El costo de las entradas fue bastante elevado
ese día y ordinariamente también en las
siguientes funciones. Al reducirse la asistencia esperada, el acaudalado
propietario tuvo que instruir al encargado de su nuevo negocio, don Pedro Valle
Macedo, bajarse al nivel del antiguo cine Ideal, propiedad de don Manuel
Navarro Ruiz, que a principios del 46 tuvo que cerrar con el pesar de muchos
aficionados. Ya sin competencia volvió a incrementarlos, aunque no en los
niveles originales porque el mercado no lo aguantaba. Para parroquianos tan
frecuentes con serias carencias económicas como yo, los costos estaban fuera de
alcance.
Fue cuando echamos mano de una solución
inmejorable: ¡Entrar sin pagar! El elegante nuevo cine, como todo negocio del
ramo que se preciara, tenía dulcería propia, pero este gran negocio colateral
de los cines modernos, estaba en este caso independiente de la zona de ingreso.
Los espectadores pedían permiso en los
intermedios de cada película para salir a comprar. No se daban contraseñas para
reingresar a la función; tal vez porque no tenían tiempo suficiente al
agolpárseles la gente que salía o porque no se les ocurrió.
Poniéndose atento, sin dejarse ver previo a las
salidas en el área de entrada, nos metíamos revueltos en la bola que reingresaba; y aún nos llegamos a
aventurar entrando solos comiendo o con algo en las manos, dando sólo el casi
infalible "gracias señorita".
Haciendo nuestra hazaña en el primer intermedio
veíamos la función completa de dos películas, ya que después del segundo
repetían la primera. No nos importaba que esto nos desvelara, acostándonos en
estas suertudas noches cineras por ahí de las once de la noche.
Como era de esperarse, el sistema de engaño que
seguramente no lo era tanto, en algún momento tenía que fracasar. Acompañado de
uno de mis amigos, nos detuvo y amedrentó con especial encono en una función de
los jueves de estreno, en pleno instante del “gracias señorita”, un inspector
comisionado muy celoso de su deber. El bochornoso incidente nada privado
erradicó de tajo esta manera clandestina de ver cine.
La encargada de la entrada era la señorita
Hermelinda Orozco González, hermana de don Ramón, conocido hombre de negocios
de Atotonilco en el ramo de refacciones automotrices, con cuya familia mantuve
siempre una larga amistad. Seguramente
la engañamos muy poco entrando sin boleto y por pena, más que la
nuestra, no ponía en evidencia nuestra nada legal forma de entrar cuando no
traíamos dinero. Quizás haya tomado en cuenta que muchas veces sí pagábamos. Mi
pasión por el cine lejos de reducirse por el incidente permaneció intacta y más
conforme fui conociéndolo por los demás medios.
Para costearme ésta como otras dos grandes
aficiones que había adquirido con similar pasión: el alquiler de las revistas
de cómics o monitos y la compra de otras publicaciones y libros, tuve que buscar otras fuentes de
ingresos para reforzar los inseguros del lavado de coches y mandados.
Me puse a fabricar saltapericos o truenos, con
garbanzos envueltos en una mezcla húmeda de clorato y raspadura de de cerillos
y papel de china. Se los vendía, a toda mi capacidad de producción, a una amiga
que tenía un puesto en la plaza a la que le decíamos la boxeadora. El negocio
para mi mala suerte no duró, pues en un infortunado accidente casi le cuesta
una mano a mi hermano José Luis, al explotarle a la altura del abdomen el reley
de coche en que yo preparaba el material. El sentido de culpa que me acarreó el
asunto es materia de otro relato.
Entonces conseguí un trabajo, por cierto no muy
agradable, que consistía en cargar y subir atados de cueros frescos del rastro,
a un camión comando que llevaba pasaje todos los días de Atotonilco a San
Francisco de Asís y San José de Gracia y viceversa. Estos camiones eran
aquellos que usaron los gringos en la Segunda Guerra Mundial y enviaron después
como desecho a México, siendo acá muy útiles para transporte de pasaje y carga
en brechas y lodazales.De las muchas películas que vi en el año de fines de 1945 al de 1946, varias fue sin pagar la entrada, como Cuéntame tu vida, la de la inauguración en reposición posterior; Días sin huella, con Ray Milland y Jane Wyman; La diligencia, con John Wayne; Qué verde era mi valle, con Maureen O'Hara; Casablanca, con Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid y Claude Rains; La gran ilusión, con Jean Gabin; Lo que el viento se llevó, con Clark Gable, Vivien Leight, Leslie Howard y Olivia de Havilland; Roma, ciudad abierta, con Anna Magnani; El ladrón de Bagdad, con Sabú; El mago de Oz, con Judy Garland, etc.
Mexicanas: la serie Las calaveras del terror, con Pedro Armendariz y los hermanos Tito y Víctor Junco; Flor silvestre y María Candelaria, ambas con Dolores del Río y Pedro Armendariz; Doña Bárbara, con María Félix, Julián Soler y María Elena Marquez; Nosotros, con Ricardo Montalbán y Emilia Guiu; La barraca, con Domingo Soler; con Jorge Negrete y Gloria Marín, ¡Ay Jalisco, no te rajes!, Canaima, Carta de Amor e Historia de un gran amor; Un día con el diablo y Ahí está el detalle, con Cantinflas; Rayando el sol, con Pedro Armendariz, María Luisa Zea y David Silva; La perla, con Pedro Armendariz y María Elena Marquez; Campeón sin corona, con David Silva. Así como algunas francesas, italianas y españolas.
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