El cine "Ideal" de don Manuel Navarro
Ruiz, se preparaba para la competencia que iba a tener con el nuevo y flamante
"Gran Teatro Cine Atotonilco", que pronto inauguraría su propietario
don Margarito Ramírez, coterráneo e importante político y rico exgobernador del
estado y del territorio de Quintana Roo.
Entonces este cine tradicional del pueblo,
mejoró su programación en general escogiendo para los miércoles de popular tres
títulos norteamericanos atractivos. Ese día serían dos con John Hall y María Montez, pareja muy
popular en cine de aventuras, Hembra contra hembra y Alí Babá y los cuarenta
ladrones y, saliéndose del tema, de terror El retrato de Dorian Gray, con
George Sanders, basada en la novela de Oscar Wilde. La función, “en glorioso
technicolor”, empezaba a las seis de la tarde, como todas las demás funciones
de la semana.
Me había propuesto no perderme esa popular y no
tenía dinero. El doctor José Guzmán
Martínez y otras de las personas a quienes les lavaba su coche o les hacía eventualmente algunos mandados, ese día
no me habían encomendado nada. No me quedó otra que pedirle a mi mamá dizque
para un cuaderno. Al empezar la función ya estaba yo en gayola, después de
pagar los buenos diez centavotes del escamoteo que ella seguramente no había
creído su destino, pues de sobra sabía mi arraigada debilidad por el cine.
Las tres películas con sus dos respectivos
intermedios, de unos cinco minutos cada uno, se llevaban de cuatro y media a
cinco horas. Normalmente las cintas eran entonces de entre 80 y 100 minutos, un
poco más cortas de la media actual. Debíamos salir pues de la función entre
diez y media y once de la noche. Pero resultó que ese día los aguaceros del mes
fueron plena realidad, cayendo un tormentón al empezar la tercera película,
alrededor de las nueve.
Como era de esperarse con aquel diluvio,
acompañado como pocas veces de rayos y fuerte viento, se fue la luz y en tanto
que echaban a andar la planta de gasolina del cine y reparaban varios
reventones de la película, que como hecho adrede se lucieron ese día, se perdió
más de una hora.
El público retobón y festivo se daba cuerda
gritando y mofándose.
-Cácaro, que te ayude tu hermana.
-Mejor te presto la mía para que te muevas,
babieco.
-Y así te quieres ir de chaquetero al cine de
don Márgaro.
Yo, ¡Como me iba a salir! El retrato... estaba
rete emocionante y... terrorífico. En realidad estaba doblemente asustado, por
el tema cinematográfico y por las calles sin luz como boca de lobo, el rayerío
y las crecientes de agua. Se dijo que esa tormenta había sido una de las más fuertes en muchos años.
Con el miedo, el sentido de culpa, la escena
final tan impresionante de la película, caminando prácticamente a ciegas
después de las doce de la noche, empapado por la lluvia que no cejaba y por los
charcos en que me metía, llegué a la casa hecho un desastre. Intenté abrir de
manera que no hiciera ruido la aldaba del portón, cuando sorpresivamente jaló
la puerta mi padre que me estaba esperando.
Llovido sobre mojado empieza la feroz
cintariza, más bien cuartiza, pues usó la cuarta de pajuelas de cuero crudío
con nudos, reservada para ocasiones especiales a que hubiera lugar, como venía
al caso esa vez.
En el desayuno del jueves, que por ausencia de
cena distaba 18 horas de la comida anterior, mi madre, como siempre lo hacía,
retomó el asunto del cine. Me reprochó que no avisara y echara mentiras, que
cada rato era lo mismo, que eran películas prohibidas, que la creciente, entre
otros destrozos, se había llevado a un muchacho ya grande como yo. Aguanté eso
y más de la nómina de la regañina y me fui sin comer nada a la escuela para no
llegar tarde y no romper mi perfecta hoja de asistencia.
Los buenos propósitos de obedecer a mis padres
en lo del cine me duraban muy poco. Casi siempre reincidía en las populares
citadas, sin desaprovechar en lo posible otros días de la semana en que se
cambiaba de programa. Los domingos eran dos mexicanas de estreno que se
repetían los lunes; los martes de único día, pasaban dos reestrenos de
mexicanas o extranjeras; el jueves repitiendo el viernes, función de gala con
dos estrenos gringos o europeos y eventualmente mexicanos. El sábado era de
texanas (westerns) y serie de episodios del mismo tema u otro, repitiendo esta
última junto con una infantil en la matiné del domingo a las once de la mañana,
función que al igual que el sábado no tenían repetición.
Algunas veces, para mi gran desdicha, se me
venía abajo la fiesta cuando la clasificación en la tercera letra del alfabeto,
hacía tan notoria la prohibición del film o filmes por exhibirse, que se
encargaban de cuidar el orden aparte de los papás, los sacerdotes en las misas
y los maestros en la escuela.
María Montez, (1919-1951), seudónimo de María
Antonia Gracia, fue una conocida actriz estadounidense de origen español,
nacida en Santo Domingo, República Dominicana. De éxotica belleza, destacó en
películas muy populares de época y aventuras, principalmente de temas
orientales, como aparte de las dos mencionadas, Las mil y una noches, Sudán,
Tánger, La Atlántida y otras, de las que en varias, repito, su coprotagonista
fue John Hall.
Fue esposa de Jean-Pierre Aumont, actor francés
con quien hizo Hans el marino. En Italia filmó El ladrón de Venecia y en
Francia, Pasión prohibida con Erich von Stroheim y Pierre Brasseur. Murió en su
casa de un ataque cardiaco mientras tomaba un baño en su tina, quedando su
cuerpo, por esta circunstancia, como en “glorioso technicolor”, como a todo
bombo se anunciaban sus películas.
Sobre John Hall a quien, repito, lo tengo muy
presente por sus cintas con María
Montez, solo encontré en mis libros de cine una referencia tangencial como
coprotagonista con Frances Farmer en Al sur de Pago Pago, en la misma tónica
aventurera de sus demás films.
George Sanders (Thomas Charles Sanders,
1904-1972), fue un actor inglés nacido en San Petersburgo, Rusia. Participó en
una gran cantidad de películas y obras
teatrales desde 1922 hasta su muerte. En 1936 se incorpora al cine de
Estados Unidos en Hollywood y antes al teatro en Nueva York en 1934. Interpretó
con éxito notable las series El Santo y El Halcón, y para la televisión los
programas El teatro del misterio de George Sanders, 1958, y su autobiográfico
Memorias de un canalla profesional, 1960.
Entre sus muchas cintas podemos mencionar,
aparte de la del presente trabajo de 1945, Rebeca, 1939, y Corresponsal
extranjero, 1940, ambas de Alfred Hitchcoock; Eva al desnudo, 1950, por la que
obtuvo el Oscar como Mejor Actor Secundario; Ivanhoe, 1952; Mientras Nueva York
duerme, 1956; Moll Flanders, 1965, y Noche sin fin, 1972. Contrajo matrimonio
en tres ocasiones, dos con las hermanas Zsa Zsa y Magda Gabor. Se suicidó en
abril de 1972 con una sobredosis de barbitúricos.
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