lunes, 16 de marzo de 2015

BANAMEX ZACAPU

En la primera gerencia que me concedió el banco, Zacapu, Mich., después de indicarme don   Adolfo Sánchez Medal, director de la ya División Occidente, que ahí no podría mejorar la supremacía indiscutible de Banamex ante los demás bancos de 72% de penetración general, y que mi tarea era conservar dicha posición, secundándolo oficiosamente Erik Palacios Villa, que se autonombraba como el mejor gerente que hubiera tenido y tendría esta sucursal, y yo de ofrecer repetidamente que a ver qué más podría hacer, y que a fin de cuentas, pude hacer bastante, entregándola en septiembre de 1970, con sólo un año nueve meses de gestión, en más del 80%, para hacerme cargo luego de la gerencia de Independencia Guadalajara. 
Adalberto Carbajal Herrera, mi sucesor, quien como menciono en otro relato, no acababa de recibirme el puesto después de mes y medio de  estarle entregando, argumentando que era mucho paquete para él hacerle frente al cargo, después de echar abajo la sucursal, cometiendo una serie de errores y sacar provecho personal, salió a la postre por la puerta trasera del banco.  
Mi actuación en Zacapu fue laboriosa pero muy positiva y gratificante. La experiencia palmo a palmo y el aprendizaje a toda conciencia de quince años en Banamex, así como la obtenida antes en el comercio como encargado de la empresa mayorista de Atotonilco, y por qué no, la ayuda de conocimientos infantiles en el medio rural. Además, la plenitud de salud y adiestramiento, a mis treinta y tres años de edad, pintaban muy favorable el desarrollo de mi trabajo. 
Me ocupé de conocer inmediatamente mi jurisdicción, encontrando áreas y lugares importantes de negocio. Había mucho que hacer en agricultura y en ganadería, principalmente en porcicultura. Me correspondían los municipios de Puruándiro, en donde me tocó abrir sucursal, Panindícuaro, Villa Jiménez, Coeneo y Huaniqueo; con varias poblaciones intermedias como Cantabria, Naranja de Tapia, Tariacuri, Tarejero y Tiríndaro en Zacapu; Villachuato y Janamuato, en Puruándiro; Botello y Curimeo en Panindícuaro; Copándaro, Caurio y Huandacuca en Villa Jiménez; Comanja, Bellas Fuentes y La Cañada en Coeneo; Tendeparacua y Tecacho en Huaniqueo. También, aunque más cerca de La Piedad, atraje algunos negocios en San Francisco Angamacutiro. 
En porcicultura hubo un crecimiento extraordinario, sobre todo en pequeños y medianos productores, en que entre los primeros gran parte eran empleados del complejo industrial Celanese,  teniendo ahí aseguradas sus necesidades económicas, que les fortalecía su calidad de sujetos de crédito. Celanese Mexicana al tiempo sacó sus siete plantas de Zacapu y del resto del país por las demandas sindicales inoperables. En préstamos hipotecarios para vivienda, la plaza estaba en ceros; tramité varias operaciones hasta que las constructoras permanecieron en la plaza, y la dejé con 100% en el tema. Bancomer me demandó ante el Fogain (de Banxico) porque según su gerente, el ingeniero agrónomo encargado de la zona nomás me atendía a mí. Al leer la carta de queja, le contesté, pues que se pusieran a trabajar, contestándome que así les había contestado. 
¡Ah! No quiero dejar pasar por alto que en la primera semana de trabajo, se me presentó el Agente de Plaza, creo del Banco de Crédito Ejidal del sector oficial, por cierto primo hermano de uno de los miembros del mediocre grupo de lambiscones incondicionales que formó en la Dirección Administrativa de Guadalajara Fernando Garza Lira, informándome que en los créditos en su cartera de porcicultores que manejaba, varios eran con exceso premeditado y que por fuerza se irían a remate las garantías inmobiliarias, que tenía entre los ricos un grupo seguro de ponentes para los remates de sus fincas. De la indignación y asco que me provocó su proposición, atiné sólo a decirle que se había equivocado de candidato y que daba por terminada la plática.   
Así mismo supe que en un grupo de amigos, un arquitecto que había llegado a Zacapu con el auge de construcciones que el complejo Celanese provocaba, semblanteó que quería un crédito de Banamex y que cómo se congraciaría con el nuevo gerente, a lo que un cliente mueblero, quien después fue uno de mis cinco compadres, le respondió que si de veras  quería obtenerlo, se olvidara de presiones o chantajes de ese u otro tipo.  
Investigué concretando que en el cultivo del maíz de temporal de la sierra de la zona, jamás se había perdido una cosecha en más de sesenta años. El ciclo vegetativo es, por el clima más frío,  tres o cuatro semanas mayor y se siembra de humedad a mediados de abril. No se había habilitado antes por el banco ni por la banca oficial. Elaboré el estudio de factibilidad respectivo y don Paco Morales, nuevo director divisional BNM, que eventualmente visitaba unas amistades en Morelia, me autorizó el proyecto el quince o veinte de dicho mes, en lo que ahora se dice fast track, y al día siguiente di la primera ministración.
A los tres o cuatro días, me habló de la dirección el encargado de crédito y revisión de las operaciones reportadas en la posición diaria de las sucursales, que enviábamos por paquetería. Como clásico y recalcitrante chupatintas, me espetó hasta de lo que me iba a morir después que me corriera el banco. Que porqué lo había hecho sin ton ni son y que si esto o que lo otro. Con toda intención le contesté que porque era una buena operación para el banco, y al rebote de que no debía haberme tomado semejantes atribuciones, después de una media hora de aguantarlo, le dije que puesto que la llamada era por su cuenta, buscara en sus archivos la formalización del asunto; volvió al auricular en las mismas, y le tuve que informar de la autorización autógrafa de su jefe el Sr. Morales; todavía se tomó unos diez minutos para decirme muy contrito que no había problema.  
Por ahí a mediados de octubre del mismo 1969, me volvió a visitar don Paco. Tenía otro plan agrícola para acreditar el cultivo de la lenteja en los municipios de Coeneo y Huaniqueo. Siembra que tampoco había sido del interés bancario. Se tira la semilla en los meses de noviembre y diciembre, después de preparar las tierras por entanquinamiento o encharcamiento con bastante anticipación, con agua de las lluvias o de represas. En los dos municipios los señores Luis y Nicolás Lagunes García, dos hermanos comerciantes bastante honorables, compraban por medio de contratos al tiempo o en las cosechas mismas toda la producción al precio del mercado. 
En el país había otras dos o tres regiones lentejeras, y una de las más importantes, creo Querétaro, se perdió por helada yéndose el precio exactamente al doble de lo tomado en cuenta en el estudio: $3.20 por kilo en vez de $1.60. Algunos de los clientes por esto y otras cosas saludables en mi gestión, me llamaban san Felipe. 
Pero resultó con este plan lentejero, lo mismo con el cagatintas de la dirección, que estaba segurísimo que ahora sí había yo atropellado los lineamientos de la institución. Mi reacción inmediata fue que me dijera si era algo personal como lo del maíz; y alegamos igual un buen rato hasta que encontró la autorización de su jefe y sanseacabó.    
Como lo hice después en la sucursal Independencia, llegando revisé a fondo la cartera vencida de la sucursal, en especial la morosa y castigada más o menos recientemente, encontrando casos llevados a la primera sin razones suficientes y con varios defectos en la segunda. Muy afortunadamente logré reestructurar y/o cobrarla toda, para entregar al término de mi gestión en ceros estos renglones y también el de transitoria. 
Voy a mencionar sólo dos casos a este respecto. El del Sr. Carlos Aguirre Toledo,  correspondiente a un crédito refaccionario y de habilitación o avío para porcicultura. Al entrevistarme con él resultó que todo el crédito, por no habérselo explicado el banco, lo había empleado en instalaciones fijas, dejando de lado los insumos correspondientes (pasturas, vacunas, etc.) y obviamente no pudo hacer en su momento los pagos correspondiente al avío. Le hice la reestructuración correspondiente incrementando lo necesario el importe original  para que pudiera salir. Pagó con anticipación, enviándome a Independencia copia de su último pago y una carta de agradecimiento entrañable. 
El Sr. Humberto Reyes Cruz había manejado un floreciente negocio forrajero en un inmueble por la calle principal. Por la muerte violenta de sus dos hijos, se estresó de tal manera, que dejó caer su negocio a la mínima expresión. Al Sr. Antonio González Bañales, su compadre, dueño del principal autoservicio abarrotero, con quien desde mi llegada llevé muy buena relación, le propuse que puesto que él había hecho buenos negocios con el deudor, me pagara la cuenta, que realmente no representaba una suma muy elevada, máxime que le iba a cobrar sólo el capital, quitándole los intereses moratorios, y lo aceptó. El caso contribuyó al fortalecimiento de mi imagen como banquero. 
La clientela y la sociedad de Zacapu se distinguían claramente en dos sectores, el de los comerciantes y vecinos de siempre del lugar y el de los de Celanese que una parte vivía en casas enclavadas en el complejo y otra en viviendas principalmente de la colonia Moderna.  Yo me instalé en la casa que ocupaba mi antecesor Emiliano T. Espinoza Rochín en la citada colonia, propiedad de un ingeniero que había sido trasladado a otra ciudad. 
A los dos días de iniciado mi trabajo, el viernes 3 de enero de 1969, me invitaron a una reunión de bienvenida, mi luego compadre y vecino Antonio Zapién Paleo, el ingeniero de Celanese, también vecino, Jesús Garza Garza y el empresario de la ciudad Edilberto Pérez Valdez. Al inquirirme repetidamente qué licores quería que llevaran, casi se fueron de espaldas al mencionarles en vez de alguna marca de whisky o coñac acostumbradas, tequila  (ver el relato ¿Tequila?) 
Un abogado muy conocido del lugar, pero por cierto de procedimientos no muy ortodoxos, como lo menciono en otro relato, fue a reclamarme por qué no le pasaba la cobranza legal. Al contestarle que manejaba el asunto personalmente y por la vía amistosa, siendo muy raro que turnara jurídicamente algún caso, y que además él no era el abogado consultor contratado por el banco, le daba la oportunidad de que me dijera qué asunto le había pasado a éste, para returnárselo, quedándose así en paz.    
Como una semana después fueron tres comerciantes importantes del centro con el mismo objetivo, preguntándome primero si como los gerentes anteriores preferiría concurrir a invitaciones con la gente de la planta. Al expresarles que sólo no iría a donde no me invitaran, quedamos que los sábados comeríamos a orillas de la hermosa laguna zacapense, saliendo del banco (todavía este día se trabajaba) Así todos los sábados me invitaban una botella de Herradura blanco de litro, que, comiendo muy bien, una vez que la terminaba, seguía con la reunión sabatina nocturna con el grupo de matrimonios de la colonia. Esto puede parecer exagerado, y más si en la noche revolvía otros licores, pero no lo es, como tampoco que guardara siempre la compostura. A esta facultad se le denomina Atoxinia, que es el “presunto fenómeno parabiológico que permitiría a un dotado inmunizarse frente al suministro de cualquier agente químico tóxico” (véase el relato Atoxinia: Resistencia a los licores) 
Con varios clientes, en diferentes lugares de la jurisdicción, como en todos los lugares que me ha tocado estar, asistí a eventos similares, con la fortuna, gracias a Dios, de no tener              
que afrontar consecuencias negativas.

 

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