viernes, 25 de julio de 2014

FUNCIÓN DE CINE TRÁGICA

Lo que voy a contarles ahora del cine, sucedió un miércoles de fines de mayo de 1945. Teníamos ya casi cinco meses en Atotonilco y como ya mencioné en mi relato "La primera vez que fui al cine", me había convertido, hasta donde podía, en un asiduo cinéfilo. 
El cine "Ideal" de don Manuel Navarro Ruiz, se preparaba para la competencia que iba a tener con el nuevo y flamante "Gran Teatro Cine Atotonilco", que pronto inauguraría su propietario don Margarito Ramírez, coterráneo e importante político y rico exgobernador del estado y del territorio de Quintana Roo.
Entonces este cine tradicional del pueblo, mejoró su programación en general escogiendo para los miércoles de popular tres títulos norteamericanos atractivos. Ese día serían dos  con John Hall y María Montez, pareja muy popular en cine de aventuras, Hembra contra hembra y Alí Babá y los cuarenta ladrones y, saliéndose del tema, de terror El retrato de Dorian Gray, con George Sanders, basada en la novela de Oscar Wilde. La función, “en glorioso technicolor”, empezaba a las seis de la tarde, como todas las demás funciones de la semana.
Me había propuesto no perderme esa popular y no tenía dinero. El doctor  José Guzmán Martínez y otras de las personas a quienes les lavaba su coche o les  hacía eventualmente algunos mandados, ese día no me habían encomendado nada. No me quedó otra que pedirle a mi mamá dizque para un cuaderno. Al empezar la función ya estaba yo en gayola, después de pagar los buenos diez centavotes del escamoteo que ella seguramente no había creído su destino, pues de sobra sabía mi arraigada debilidad por el cine.
Las tres películas con sus dos respectivos intermedios, de unos cinco minutos cada uno, se llevaban de cuatro y media a cinco horas. Normalmente las cintas eran entonces de entre 80 y 100 minutos, un poco más cortas de la media actual. Debíamos salir pues de la función entre diez y media y once de la noche. Pero resultó que ese día los aguaceros del mes fueron plena realidad, cayendo un tormentón al empezar la tercera película, alrededor de las nueve.
Como era de esperarse con aquel diluvio, acompañado como pocas veces de rayos y fuerte viento, se fue la luz y en tanto que echaban a andar la planta de gasolina del cine y reparaban varios reventones de la película, que como hecho adrede se lucieron ese día, se perdió más de una hora.
El público retobón y festivo se daba cuerda gritando y mofándose. 
-Cácaro, que te ayude tu hermana.
-Mejor te presto la mía para que te muevas, babieco.
-Y así te quieres ir de chaquetero al cine de don Márgaro.
Yo, ¡Como me iba a salir! El retrato... estaba rete emocionante y... terrorífico. En realidad estaba doblemente asustado, por el tema cinematográfico y por las calles sin luz como boca de lobo, el rayerío y las crecientes de agua. Se dijo que esa tormenta había sido una de las  más fuertes en muchos años.  
Con el miedo, el sentido de culpa, la escena final tan impresionante de la película, caminando prácticamente a ciegas después de las doce de la noche, empapado por la lluvia que no cejaba y por los charcos en que me metía, llegué a la casa hecho un desastre. Intenté abrir de manera que no hiciera ruido la aldaba del portón, cuando sorpresivamente jaló la puerta mi padre que me estaba esperando.
Llovido sobre mojado empieza la feroz cintariza, más bien cuartiza, pues usó la cuarta de pajuelas de cuero crudío con nudos, reservada para ocasiones especiales a que hubiera lugar, como venía al caso esa vez. 
En el desayuno del jueves, que por ausencia de cena distaba 18 horas de la comida anterior, mi madre, como siempre lo hacía, retomó el asunto del cine. Me reprochó que no avisara y echara mentiras, que cada rato era lo mismo, que eran películas prohibidas, que la creciente, entre otros destrozos, se había llevado a un muchacho ya grande como yo. Aguanté eso y más de la nómina de la regañina y me fui sin comer nada a la escuela para no llegar tarde y no romper mi perfecta hoja de asistencia.  
Los buenos propósitos de obedecer a mis padres en lo del cine me duraban muy poco. Casi siempre reincidía en las populares citadas, sin desaprovechar en lo posible otros días de la semana en que se cambiaba de programa. Los domingos eran dos mexicanas de estreno que se repetían los lunes; los martes de único día, pasaban dos reestrenos de mexicanas o extranjeras; el jueves repitiendo el viernes, función de gala con dos estrenos gringos o europeos y eventualmente mexicanos. El sábado era de texanas (westerns) y serie de episodios del mismo tema u otro, repitiendo esta última junto con una infantil en la matiné del domingo a las once de la mañana, función que al igual que el sábado no tenían repetición.   
Algunas veces, para mi gran desdicha, se me venía abajo la fiesta cuando la clasificación en la tercera letra del alfabeto, hacía tan notoria la prohibición del film o filmes por exhibirse, que se encargaban de cuidar el orden aparte de los papás, los sacerdotes en las misas y los maestros en la escuela. 
María Montez, (1919-1951), seudónimo de María Antonia Gracia, fue una conocida actriz estadounidense de origen español, nacida en Santo Domingo, República Dominicana. De éxotica belleza, destacó en películas muy populares de época y aventuras, principalmente de temas orientales, como aparte de las dos mencionadas, Las mil y una noches, Sudán, Tánger, La Atlántida y otras, de las que en varias, repito, su coprotagonista fue John Hall.
Fue esposa de Jean-Pierre Aumont, actor francés con quien hizo Hans el marino. En Italia filmó El ladrón de Venecia y en Francia, Pasión prohibida con Erich von Stroheim y Pierre Brasseur. Murió en su casa de un ataque cardiaco mientras tomaba un baño en su tina, quedando su cuerpo, por esta circunstancia, como en “glorioso technicolor”, como a todo bombo se anunciaban sus películas.     
Sobre John Hall a quien, repito, lo tengo muy presente  por sus cintas con María Montez, solo encontré en mis libros de cine una referencia tangencial como coprotagonista con Frances Farmer en Al sur de Pago Pago, en la misma tónica aventurera de sus demás films.
George Sanders (Thomas Charles Sanders, 1904-1972), fue un actor inglés nacido en San Petersburgo, Rusia. Participó en una gran cantidad de películas y obras  teatrales desde 1922 hasta su muerte. En 1936 se incorpora al cine de Estados Unidos en Hollywood y antes al teatro en Nueva York en 1934. Interpretó con éxito notable las series El Santo y El Halcón, y para la televisión los programas El teatro del misterio de George Sanders, 1958, y su autobiográfico Memorias de un canalla profesional, 1960.
Entre sus muchas cintas podemos mencionar, aparte de la del presente trabajo de 1945, Rebeca, 1939, y Corresponsal extranjero, 1940, ambas de Alfred Hitchcoock; Eva al desnudo, 1950, por la que obtuvo el Oscar como Mejor Actor Secundario; Ivanhoe, 1952; Mientras Nueva York duerme, 1956; Moll Flanders, 1965, y Noche sin fin, 1972. Contrajo matrimonio en tres ocasiones, dos con las hermanas Zsa Zsa y Magda Gabor. Se suicidó en abril de 1972 con una sobredosis de barbitúricos.  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario