Eran dos
familias de ranchos contiguos, con viejos lazos de amistad y algún parentesco,
como era y es normal en el medio rural. Sus tierras para cultivos de temporal y
agostadero de ganados, bien atendidas aunque la situación empeoraba en aquellos
principios de los cuarentas del pasado siglo XX, les proporcionaban aún
resultados suficientes dentro del modo austero de vida en tierras pobres, como
lo son en la región alteña jalisciense.
Sus hijos
varones primogénitos, sin que mediara alguna razón específica, nunca se
llevaron bien desde niños, siendo notoria la rivalidad de que siempre hacían
gala, y ya adultos eran más grandes sus pleitos
Uno estaba ya casado con una de las muchachas más bonitas de ahí,
emparentada aunque lejanamente con ambas familias. El otro mantenía noviazgo
formal con una hermana de la novia del hermano menor de su contrincante, y
vivían ambas en su casa materna en la cabecera municipal, donde los dos
pretendientes coincidían a sus citas.
Las muchachas
platicaban con ellos detrás de las rejas callejeras de las ventanas de su casa,
como era costumbre sine qua non tratar estos asuntos cuyo objetivo esencial era
el matrimonio. Para las rigideces sociales de entonces y particularmente en la
zona, la más pequeña desviación a estas normas, se hacía acreedora a
descalificaciones y chismes de proporciones insospechadas. De las tres rejas de
la finca, usaban las dos extremas para sus coloquios nocturnos, dejando en
medio la contigua a la puerta del zaguán para estar más distantes ambas
parejas. El novio mayor avasallaba cotidianamente a su pretenso concuño,
dejándolo en una ocasión bastante maltrecho y humillado y éste, con el “ve y
díselo a tu hermano”, sin medir las consecuencias fue con el chisme. La
información de todas maneras le hubiera
llegado, pero más atenuada.
Los medios de
transporte eran básicamente el caballo y las carretas por senderos individuales
o comunes llamados caminos reales, que dividían y comunicaban los ranchos entre
sí, o llevaban a convergencias más distantes o pueblos y cabeceras municipales
que eran los centros de abasto y de actividades sociales y comerciales. Los
pocos camiones o trocas para carga que empezaban a aparecer utilizaban brechas
rústicas y, si se podía, los caminos reales, al igual que para pasajeros los
comandos, traídos como desechos estadounidenses de la segunda Guerra Mundial, y
los camiones trompudos acondicionados al caso.
El reto le hizo
pasar la noche al ofendido con mucha impaciencia por lo que veía venir. En la
mañana muy temprano, como de costumbre, salió a sus labores de campo
informándole alguno de los vecinos que se encontró al paso, que su rival andaba
preparado.
Como al mediodía
se avistaron a caballo en sentido de encontrarse. Como a unos cien metros el
soltero presto retó a muerte y espoleó, y el del frente tuvo que hacer lo mismo. Sólo
se dispararon dos balas; una dio en el blanco y la otra siguió de largo. Le
tocó caer al provocador y permanecer su rival ileso en su montura.
El sobreviviente de estos duelos, que eran una
desdicha para las familias involucradas, “perdía la tierra” o su lugar de
residencia y las familias su relación y la amistad por arraigadas y firmes que
hubieran sido. Así, el “favorecido” en este caso tuvo que irse, en condiciones
nada favorables, con unos parientes a un estado vecino, ordenando trasladar a
su familia a una población cercana a Guadalajara. Las lejanías, aunque no lo fueran
tanto, en ese tiempo eran propicias por la falta de más vías de comunicación. Los
dolientes afectados, en parte por tener en su ceno miembros menos rijosos, y
por la mala situación en el campo, se concentraron en la cabecera municipal.
Algunos años después
el desterrado regresó, tomando precauciones, a donde había dejado a su familia,
considerando que las cosas se habían calmado. Creó ahí raíces, aumentó en
varios hijos su familia, obteniendo la imagen de hombre recio, trabajador,
bastante popular y mujeriego. Medio mundo sabía su residencia. Consideró seguramente
la pasividad de la familia doliente. Al tiempo empezó a visitar en horas muy
tempranas a su mamá en el lugar en que radicaban las dos partes.
Ya de edad
avanzada, pero aún saludable y fuerte, llegó de pasada como siempre al negocio
de cantina de su compadre y pariente, pero ya entrada la mañana, pidiéndole que
vendiera su arma. El primo no estuvo de acuerdo pero por insistencia aceptó el
encargo, quedando depositario de la magnífica pistola.
En el momento de
la plática, del negocio similar a dos puertas, entró por algo uno de los
parroquianos que ahí se curaban la cruda. Regresó presuroso a calentarle la
cabeza, con empeño gratuito, al hermano menor del difunto de antaño. La
carrilla del conocido contertulio terminó por animarlo, a regañadientes, a cobrar,
pistola en mano, una venganza innecesaria, con veintisiete años de retraso,
ante un hombre desarmado, que en buena lid
antaño había salido vivo.
Lejos de amedrentarse
y menos de escapar o esconderse, al oír las ofensas se volvió y esperó de frente hasta que el indeciso e
inexperto atacante forcejeó con él, y en la acción se disparó un tiro que
consumó la alevosa y cobarde venganza.
Al asesino le
tocó el turno de perder la tierra, pero arrepentido y habiendo pedido perdón a
la familia rival, falleció poco tiempo después en un estado vecino en condiciones
de salud lamentables. El insensato pica crestas, otrora niño bien y por algún
tiempo empresario y posición social relevantes, ahora poco o nada le queda.
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