El personal ya se había retirado. Me quedé a
terminar algunos pendientes, antes de asistir, como ya era costumbre, a la
reunión comida sabatina con un grupo de clientes del centro de la ciudad. Tuve
que contestar varias llamadas telefónicas, entre ellas una de mi esposa
preguntándome sobre unas cosas para la también sabatina reunión cena de ese
mismo día, con el grupo de matrimonios amigos de la colonia, que nos tocaba
presidir.
Como a las dos y media contesté la última, no
relacionada con las actividades del
banco.
Era de una señora que había conocido unos días
antes en la cena de bienvenida que me había ofrecido uno de los principales
empresarios y político relevante de la localidad, de quien el esposo de la
señora era pariente. El buen porte de la señora no nos pasó desapercibido en el
ágape a ninguno de los presentes, como tampoco el de otra dama igualmente
atractiva, encargada de la compañía de teléfonos, que en una ciudad chica, independientemente
de sus prendas personales, la convertía en personaje importante, No se
necesitaba mucho para entender luego que ambas damas rivalizaban en lo que
provocaba su belleza en la concurrencia.
Al contestar noté el sonidito o clic propio de
que alguien más estaría conectado y lo di por hecho. Impliqué instantánea e
intuitivamente la propuesta íntima recibida a una supuesta operación bancaria lógica
para su esposo, a tratar el lunes siguiente.
Después de la comida, que siempre se prolongaba
hasta preludiar la noche, llegué como siempre a tiempo para la reunión nocturna
con el grupo de vecinos de la colonia, que componíamos nueve parejas.
El tema de las esposas concurrentes, terciando
algunos de los cónyuges, fue la llamada del excitante capricho femenino, con el
enlazamiento desde la central, a cuando menos dos auriculares más, el que
contestaba mi esposa y el de una tercera dama apropiada del grupo, para que lo
cacareara a todo color en la reunión.
Que la señora ya estaba para otros trotes, que
no, que todavía aguantaba. Que por su culpa el marido no daba una en los
negocios desde hacía años, que por ella había conseguido buenos ídem, y como
muestra estaban los contratos que papá político le había conseguido en el
gobierno del estado. Que con la mandamás de la telefónica eran tal para cual,
pero que con menos chance por vieja y no poder espiar como la otra. Que la
segunda no se aventaba tanto, porque tenía su amigo en turno al que le tenía
que guardar, si no respeto, sí consideraciones por el apoyo económico que
recibía. Y otros chismes por el estilo.
Unos meses después en el hotel donde se
hospedaba una amiga y también atractiva cliente foránea, sus llamadas
telefónicas fueron seguidas con toda precisión, haciéndome echar mano de las
mejores estratagemas para mantener a salvo los asuntos que teníamos que tratar.
Lo comenté con un amigo y cliente de confianza.
Me informó de varios casos similares y algunos con consecuencias mayores. Que
lo sabían sus jefes de la dirección
estatal de la telefónica, pero no hacían nada porque alguien arriba la
protegía.
Que en el evento del senador, había confesado
su inclinación por el invitado principal, y que la parienta del anfitrión no le
preocupaba, sino un poco su aspecto de formalidad y aparente seguridad en sí
mismo que iba a costar trabajo derrumbar.
Durante mi estancia en la plaza, manejamos con
cierta frecuencia asuntos de trabajo, siempre en ese estricto sentido teniendo
en cuenta su inclinación al espionaje telefónico, además de que mantenía
supuestas relaciones con uno o dos clientes y personajes conocidos del lugar.
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