
trabajo febril, un orden de vida adecuado para su salud. Malpasadas frecuentes
de todo el día sin comer nada por andar en camino o haciendo labores que no
quería interrumpir; desatenciones en épocas de calor y de frío ante las
inclemencias del clima y poca o nula atención a gripas y similares, fueron
factores importantes para la
quebrantada salud que ahora padece de manera crónica.
Fue muy calculador y sagaz en cuestiones de
negocios y tratadas. Lo que se dice un verdadero friega quedito. Era fama que
con él todo mundo salía trasquilado. La cría y engorda, más esta última, de
ganado bovino en pastizales propios del rancho, que año con año guardaba de
aguas a secas en varios potreros, le facilitaban hacer un magnífico negocio.
Les llevaba así ventaja a otros engordadores que pudieran competirle.
Otros dos muy buenos negocios para su
patrimonio personal, fueron el cultivo de mezcalillo o agave tequilero y la
habilitación de tierras de siembra al tiempo o a la cosecha. Esta última
operación, de antigua y arraigada tradición en el campo, se equipara con
ventajas, al agio.
La gente, normalmente muy necesitada, le
ofrecía sus bienes ya rebajados en precio. El presunto comprador, después de
atacar con las historias de una serie de desgracias y problemas que decía le sucedían,
preguntaba de manera sorpresiva y a boca de jarro el precio. El vendedor,
atribulado e impresionado, proponía un precio aún más rebajado del que había
pensado. De ahí, casi siempre, venía una contraoferta y regateo en que
terminaba por pactarse; a menos que el necesitado, cosa muy poco frecuente, no
lo fuera tanto que lograra desembaucarse y no hacer trato.
Argumentos como los siguientes, eran parte de
su estrategia:
-Tú sabrás, si no me vendes los becerros se te
van morir de hambre.
-Los fríos vienen muy fuertes, ya lo ví en el
Calendario de Rodríguez, a lo mejor hasta los mezcales se helan.
-El año pasado no fueron buenas las cosechas
como esperaba y en este que va a ser muy pinto de lluvias, no creo que sean
mejores.
Su carácter y trato siempre calmado y
conciliador, no hacían desentonar en su plática la gran cantidad de malas
palabras que folklórica y cotidianamente usaba. Siempre las lanzaba con
habilidad admirable hacia terceras personas o cosas, que en vez de ofender le
ayudaba.
Con esta tesitura personal también controló
problemas familiares graves. Como cuando en el asesinato de su único hermano,
éste de carácter festivo muy diferente al de él y muy popular entre medieros,
vecinos y conocidos, no quiso seguir ninguna acción legal. Lo mismo pasó cuando
varios años después aprehendieron al asesino por otros delitos.
Su manera de vestir fue siempre muy sencilla y
hasta humilde. En una ocasión se encontraba en un patio de exhibición de una
agencia automotriz de Guadalajara. Los vendedores no lo tomaban en cuenta. Después
de comprometerlos con rebajas extra-ordinarias en los precios si compraba de
contado, los dejó atónitos al pagarles un camión y un tractor con todos sus
implementos, con parte del dinero que llevaba en una bolsa de ixtle.
Sus
hijos en una ocasión, casi a fuerzas, lo treparon a un avión para que
acompañara a su esposa a una excursión por Europa en los años en que los
hippies andaban a pata rajada por todos partes. Regresó renegando por que lo
habían llevado a ver, correteando, una bola de piedras viejas y gentes deschavetadas,
de malas costumbres que seguramente no se bañaban ni se cambiaban de ropa, por
el tufo que expedían.
Las enfermedades crónicas que padece lo
acompañan desde hace muchos años. La longevidad buena salud de sus hermanas, y
de otros familiares y conocidos, son ajenas a su diabetes, osteoartritis o mal
de parkinson. A esto han contribuido seguramente también, otros problemas y
sinsabores propios de los hombres ricos.
Han sido parte de su vida: amenazas de
secuestro, chantajes económicos y "préstamos de Santa Anna", robos de
ganado por abigeos que solapa el gobierno, así como descalabros morales y
económicos que no han dejado de darle algunos de sus hijos. A lo anterior
habría que agregarle una conciencia seguramente inquieta, compañera de su
fortuna intranquila buena parte de su vida.
Cambiaría ahora con gusto su riqueza por la
salud, aunque con limitaciones económicas, de sus hermanas y otras personas que
ve disfrutando de la vida, como él no quiso y ahora no puede hacer.
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