sábado, 7 de marzo de 2015

TRABAJO EN "LA COLMENA"

A fines de septiembre de 1951, una vez que se terminó el trabajo eventual en la casa Valle en lo de los pepinillos para la empresa Clemente Jacques, me fui a trabajar a la  tienda La Colmena que el señor Cecilio Hernández Quiroz había adquirido de don Efrén Morales Orozco. Era un antiguo negocio abarrotero mayorista de Atotonilco que estuvo entonces en  16 de Septiembre frente al Mercado Hidalgo, en el lugar que ahora es Las Fábricas de Francia de ropa y novedades propiedad de los hijos del Sr. Luis Hernández Navarro. Cecilio Hernández era al adquirir en traspaso este negocio, locatario del mercado en el mismo ramo en la esquina de 16 de Septiembre y la ahora Dr. Juan José Espinosa, que rebautizó como La Colmenita.   
Este trabajo del que luego me hice cargo junto con los demás negocios del dueño, me enseñó con rapidez las cosas que se manejaban en el ramo y su diversidad de clientes y proveedores. Aparte de abarrotes se manejaba mercancía de los giros acostumbrados entonces como ferretería, tlapalería, etc. El nuevo dueño agregó luego ropa y telas, giro que  por lógica resultó incompatible con los demás. Tampoco funcionó el convenio con el Sr. Salvador Hernández para proveerle en exclusiva las necesidades para su negocio en el barrio de Los Leones y el traslado de su hijo Francisco Hernández Aceves como encargado de La Colmenita, movimientos que al tiempo fracasaron. Francisco se convirtió después en un conocido comerciante e industrial en el ramo mueblero y de electrodomésticos con La Casa del Radio de la que abrió sucursales locales y foráneas.   
La desbordada actividad y entusiasmo de Cecilio, para emprender cosas empíricamente sin la planeación conveniente, como se deduce de lo anterior, en que medió siempre mi opinión en contra, lo llevó sin medir complicaciones y eventualidades del medio agrícola michoacano a arrendar tierras meloneras en Apatzingan, a lo que por malos resultados tuvo que renunciar. Previo a esta decisión me planteó su intención de pasarme La Colmena en sociedad, cosa que yo no veía viable porque aparte de las prácticas citadas, tenía implicaciones familiares en que hasta los cuñados metían o pretendían meter mano y me ponían en entredicho para cumplir las indicaciones recibidas, ganándome además su injustificado repudio que por cierto me importaba muy poco.   
El gran número de clientes de mayoreo y menudeo locales y prácticamente de todos los ranchos del municipio y de algunos aledaños, alteños y de la ciénega, concurrían a compras principalmente los  domingos, diferenciándose los foráneos claramente por sus maneras de comprar. Los primeros más conservadores y cuidadosos de los precios y las mercancías a recibir, incluyendo el trueque de los huevos de sus gallinas que se les tomaban a cuenta, contra una menor preocupación general de los del plan.        
Abría la tienda de lunes a domingos a las ocho de la mañana alternando dos o tres días más temprano para supervisar La Colmenita y mensualmente practicar una tarde los balances en la tienda de Los Leones. Se cerraba a las siete o hasta que salía el último cliente y luego del  corte de caja proseguía con las labores contables. El día de descanso se componía, como hasta ahora según entiendo, con las tardes del sábado y del domingo. El sábado generalmente no se perdonaban las reuniones o comidas en paseos y días de campo de diversa índole.    
El Sr. Enrique Fonseca Navarro, que había trasladado su pujante mayoreo abarrotero "La Fama" de la esquina de 16 de Septiembre y José María Rojas, donde ahora es la casa de los herederos del tío Gabriel Galindo González, con el nuevo nombre de "La Casa Amarilla" a Andrés Terán frente al Mercado Hidalgo, me ofreció el mismo puesto que rechacé al considerar incorrecto irme con la competencia. Casi desde mi ingreso me empezaron a invitar a Banamex, donde obviamente conocía y me conocían todos. El gerente don Urbano Díaz Aguirre al tiempo se salió con la suya.
Resultó que en una de las idas de mi patrón a Apatzingan el fin de la primera semana de junio de 1954 no me quedó otra más que llamarles la atención con cierta energía a sus dos hijos ya grandecitos para que dejaran las guerritas que practicaban con la sal y el azúcar y otros artículos en polvo de las cajoneras con los cucharones de los mismos. Su mamá con quien iban seguramente ese día andaba más de malas al recriminarme con un “son más bravos los tenejales que la cal”. No le contesté absolutamente nada ni para bien ni para mal. Ese día, viernes o sábado, llegó por la tarde a comprar algo el Sr. Díaz Aguirre y al reiterarme la pregunta e invitación: “¿Cuándo te vienes al banco?” y mi sorpresiva respuesta “Ahí nos vemos el lunes” selló el compromiso del inicio de una carrera bancaria de 20 años, que había rechazado repetidamente.
En la noche antes de cerrar regresó el Sr. Hernández a quien después de darle los informes del negocio, sin mencionarle para nada el incidente con su familia, le dije de sopetón que hasta el domingo trabajaba. Después de atragantarse por la sorpresa con el cigarro que traía casi permanentemente en la boca, me preguntó porqué me iba, adonde y cuánto iba a ganar, a mis respuestas de que había empeñado mi palabra al Sr. Díaz y ni siquiera sabía mi sueldo y no poder aceptar su oferta de pagarme el doble, quedamos en buenos términos incluso  posteriormente hasta su fallecimiento. La Colmena tuvo que cerrarse unos tres meses después de mi salida. Él construyó luego unas casas para renta por el rumbo del barrio de los pozos al norte de prolongación Colón a la altura de 5 de Mayo. Después se fue a los E.U. de donde periódicamente venía a Atotonilco.    
Mi ingreso al Banco Nacional de México fue el lunes 8 de junio de 1954. Se ubicaba todavía en su local inicial de 16 de Septiembre y Prisciliano Sánchez, donde se inauguró ante la sociedad atotonilquense el domingo 5 de febrero de 1950, Hoy es la pollería El Gordo de Jorge Velázquez Aceves. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario