sábado, 7 de marzo de 2015

EL CENTRO SOCIAL RECREATIVO ATOTONILCO

En el lugar donde ahora se encuentra el Portofino, frente al costado oriente de la plaza de armas, en 5 de Febrero y el eje Juárez, estuvo durante muchos años el Centro Social Recreativo Atotonilco, propiedad de Don Benjamín Navarro Hernández, Restaurant, Bar y Salón para Eventos Sociales, igual que el Portofino actual. Además en la mera esquina estaba, también propiedad del Sr. Navarro, el Bar Modelo que era el de más vuelo, con parroquianos conocidos de la mejor sociedad y cierto grado de autoselectividad. Esquina con esquina, enfrente, estaba el Bar Los Naranjos, más amplio que el Modelo, mucho más concurrido, clase media y alta también, del Sr. Manuel González, auxiliado algunos días por su hermano Salvador “El Méniche”, muy buen preparador de botanas. 
El edificio del Social Recreativo antes fue el Hotel Jardín y quizá inicialmente haya sido la casa  de algún acaudalado ciudadano. Se componía de un amplio patio central cubierto, con capacidad para unas 40/50 mesas para cuatro y hasta seis personas. Los cuartos en los cuatro francos, antes habitaciones del hotel, se empleaban como reservados para los clientes, oficina, bodegas y servicios sanitarios. Los que daban a la calle aparte del que albergaba al Bar Modelo, eran rentados para negocios independientes. Incluso Don Benjamín tenían una paletería franqueando la entrada principal de 5 de Febrero. Al fondo dando frente a dicha entrada se habían sacrificado uno o dos cuartos para estrado musical u otros usos. 
En los días festivos principales, como 15 de septiembre, 8 de diciembre, año nuevo, etc., se llevaban al cabo bailes especiales para celebrar el acontecimiento relatico. El del día 15 era muy sonado y oficial de los festejos patrios. Concurrían en sin falta en acto oficial las autoridades municipales e invitados locales y foráneos encumbrados del sector oficial y privado, presidiendo  la Reina y su cortejo, lo cual constituía realmente el principal acto de la noche, a diferencia de ahora en que esto se ha deslucido. La Reina era más mujer que jovencita y obviamente más majestuosa y sensual, esto último dicho con todo respeto.   
De los cincuentas-sesentas recuerdo con especial admiración de este tipo de reinas a: Blanca Velázquez, Tere Orozco, Arcelia Flores, Tere Cervantes e Ivette Muñiz. Orquestas bastante famosas amenizaban estos bailes, como Arturo Javier González, Pablo Beltrán Ruiz y otras. Alternaban normalmente con otro grupo musical, a veces también de alto vuelo. Recuerdo que en una ocasión la segunda orquesta fue Los Bomberos, que dejó una impresión muy agradable. Uno de sus trompetistas para interpretar el solo de  la melodía El niño perdido, se trasladó hasta donde sierra la calle de los padres o Morelos en José María Rojas. Al empezar se apagó la luz en todo el pueblo y el soliloquio fue impresionante en aquella inesperada quietud, impregnando toda la población y alrededores. Unas personas que venían de Los Altos escucharon claramente la sorprendente melodía en lo más alto de la cuesta.
En este centro de reunión se veía ordinariamente a gran parte de la sociedad atotonilquense afecta a festejar y convivir con sus amistades y así mismo a personas y familias de otros lugares. Concurrentes cotidianos eran, sin que desde luego la lista sea completa: Jesús Valle Vázquez, Ignacio y José “Pepe” Castellanos Flores, Los hermanos Fonseca Navarro: Enrique, Guillermo, Norberto, Adolfo, Germán, Hermila, Don Guillermo su papá; Ignacio González Vargas el popular “Siete Leguas” que en varias ocasiones tuvo altercados con el dueño por intentar modificar sus estrictas reglas de admisión; Carlos, Julio, Ignacio y Raymundo González Estrada; sus primos hermanos dobles Fermín, José, Jesús, David y Alberto; Ing. Luis, Raúl, Carlos y Alicia  González González,  hijos de Don Víctor González Orozco;  el Lic. Ernesto Moreno y D.; los hermanos Córdoba Ibarra Dres., Guillermo, Cruz, Urbano y Ernesto, Ing. Vicente, cuando estaba de visita, y Arcelia; sus hermanos Arturo, Salvador y Ernestina estaban aún chicos; los doctores, entre otros,  José Guzmán Martínez, Fernando de Alba Hermosillo, Gerardo de la Mata, y Casillas de quién no recuerdo su nombre.  
Ayudaban eficazmente a Don Benjamín en el manejo del negocio: su sobrino Edmundo “Mundo” Guardado, así como meseros muy populares y estimados por los parroquianos como Alfonso “Ponchito” Barón, quién ya desempleado no se animaba a abrir el primer “Pipiolo” que sería luego una importante cadena de restaurantes en Guadalajara, propiedad de un señor Vaqueiro del D.F. a repetida insistencia de Raymundo González Estrada  que lo recomendó.  
Cuando el inmueble fue adquirido por Ignacio Barragán Maldonado, el señor Navarro, un tanto desmejorado de salud, abrió una farmacia en Guadalajara por la Av. Revolución a la entrada de Tlaquepaque, en una finca con casa habitación contigua de su propiedad. Ahí falleció pocos años después.  

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