domingo, 27 de julio de 2014

LA LLORONA

Esta leyenda de origen mexicano, nace en el tiempo prehispánico y de la conquista en la ciudad de México o Tenochtitlán, tomando carta de identidad en los más diversos lugares del país y casi en todo Latinoamérica, en donde a veces se alterna con otros nombres.
Al fantasma o ánima en pena con que se le identifica, la refieren a la diosa Cihuacóatl que lloraba la pérdida de sus hijos a manos de los españoles, a Doña Marina La Malinche por haberse aliado con Cortés. Y con varias otras mujeres. Una ostentosa cuya codicia al enviudar la llevó  a la miseria y ahogó  a sus hijos. Una joven enamorada muerta un día antes de casarse. La esposa fallecida en ausencia de su marido para darle el beso de despedida. Otra asesinada por su marido a quien busca para confesar su inocencia. O la enamorada de otro que le pide que mate a sus hijos para quedarse a su lado y luego lo ve con otra y el remordimiento la hace penar, como a las otras, al grito de “ay, mis hijos”.
En el medio rural donde viví con mi familia hasta los nueve años de edad, a la llorona se le ubicaba principalmente en las partes más umbrosas de los cauces de los ríos que era obligatorio transitar, donde los sabinos y sauces de gran tamaño junto con arbustos y yerbajos densos, eran sombrías y de difícil acceso.   
En el rancho Garabatos, su supuesto hábitat se identificaba debajo de la “maroma” o puente colgante individual del río, de difícil paso, que iba de una orilla a otra, soportado por los troncos de tres frondosos sabinos, uno de cada lado y el otro en medio del lecho. El efecto de zozobra se recrudecía cuando hacía mal tiempo y en las noches y las madrugadas.
En El Salvador, colindante del rancho anterior, de nombre viejo Zapateros, que en mi opinión debió conservarse, a la siniestra dama se le situaba en el humedal boscoso que formaba en paralelo un tramo del camino real con el cause lento y silencioso del río, en el que el fortuito ruido de las aves moradoras del paraje al transitar por ahí, iniciaban o elevaban el suspenso apanicado que ya se llevara.
Este escenario lo recorría necesariamente en la mañana y en la tarde, para trasladar a los terrenos de agostadero al otro lado del río, las dos vacas y sus becerros después de la ordeña en el corral de la casa, y en la tarde, “pardeando”, a la inversa al  “apartar” los becerros de sus madres para ordeñarlas mi papá al día siguiente, en que era su apialador ayudante.                
Además se tocaba el lugar por diversas necesidades, como en las visitas a Garabatos, donde nací y había vivido mis primeros tres años, entre otras los domingos para ir con mi abuela materna por una cantarita con cinco litros de leche, que mi papá vendía con camotes tatemados a la entrada del templo de El Salvador durante la misa. Esto a la edad entre cuatro y cinco años.
Aparte, en ese tiempo en que no había emigrado tanta gente a los pueblos, se hacían visitas a parientes o vecinos en ranchos del entorno, que contaban con lugares propicios para ubicar la leyenda.
En la cultura contemporánea hay numerosas obras que se ocupan de la materia.
En la literatura, entre otros autores, Artemio de Valle Arizpe: Historia, tradiciones y leyendas de las calles de México, Marcia Trejo: Fantasmario mexicano y Guía de seres fantásticos del México Prehispánico, Guadalupe Appendini: Leyendas de provincia, Alfonso Caso: El pueblo del sol.
En el cine, también entre otras, películas como, mexicanas: de Ramón Peón: La llorona, (1933 y 1959), René Cardona: La herencia de la llorona, (1946), Mauricio Magdaleno: La maldición de la llorona, (1961), Rafael Baledón: La venganza de la llorona, (1974), Rigoberto Castañeda: Kilómetro 31, (2005). De otros países: Haunted from Within (2005), The Wailer 1 (2006) y 2 (2007).             
En la televisión, en El chavo del ocho, Roberto Gómez Bolaños, hace alusión al personaje en los de Doña Florinda y Doña Clotilde. En Costa Rica, Venezuela y los Estados Unidos, se le ha identificado en varias series.
En la música, principalmente el son istmeño de Tehuantepec, Oaxaca, con muchas versiones e intérpretes como las de Eugenia León, Chavela Vargas, Oscar Chávez, Lucha Villa, José Alfredo Jiménez y Lila Downs. Extranjeros Susana Harp, Raphael, Joan Báez, etc.       
La llorona en Latinoamérica:
Argentina.  Mujer que mató a su hijo ahogándolo en un río.
Chile. Se le conoce como la Calchona, la Viuda y la Condená.
Ecuador. Leyenda de la Dama Tapada, que abandonada por su esposo junto a su bebé, enloquece y ahoga al niño en el río, pero se arrepiente y lo busca, lo encuentra muerto y sin el dedo meñique, se suicida y su alma vaga cortando este dedo a quien se aparezca.
Colombia. En paralelo con las leyendas de la Patasola y la Tunda, la llorona es espectro errante que recorre en bata valles y montañas y cerca de ríos y lagunas; de su nariz cuelga un cordón umbilical y con sus manos huesudas y ensangrentadas arrulla a un feto muerto.
Costa Rica. Junto con las consejas el Cadejos y la Cegua.
El Salvador. A la par con la Siguanaba y la Descarnada.
Guatemala. Una María que tuvo amores con un mozo y ahogó los hijos de su desliz.
Honduras.  En unión con la Sucia, se le sitúa junto a los ríos.
Panamá. Es el cuento folclórico más popular junto a los de la Tulivieja y la Tepesa.
Uruguay.  Deambula llorando y clamando por los hijos que mató.
Venezuela. Se conoce la leyenda y la de la Sayona.

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