viernes, 7 de agosto de 2015

SÁBADO, EL DÍA MÁS BONITO DE LA SEMANA

En Atotonilco las actividades cotidianas en los cuarentas del pasado siglo XX, cuando llegamos al inicio de enero de 1945, del rancho El Salvador la familia de la Torre Galindo, eran, y siguen siendo ahora, primordialmente, todos los días de lunes a domingo, a diferencia de otros lugares, como Tepatitlán donde descansan los jueves. Aquí, para cumplimentar el día de asueto obligatorio, no se trabajaba la tarde del sábado y del domingo. 
El sábado, mucho más que el domingo, se desarrollaban los principales festejos planeados y esperados toda la semana. Algunos eran verdaderos acontecimientos que se comentaban varios días después. 
Independientemente de celebraciones en casas particulares o en el Centro Social Recreativo Atotonilco del señor Benjamín Navarro Hernández, ubicado frente a la plaza principal en 5 de Febrero y Juárez, por Primeras Comuniones, Quinceaños, Matrimonios, etc., los días de campo o paseos eran muy socorridos. Balnearios como Los Sabinos, Taretan, Los Chorritos, Los Tepames, El Brinco de los Viejos, La Cueva de Rentería, la Cueva del Agua, así como en las primorosas huertas de naranjos que tanto abundaban en la ciudad, que le dieron con mérito sobrado, el nombramiento de El Jardín de Jalisco. 
Los Sabinos por la salida hacia Ayotlán, así como Taretan al lado izquierdo, antes de la cuesta a los Altos, eran, y siguen siendo, manejados por la presidencia municipal en turno, con sus abandonos periódicos y reconstrucciones significativas, como toda obra oficial. Los Chorritos, alimentado por las primorosas aguas rodadas semi termales del gran yacimiento de Taretan, antes de que construyera el balneario en su forma actual don Margarito Ramírez, lo llegamos a disfrutar cuando era un simple estanque propiedad, creo, de la familia Valvaneda. Se dijo que don Margarito compró la propiedad en tres centavos.
Los Tepames, sitio en las inmediaciones del rancho Lagunillas en el camino hacia San Francisco de Asís, a donde se hacía la romería anual La Burrada al principio de la temporada de lluvias, (ver relato) organizada por la señorita Arcelia Valle Núñez, en la que hasta más de 150 jinetes burreriles conformábamos la expedición, que si no se acompañaba de una buena tormenta mojándonos hasta los huesos, y de azotones por caídas de los jumentos en lodazales y breñales, la cosa no tenía mayor chiste. La gran cantidad de cuadrúpedos perfectamente ajuariados eran proporcionados mediante renta por el conocido arriero, creo que de apellido Zamudio. 
El Brinco de los Viejos estaba más retirado por el mismo rumbo, mediante un camino de a pie entre breñales y pedregales, para acceder a un corte  o relís a plomo en la montaña que alojaba en el fondo un pozo natural que nos servía de estanque para bañarnos. Aquí las excursiones que hacíamos eran de puros hombres, unos cinco o seis, cargando cada quien lo que se le asignaba para la comida y necesidades del festejo. 
También eran idas de grupos pequeños de hombres las idas a La Cueva de Rentería. La leyenda dice que ahí guardó al morir un ladrón cuyo apellido tiene la cueva, su enorme fortuna en oro y plata y otras cosas de valor, y que desde entonces todos los que pretenden tomar algo del tesoro, oyen la voz de su fantasma sentenciando que deben llevarse todo o nada, y que en esa imposibilidad deben dejar en el lugar lo que lleven de pertenencias personales para poder salir del sitio infestado permanentemente de murciélagos. 
La Cueva del Agua, está a unos cuantos kilómetros por la carretera rumbo a Tototlán a mediados de lo más alto del cerro a mano derecha. Se llegaba a ella a campo traviesa en línea recta desde la carretera, también básicamente en grupos pequeños para hacer día de campo en el interior muy fresco de la cueva, tomando agua de los veneros o revenideros que manaban de su lecho, que dicen que ahora ya no tiene. 
Respecto a las huertas de naranjos, que cubrían entonces la mayor parte de lo que ahora es la mancha urbana consistente en aquel tiempo en calles empedradas, muchas tenían en su interior instalaciones y bodegas para las necesidades de trabajo, y no pocas  casas de campo para el descanso y la diversión de los propietarios o invitados. Destacaban algunas huertas  de la familia Valle, que encabezaba don Lorenzo Valle Valle (ver relato La Familia Valle) a cuyos festines concurrían invitados tanto locales como de otros lugares, principalmente de Guadalajara. En especial recuerdo la huerta denominada Las Corrientes rumbo a la hacienda de Milpillas, por lo que ahora es la salida de la carretera a La Barca. 
Ahí curiosamente, un domingo, no sábado, se ofreció en 1954 o 1955, una comilona a la que asistieron algunos funcionarios de la sucursal Guadalajara de Banamex. Yo había ingresado al banco en junio del 54. Beatriz Orozco Zepeda, hija de don Alejandro Orozco ex corresponsal de Banamex, invitó a su amiga Teresa de Jesús Gutiérrez García, quien a raíz de ese encuentro luego fue mi única novia y esposa durante 52 años (19/8/1961 a 13/10/2013) 
Otros lugares a los que concurríamos, generalmente por invitación en mi época atotonilquense Banamex (1954/1961) eran a Ayotlán con el corresponsal don Salvador Gaytán Sevilla, don Ramón Escoto, don Manuel Rivas, papá del dueto de las cantantes Hermanitas Rivas, y otros clientes; al balneario Agua Caliente en Santa Rita; a la hacienda, creo de nombre La Sabinilla, de don Bernardo Velazco. A Arandas con los señores José y Salvador Torres Pérez Vargas, corresponsales y dueños fundadores de Tequila Centinela, don Juan N. López conocido comerciante. Al rancho y presa de Coina llegando a Tototlán, con don Juan Villarruel, cliente de Atotonilco. 
En sábado solíamos, casi siempre después de las comidas o festejos del mediodía, seguirla en el citado Centro Social Recreativo Atotonilco, en el tradicional Bar Los Naranjos en la esquina sur de Morelos y oriente de Juárez, la del Chino Escoto en Terán frente al costado poniente del mercado Hidalgo. Casi siempre ya bien entrada la noche en el Gato Tuerto, donde ahora es calle Dr. Espinosa, frente al costado norte del mercado, o bien ya amaneciendo a tomarse un amargo para las bilis en la cantina de don Pancho “El Cargador” y doña María su esposa, frente al costado sur del citado mercado, ahora calle Ávila Camacho y entonces Lacroix, en que a media cuadra estaba también el Bar 201 de don Maclovio Navarro. 
También en sábado solíamos hacer nuestras rondas al área y lugares de las “mujeres alegres” que estaban confinadas a la parte que llamábamos la zona o el cañonazo, al término de la calle Madero hacia el sur, en seguida del cruce con la carretera vía corta a México, pero aun persistían en sus sitios de origen algunas como la Mosaica en la calle Terán, Trina Gamiño en continuación Matamoros al norte cerca del puente leñero, y hasta en la casa de la mamá de la Cinia, en la citada Matamoros al sur del puente. Ya casi llegando al cañonazo por Madero a mano derecha estaban La Ranchera, y alguna otra, y ya pasando el puente de las carretera, entre otras muchas casas non sanctas más, la del señor Campos que no recuerdo su nombre. Era la única que tenía un anuncio luminoso de neón en movimiento, con el caballo insignia del Tequila Siete Leguas, muy llamativo y tentador desde lo alto de la carretera. En una ocasión en plena madrugada en que andábamos tres o cuatro amigos ya en las puntadas medio locas del final de juerga, se me ocurrió apostar que desde ahí, unos veinticinco o treinta metros, con una botella que había quedado vacía destruiría el anuncio que por estar de bajada, no veía tan difícil, y ¡zas! que hago un tiro maravilloso, aterrizando el montón de vidrios con todo y equino en la banqueta. Después José Guadalupe Pérez Serrano (QEPD) ex compañero Banamex, en las visitas casi diarias del lenón al banco,  decía que iba a cobrarme el destrozo causado.       

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