lunes, 28 de julio de 2014

VENGANZA ATRASADA

Eran dos familias de ranchos contiguos, con viejos lazos de amistad y algún parentesco, como era y es normal en el medio rural. Sus tierras para cultivos de temporal y agostadero de ganados, bien atendidas aunque la situación empeoraba en aquellos principios de los cuarentas del pasado siglo XX, les proporcionaban aún resultados suficientes dentro del modo austero de vida en tierras pobres, como lo son en la región alteña jalisciense. 
Sus hijos varones primogénitos, sin que mediara alguna razón específica, nunca se llevaron bien desde niños, siendo notoria la rivalidad de que siempre hacían gala, y ya adultos eran más grandes sus pleitos  Uno estaba ya casado con una de las muchachas más bonitas de ahí, emparentada aunque lejanamente con ambas familias. El otro mantenía noviazgo formal con una hermana de la novia del hermano menor de su contrincante, y vivían ambas en su casa materna en la cabecera municipal, donde los dos pretendientes coincidían a sus citas.  
Las muchachas platicaban con ellos detrás de las rejas callejeras de las ventanas de su casa, como era costumbre sine qua non tratar estos asuntos cuyo objetivo esencial era el matrimonio. Para las rigideces sociales de entonces y particularmente en la zona, la más pequeña desviación a estas normas, se hacía acreedora a descalificaciones y chismes de proporciones insospechadas. De las tres rejas de la finca, usaban las dos extremas para sus coloquios nocturnos, dejando en medio la contigua a la puerta del zaguán para estar más distantes ambas parejas. El novio mayor avasallaba cotidianamente a su pretenso concuño, dejándolo en una ocasión bastante maltrecho y humillado y éste, con el “ve y díselo a tu hermano”, sin medir las consecuencias fue con el chisme. La información de todas maneras le  hubiera llegado,  pero más atenuada. 
Los medios de transporte eran básicamente el caballo y las carretas por senderos individuales o comunes llamados caminos reales, que dividían y comunicaban los ranchos entre sí, o llevaban a convergencias más distantes o pueblos y cabeceras municipales que eran los centros de abasto y de actividades sociales y comerciales. Los pocos camiones o trocas para carga que empezaban a aparecer utilizaban brechas rústicas y, si se podía, los caminos reales, al igual que para pasajeros los comandos, traídos como desechos estadounidenses de la segunda Guerra Mundial, y los camiones trompudos acondicionados al caso. 
El reto le hizo pasar la noche al ofendido con mucha impaciencia por lo que veía venir. En la mañana muy temprano, como de costumbre, salió a sus labores de campo informándole alguno de los vecinos que se encontró al paso, que su rival andaba preparado.
Como al mediodía se avistaron a caballo en sentido de encontrarse. Como a unos cien metros el soltero presto retó a muerte y espoleó,  y el del frente tuvo que hacer lo mismo. Sólo se dispararon dos balas; una dio en el blanco y la otra siguió de largo. Le tocó caer al provocador y permanecer su rival ileso en su montura.  
El  sobreviviente de estos duelos, que eran una desdicha para las familias involucradas, “perdía la tierra” o su lugar de residencia y las familias su relación y la amistad por arraigadas y firmes que hubieran sido. Así, el “favorecido” en este caso tuvo que irse, en condiciones nada favorables, con unos parientes a un estado vecino, ordenando trasladar a su familia a una población cercana a Guadalajara. Las lejanías, aunque no lo fueran tanto, en ese tiempo eran propicias por la falta de más vías de comunicación. Los dolientes afectados, en parte por tener en su ceno miembros menos rijosos, y por la mala situación en el campo, se concentraron en la cabecera municipal.
Algunos años después el desterrado regresó, tomando precauciones, a donde había dejado a su familia, considerando que las cosas se habían calmado. Creó ahí raíces, aumentó en varios hijos su familia, obteniendo la imagen de hombre recio, trabajador, bastante popular y mujeriego. Medio mundo sabía su residencia. Consideró seguramente la pasividad de la familia doliente. Al tiempo empezó a visitar en horas muy tempranas a su mamá en el lugar en que radicaban las dos partes.
Ya de edad avanzada, pero aún saludable y fuerte, llegó de pasada como siempre al negocio de cantina de su compadre y pariente, pero ya entrada la mañana, pidiéndole que vendiera su arma. El primo no estuvo de acuerdo pero por insistencia aceptó el encargo, quedando depositario de la magnífica pistola.  
En el momento de la plática, del negocio similar a dos puertas, entró por algo uno de los parroquianos que ahí se curaban la cruda. Regresó presuroso a calentarle la cabeza, con empeño gratuito, al hermano menor del difunto de antaño. La carrilla del conocido contertulio terminó por animarlo, a regañadientes, a cobrar, pistola en mano, una venganza innecesaria, con veintisiete años de retraso, ante un hombre desarmado, que en buena lid  antaño había salido vivo.
Lejos de amedrentarse y menos de escapar o esconderse, al oír las ofensas se volvió y  esperó de frente hasta que el indeciso e inexperto atacante forcejeó con él, y en la acción se disparó un tiro que consumó la alevosa y cobarde venganza.
Al asesino le tocó el turno de perder la tierra, pero arrepentido y habiendo pedido perdón a la familia rival, falleció poco tiempo después en un estado vecino en condiciones de salud lamentables. El insensato pica crestas, otrora niño bien y por algún tiempo empresario y posición social relevantes, ahora poco o nada le queda. 

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