viernes, 25 de julio de 2014

GARABATOS

Nací, según me indicaba mi madre, como a las dos de la mañana del 5 de febrero de 1936, como Felipe de Jesús, en el rancho Garabatos del municipio de Tototlán, en el que colindan los de Atotonilco y Tepatitlán, en la zona alteña jalisciense. Mis padres fueron Francisco de la Torre Hernández y María Dolores Galindo González. Vine al mundo en la casa de mis abuelos maternos Manuel Galindo González y Emilia González Franco, porque el abuelo le pidió a mi padre al casarse (7/5/1935), conociendo su acrisolada honradez y destacadas cualidades para el trabajo, que se fuera a vivir ahí para que le ayudara en el manejo del rancho, que era ya el más importante de los cuatro de la zona.
Los otros tres ranchos eran el de los tíos de la Torre de la Torre del otro lado del río, hijos del tío Aurelio de la Torre de la Torre y Luciana de la Torre Álvarez, originaria de San Miguel e l Alto. Este señor fue uno de los muchos mártires cristeros civiles de la Revolución Cristera (1926-1929) que es motivo de otro relato. El tercer rancho, era el del tío Cirilo Franco Hernández, ver relato Un Falso Hacendado, concuño del abuelo, pues era esposo de Magdalena González Franco; y el último, el ejido Garabatos, asentado ahí en la década anterior por las malhadadas gestiones del Sr. Franco.
En esta zona jalisciense de tierras áridas y pobres, donde al concepto de tenencia lícita se le da el más alto valor e inviolabilidad, y en que las extensiones de tierra de un solo propietario eran auténticos minifundios o pequeñas propiedades, el reparto agrario siempre fue mal visto y considerado fuera de lugar. La dedicación de los alteños al trabajo afanoso y no pocas veces heroico, ha sido motivo de reconocimiento de propios y extraños. Con todo, como en todas partes, no faltaron algunos cirilos en el arroz.      
Con el beneplácito de mis padres y por la arraigada costumbre, prácticamente ley no escrita, mis padrinos de bautizo fueron mis abuelos citados. Como el registro fue después de una semana, mi abuelo al inscribirme en Atotonilco el día 16, declaró que había nacido ahí y no en Garabatos el día 14 en vez del 5. Pidió luego a todos que me llamaran sólo Jesús, en recuerdo de su cuñado, amigo y compadre Jesús de la Torre Angulo, hermano de José y de mi abuelo paterno Cipriano, a quienes junto con un amigo mutuo, habían acribillado en 1923 en dicha ciudad, en un artero cuádruple asesinato, que también es objeto de otro relato, lo mismo que las consecuencias de los errores en mi acta de nacimiento.  
Las estrategias para fortalecer los patrimonios familiares de carácter cuasi feudal, eran, y lo siguen siendo en gran medida, emparentar con parientes o amigos de conveniente posición económica y social. Mi padre, sólo lejano emparentado político de su suegro, era muy apreciado por éste, por sus cualidades mencionadas, gozaba de su total aceptación, aparte de que, aún adolescente, a la muerte de su padre, se había  hecho cargo de la familia. Esto no era igual con su suegra, mi abuela, principalmente por su falta de patrimonio y por su carácter fuerte e independiente. Pero le convenía, entre otras cosas, para que adiestrara a sus dos hijos varones, un tanto bisoños todavía, Rafael y Gabriel, que completaban, con ocho hermanas, la numerosa familia Galindo González. Sobra pues decir, que no quería que el patrimonio fuera a caer por ningún motivo, en manos de sus yernos.
Al fallecer el abuelo en 1938, doña Emilia fue pensando en prescindir de los valiosos servicios mi padre, para dejar la hacienda en manos de sus dos hijos, quienes ya le habían aprendido bastante. Le vino a mano como pretexto un incidente entre mi padre y el tío bisabuelo José Galindo Castellanos, hermano de su suegro. Este señor, conocidísimo de todo mundo, era muy rico en tierras, ganados y otros bienes; acostumbrado a mandar y ser obedecido sin objeciones. Le reclamó a mi padre de manera muy violenta y arbitraria, el que en la caballada que se estaba utilizando para la trilla de trigo, se encontrara revuelta una yegua de su propiedad, de lo que era ajeno  mi padre. La enérgica autodefensa del inculpado le molestó mucho, llegando el asunto al conocimiento de la abuela.     
Garabatos fue de los ranchos incomunicados y dejados de la mano de dios, que en contraste, y tal vez por ello, llegó a tener una población de cierta importancia, máxime que la migración a los pueblos y cabeceras municipales, era entonces incipiente. Por ejemplo hasta en años recientes con la construcción de la carretera Tototlán-Tepatitlán, que lo ubica a una decena de kilómetros, las cosas han cambiado bastante, pero sigue siendo un espacio bastante despoblado y reducido por el vaso de la presa, también de hechura reciente, que irriga, a la eventualidad de las lluvias, otras áreas del municipio tototlense.               
La familia Galindo González llegó a Garabatos en 1917 o 1918, ya con seis hijos, que habían nacido dos en El capulín y cuatro en Ojo de agua de latillas, ambos pertenecientes a Tepatitlán, entre 7/1/1907 y 10/1/1917. Los cuatro restantes nacieron en su nueva y definitiva residencia a partir de 1919. 
El tío Cirilo arribó en la misma época como administrador, y no dueño como se ostentó,  procedente de los alrededores de San Ignacio Cerro Gordo, favorecido por una familia González de Jalostotitlán, éstos sí acaudalados hacendados, que habían aceptado la petición de sus padres para que sentara cabeza, pues ya con varios hijos, se seguía comportando como hijo de familia; además tenía problemas con la ley. Mujeriego, organizador de fiestas continuas, inquilino de carreras de caballos y gallos de pelea; todo esto nada fuera de lo común en muchos alteños, pero sí fuera de lugar su habilidad como sablista consumado, en lo que el objetivo acostumbrado a victimar era su concuño.    
El ejido, se había instalado, como mencioné, a instancias y componendas de don Cirilo con el gobierno. Después de no haberles rendido en ningún momento cuentas a sus patrones,  quedarse con el dinero que varios compradores vecinos le habían entregado como parte o total de respectivas fracciones del rancho, que como último recurso promovió ante los dueños y utilizó  indebidamente en connivencia con las autoridades para adjudicarse buena parte de la hacienda y cambiarle de nombre a esas tierras como El Carmen, porqué, trayendo la soga al cuello, provocó el advenimiento ejidal básicamente con gentes de fuera, incluyendo al  nefasto líder agrario. 
A los compradores, entre ellos mi abuelo paterno Cipriano, quien no contaba con otras tierras, el falaz embaucador les ofrecía recuperar parte de lo perdido, pero como ejidatarios, negándose todos rotundamente, al igual que la mayoría de medieros y campesinos dependientes, que querían enrolar para cubrir la nómina, teniéndola que complementar con fuereños como ya se dijo.
Entre las tropelías del comisario ejidal, además de amenazar continuamente a los pequeños propietarios con peticiones para ampliar el ejido, le canceló a mi padre, sin razón alguna, un contrato de arrendamiento para pastos de su ganado, dejándole cobarde y groseramente el aviso a mi madre. En su búsqueda para arreglar el asunto mi papá, para bien, no lo encontró en el escondite que había escogido, por lo que, ya más calmado, optó por venderle los animales, unas doce o quince cabezas de ganado, a su cuñado Rafael, a quien el malandrín, por otras reyertas personales, después asesinó. Al tiempo lo apresaron por otras fechorías en su cuenta, y el tío Gabriel no quiso agregar a sus culpas el homicidio de su hermano.             
Don Cirilo que siguió fiel a su modo de vida, durante la Revolución Cristera (1926-1929), se vio involucrado en un hurto de fondos del ejército. El militar de grado que envió posteriormente el gobierno a los Altos, General Miguel Z. Martínez, que comandaba el 54º Regimiento de Caballería, cuyas acciones tuvieron más de cacería de personas que de su apaciguamiento, lo colocó en el pelotón de fusilamiento, salvándose en el último momento mediante el salvoconducto que en el lecho de muerte firmó con gran dificultad en Tepatitlán, el bisabuelo Justo Galindo Castellanos, hermano del citado tío José, que aún era juez de paz y de acordada en la región.
Con 16 o 17 años de edad, al quedar huérfano en 1923, mi padre se fue de bracero a los E.U.A., para hacerse cargo de su familia. Aunque era el segundo hijo, el mayor, Agustín, no respondía al compromiso y el resto estaban pequeños. El primo Filemón de la Torre de la Torre, después esposo de su hermana María, le pidió acompañarlo. Realizaron en el norte, durante aproximadamente tres años, trabajos duros como el del  “traque” (ferrocarril) y agrícolas en el campo, de los que el primo, no tan necesitado ni entusiasta, luego quiso abandonar. Don Cirilo le había prestado a mi padre doscientos pesos para irse, que al regresarse le pagó religiosamente, no obstante el despojo de que había sido víctima la familia. Al no darle sus hermanos el destino indicado a las remesas que regularmente estuvo enviando, decidió, junto con el primo, regresarse para enderezar la situación, que incluía otros problemas, como la maternidad extramarital de su madre, en lo que se agregó a la cuenta de fechorías de Cirilo Franco y de una amante, su alcahuatería en el caso.     
Mi padre, con especial dedicación, no teniendo tierras propias y no haber otras alternativas, retomó las actividades agrícolas como mediero y jornalero en los cultivos del Sr. Franco, tocándole ahora, al igual que lo hizo con sus dos cuñados, enseñar a trabajar, sin mayor éxito, a los tres hijos varones de don Cirilo, Ramón,  Maurilio y Jesús. Obligó a participar en sus extenuantes tareas a sus hermanos, quienes nunca pudieron irle a la zaga. En Garabatos y en los ranchos del área, aún son relatadas sus hazañas insuperadas de trabajo. Se hacía cargo hasta de tres labores de siembra de temporal, maíz junto con frijol, y combinar en el tiempo de secas tareas a destajo en los cultivos de riego, trigo y garbanzo, en las que obligaba a participar a sus hermanos.  
La abuela paterna, Francisca Hernández de la Torre, pariente del marido asesinado, mi abuelo Cipriano, contrajo segundas nupcias con Juan Moreno Ubarrio, originario del norte del estado, quien como otros coterráneos suyos había buscado mejores horizontes hacia el sur. Procrearon dos hijos, Felipe y José, agregándose el entenado Jesús, fruto de la felonía que el miembro del ejército, Darío Vázquez,  le había dejado. El tío Juan, no abuelo, como siempre le dijimos, fue uno de los que aceptaron el agrarismo, en parte por no tener el concepto alteño de propiedad, y en parte, según aducía, para recuperarle a su esposa parte de lo perdido.
La comunidad ejidal, como era de esperarse, no gozó en ningún momento de empatía con los terratenientes, ni prosperidad ostensible, provocando como en muchos ejidos del país, el manoseo de parcelas y la más rápida migración a los pueblos, y peor todavía, a E.U.A., como braceros ilegales principalmente.  
Los cuatro hermanos hombres de mi padre, al tiempo fueron buscando otros rumbos. Su hermana María, como mencioné, se casó con el primo Filemón, cuyos hijos, primos hermanos y terceros nuestros, son en línea cinco veces de la Torre en siete roles, sin lamentar, afortunadamente, problemas de salud importantes. ¡Bendita vida del campo y más en aquellos años! En estos matrimonios consanguíneos tan frecuentes en el medio, siempre mediaban los permisos respectivos de Roma, mediante la intermediación clerical mexicana.      
José Moreno Hernández, medio hermano de mi padre, fue un admirable pintor sin manos, miembro oficial hasta su muerte de la organización internacional del mismo nombre, con sede en la ciudad de Vaduz, Liechtenstein en Europa; así como escultor, reparador de maquinaria, incluyendo relojería, e inventor. A principios de los cuarentas la familia tuvo que regresarse por poco tiempo a la tierra del tío Juan, Estación Castro (ahora Santa Bárbara en el municipio de Encarnación de Diaz) en la zona norte del estado. En una desbocada y caída de caballo de su hermano mayor Felipe, por la impresión quedó paralizado, quedándole sólo el cuello y la cabeza sanos. Al mismo tiempo, al parecer, contrajo polimiélitis, enfermedad que aún no era conocida. Se capacitó a base de esfuerzos propios extraordinarios y fue un benefactor del rancho. En relatos independientes, me ocupo de su trayectoria y la del medio hermano Jesús, quien al contrario, fue un hombre fuera del orden y la ley.      
Por la situación a la deriva, mi padre a fines de 1938 o principios del 39, con el producto de la venta del ganado al tío Rafael, y alguna otra cosa, buscó nuevos horizontes. Nos fuimos a San José de Gracia, municipio de Tepatitlán, en donde compró casa y una máquina manual para elaborar y embotellar refrescos, de aquellos que todavía tenían un gancho de corcho como tapón. La actividad, con el advenimiento del tapón corona de los competidores organizados  industrialmente, fracasó después de nueve meses, incluyendo uno o dos de reintento en Juanacatlán, cerca de Guadalajara. En ese tiempo llegaron a los pueblos chicos los refrescos con corcholata que conocemos.  
Le vendió la finca al tío Jesús Galindo Franco esposo, primo hermano y sobrino de la tía Consuelo hermana de mi madre. Decidió volver al campo, su elemento natural, de donde no debió salir, en cuyas faenas, como he dicho, era extraordinariamente experto. Adquirió en una buena oportunidad a fines del 39 o inicios del 40, un predio en el rancho El Salvador, contiguo a Garabatos, ya en el municipio de Atotonilco. Constaba de unas 13 hectáreas, propiedad de un anciano llamado Teodosio que lo tenía abandonado y vivía con una hija solterona, que creo se llamaba Eloisa. Al vendedor se le tuvo que mejorar el precio después de echarse para atrás, dando cabe el caso en la zona al sinónimo “Don Tocho” como sinónimo de rajón.      
El tío Gabriel manejó libremente el rancho familiar desde el final de los años treinta hasta la muerte de su mamá (19/8/1962). Repartió entonces las tierras correspondientes a las hijuelas de sus ocho hermanas, que se elaboraron a la muerte del abuelo; no formando  parte de este reparto la de su hermano fallecido soltero. Repartió simbólicamente también una decena de cabezas de ganado bovino a cada una. Astutamente no adquirió en ningún momento, más tierras en el lugar, pero sí, al igual que otras propiedades importantes, fuera de ahí. Llevó a cabo por su cuenta otros negocios, como la compra de novillos flacos a precios de oportunidad en el estiaje, para engordarlos en agostaderos del rancho, reservados de aguas a secas, y venderlos favorablemente para el consumo. También tuvo un criadero muy selecto de chivas lecheras muy reconocido en la región. Otros de sus negocios  personales fueron el cultivo de mezcalillo o agave tequilero, y el atesoramiento de valores monetarios.   
Las propiedades de los tíos de la Torre de la Torre, hijos del mártir cristero don Aurelio, están ahora en poder de sus hijos y algunos nietos, primos y sobrinos del que esto escribe, a excepción de la parte de uno de ellos, el tío José María, quien radicando en Tepatitlán, la vendió de manera un tanto rara a un tercero, que no la explota. La hijuela de mi madre, conjunta a la del tío Filemón cuñado de mi padre, fue adquirida por éste. 
El rancho de don Cirilo, de similar manera, a la muerte de su esposa, había quedado en manos de Jesús su hijo menor y albacea, quien les había ido comprando a sus hermanos, dos hombres y tres mujeres. Heredó a su muerte a sus hijos, junto con otras propiedades.
El embalse de la presa Garabatos, construida años después para irrigar otras áreas de la municipalidad de Tototlán, afectó buena parte de estos tres ranchos, primordialmente las partes de riego para las que bastaba el agua del río con sus pequeñas represas. El ejido, a diferencia, prácticamente no se vio afectado por ésta y sí de alguna manera beneficiado, al explotar exclusivamente los productos pesqueros de la misma.   
Los medieros campesinos que disponían de tierras e insumos del patrón respectivo para cultivar sus siembras año con año, normalmente maíz, combinado con frijol a una mata si y una no, y agregados como calabazas, chilacayotas, etc., que a su vez, junto con otras personas dependientes, se convertían en los tiempos desocupados, en asalariados para las labores cotidianas de las propiedades, en su mayoría formaban parte del equipo de la familia Galindo González, y en menor de la de don Cirilo. Los tíos de la Torre de la Torre, J. Guadalupe, Filemón, José María, Baudelio, Ascención y José, prácticamente se bastaban así mismos y sólo excepcionalmente contrataban alguna de estas personas; sus hermanas, todas solteras fueron Juana, Victoria, y Concepción, y en el ínter., que murieron jóvenes, Senorina y Maclovia.
De las familias de planta en el rancho de la abuela, recuerdo a Tacho Sánchez con su tía Cirila; un Sr. Gazca su esposa e hijo; doña Pachita Morones y varios de sus hijos, la familia Morales que vivían en lo que fue la hijuela de mi madre, trasladándose todos los días una parte de la misma familia desde Ojo de Agua de Latillas; lo mismo, a apoyar conforme a la demanda, algunos de los demás hijos de doña Pachita y el famoso chivero Ángel  “El Manso”. Con don Cirilo, recuerdo las familias de don Esteban Villa, José Ramírez y aunque no de planta, a una familia Villalobos.
Lugares vecinos a esta área de Garabatos, son, dentro del mismo municipio de Tototlán, San Agustín, que todavía algunos vecinos llaman por su nombre antiguo Chapulines; Los Algodones, donde vivió un Sr. Alfredo de la Torre que luego se trasladó a Ameca;  El ranchito, donde vivía don Francisco Orozco; parte del casco de la ex hacienda La Peñuela, que fue propiedad de don Andrés Z. Barba, y una parte de la misma llamada ahora La Uva. En el municipio de Atotonilco El Salvador, antes llamado Zapateros; Agua Zarca, Agua de la Vaca y El Zopial. De Tepatitlán San Ramón, Ciénega, donde está la antigua fábrica de tequila San Matías; Ojo de agua de latillas y Santa María.  
En el citado Los Algodones, con anterioridad y en una extensión mayor, radicó don Francisco Arana, hombre acaudalado que a fines de los veintes, en el cerro denominado La Mesa, enterró en varios lugares una gran fortuna en monedas de oro, que transportaba en una recua de mulas, ante el acoso del bandidaje de la Revolución Mexicana. En este cerro enorme, luego en manos de los tíos de la Torre, se han producido varias veces las mejores cosechas de agave tequilero de que se tenga noticia en los Altos, yéndole a la zaga sólo la hijuela de la tía Julia, hermana de mi madre, en el rancho San Ramón ya mencionado. Las  gentes del entorno han buscado continuamente el tesoro del rico Sr. Arana, en especial los Jueves Santos, no sabiéndose que alguien haya encontrado algo. 

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