viernes, 25 de julio de 2014

AL CINE A GUADALAJARA

A mediados de los cincuentas ya teníamos diez años en Atotonilco. En  junio de 1954 había entrado a Banamex, después de haber trabajado tres como encargado del negocio de mayoreo y menudeo “La Colmena”, que el Sr. Cecilio Hernández Quiroz recientemente le había comprado a don Efrén Morales Orozco, empresa que junto con las de los hermanos don Víctor y don Ezequiel González Orozco y la de don Enrique Fonseca Navarro y familia, eran las principales del ramo abarrotero y conexos en aquel tiempo. El domingo era el día de descanso pero le ayudaba a mi padre cada dos en la miscelánea que no obstante su férrea oposición inicial, a mis instancias, habíamos comprado al Sr. Trinidad Vázquez Valle en la esquina de Colón y Mina.
Además de mi fuerte afición al cine me consideraba ya conocedor del mismo en algún grado. La lectura de revistas y otros medios sobre el tema me ayudaban. Al flamante Gran Teatro Cine Atotonilco, de don Margarito Ramírez, que había hecho quebrar a principios de 1946 al anterior y añorado cine Ideal de don Manuel Navarro Ruiz, obviamente no llegaban, ni mucho menos, todas las películas que deseaba ver. Los programas aunque se cambiaban varias veces a la semana, con sólo dos repeticiones y una parcial, dejaban fuera gran parte tanto de estrenos como de reposiciones. 
En esa época cada cine tenía programación diferente, esto es, ninguno las mismas películas y estas eran normalmente dos en cada programa y tres en las populares de los miércoles. Había en cartelera, como ahora, mucho más cintas de E.U.A., relegando las de otros países que en la misma tónica al presente pasan casi exclusivamente en cinetecas, festivales o “semanas especiales”. 
No obstante, la producción cinematográfica mexicana de entonces ocupaba mayor tiempo en pantalla que ahora porque la producción era abundante y además bien aceptada por el público. No había televisión, mucho menos videos ni cosas parecidas del presente. Únicamente la radio, en muy diferente plano, le hacía competencia al cine que era, con mucho, la principal diversión popular. Por ejemplo en 1954 se rodaron 136 cintas, Jorge Negrete había fallecido el cinco de diciembre de 1953; en 1955, 91; en 1956, 101, en 1957, 104, Pedro Infante murió el 15 de abril  y en 1958, 135.
Cito sólo estos ejemplos destacados: Los Fernández de Peralvillo, de Alejandro Galindo; Orquídeas para mi esposa, de Alfredo B. Crevena; Sombra verde, de Roberto Gavaldón,  de 1954; en 1955, Robinsón Crusoe y Ensayo de un crimen, de Luis Buñuel; La tercera palabra y La vida no vale nada, con Pedro Infante; de 1956, El camino de la vida, de Alfonso Corona Blake; La escondida, de Roberto Gavaldón, con María Félix; Talpa, con Víctor Manuel Mendoza, Lilia Prado y Ángel Fernández, y Adán y Eva, con Chistianne Martell.
En 1957, Los salvajes, de Rafael Baledón, con Pedro Armendariz; Flor de mayo, de Roberto Gavaldón, con María Félix, Jack Palance y Pedro Armendariz; El zarco, de nuevo con Pedro Armendariz; en 1958, Nazarín, de Luis Buñuel, con Paco Rabal, Marga López y Rita Macedo y La cucaracha, de Ismael Rodríguez, con María Félix, Dolores del Río y Emilio "Indio" Fernández.
En Guadalajara existían solamente diez o doce cines. Cuatro de ellos muy cercanos entre sí eran Alameda, Juárez, Avenida y Metropólitan en la Calzada Independencia, fáciles y rápidos de llegar desde la antigua central camionera. De Atotonilco a Guadalajara se hacían menos de dos horas en autobús y las corridas en ambos sentidos eran cuando menos cada media hora.
Así, muchos domingos alternados fui a nuestra Perla Tapatía a ver dos funciones de estreno ¡Cuatro películas! a escoger en tres de los citados cines, pues el Juárez ponía films de segunda corrida. Salía de Atotonilco, después de misa temprana, para estar ya en un cine a las doce en que empezaban las funciones, y a las cuatro de la tarde en la segunda en otra sala muy a la mano.
Normalmente me alcanzaba el tiempo para comer antes de la segunda función en el restaurante de los hermanos Reyes, frente al cine Avenida, para al final regresarme entre las ocho y media y nueve de la noche, a tiempo de cenar y dormir más o menos bien. En la primera vez la joven que me atendió en el restaurante, buscaba a mi acompañante destinatario de la segunda comida corrida que le pedí simultáneamente, y a su cara de asombro al decirle que las dos eran para mí, casi le da espanto cuando enseguida, por fregar, le pedí junto con la cuenta, una latita de camarones para dar fin a mi apetito, Fui siempre de buen diente,  hasta que ahora las dietas y las recomendaciones médicas de salud han cambiado las cosas.   

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