domingo, 27 de julio de 2014

FUNCIÓN DE TÍTERES

Tenía a lo más cuatro años de edad, fines de 1939 o principios del 40, cuando en el rancho El Salvador, del municipio de Atotonilco donde vivíamos, hubo una función de títeres a la que asistió todo mundo, chicos y grandes y hasta bebés en brazos de los mayores, pues nadie hubiera accedido a cuidar estos últimos y perderse el acontecimiento. Todos lucían sus mejores prendas para el eventual festejo que se iba a celebrar. 
Tendría lugar en el corral de una de las casas grandes del rancho, a cargo de una pareja   de esposos, o lo que fuera, seguramente comediantes famosos por lo repleto que estaba el corral hasta con gente de otros ranchos. Tres muñecos representaban a dos hombres y una mujer. El escenario de cortinillas negras sostenido en un armazón de varillas metálicas, fue montado sobre dos mesas grandes de la casa, quedando atrás oculto y encaramado en dos bancos el dueto artístico manipulador de las marionetas.       
El tema de la función, muy lejos de que fuera propio para niños, ahí estaba igual de retirado para una vigilancia legal al respecto. Cualquier acontecimiento en un lugar entonces tan aislado, era una fiesta que nadie iba a perderse. Consistía en la escenificación del tema vernáculo de la canción ranchera mexicana tratado en el corrido de Felipe Valdez Leal, Por una mujer casada, que en la actualidad aún se sigue escuchando.  
La carencia de luz eléctrica se sustituía con aparatos de petróleo y unas velas. Alguien pudiente del lugar prestó un acumulador y una novedosa y potente lámpara Cóleman con tanquecito de gas integrado. La radio, ya con muchos años en el país, ahí se desconocía.  Era un privilegio escuchar música en los grandes y gruesos discos de pasta de 78 revoluciones por minuto que contenían una melodía por lado, en alguna victrola de cuerda RCA Víctor, y todavía más raro en una de las primitivas consolas cuyo mueble rectangular con patas ocupaba mucho espacio.    
Así pues, para asistir a esa fiesta en la que para sentarse cada quien tenía que llevar su silla y algo más si quería, en el corralón se instalaron la mayor cantidad de los aparatos de alumbrar mencionados, incluyendo cerca del escenario una Cóleman más delante del telón de fondo y atrás de éste, no visible, la victrola en la que se tocó la canción mencionada tema del relato, con pausas manuales para seguirle el hilo a éste, y El Herradero, ambas interpretadas por Lucha Reyes (María de la Luz Flores Aceves), la auténtica reina de la canción ranchera, originaria de  Guadalajara (23/5/1906-25/6/1944), de familia de Arandas en donde algunos sostienen que realmente nació.    
En dos álbumes L.P. que conozco de Lucha Reyes, no aparece Por una mujer casada; debe haber sido grabada en un disco sencillo no integrado a éstos. También grabó estas melodías Matilde Sánchez “La Torcacita”, otra jalisciense de primera línea (Cocula 13/3/1926-1/11/1988), quien no obstante su corta edad era una fuerte competidora. Lola Beltrán (María Lucila Beltrán Ruiz), Rosario, Sin. 7/3/1932-Distrito Federal 24/3/1996, que en su momento fue apoyada por La Torcacita, no llegó nunca a igualar a Lucha Reyes y en ese tiempo estaba todavía en su tierra. 
Para ambientar y aligerar el ambiente a la concurrencia por lo fuerte de la historia, la pareja de cómicos tocó El Herradero al principio y al final de la representación, y la canción tema todo el tiempo a medio volumen. El relato de los titiriteros se extendía mucho en el pleito verbal y de hechos que sostenían los tres personajes, teniendo su clímax con la muerte a cuchilladas de los rivales y el llanto como plañidera de la esposa infiel y mancornadora.
La truculenta historia, como era lógico provocó diversos comentarios entre los asistentes, haciendo el asunto más escabroso e impropio para los menores que asistíamos, sobresaliendo los de las mujeres sobre semejanzas de presentes y ausentes con el tema de la obra. Sus cuchicheos con guiños de ojos incluidos, eran alusivos a personajes a quienes no obstante nuestra corta edad, identificábamos o sospechábamos con claridad.
En el campo, a diferencia de otros ambientes, las cosas se aprenden más temprano. Los actos de las personas, de los animales y de la naturaleza misma, forman parte cotidiana del medio, que a personas de las áreas urbanas, cuando menos en aquellos tiempos, sorprendía y hasta escandalizaba.   

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