En la plenitud de la temporada de lluvias, ahí por
fines de agosto, se realizaba antaño en Atotonilco una romería sabatina al
lugar denominado Los Tepames que está al terminar la cuesta de Los Altos, un
poco antes de Lagunillas y al lado derecho de Los Mesones donde se encuentran
ahora varias casas de campo de atotonilquenses, y así mismo no lejos del
antiguo camino real y de una parada que se llamaba la Casa Blanca.
Este singular festejo se preparaba con la
anticipación necesaria para su mejor lucimiento. Se iniciaba del centro de
Atotonilco a las 10 de la mañana y regresaban al lugar de partida a las 6 ó 7
de la tarde. Durante unos 15 años, hasta que se dejó de hacer hará como 20, lo
organizaba la Srta. Arcelia Valle Núñez.
Lo peculiar de este acontecimiento era que el traslado se hacía en burros en
una cantidad muy numerosa, hasta con más de 200 jinetes en este tipo de
transporte, agregándose algunos en caballos, muchos a pie y cada año más en
vehículos automotrices por la escasez de asnos.
Los arrieros
locales, encabezados por el mezcalero Pedro Zamudio, auxiliados a veces por
otros de lugares de la periferia, rentaban todos sus animales para la fiesta.
Venían participantes de casi todos los municipios alteños y también del plan:
Arandas, Ayo el Chico, Tepatitlán, San Miguel, Lagos de Moreno, San Francisco
de Asís, San José de Gracia, Tototlán, Ocotlán, así como de Guadalajara, Ciudad
de México y hasta de los Estados Unidos.
Mayor lucimiento y trascendencia tenía el evento sí,
nada fuera de posibilidades, caía un fuerte aguacero, que algunos se bajaran de
sus monturas contra su voluntad, y que la gran mayoría regresara con las ropas
repintadas de lodo colorado alteño. La Srta. Valle controlaba con celo el
comportamiento de los concurrentes, siendo esporádicos los casos de reprimenda.
Sin embargo en años anteriores a su época, llegó a haber algunos desmanes que
lamentar.
Después del reposo opcional de la compartida y
opípara comida, se organizaban en el espléndido y paradisíaco multicolor campo
alteño en plenitud, grupos nutridos de juegos tradicionales, dedicándose buena
parte de los sobrantes y eliminados a recolectar flores de Santa María, Mirasoles y otras, y hasta Chirlos y
Talayotes que entonces se daban en abundancia en dichos parajes y a la fecha
están prácticamente extinguidos por el uso de herbicidas en los cultivos.
Después del regreso y del baño absolutamente
necesario, una parte del grupo continuaba el festejo de diferente manera en el
Social Recreativo Atotonilco que fue propiedad de Don Benjamín Navarro
Hernández y se ubicaba frente a la plaza en la esquina de Juárez y 5 de
Febrero, donde ahora está el Portofino, propiedad de la Sra. Lupita Castillo.
Se ponía la fiesta en grande. Aparte de contarse y refocilarse con los
incidentes de la burrada, la amenizaban
conjuntos musicales, muchas veces el gustado mariachi del Regimiento de
Caballería que tenía su sede en Atotonilco, o bien, la magnífica orquesta del
maestro José Parra. Generalmente el ágape terminaba muy entrada la madrugada
del domingo.
Esta verbena se celebraba desde mucho antes. A la
Srta. Valle la antecedió la familia Estrada, que eran muchos hermanos y
hermanas: José, Cristina, Anita, Cuca, Narciso, Elías y Sofía. Seguramente a
ellos los antecedieron otras personas en la organización de la peregrinación.
Muchos años el festín de continuación se celebraba en la plaza de armas porque
no existía aún el Social Recreativo.
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