domingo, 27 de julio de 2014

LA CÓCONA DE DOÑA PACHITA MORONES

Vivíamos en El Salvador, antes Zapateros, rancho del municipio de Atotonilco a pincipios de los cuarentas del pasado siglo. Yo contaba cinco o seis años. Mi papá con todo y lo extraordinario que era en el trabajo agrícola, tuvo que conseguir ayuda por el avance de sus negocios en la propiedad que había comprado prácticamente en ruinas escasos dos años atrás.
Estuvo llevando sin ayuda formal alguna el cultivo de tres labores de maíz y frijol y media de cacahuate, por lo que toca a temporal de lluvias, así como pequeñas huertas de hortalizas, naranjos, papayas y caña de azúcar, por lo que corresponde a riego, pues el rancho tenía agua limpia rodada sobrada, y si las tierras de temporal hubieran sido más feraces les habría las cosechas de riego.
De esta manera contrató como mediero y campesino a sueldo a Julián, hijo soltero de doña Pachita Morones, cuya familia había abandonado el marido dejándole  doce hijos. Estaban  haciendo lo mismo en Garabatos en el extenso rancho de mi abuela materna y mi padre los conocía bien. Junto con la mamá y el hijo venía también Piedad hija también soltera con problemas leves del cerebro. Ocuparon una casa convenientemente ubicada a la entrada del pequeño rancho por la que se accesaba desde el camino real, que permitía la privacidad y vigilancia.
El Salvador, como otros ranchos, tenía en ese tiempo mucho más habitantes. El camino real había pasado a ser de lado a lado la calle principal y albergaba comercios así como el templo con un extenso atrio, en el que se oficiaba misa los domingos en la mañana por un sacerdote que enviaban del poblado San Francisco de Asís, antes La Estanzuela, del mismo municipio. Así mismo contaba con dos fábricas de tequila, una de don Carlos González Estrada de familia eminentemente tequilera; entre sus parientes su hermano Julio, creo las marcas Don Julio y Tres magueyes, y otros, sus propios sellos, La segunda planta era del Ing. Porfirio Barba, uno de los hijos de don Andrés Z. Barba, conocido personaje de la charrería y el folclor nacional.
Entrando al tema titular de este relato, entre las labores que me tenía encomendadas mi papá, una era cuidar que las gallinas y guajolotes de Doña Pachita, animales domésticos caseros, con otros, comunes en los ranchos, no perjudicaran las siembras, especialmente la de cacahuate que les encantaba, aunque al frijol tierno no le hacían el desaire. Supuestamente Piedad tenía que ayudarme pero con frecuencia los animales hacían su agosto y yo cosechaba las regañinas al caso.    
Cumpliendo mi trabajo, en una de esas le atiné en plena cabeza con una pequeña piedra bola a una guajolota que andaba con sus crías en plena comilona de cacahuates que estaban ya formados casi a flor de tierra en las guías de las matas, fáciles de sacar, y ¡zas! que cae como fulminada por un rayo. No pasó mucho para que doña Pachita se presentara ante mis papás con la cócona muerta en sus brazos.
-Don Pancho, Chuyillo me mató mi cócona.
-Que andaba haciendo el animal.
-Pos si andaba en el cacahuatal, pero no era para matarla.
-Así debió ser, cuánto cree que valga.
-No vine a eso, pero por las que he vendido más viejas me han dado dos pesos.
-Lola - a mi mamá-, dale cuatro pesos del cajón y de la cocina algo que le falte para que a Julián y Piedad les haga un buen mole.
-Patrón, quédese con ella.
-Esta vez no, encárguele a Piedad que cuide mejor. 
-Si lo hago pero ya ve como es de atarantada.   
En la comida del día siguiente también nosotros comimos mole de doña Pachita.
A Julián Morones aparte de irle bastante bien con mi papá, contrajo matrimonio con una de las muchachas más bonitas de ahí. Al no ocuparlo el nuevo dueño cuando se le vendió para irnos a Atotonilco, compró unas hectáreas que tenían algo de riego, donde muchos años después lo visité.
Doña Pachita se regresó con Piedad a su rancho de origen y no a Garabatos, en donde se había cambiado la mayor parte de agricultura a ganadería, tratando de proteger con ello la tenencia de la tierra de las exigencias gubernamentales más duras para el primer giro. Estaba en plena euforia el reparto ejidal cardenista. 

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