lunes, 28 de julio de 2014

EL TÍO AURELIO

-Don Aurelio, ya sabemos que tiene usted escondidos a los curas de Tototlán;    entréguenoslos  o se atiene a las consecuencias que ya conoce.
-No tengo escondido a nadie y si lo tuviera no se lo entregaría.
-Con que esas tenemos, queda detenido; ya verá como le bajamos lo bravito y traidor a la patria.
-No prestarse a sus atropellos y pendejadas abona lo primero y niega lo segundo. Son ustedes unos cobardes abusivos y los verdaderos traidores al país y al pueblo del que malamente forman parte.  
El general representante del supremo gobierno, Juan B. Izaguirre, enfurecido lanzó la mano derecha extendida hacia la cara del ranchero que la detuvo en un acto relámpago de defensa, haciendo casi caer de lado al agresor.
-Este joven que lo acompaña, es su hijo ¿verdad?, irá también a la cárcel y así evitaremos que nos cause problemas, como sucede en esta tierra de santurrones y fanáticos y así desembuchará, amigo,  lo que le preguntemos.
-Son ustedes una hijos de la chingada, como no pueden con sus iguales se aprovechan de familiares y mujeres para hacer sus fechorías.
-No le eche más piedras a su morral que ya está bien pesado. Tiene ya de sobra para colgarlo de inmediato, pero primero me encargaré de que lo expriman y a golpes no le quede un hueso en su lugar. Ya verá como suelta la lengua, o recurrimos a su familia y parientes, que no serán tan calzonudos como usted.  
En la celda de la presidencia municipal que mandó desocupar el militar liberando a unos borrachos de la noche anterior, el detenido fue interrogado y martirizado brutalmente en presencia del hijo, obteniendo los torturadores el refrendo de sus opiniones personales manifestadas al detenerlo y sólo esporádicos quejidos de los muchos que esperaban oír los agresores, quienes cuando intentaron perjudicar al hijo lo defendió con tal ímpetu que los hizo desistir. Con todas las ventajas a su favor, los verdugos escurrieron el bulto en un dejo de compasión hacia el familiar, pero más de admiración a la osada actitud del padre, según contó tiempo después uno de los soldados, además de que el parte de su jefe fue en el mismo sentido.
Al día siguiente se presentó el general en el rancho ante la esposa y pariente del detenido, casada en las postrimerías del siglo XIX, para lo que dejó su natal San Miguel el Alto. Era una recia mujer con buena preparación, y un digno ejemplo de la mujer alteña jalisciense valiente y fiel, que muy justificadamente estaba atemorizada por la situación. 
-Vengo en son de paz señora. Dígame donde esconde su esposo a los curas y lo soltaré de inmediato, si me entrega primero el rescate que le hemos fijado al alebrestado de su marido; tiene hasta mañana al mediodía para pagar. A su hijo, que viene conmigo, se lo puedo entregar cuando cumpla el pedido.  
-Espero que no sea usted tan maligno y criminal para que siga reteniendo a mi hijo. Por lo que respecta a mi esposo lo que él haya dicho o dejado de decir, que ya lo sé, es lo mismo que yo diría o dejaría de decir. Siento como no tiene usted ni remota idea lo que le han hecho y todavía le van a hacer. Sé, y usted tan bien como yo, que nada de lo que está prometiendo tiene intención de cumplir. Sólo quiere saciar su odio y hacer méritos. El  dinero que pide, veré como le hago y se lo llevo mañana, a cambio por escrito de su  descargo de culpas, que es lo justo, y déjenos en paz.
-Señora, usted sabe que lo que me pide no es posible en ninguna forma.
-Pero a mi hijo, no tiene porqué retenerlo.
-Se lo dejaré un día de estos, cuando me dé la gana.
-Que Dios algún día le otorgue misericordia y justeza que ahora no tiene, y lo perdone. Que tenga buen día. 
El señor José Botello de Tototlán, amigo de la familia, acompañó a la atribulada y con razón temerosa esposa a entregar el rescate. En el escritorio del general Izaguirre teniendo este a su vista el pago convenido, les espetó:
-Le voy a liberar sólo a su hijo señora, porque a su marido ya nos lo echamos.  
La liberación fue dos días después a unos vecinos del pueblo, pero antes un día después habían fusilado al padre Sabás Reyes, que se había entregado por la aprehensión del valiente hombre de campo. El padre Sabás era uno de los sacerdotes que buscaba el federal gobiernista junto con el párroco Francisco Vizcarra y el padre J. Dolores Guzmán que a su vez había protegido antes don Aurelio en su casa de Tototlán; actos confirmados por la señora María Ontiveros.   
La tortura de ambos fue implacable y ante los nulos resultados de doblegarlos, los ejecutantes la mañana del 13 de abril de 1927 fusilaron a don Aurelio, después de hacerlo caminar con las plantas de los pies desolladas, y al padre Sabás en el panteón al día siguiente, jueves santo. El sitio del martirio de mi tío, por señalamiento de mi padre, lo identificamos antes que la mancha urbana lo borrara, por el camino real enfrente del camposanto, a un lado de la ahora carretera a Guadalajara, a las orillas donde están ahora las gasolinerías. 
El padre Sabás Reyes Salazar es uno de los 25 santos mártires de la gesta cristera, que el papa Juan Pablo II canonizó el 21 de mayo de 2000. Lo sepultaron junto con el personaje  de esta historia en la tumba de su propiedad. El santo antes de matarlo
perdonó y bendijo a sus ejecutores.  
Al hijo testigo del martirio de su padre, le afectaron permanentemente los resultados del trauma vivido. 

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