martes, 29 de julio de 2014

INTERCEPCIÓN TELEFÓNICA

El personal ya se había retirado. Me quedé a terminar algunos pendientes, antes de asistir, como ya era costumbre, a la reunión comida sabatina con un grupo de clientes del centro de la ciudad. Tuve que contestar varias llamadas telefónicas, entre ellas una de mi esposa preguntándome sobre unas cosas para la también sabatina reunión cena de ese mismo día, con el grupo de matrimonios amigos de la colonia, que nos tocaba presidir.  
Como a las dos y media contesté la última, no relacionada con  las actividades del banco.  
Era de una señora que había conocido unos días antes en la cena de bienvenida que me había ofrecido uno de los principales empresarios y político relevante de la localidad, de quien el esposo de la señora era pariente. El buen porte de la señora no nos pasó desapercibido en el ágape a ninguno de los presentes, como tampoco el de otra dama igualmente atractiva, encargada de la compañía de teléfonos, que en una ciudad chica, independientemente de sus prendas personales, la convertía en personaje importante, No se necesitaba mucho para entender luego que ambas damas rivalizaban en lo que provocaba su belleza en la concurrencia.         
Al contestar noté el sonidito o clic propio de que alguien más estaría conectado y lo di por hecho. Impliqué instantánea e intuitivamente la propuesta íntima recibida a una supuesta operación bancaria lógica para su esposo, a tratar el lunes siguiente.  
Después de la comida, que siempre se prolongaba hasta preludiar la noche, llegué como siempre a tiempo para la reunión nocturna con el grupo de vecinos de la colonia, que componíamos nueve parejas.  
El tema de las esposas concurrentes, terciando algunos de los cónyuges, fue la llamada del excitante capricho femenino, con el enlazamiento desde la central, a cuando menos dos auriculares más, el que contestaba mi esposa y el de una tercera dama apropiada del grupo, para que lo cacareara a todo color en la reunión.  
Que la señora ya estaba para otros trotes, que no, que todavía aguantaba. Que por su culpa el marido no daba una en los negocios desde hacía años, que por ella había conseguido buenos ídem, y como muestra estaban los contratos que papá político le había conseguido en el gobierno del estado. Que con la mandamás de la telefónica eran tal para cual, pero que con menos chance por vieja y no poder espiar como la otra. Que la segunda no se aventaba tanto, porque tenía su amigo en turno al que le tenía que guardar, si no respeto, sí consideraciones por el apoyo económico que recibía. Y otros chismes por el estilo.  
Unos meses después en el hotel donde se hospedaba una amiga y también atractiva cliente foránea, sus llamadas telefónicas fueron seguidas con toda precisión, haciéndome echar mano de las mejores estratagemas para mantener a salvo los asuntos que teníamos que tratar.  
Lo comenté con un amigo y cliente de confianza. Me informó de varios casos similares y algunos con consecuencias mayores. Que lo sabían sus jefes de  la dirección estatal de la telefónica, pero no hacían nada porque alguien arriba la protegía.  
Que en el evento del senador, había confesado su inclinación por el invitado principal, y que la parienta del anfitrión no le preocupaba, sino un poco su aspecto de formalidad y aparente seguridad en sí mismo que iba a costar trabajo derrumbar. 
Durante mi estancia en la plaza, manejamos con cierta frecuencia asuntos de trabajo, siempre en ese estricto sentido teniendo en cuenta su inclinación al espionaje telefónico, además de que mantenía supuestas relaciones con uno o dos clientes y personajes conocidos del lugar. 

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