Adalberto
Carbajal Herrera, mi sucesor, quien como menciono en otro relato, no acababa de
recibirme el puesto después de mes y medio de
estarle entregando, argumentando que era mucho paquete para él hacerle
frente al cargo, después de echar abajo la sucursal, cometiendo una serie de
errores y sacar provecho personal, salió a la postre por la puerta trasera del
banco.
Mi actuación en
Zacapu fue laboriosa pero muy positiva y gratificante. La experiencia palmo a
palmo y el aprendizaje a toda conciencia de quince años en Banamex, así como la
obtenida antes en el comercio como encargado de la empresa mayorista de
Atotonilco, y por qué no, la ayuda de conocimientos infantiles en el medio
rural. Además, la plenitud de salud y adiestramiento, a mis treinta y tres años
de edad, pintaban muy favorable el desarrollo de mi trabajo.
Me ocupé de
conocer inmediatamente mi jurisdicción, encontrando áreas y lugares importantes
de negocio. Había mucho que hacer en agricultura y en ganadería, principalmente
en porcicultura. Me correspondían los municipios de Puruándiro, en donde me
tocó abrir sucursal, Panindícuaro, Villa Jiménez, Coeneo y Huaniqueo; con
varias poblaciones intermedias como Cantabria, Naranja de Tapia, Tariacuri,
Tarejero y Tiríndaro en Zacapu; Villachuato y Janamuato, en Puruándiro; Botello
y Curimeo en Panindícuaro; Copándaro, Caurio y Huandacuca en Villa Jiménez;
Comanja, Bellas Fuentes y La Cañada en Coeneo; Tendeparacua y Tecacho en
Huaniqueo. También, aunque más cerca de La Piedad, atraje algunos negocios en San
Francisco Angamacutiro.
En porcicultura
hubo un crecimiento extraordinario, sobre todo en pequeños y medianos
productores, en que entre los primeros gran parte eran empleados del complejo industrial
Celanese, teniendo ahí aseguradas sus
necesidades económicas, que les fortalecía su calidad de sujetos de crédito.
Celanese Mexicana al tiempo sacó sus siete plantas de Zacapu y del resto del país
por las demandas sindicales inoperables. En préstamos hipotecarios para vivienda,
la plaza estaba en ceros; tramité varias operaciones hasta que las
constructoras permanecieron en la plaza, y la dejé con 100% en el tema.
Bancomer me demandó ante el Fogain (de Banxico) porque según su gerente, el
ingeniero agrónomo encargado de la zona nomás me atendía a mí. Al leer la carta
de queja, le contesté, pues que se pusieran a trabajar, contestándome que así
les había contestado.
¡Ah! No quiero
dejar pasar por alto que en la primera semana de trabajo, se me presentó el Agente
de Plaza, creo del Banco de Crédito Ejidal del sector oficial, por cierto primo
hermano de uno de los miembros del mediocre grupo de lambiscones incondicionales
que formó en la Dirección Administrativa de Guadalajara Fernando Garza Lira, informándome
que en los créditos en su cartera de porcicultores que manejaba, varios eran con
exceso premeditado y que por fuerza se irían a remate las garantías inmobiliarias,
que tenía entre los ricos un grupo seguro de ponentes para los remates de sus fincas.
De la indignación y asco que me provocó su proposición, atiné sólo a decirle
que se había equivocado de candidato y que daba por terminada la plática.
Así mismo supe
que en un grupo de amigos, un arquitecto que había llegado a Zacapu con el auge
de construcciones que el complejo Celanese provocaba, semblanteó que quería un
crédito de Banamex y que cómo se congraciaría con el nuevo gerente, a lo que un
cliente mueblero, quien después fue uno de mis cinco compadres, le respondió
que si de veras quería obtenerlo, se
olvidara de presiones o chantajes de ese u otro tipo.
Investigué concretando
que en el cultivo del maíz de temporal de la sierra de la zona, jamás se había
perdido una cosecha en más de sesenta años. El ciclo vegetativo es, por el
clima más frío, tres o cuatro semanas
mayor y se siembra de humedad a mediados de abril. No se había habilitado antes
por el banco ni por la banca oficial. Elaboré el estudio de factibilidad
respectivo y don Paco Morales, nuevo director divisional BNM, que eventualmente
visitaba unas amistades en Morelia, me autorizó el proyecto el quince o veinte
de dicho mes, en lo que ahora se dice fast track, y al día siguiente di la
primera ministración.
A los tres o
cuatro días, me habló de la dirección el encargado de crédito y revisión de las
operaciones reportadas en la posición diaria de las sucursales, que enviábamos
por paquetería. Como clásico y recalcitrante chupatintas, me espetó hasta de lo
que me iba a morir después que me corriera el banco. Que porqué lo había hecho
sin ton ni son y que si esto o que lo otro. Con toda intención le contesté que
porque era una buena operación para el banco, y al rebote de que no debía
haberme tomado semejantes atribuciones, después de una media hora de
aguantarlo, le dije que puesto que la llamada era por su cuenta, buscara en sus
archivos la formalización del asunto; volvió al auricular en las mismas, y le tuve
que informar de la autorización autógrafa de su jefe el Sr. Morales; todavía se
tomó unos diez minutos para decirme muy contrito que no había problema.
Por ahí a
mediados de octubre del mismo 1969, me volvió a visitar don Paco. Tenía otro
plan agrícola para acreditar el cultivo de la lenteja en los municipios de
Coeneo y Huaniqueo. Siembra que tampoco había sido del interés bancario. Se
tira la semilla en los meses de noviembre y diciembre, después de preparar las
tierras por entanquinamiento o encharcamiento con bastante anticipación, con
agua de las lluvias o de represas. En los dos municipios los señores Luis y
Nicolás Lagunes García, dos hermanos comerciantes bastante honorables,
compraban por medio de contratos al tiempo o en las cosechas mismas toda la
producción al precio del mercado.
En el país había
otras dos o tres regiones lentejeras, y una de las más importantes, creo
Querétaro, se perdió por helada yéndose el precio exactamente al doble de lo
tomado en cuenta en el estudio: $3.20 por kilo en vez de $1.60. Algunos de los
clientes por esto y otras cosas saludables en mi gestión, me llamaban san
Felipe.
Pero resultó con
este plan lentejero, lo mismo con el cagatintas de la dirección, que estaba
segurísimo que ahora sí había yo atropellado los lineamientos de la
institución. Mi reacción inmediata fue que me dijera si era algo personal como
lo del maíz; y alegamos igual un buen rato hasta que encontró la autorización
de su jefe y sanseacabó.
Como lo hice
después en la sucursal Independencia, llegando revisé a fondo la cartera
vencida de la sucursal, en especial la morosa y castigada más o menos
recientemente, encontrando casos llevados a la primera sin razones suficientes
y con varios defectos en la segunda. Muy afortunadamente logré reestructurar
y/o cobrarla toda, para entregar al término de mi gestión en ceros estos
renglones y también el de transitoria.
Voy a mencionar
sólo dos casos a este respecto. El del Sr. Carlos Aguirre Toledo, correspondiente a un crédito refaccionario y
de habilitación o avío para porcicultura. Al entrevistarme con él resultó que
todo el crédito, por no habérselo explicado el banco, lo había empleado en
instalaciones fijas, dejando de lado los insumos correspondientes (pasturas,
vacunas, etc.) y obviamente no pudo hacer en su momento los pagos
correspondiente al avío. Le hice la reestructuración correspondiente
incrementando lo necesario el importe original
para que pudiera salir. Pagó con anticipación, enviándome a
Independencia copia de su último pago y una carta de agradecimiento entrañable.
El Sr. Humberto
Reyes Cruz había manejado un floreciente negocio forrajero en un inmueble por
la calle principal. Por la muerte violenta de sus dos hijos, se estresó de tal
manera, que dejó caer su negocio a la mínima expresión. Al Sr. Antonio González
Bañales, su compadre, dueño del principal autoservicio abarrotero, con quien
desde mi llegada llevé muy buena relación, le propuse que puesto que él había
hecho buenos negocios con el deudor, me pagara la cuenta, que realmente no
representaba una suma muy elevada, máxime que le iba a cobrar sólo el capital,
quitándole los intereses moratorios, y lo aceptó. El caso contribuyó al
fortalecimiento de mi imagen como banquero.
La clientela y
la sociedad de Zacapu se distinguían claramente en dos sectores, el de los comerciantes
y vecinos de siempre del lugar y el de los de Celanese que una parte vivía en
casas enclavadas en el complejo y otra en viviendas principalmente de la
colonia Moderna. Yo me instalé en la
casa que ocupaba mi antecesor Emiliano T. Espinoza Rochín en la citada colonia,
propiedad de un ingeniero que había sido trasladado a otra ciudad.
A los dos días
de iniciado mi trabajo, el viernes 3 de enero de 1969, me invitaron a una
reunión de bienvenida, mi luego compadre y vecino Antonio Zapién Paleo, el
ingeniero de Celanese, también vecino, Jesús Garza Garza y el empresario de la
ciudad Edilberto Pérez Valdez. Al inquirirme repetidamente qué licores quería
que llevaran, casi se fueron de espaldas al mencionarles en vez de alguna marca
de whisky o coñac acostumbradas, tequila
(ver el relato ¿Tequila?)
Un abogado muy
conocido del lugar, pero por cierto de procedimientos no muy ortodoxos, como lo
menciono en otro relato, fue a reclamarme por qué no le pasaba la cobranza
legal. Al contestarle que manejaba el asunto personalmente y por la vía
amistosa, siendo muy raro que turnara jurídicamente algún caso, y que además él
no era el abogado consultor contratado por el banco, le daba la oportunidad de
que me dijera qué asunto le había pasado a éste, para returnárselo, quedándose
así en paz.
Como una semana
después fueron tres comerciantes importantes del centro con el mismo objetivo,
preguntándome primero si como los gerentes anteriores preferiría concurrir a
invitaciones con la gente de la planta. Al expresarles que sólo no iría a donde
no me invitaran, quedamos que los sábados comeríamos a orillas de la hermosa laguna
zacapense, saliendo del banco (todavía este día se trabajaba) Así todos los
sábados me invitaban una botella de Herradura blanco de litro, que, comiendo
muy bien, una vez que la terminaba, seguía con la reunión sabatina nocturna con
el grupo de matrimonios de la colonia. Esto puede parecer exagerado, y más si
en la noche revolvía otros licores, pero no lo es, como tampoco que guardara
siempre la compostura. A esta facultad se le denomina Atoxinia, que es el
“presunto fenómeno parabiológico que permitiría a un dotado inmunizarse frente
al suministro de cualquier agente químico tóxico” (véase el relato Atoxinia: Resistencia
a los licores)
Con
varios clientes, en diferentes lugares de la jurisdicción, como en todos los
lugares que me ha tocado estar, asistí a eventos similares, con la fortuna,
gracias a Dios, de no tener
que afrontar consecuencias negativas.
que afrontar consecuencias negativas.
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