lunes, 28 de julio de 2014

EL PRIMO LENCHO

Somos bastante más de cien primos hermanos, las 16 familias de mis padres y sus hermanos dan este resultado. Por una ley no escrita, que era la costumbre en las familias jaliscienses y más en las de los Altos, los primogénitos teníamos destinados como padrinos de bautizo a nuestros abuelos maternos.  
Una excepción a esta regla fue mi primo Lorenzo, Lencho, que es bienaventurado, hijo de la hermana mayor de mi madre, que lo apadrinó, antes de irse a trabajar a los Estados Unidos, un hermano de su padre, previendo no se les presentara otra ocasión para hacerse compadres.
Algunos dijeron que la tara había sido por cambiar la tradición, o porque el primo nació el 28 de diciembre, día de los inocentes. Sin duda fue así porque así tenía que ser. Otros le decían que la bienaventuranza de Lencho le debía tocar a algún otro primo más consanguíneo que él, ya que algunos repiten el lazo de sangre cuatro o cinco veces, y en el peor de los casos, otras tantas más retiradito.
Su genealogía no iba al caso, pues su papá, si acaso, era pariente muy lejano de mi tía su esposa. Como todas las personas de su estado, el primo dice y hace las cosas como se le viene en gana, espontánea y abiertamente. Así, nombra verdades y “pisa callos” que los afectados quisieran ocultar y los de enfrente conocer. Es admirable cómo le hace para dar santo y seña de cosas que a uno ni por aquí le pasan.
Se sabe la vida de todos y a todos se las cuenta. Es muy ahorrativo. Tiene su buen dinero. Diríase que es rico. Ha sabido conservar y acrecentar la herencia de sus padres, ya fallecidos. Hermanos, otros parientes y conocidos  le piden favores que él concede o no conforme a su especial y caprichoso criterio. Es buen platicador y también, como casi todas estas personas, un individuo fuerte, capaz de trabajos que a los demás les resultaría difícil o de plano imposible de hacer.
Cuando aún vivían en el rancho, de acuerdo con otra costumbre no escrita, arraigada profundamente en la región, se ocupaba de vigilar a los novios de sus hermanas, cosa normal y cuestión de honor familiar. Por similar costumbre, las muchachas platicaban entonces con los novios a través de un pequeño agujero perforado en la pared por el cortejador con el consentimiento de la muchacha, a una altura conveniente en su recámara para poder escucharse. Cuando la novia estaba esperando al galán, incluso a veces dormida, el pretendiente usaba una varilla de alambre a través del agujero por él perforado, para avisar su presencia. Cuando el enamorado era un relevo, éste hacía su propio hoyo, a menos que se pusieran de acuerdo para utilizar el anterior.
En muy contados casos, casi siempre con el consentimiento y vigilancia de la madre, la nana u otra mujer de confianza, las citas se realizaban a través de  las ventanas altas o de posición baja de la casa, siempre que éstas últimas estuvieran convenientemente enrejadas y aseguradas.
Lencho para su eficaz vigilancia, se situaba en el amplio corral frontero de la casa, oculto  en alguna carreta u otro implemento agrícola para desde ahí esperar que llegaran los novios. Éstos eran casi siempre conocidos y muchas veces parientes,  pero todos se ceñían a las reglas del juego y en el caso, a las particulares del presunto cuñado.
Sabía a qué horas llegaban los pretendientes, y los identificaba por el silbido de cada uno, o por sus pasos en la oscuridad. Si a su criterio el tiempo de romance para alguno ya era suficiente, o era del caso hacerle la ocasión imposible a otro, se lo hacía saber mediante certerísimas pedradas al bulto, normalmente al pecho o espalda, para lo que como guía le bastaba la lucecilla del cigarro del visitante o cualquier otra seña. 
No había reclamos mayores de los agraviados, o apedreados, en los cuarentas y cincuentas del pasado siglo veinte, y al caso, todos sabían a lo que se arriesgaban con el severo guardián.
Sus dotes extraordinarias para las pedradas, también le servían para otros menesteres. En el rancho del tío denominado Las Hormigas, como comúnmente en los demás, parte de los ganados, se componía de cerdos, y en su caso una considerable cantidad de éstos, por ser el más importante de por ahí. A Lencho, entre otras tareas, le tocaba el manejo de los porcinos, criollos y matreros y hasta casi salvajes. Al acarrearlos y darles de comer, algunos se convertían en verdaderas fieras. 
Un día, accidentalmente, su papá descubrió, un puerco de los grandes enterrado en el arroyo cercano a los corrales. No le fue necesario indagar mucho para definir que había fallecido de tremenda pedrada, una sola, que Lencho le dio en la cabeza, harto de no poderlo aplacar. No costó mucho trabajo descubrir el auténtico cementerio cerdífero, con alguno que otro animal, que el primo había formado.
En las peleas fraternales, cosa normal en las familias numerosas, sus familiares cuidaban mucho la relación con el hermano mayor, para evitar consecuencias corporales, o peor aún,  perder sus ayudas económicas, o las mujeres, evitar mayor saña en las piedrizas a sus  novios.

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