domingo, 27 de julio de 2014

QUEMADA EN EL TRIGAL

También muy chico, de poco menos de dos años, mi tía Irene la hermana menor de mi mamá, aún niña, obtuvo a regañadientes que la dejara llevarme a su casa, que era la materna de la abuela Emilia González Franco en el rancho Garabatos donde vivíamos.  
En el camino de unos dos kilómetros con “maroma” o paso levadizo de por medio en el río, discurrió dejarme a ras de tierra para cortar unas flores silvestres de las que abundaban entre la siembra de riego de trigo que en ese tiempo estaba sembrado en las tierras de plan  de la amplia propiedad de la abuela.       
Tal vez lo hizo cansada por mis cortos pasos al haber caminado la mayor parte del recorrido o tenerme que cargar a ratos. Al tardarse más de lo conveniente en la recolección u olvidarse de mí más de lo conveniente, el sol ya lo suficientemente fuerte de la media mañana de mayo hizo su efecto en mi piel. 
El proceso de los remedios caseros aplicados incluida talqueada de maicena, requerían poco más de un día, por lo que en lugar de regresarme al día siguiente según lo convenido, lo hizo un día después hasta que hubieran desaparecido la mayor parte de las quemaduras.         
Cuando llegó a entregarme mi mamá ya sabía del percance desde el principio por boca de la esposa de uno de los medieros de la abuela que eventualmente la visitaba.

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