jueves, 9 de marzo de 2017

CAÍDA DEL GUAYABO

En el relato Rancho El Salvador, del municipio de Atotonilco el Alto, Jal., contiguo a Garabatos del de Tototlán y éste al de San Ramón de Tepatitlán, conté las labores titánicas, para muchos increíbles, que mi padre Francisco de la Torre Hernández desarrolló para acondicionar la propiedad que ahí compró para venirnos de San José de Gracia (Tepatitlán)  Vivimos en este lugar de mediados de 1940 hasta el último día de 1944 al  trasladarnos a Atotonilco, cuando en febrero 5 siguiente cumpliría nueve años. Mi edad en esta anécdota escasamente llegaba a los cinco años. 
Mencioné que junto a la segunda casa en ruinas que había en lo comprado, dejó entre otras cosas, dos o tres guayabos criollos enormes, cuando menos de veinte o más metros de alto, a lo mejor treinta, pues he leído que hay hasta de cuarenta y cinco en algunos lugares. Me gustaba subirme al que quedaba pegado a dicha casa y a la zanja de agua corrida permanente que había, acompañado siempre de mi hermana Ma. Mercedes que nomás me observaba. Mi padre me tenía prohibido que lo hiciera pero no resistía la tentación con el asombro de mi hermana. Mi objetivo era subir hasta la última rama y sobre la copa sacar la cabeza y las manos y observar el panorama lo más lejos posible.
En una ocasión ya habiendo obtenido la meta y haciéndole piruetas a Mercedes, empezó a gritar como loca que si no me bajaba de inmediato ahora sí se lo iba a contar a mi papá. Por su alegato, porque estaba soplando más o menos fuerte el aire o porque las ramas de los guayabos son bastante resbaladizas, pero flexibles, me destantié y me vine abajo, sorteando de manera poco menos que milagrosa las diferentes ramas al paso, cayendo al suelo de pie, sin ningún rasguño ni ramaje conmigo y amortiguando el viaje guayabil el colchón de hojas secas y tierra blanda y húmeda que de años había en la superficie.        
La noticia la recibió mi mamá y ella la pasó a mi papá, pero hasta el día siguiente y en el momento más oportuno para que no me diera una paliza que yo esperaba casi segura, como otras con merecimiento y hasta sin éste.                                                                                                                   

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