domingo, 27 de julio de 2014

EL ASIENTO DE BOTELLA

Esto también sucedió en el rancho El Salvador municipio de Atotonilco a la mitad de los cuarentas del pasado siglo veinte. Como en otros casos he mencionado, uno de mis trabajos consistía en llevar en las mañanas después de la ordeña las dos vacas lecheras que aprovisionaban de lácteos las necesidades de la casa, con sus becerros, a los terrenos de pastoreo que les tocara y que cuando los propios estaban sembrados iban a los rentados más o menos cercanos, como correspondía en esta ocasión.
Arriando las cuatro reses por el camino de salida en lo propio, me daban mucho trabajo corriendo hacia los sembradíos. Yo tenía entonces seis o siete años. El día de los hechos estaba muy mojado por el aguacero de la madrugada. En lugar de los huaraches de uso normal, traía unos de confección casera llamados de raya, sandalias ligeras, hechos con una baqueta o suela de cuero grueso como piso y una cinta de cuero suave que a través de dos perforaciones laterales abrazaba el empeine, el talón y en medio del dedo gordo.
Ya casi para llegar a la puerta del camino real, una de las vacas corrió con todo y cría a la huerta de cacahuate que era la que más les gustaba. Hice lo mismo pero al saltar del camino hacia los surcos mi pie izquierdo cayó en un asiento de botella que al impacto desplazó el huarache y me hizo sin protección alguna un corte a lo ancho de la planta.
De momento no hice caso ni sentí el profundo tajo del vidrio para ocuparme de regresar los animales al camino y poder continuar mi trabajo. Enseguida me di cuenta del tamaño de la herida y de las molestias que causaban la hierba y grava del callejón. Terminé el traslado del ganado y regresé a la casa hecho un desastre. En el camino no dejaba de pisar, como era natural, restos de estiércol y otras cosas peligrosas.
Mi madre ni siquiera contaba con agua oxigenada, menos sulfatiazol y todavía menos algún medicamento propio para el problema. El tétanos, si era un terrible y temido peligro, igual resultaba un ilustre y soberano desconocido. Me lavó muy cuidadosamente la nada leve herida con agua hervida y me cubrió con una venda que hizo de manta nueva que tenía para confeccionarnos camisas y calzones a la familia.         
Con precisión no sé cuanto duraron los cuidados pero si que no fue ni remotamente mucho, pues recordaría si alguien hubiera tenido que hacer mis tareas. Bendito dios que a través de la naturaleza nos proporcionaba la salud prodigiosa que gozábamos  entonces en los medios rurales, donde hoy es muy diferente. La herida sanó muy bien dejando una cicatriz lineal y tersa a ras de piel que jamás dio ni ha dado ninguna molestia.

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