lunes, 28 de julio de 2014

LA HIENA DE SAN RAMÓN

Anciano y enfermo del cuerpo y del alma, con setenta bien marcados años encima, rodeado de su esposa, quince hijos, algunos no de la misma madre, cuarenta y tantos nietos e invitados que de tanto insistirles accedieron a concurrir, la hiena de san Ramón está celebrando sus bodas de oro matrimoniales en el rancho La Lima que ha sido su residencia los últimos diez años, de los que cuando menos la mitad ha tratado de congraciarse con                 algunos de sus parientes y familiares de sus víctimas para tranquilizar su conciencia.
 -Él ya está viejo y muy enfermo -decían los hijos e intermediarios oficiosos al repartir las invitaciones -sólo desea estar bien con todos.
-¡Va! si estuviera buenisano seguiría cometiendo sus fechorías -pensaban o decían abiertamente gran parte de los convocados.  Durante más de cincuenta años nuestro personaje recorrió los caminos de la maldad a su alcance. Se ufana de haber mandado al otro mundo al menos veinte cristianos. A unos por encargo y a otros porque temía o envidiaba. Se dice que a ninguno mató a las buenas. Hasta los dieciocho años había sido un ranchero más o menos normal, justo antes de saber que era hijo de un tercero, a quien entonces había ido a reclamarle la paternidad a Guadalajara.
Su padre biológico que formaba parte del ejército, estuvo en el rancho como representante del gobierno durante la revolución cristera, que duró de mediados de 1926 a mediados de 1929, que en la región de los Altos del estado de Jalisco se había acunado y extendido en todo el estado y una gran parte del país, en respuesta armada del clero y el pueblo católico mexicano, por las leyes anticatólicas del gobierno federal, representado por el presidente Plutarco Elías Calles. 
Entre las hazañas de este militar en el lugar, sobresalió la seducción de una joven y guapa viuda, contribuyendo en el asunto el empeño decidido y convenenciero del administrador del rancho, su compadre, y de una alcahueta de las que nunca faltan en estos menesteres. El fruto de la  malévola acción fue el titular de este relato.
La misa ceremonia para la celebración del evento tuvo que retrasarse casi dos horas, porque al festejado sus remordimientos lo hicieron echarse para atrás, hasta que la esposa y los hijos mayores, especialmente el franciscano, casi lo llevaron a rastras al templo.                                       La pachanga luego de la misa y el sainete previo entró en su apogeo. El anfitrión desconfía casi de todos los presentes. A algunos los identifica plenamente y a otros desconoce o finge desconocer, si sabe o sospecha que sean dolientes de alguna de sus víctimas. 
La esposa antes de su matrimonio en 1944, era una muchacha guapa del rancho de escasos diez y siete años. No era la más bonita pero a varios solteros no dejaba de llenarles el ojo. En los primeros días de abril de dicho año, vino de la ciudad un primo suyo, mátalas callando, quien en una fiesta de bienvenida que le hicieron, mañosamente la dejó embarazada. 
Su boda se celebró a principios de mayo cuando los contrayentes ya tenían dos años de novios y habían aplazado su enlace por diferentes razones y al final por un inesperado viaje del novio a la capital del estado. No importó a la esposa mayor cosa, y si no fue así, disimuló muy bien, el que su marido apareciera en el acta de matrimonio con apellido paterno diferente. 
En la semana de los santos reyes de 1945 nació el primogénito de una retajila de hermanos y medios hermanos de madre, quien curiosamente fue la oveja buena de la familia al ingresar al tiempo a un monasterio de religiosos. Pero el segundo pronto habría de aprender y mostrar la mala sangre y las mañas del padre, convirtiéndose  en verdugo y brazo ejecutor de las ordenanzas malvadas de su procreador. Ambos de una manera u otra, salieron siempre bien librados de los agravios que cometían. En la fiesta, este miembro de la familia participa, armado solapadamente, muy atento a los inconvenientes que se puedan presentar.
De sus medios hermanos mayores, este desalmado personaje respetó siempre a quien con razón llamaba su segundo padre, que aún adolescente se había hecho cargo de su madre, viuda a los treinta años y sus seis hermanos, apoyando luego a su padrastro como a sus dos hijos y al adoptivo del que nos ocupamos. El menor de los hijos de esta segunda familia, impedido desde la infancia por la poliomielitis, nunca se doblegó a las amenazas y ultrajes del Caín de la familia.
Este inválido fue un asombroso batallador, superando sus limitaciones a base de coraje y esfuerzos titánicos. Aprendió a leer y escribir prácticamente solo, y a dibujar en un curso por correspondencia, usando los ganchos deformes en que se habían convertido sus manos, con apoyo del mentón de su cara, Fue miembro distinguido de la asociación de Pintores sin Manos, con sede en Vaduz, Liechtenstein de Europa Central. También sorprendentemente se convirtió en escultor e inventor de cosas como unos carritos de locomoción a motor y de cuerdas para su movilidad, así como otras habilidades igualmente fuera de lo común.     
Volviendo a nuestro villano, con una labia convenenciera asombrosa, alternadamente corderil o amenazante, arrebataba bienes y hasta la vida a quien se le antojaba. Maltrató o estafó a medio mundo, incluyendo a su madre, padrastro y sus dos nuevos medios hermanos. A tal grado esto que la señora llegó a expresar en más de una ocasión que sería mejor que Dios lo recogiera.
Como era de esperarse en este país, con las influencias de su padre biológico,  a poco de iniciar sus desaguisados, ingresó a la Policía Rural, luego al Servicio Secreto (las llamadas temibles comisiones) y después a otros grupos policiales o de represión  parecidos. Con el tiempo el padre y su familia militar tuvieron que retirarle el apoyo al no aguantarle o poderle tapar sus ilícitos. 
Regresó al rancho y su lugar de origen, más mañoso que antes y en una etapa muy violenta, obligaba a sus hijos mayores a cometer en su nombre toda clase de tropelías. Le faltaba ya entonces una pierna desde un poco abajo de la ingle, que por un balazo había perdido cuando en sus mejores tiempos de malhechor lo venadearon robándose una partida de reses. La burda pata de palo que portaba, con el auxilio de los hijos, poco le impedía realizar sus villanías. 
Logró colocarse por razones de amedrentamiento fácil de deducir, como administrador sucesivamente de los dos principales terratenientes que ya se habían radicado en la cabecera municipal, quienes al colmarles la paciencia por sus fechorías, pidieron la intervención del medio hermano mayor que antes se menciona; así como la del padre legítimo.
La mediación del familiar palió unos meses las cosas, para luego volver a lo mismo. El padre biológico en retiro del ejército, con establecimientos comerciales en Tlaquepaque, a las orillas de Guadalajara, se desentendió olímpicamente del problema. Argumentó que eran muchas las oportunidades que su hijo había tenido con su responsiva, pero que no tenía remedio. 
Sobrevino en este tiempo el fallecimiento de la madre del protervo hijo. Éste en el velorio correspondiente, en estado de ebriedad y drogadicción, se peleó con los presentes, logrando ponerlo medio en paz el medio hermano mediador. Esto, sus demás pecados y la ineludible cuenta de la vida terminaron por obligarlo a buscar el lugar de refugio más propicio donde ahora vive.      
Hace ya buen rato que los invitados terminaron de comer. Los suculentos cueritos y carnitas de dos marranos sacrificados para el convivio, complementados con los también tradicionales frijoles charros y el autóctono guacamole, van declinando resistencia al tequila especial que se toma en abundancia. El mariachi ha tocado más de seis horas y ya es de noche. Varias familias se han retirado a atender otros asuntos o porque de plano no quieren comprometerse si empiezan las dificultades.  
Las miradas recelosas de algunos de los que quedan, no dejan en paz sus recuerdos. Sirve de alguna manera de contrapeso el señor cura, oficiante de la misa, pariente de los anfitriones, que hicieron venir de la ciudad de México, más como gente de respeto que por parentesco. Están también los dos policías amigos y conocidos que con el apoyo del delegado municipal seleccionaron como elementos de seguridad. Hay así mismo algunas personas de buena reputación a quienes se les insiste que no se vayan.
El ambiente es tenso con no pocos ánimos exaltados. El ama de casa va y viene con sus hijos e hijas, incluyendo algunos de los entenados, a atender solícitamente a los asistentes. Dos o tres, sin faltar el que es genio y figura de su padre, no abandonan en ningún momento la mesa familiar, todos  colocados de espaldas a la pared, desde donde pueden ver bien a los presentes y vigilar cualquier movimiento y la única entrada y salida del corralón del festejo.                                        

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