La propiedad de
unas 20 hectáreas de tierras pobres que había adquirido mi padre en el rancho
El Salvador en condiciones de abandono total y en las circunstancias especiales
que quedaron descritas en el trabajo anterior relacionado, en un lapso
verdaderamente corto la había transformado con su trabajo físico personal en
terrenos aptos apropiados para diversos cultivos en lo que además de los brazos
de mi padre, jugaría un papel importante el agua rodada de muy buena calidad
con que contaba en abundancia.
En base a su
formidable capacidad de trabajo demostrada desde temprana edad, sembró desde el
primer año dos labores (casi 9 Has.) de maíz de temporal en vez de una,
combinadas con frijol e inició la preparación de espacios para huertos de
naranjos, papayas, caña de azúcar, alfalfa y algunas hortalizas y planteros o
almárcigos de cebolla y de chile. El segundo año agregó al terreno de temporal
de maíz media labor de cacahuate. De riego en el terreno de maíz y cacahuate
alternaba cada dos años trigo y algo de avena y cebada, con agostadero para
casi una decena de cabezas de ganado vacuno con que ya se contaba. Sus
elementos de labranza eran sólo los tradicionales, ni por asomo cualquier
avance mecánico, excepto un poco después, una pequeña aspersora manual para
líquidos marca Jas.
El titánico
trabajo sin precedentes y la recia personalidad y honradez de mi padre, originó
pronto los ataques de la gente de baja estofa que nunca falta cuando alguien
realiza actos destacados y más si estos son en condiciones adversas. Por el
contrario desde luego la gran mayoría de los residentes en el rancho reconocían
sus méritos.
Dos hermanos con
cuyas familias habían llegado desconocidos al rancho y fincado sus casas
rudimentariamente en unos pedregales en las orillas del río chico, colindantes
con los terrenos de mi padre, sólo por maldad soltaban por la noche su hato de
puercos criollos en los planteros y hortalizas cuyos daños eran irreparables.
La reclamación
correspondiente no tuvo ningún efecto y mi padre de una pedrada ocasionó la
muerte de una de las crías. A la mañana siguiente muy a tiempo se presentaron
los afectados con el animalito muerto exigiendo de manera muy violenta y
amenazante que se les pagará. Con la promesa de que iban a corregir los
atropellos, por cierto incumplida, mi padre atendió el reclamo.
Una de las
familias más conocidas que hacía alarde de su presunta primera posición
económica y social en el lugar, pero que era más pose que realidad, se dedicó a
desacreditar los logros del
extraordinario nuevo vecino, dando opiniones tan descabelladas que incluso se
contradecían entre sí. La familia, principalmente yo, éramos objeto de sus
majaderías.
Las rivalidades
que fomentaron en la comunidad llegaron varios años después al extremo de los
ajustes de cuentas con sus rivales dentro del crimen organizado. En una visita
de paso a Garabatos, contiguo al El Salvador, el miembro más comprometido de
esta familia que ya andaba muy enredado, a mi padre y a mí ni el saludo nos
contestó.
Las familias de
los hermanos don Natividad, don Inés y don Pascual Aceves, así como de don
Pascual Barba, don Filemón Abarca, don Crispín Gallardo y las demás que
formaban el resto de la población, nos tenían mucha estimación. Los dos últimos
tenían negocios de abarrotes y el primero fue luego suegro de Francisco de la
Torre Franco primo hermano de mi padre al casarse con su hija Rosario y don
Crispín era en paralelo el encargado de la fábrica de tequila del Ing. Barba
uno de los hijos del conocido hacendado y charro nacional don Andrés Z. Barba.
María Guadalupe hija de don Inés se casó con Julián Morones quien con su mamá
doña Pachita y su hermana Piedad había traído al tiempo mi papá de Garabatos
como campesino y mediero.
Como complemento
quiero destacar los siguientes sucesos o anécdotas de esta etapa en la que
vivimos de mediados de 1939 a todo 1944.
*Un accidente en
que perdió la vida un hijo del Sr. Francisco Orozco de El Ranchito contiguo a
El Salvador, que en situación inconveniente se echó encima sobre el tórax el
caballo de raza que montaba al forzarlo infructuosamente a pasar el puente
rebasado por crecida de lluvia. Don Francisco fue el primer propietario en
Atotonilco de la fábrica de tequila Tres Matabueyes que le compró don Julio
González Estrada y que al presente es de Casa Cuervo junto con la marca líder
Don Julio.
*El regreso de
un perro tipo pastor alemán que al reconocerme acompañando a unos arrieros que
se lo habían robado más de un año atrás se reintegró con nosotros.
*Una rifa
trampeada en la que gané un caballito de sololoy en una lección de catecismo
dando el número doce que al oído me había dicho la catequista, una de las hijas
de don Filemón Abarca que se interesaba mucho en el tío Alberto hermano menor
de mi padre.
*En la propiedad
había una segunda casa, igualmente vieja como la que usábamos, dejada en pie
por mi padre junto con varios aguacates criollos en buena producción, por cuyo
frente pasaba la zanja conductora del agua, que abarcaba de lado a lado el
pequeño rancho. A la altura de la finca debajo de uno de los citados árboles
había una desvencijada cruz de madera que señalaba, como en múltiples sitios en
la región, el lugar exacto de un asesinato. Mi hermano menor José Luis de
escasos tres años discurrió llevársela a mi mamá como provisión de leña,
teniendo que repetir el trayecto nazarenil regresándola a su lugar.
*En dicha casa
se guardaba en la tarde noche el caballo que durante el día desempeñaba labores
cotidianas. Como mayor de la familia me tocaba trasladarlo a su caballeriza a
paso lento para enfriarlo. El umbrío recorrido de una casa a otra era escalofriante
si no por los pregonados supuestos fantasmas, si por los aspavientos de las
aves nocturnas al removerles su hábitat. Una noche mi hermano mencionado que
iba siguiéndome atrás del caballo, por travesura o por los nervios le dio un
varazo en el trasero al animal que al reparo me puso de refilón las patas
delanteras en la espalda que por suerte no causaron daño.
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